La llave del piano: la serie “El amor después del amor” (2023), infancia y juventud de Fito Páez.


Por: Guillermo García Domingo

Nunca le podremos agradecer lo suficiente a Rodolfo Páez, el padre de “Rodolfito”, que le diera por fin a su hijo la llave del piano de su esposa, que falleció al poco de nacer Fito y era concertista. Los directores de la serie de Netflix han honrado como se merece al padre de Fito, que no solo le concedió la llave, sino que le llevó con asiduidad a la “disquera” (la tienda de discos). En una de tantas veces, Fito se hizo con “Vida” (1972), el disco de Sui Generis, en el que está incluida nada menos que “Canción para mi muerte”, compuesta por Charly García, un personaje que goza de mucho protagonismo en los primeros capítulos de esta producción.

Las series argentinas nos están ofreciendo grandes momentos, ¿quién no ha visto todavía “El encargado” o “Nada”, ambas de los mismos creadores, Cohn y Duprat? El cine argentino hace tiempo que nos sedujo. Nadie puede ser la misma persona después de haber visto “Un lugar en el mundo” (1992) de Aristarain. Ese mismo año ocurrió la consagración de Fito gracias a “El amor después del amor”. La serie se llama de la misma manera y saca buen partido del interés creciente que despierta la memoria musical. 

Que en España muchas personas no conozcan el disco titulado así, publicado por Fito Páez hace 30 años, solamente puede achacarse a la condescendencia inexplicable con que juzgamos la música latinoamericana. En sentido contrario no ha sido así; de hecho, la estancia de Fito en Madrid tuvo un papel importante en la confianza en sus propias posibilidades que el músico adquirió, y por este motivo, sale a relucir en la serie y en las canciones de este disco decisivo. Un poco más adelante, Fito colaboró con Joaquín Sabina, cantautor madrileño por antonomasia, aunque sea de adopción. Terminaron siendo “enemigos íntimos”, del mismo modo que reza el título del álbum publicado en 1998, lo que no afectó al resultado definitivo del álbum, muy estimado por la crítica musical. Pero no es de este trabajo grabado entre Baires y Madrid el que queremos valorar sino “El amor después del amor”, gracias al cual se dieron la mano, por una vez, el éxito comercial y la excelsa calidad de las composiciones que estaban incluidas en él.

El “flaco” Fito Páez (60 años), justo en el ecuador de su vida, convirtió los trágicos episodios personales que había experimentado en los años precedentes (los infaustos 85 y 86) en canciones universales capaces de emocionar a cualquiera, incluso a aquellos que no han pasado por las pruebas que tuvo que afrontar el pianista. El propio Fito sostiene en “La rueda mágica”, uno de los mejores cortes de “El amor después del amor”, que “la vida es un lecho de cristal”, y el día menos pensado se hace añicos. Las canciones por suerte prevalecieron sobre la tentación de las negras pastillas. La memoria particular de Fito se injertó en la memoria colectiva de Argentina.

La serie pasa revista a la infancia y la juventud de Páez, transidas de ausencias y despedidas traumáticas, y de paso, nos revela lo que cualquier aficionado sueña conocer: ¿De dónde vienen las canciones? Los actores recrean en la serie lo que está contenido implícitamente o de manera explícita en las canciones confesionales de Fito pertenecientes no solo al álbum ya mencionado, sino a los anteriores. Los que quieran saber más detalles deberían leer “Infancia & Juventud”, las memorias del músico que ha publicado la editorial Cúpula. 

Muchas personalidades magnéticas comparecen en “El amor después del amor”. En realidad, es complicado discernir quién atrae a quién. Porque Fito (y su particular manera de apoderarse el teclado) es un potente imán. Primero, Juan Carlos Baglietto le recluta, después Charly García, “vos bien, Rosarino” le dice, en una de las muchas espantadas del genio, “Fabi” Cantilo y el propio Fito se enamoran, se desenamoran, pero en cualquier caso “Fue amor” (perteneciente a “Tercer Mundo”). Spinetta acude al rescate, y también es rescatado por el talento del “pibe” nacido y criado en Rosario, esa “puta ciudad” donde “matan a pobres corazones”. Cecilia Roth, la protagonista de “Un vestido y un amor”, es el último personaje en torno al cual Fito “yira y yira”, ¿o es al revés? 


Los actores y actrices encargados de que les confundamos con ellos logran su propósito con creces. A Andy Chango el bigote de Charly le sienta de maravilla. Y la mímesis de Iván Hochman con Fito produce asombro. La ambientación recuerda a una película reciente, “Argentina, 1985”, dedicada al juicio penal contra los miembros de la Junta Militar que ejerció la dictadura entre 1976 y 1982 en el país del Cono Sur. La represión de los “milicos” también aparece reflejada en la serie durante los primeros escarceos en la música de un jovencísimo Fito. El régimen estaba obsesionado con los melenudos, y su afición por esa música degenerada, el rock (en México también estaba proscrito), que invitaba al desorden, el principal enemigo junto al comunismo de los autocráticos militares. Es inquietante que el recién elegido presidente de Argentina, Javier Milei, tenga las mismas fijaciones que la siniestra junta militar.

Este producto televisivo es congruente con la pasión que Fito siempre ha demostrado por el séptimo arte. Ha ejercido de director y ha participado en varios proyectos cinematográficos. En una de las escenas más inolvidables de la serie, coinciden tres genios. Charly García y Fito, hombro con hombro, a los pies de la cama de un hotel, ven juntos una película en la que Chaplin interpreta a Charlot

Fito, por fortuna para él y para nosotros, abrió el piano con la llave que le dio su padre y no hubo vuelta atrás, y esta serie nos entrega la llave a su vez para acceder al cajón en el que Fito ha guardado los secretos de su infancia y de su juventud, donde pese a todo lo que le ocurrió, no triunfó el dolor sino el amor, que Fito nos ha entregado sin medida a través de sus canciones. ¡Muchas gracias, pibe!