Mdou Moctar: “Funeral For Justice”


Por: Kepa Arbizu.

Si uniésemos los diversos puntos del mapa que a lo largo de las décadas han resultado emblemáticos, por diversas circunstancias, a la hora de configurar la música popular que mayoritariamente hemos escuchado, el dibujo resultante no distaría mucho del que nos ofrecería uno confeccionado con las principales potencias mundiales occidentales. Una -nada casual- coincidencia que si tiene parte de su origen en una lógica musculatura económica capacitada par desarrollar grandes infraestructuras con las que generar industrias de entretenimiento a lo largo del planeta, no deja de ser inquietante que la consecuencia directa de esa imposición sea una evidente colonización cultural. Una homogenización, con más o menos aristas pero todas parte de un ecosistema común, que sin embargo sigue contando con interprendidos creadores dispuestos a convertirse, cuanto menos, en versos libres insumisos al lenguaje mayoritario. Y quizás no exista un pueblo, por su propia idiosincrasia nómada y su pervivencia a lo largo de diversos países, más capacitado para encarnar esa capacidad de resistencia frente a la uniformidad, expresada por acentos extranjeros y también locales, que el tuareg. Una denominación de origen que en los últimos años se ha significado no sólo como un reconfortante aullido, en clave de rock, procedente de latitudes inesperadas sino, lo más importante, entonado bajo una sorpresiva y excelente materialización. 

La brecha que abrieron nombres como Tinariwen o Ali Farka Touré, atrayendo  aquel atávico clamor de los esclavos afroamericanos hasta la inmensidad de la arena, no ha dejado de ser horadado constantemente por nuevos herederos, siendo uno de las más importantes el joven Mdou Moctar. Nacido en territorio nigeriano, en poco tiempo se ha convertido en un referente no sólo musical sino social, porque en un entorno donde no existe una industria musical, el conocimiento se ha extendido en una reformulada tradición oral que utiliza los teléfonos móviles o los casetes como vehículo de comunicación de masas. 

En ese paisaje donde los Hashtag o Spotify son términos indómitos, sazonar la tradición propia con electricidad, lejos del inane gesto que para esa población blanca y urbanita tiene el mismo valor que cambiar de marca de zapatillas, en este caso significa lidiar con la defenestración de la comunidad, por eso la negativa familiar a tolerar que su vástago se armara de una guitarra le obligó a Mdou Moctar a construirla de forma artesanal con todo tipo de objetos. Una arriesgada determinación que genera al propio hecho musical una importante trascendencia, por lo que lejos de regalar su verbo a la imposición anglosajona, la utilización del lenguaje autóctono, Tamasheq, más allá de subrayarse como una señal de identidad, es una bandera extendida en busca del reconocimiento global. Mientras en otros lugares del mundo las melodías tomaban voz para entonar estribillos repetitivos con blandengues onomatopeyas como “chup, chup”, desde este recóndito lugar se habla de la guerra, de las injusticias y sobre todo de la miseria que ha traído consigo la injerencia extranjera. 

Aunque resulta inseparable el contenido sonoro del conceptual de toda una escena, denominado blues del desierto, que no deja de ser la visibilización musical de un engranaje insurgente tuareg, “Freedom for music”, séptimo disco de este proyecto, se percibe desde ya mismo como vanguardia de él gracias a su capacidad para hacer de su contenido un repertorio por donde se percibe la sangre hervir y retumba su grito feroz adornado de electricidad. Una tormenta desatada que brama contra el poder, el mismo que ha “ayudado” a generar un título explícitamente corrosivo. Porque mientras los bardos occidentales hacen de sus desencuentros amorosos leit motiv o se desangran relatando sus epopeyas en turbios locales nocturnos, esta formación nigeriana tuvo que ver, justo tras acabar de grabar su actual álbum, labor realizada durante el periplo que les condujo de gira por Estados Unidos, cómo el golpe de estado producido en su país le impedía regresar a él. Una dramática pirueta del destino dispuesto a darle todavía más valor a un trabajo que, sin llegar a ser editado, ya acumulaba nuevos gritos de desesperación de una población que parece condenada a cargar con una maldición, en este caso dramáticamente humana. 

El cuarteto, en el que solo la presencia de Mikey Coltun, además productor de la banda, significa la incorporación de un nombre foráneo, retoma el impulso de su ya enérgico predecesor, "Afrique Victime", para prender la llama de tal manera que su música es capaz de ser el fornido acompañante a toda un reclamación social que desde hace años acompaña al pueblo tuareg. Una vindicación que no sólo atañe a las potencias colonialistas, como sentencia un tema homónimo inaugural, donde sus primeros segundos podrían pasar perfectamente por ser un extracto firmado por Led Zeppelin o Black Sabbath, que conmina a los líderes locales a tomar el mando real, no sólo a vestir prendas tradicionales sino a buscar el bien común de su pueblo, el mismo que parece estar condensado en los coros que acompañan a unas bases rítmicas y guitarras que se mueven rápidas y nerviosos como si de serpientes se tratasen. Para evitar cualquier malentendido en cuanto a culpabilidades, la explicita "Oh France" se yergue apoteósica con un imponente aura psicodélico digno de Cream pero fraseado con impronta terruña en donde dictar, casi a modo de relación amoroso, la nociva presencia en su tierra de un país galo al que estas rotundas melodías llegan en forma de airada misión diplomática.  

Más allá de la condición de guitarrista zurdo que caracteriza a Mdou Moctar, no es esa característica física la única que le une a Jimi Hendrix, sólo hay que detenerse ante "Tchinta" para presenciar un despliegue eléctrico de agilísimo itinerario por el mástil que en "Imouhar", de sigiloso inicio, como si anunciara la llegada de ese supuesto enemigo invisible que asedia la novela "El desierto de los Tártaros", toma presencia a través de una incendiaria pulsación en las cuerdas que ejerce de vocabulario de un idioma natal en agónica situación. Un lenguaje que quizás sea el eslabón más visible pero que es sólo uno de los síntomas del intento de aniquilación de una cultura que toma sus propias armonías en temas como "Takoba", de raíz más folclórica y de acento susurrante, o hace de las percusiones tribales que acompañan a "Imagerhan" un alegato casi fundacional. Ambientes oníricos que maridan de manera ejemplar con los esgrimidos desde otras latitudes por Pink Floyd y que parecen tomar parte también en una "Modern Slaves", con un suficientemente tajante título como para necesitar más explicaciones, que convierte su puesta en escena en esa densa bruma arenosa que avanza lenta pero imparable hasta convertirse en el único paisaje avistable. 

En una industria musical que compite por "likes" y por otros entes similares de endeble catadura artística, existen bandas o proyectos que surgen de la necesidad de expresar una realidad tan apremiante que incluso su gestación es un sinónimo de supervivencia. Porque Mdou Moctar no se ampara en el simbolismo ni necesita generar situaciones personales que impulsen su cariz creativo, el propio entorno que le rodea es su mayor cauce expresivo, ya que lo que está en juego es su existencia y la de su pueblo. Y es que más allá de esos loables parámetros morales, "Funeral for Justice" fluye como un caudaloso compendio de ritmos que invocan a su herencia particular y al del blues-rock en pleno territorio dominado por las dunas. La banda nigeriana nos invita a este descomunal sepelio por la justicia con la intención de lograr que su música consiga en algún momento ser la banda sonora para un bautizo por la libertad.