Si hay un beneficiado por esta lucha encarnizada que parecen estar desarrollando las editoriales a la hora de publicar obras que se adentren en las profundidades de la vida de grandes estrellas del rock, ese es sin duda alguna el buen melómano, siempre a la búsqueda de datos biográficos de sus artistas favoritos que hayan contribuido a dar forma a las discografías que conservan en sus estantes como oro en paño.
Recientemente hemos tenido la fortuna de acercarnos a otro de esos libros que podemos calificar como dignos de colección; estamos hablando de “Chuck Berry: La biografía definitiva”, cortesía de Neo Person Ediciones y traducida al castellano por Ainhoa Segura Alcalde, donde se narran las desventuras de una de las grandes figuras del rock and roll de una forma sorprendentemente áspera y cruda, para nada condescendiente, cuyas luces y sombras no hacen sino hablarnos de un tipo repleto de audacia, talento y capacidad inventiva, cuyo trato humano y moralidad para con los demás podríamos calificar como de dudosos.
La obra deja clara la importancia capital de Chuck Berry en el surgimiento del rock and roll, aquella música aparecida por la evolución del R&B y su mezcla con otros estilos que voló la cabeza a la juventud durante la década de los cincuenta, y su estatus como precursor a la hora de relatar historias apegadas a la calle, así como de la capacidad que poseía para introducir veladas críticas a la situación racial de los negros en multitud de estados, recordemos que no se les dejaba subir a los autobuses ni se les servía comida en determinados restaurantes, sin ir más lejos.
Afortunadamente él fue en parte culpable de que la segregación, existente por aquel entonces en los conciertos, donde una cuerda separaba en los recintos el lugar que los miembros de una y otra raza debían ocupar, fuera dando paso a la convivencia, pues la mayoría de sus espectáculos invitaban al desenfreno, la unión y el baile, donde no había cuerda que valiera ante la necesidad de pasarlo bien sin mirar la piel del vecino.
Sin embargo, hay capítulos que no dejan en buen lugar al mito de San Luis, desde joven se vio envuelto en atracos a punta de pistola, por los que acabaría dando con sus huesos en la cárcel, no siendo estos los únicos escándalos que rodearían su figura. Años más tarde fue acusado de aprovecharse de una menor, lo que le supuso la más dura de sus condenas, y también se vio obligado a llegar a vergonzosos acuerdos económicos tras el aluvión de denuncias que le llegaron tras haberse descubierto que en un restaurante que regentaba había instaladas cámaras que grababan sin permiso alguno lo que acontecía en el baño de señoras, actitudes más que despreciables que hacen que al lector se le revuelvan las tripas directamente.
Ciñéndonos al apartado de curiosidades, el lector encontrará interesante descubrir que Chuck era un tipo altamente pesetero, dotado de una necesidad insana de tener el control de cualquier situación que le rodeara; capaz de sacar de quicio al más pintado, mujeriego hasta el exceso, resentido por el éxito económico y mediático que otros obtuvieron del género al que él dio vida, conviene detenerse con calma en la cantidad de feos y choques que protagonizó contra unos de sus alumnos más aventajadas, Keith Richards, al cual, sorprendentemente, parecía darle exactamente igual la actitud de su ídolo.
Eso sí, tampoco negaremos que mister Berry no tenía un pelo de tonto. Sabía que tenía unas manos privilegiadas, una colección de temazos increíbles y que guitarra en ristre, caminando con su “Duck Walk”, mientras deslizaba una sonrisa al respetable, era capaz de hacer abandonar cualquier prejuicio mientras estaba sobre el escenario.
“Chuck Berry: La biografía definitiva” es una obra realmente valiente, donde la figura imperfecta de uno de los padrinos del rock and roll se nos humaniza al extremo, hasta casi rozar la vulgaridad. Un reflejo de que talento y genialidad son dones puestos al alcance de hombres de barro que en un minuto pueden estar luchando por el noble ideal de la igual, para al siguiente, cometer atropellos injustificables ajenos a la moralidad. En tiempos de cancelación, seguiremos aferrándonos a las canciones de Chuck Berry, porque nuestra vida sin ellas hubiera sido distinta, pero sin negar que ha descendido unos cuantos peldaños en el escalafón de nuestro santoral rockero.