Sun Kil Moon: Recuperando el tiempo perdido


Sala Villanos, Madrid. Martes, 29 de abril del 2025. 

Por: Álex Fraile 

La semana empezó a lo grande. El apagón general que afectó a la práctica totalidad del país nos puso a prueba. Resignación por aquí, preocupación por allá. Tranquilidad por aquí, nervios por allá. Cada cual a su manera intentó sobrellevar una jornada atípica que pocos olvidarán. Eso sí, resultaba más sencillo encontrar unas pilas para escuchar la radio que una lata de cerveza. 

Al día siguiente, mientras caminaba por las calles de Lavapiés un pensamiento empezó a rondar por la cabeza. “Sales de Málaga para meterte en Malagón”. “Sales de Málaga para meterte en Malagón”. De poco servía que fuese escuchando la cautivadora e hipnótica música de Sun Kil Moon. El efecto no cesaba, incluso aumentaba. ¿Por qué estaría tan inquieto? Me dirigía a escuchar buena música, encima en uno de los templos culturales de la ciudad.

Nada más entrar en la Sala Villanos, un aviso por megafonía despejó cualquier atisbo de duda: “el concierto va a empezar en breve, por órdenes expresas del artista no están permitidas ni las fotos ni los videos…”. Después de superar el trance del lunes tocaba lidiar con el estado de ánimo de Mark Kozelek. Antiguo líder de los atemporales Red House Painters y en activo desde la separación de la banda californiana bajo el alias de Sun Kil Moon. Sin duda un artista mayúsculo capaz de exasperar al más pintado o – dicho en otras palabras – de dejar plantado en el último instante a todo un teatro, tal como hizo durante su última visita a la capital.

Su continua predilección por situarse en el foco del huracán hace que acudir a sus conciertos se convierta en un acto de fe. “A ver de qué humor viene esta vez”, comentaban un par de amigos durante la espera. El eterno dilema de separar la obra del artista se ejemplifica a la perfección en el caso del músico originario de Ohio. Cada cual tendrá sus motivos, pero a buen seguro que todos aquellos que acudieron el pasado martes a la Sala Villanos sopesaron el riesgo, apostando por la obra de un artista prolífico y responsable de discos icónicos como el homónimo "Red House Painters" (1993) y ya en solitario de joyas como "Ghost of the Great Highway" (2003) o "Benji" (2014).

Ocho años después de su sonado desplante, el músico americano tuvo a bien pisar el escenario y lo hizo acompañado de un valiente compañero: Bence Molnár, pianista de corte jazzístico y miembro del combo húngaro Amoeba. La figura de Kozelek resulta imponente, intimidante. ¿Será por eso por lo que desde un principio reinó un silencio sepulcral? Persiste la duda. ¿Cuestión de respeto del público o efecto intimidatorio del bueno de Mark?

Abrió el concierto con "I Can’t Live Without My Mother’s Love", toda una declaración de intenciones que emociona a cualquiera, con esa voz penetrante y dulce mientras confiesa aquello de “Puedo vivir con el cielo cayendo desde arriba / Puedo vivir con tu desprecio, tu amargura, tu presunción / Puedo vivir envejeciendo solo si las cosas se ponen difíciles /Pero no puedo vivir sin el amor de mi madre “.

A pesar de ese aire un tanto narcisista y suficiente, Mark parecía de buen humor, feliz de estar de vuelta en Madrid. Tuvo incluso el detalle de explicar el motivo de su anterior espantada. El culpable, por lo que parece, no fue como suele ser costumbre Pedro Sánchez, pero sí el sistema de sonido que no funcionaba. Habría que escuchar otra versión, la del promotor de la anterior gira, pero seguro que no estaba presente. ¡Sobran los motivos!

Polémicas al margen, la noche fue adquiriendo tintes intimistas rescatando "Mendy’ fruto del disco de colaboración con Amoeba; dedicando a una chica la delicada ‘Harper Road’ o confesando que esta gira era la primera tras un largo tiempo en la que se hacía acompañar de una guitarra eléctrica. Una Fender Telecaster, para más detalle. Una guitarra que entre otros tenía Jimmy Page. Precisamente, tras declarar su amor incondicional por Led Zeppelin se atrevió – no exento de miedo – a versionar el "That’s the Way" para justo después recordar su particular homenaje a los británicos con "I Watched the Film The Song Remains the Same". Una melancólica oda al pasado y una muestra más de que las canciones de Kozelek trascienden la música y se convierten en vividas historias. Pocas como la que muestra su infinito amor a Katy, su antigua compañera de viaje y protagonista de una de las piezas más hermosas que jamás ha compuesto: "Katy Song" de los añorados Red House Painters. No sería la última versión ya que acto seguido tuvo el tino de rescatar el ‘Show Me’ de los Pretenders que impregnó la sala de una agradable sensación de recogimiento.

A medida que transcurría la noche, daba la impresión de que Mark se encontraba en su salsa. Desprendido de costuras y combinando temas más recientes como "Hungarian Lullaby" o "All the Artists Lives in L.A" ­– única licencia a su último trabajo de estudio – con clásicos como la referencial "Carry Me Ohio" o la desgarradora "Dogs".

Sobre el escenario Kozelek ejerce de prestidigitador, de imponente maestro de ceremonia, consciente en todo momento de su poder de persuasión o intimidación. De tanto en tanto pedía la hora al público de las primeras filas. ¿Fruto del cansancio o voluntad de cumplir el “toque de queda”? Probablemente, ambas cosas. En cualquier caso, la recta final del concierto parecía llegar a su fin y lo hizo invocando a los lobos y aullando de manera liberadora y redentora en "Wolves", o desempolvando por aclamación popular su "Duk Koo Kim" con esos hipnóticos acordes y su cadencia literaria. Por extraño que parezca Mark confesó que su palabra favorita no es otra que “amor”. Así a capela, con el solo acompañamiento de Bence al piano, se despidió con una sentida versión del "What the World Needs Now Is Love" de Burt Bacharach. En los tiempos que corren, puede que el amor solo no sea suficiente. Kozelek demostró que la música también puede ejercer de bálsamo para tanta locura. Una música la suya cargada de honestidad, melancolía y magnetismo.