“Born To Run”, de Bruce Springsteen, cumple medio siglo y no se detiene.


Por: Guillermo García Domingo. 

Si en el siglo XIX Walt Whitman se convirtió en el bardo popular de Norteamérica, en la segunda parte del siglo XX el relevo de ese papel lo tomó Bruce Springsteen, el chaval de New Jersey. Gracias a este disco prometeico mudó su piel, y se convirtió en el nuevo bardo estadounidense que conectó de inmediato con el pueblo norteamericano. Dejó atrás a la persona dubitativa que no sabía si podría ganarse la vida con la música, y se convirtió en el personaje musical y político que todavía resiste en la América trumpista. A lo largo de estos 50 años transcurridos, Bruce ha rebasado las fronteras de su país, persuadiendo a personas de todo el mundo de que él era el tipo que estaban esperando.

“Born To Run” es apasionante desde que tienes en tu mano la portada de Eric Meola en la que The Boss se apoya en el hombro del saxofonista Clarence Clemons. Es una de las fotografías más importantes del rock, su fuerza simbólica, que evoca una complicidad musical única sigue vigente, pese a la triste desaparición de Clemons. Hace poco en las redes sociales pudo verse un vídeo en el que Springsteen y Steve Van Zandt (que en este disco solamente participa en en los coros) en un reciente concierto, salen al escenario cogidos de la mano. Con algún altibajo la E Street Band y su líder han atravesado las tormentas del siglo XX y el primer tercio del XXI agarrados de la mano. Este disco pone de manifiesto el hecho paradójico de que Bruce Springsteen es un artista solitario al que no se puede concebir sin formar parte de una banda.

Después de tanto tiempo y habida cuenta del éxito alcanzado, cuesta creer que Bruce se estaba jugando su carrera musical y albergó abundantes dudas antes, durante y después de grabar este álbum. Al entonces crítico musical Jon Landau le tocó desempeñar el papel de “Señor Lobo” (véase “Pulp Fiction”) y disipar esas dudas. Todo lo demás fue barrido por la pasión incontenible de Bruce. Este disco desprende una energía descomunal. Según Greil Marcus la música de los setenta se volvió progresivamente complaciente y comercial hasta que recibió el puñetazo del punk. Sin embargo, este álbum torrencial se atreve a cuestionar esta afirmación tan atrevida.

En la lírica del disco cristalizan todas las perplejidades que atenazan la existencia de los habitantes de Norteamérica: la crisis social y económica de los setenta, la retirada de Vietnam, una guerra fallida, y la renuncia de Nixon después de un “reinado” reaccionario. Y sobre todo, las letras hablan, a través de distintos términos y formatos, de la naturaleza íntima de los jóvenes ciudadanos estadounidenses, la errancia continua, la movilidad perenne, la voluntad de correr en busca de los sueños y las promesas. Un proyecto individual y colectivo en el que lo que puedes ser es mucho más importante que lo que eres o de dónde vienes, rechazando el tribalismo nacionalista que está tratando de imponer Donaldo, el emperador. “Riding out tonight to case the promise land”, no se puede decir más claro, la “carretera del trueno” es la vía de huida del renegado.

“Thunder Road” es una de tantas canciones imposibles de abarcar que contiene el disco. Están algunas de las mejores composiciones de Springsteen en su larguísima trayectoria. No son joyas museísticas, siguen tan vivas como el primer día, con el rocío reciente del estudio posado en cada una de sus notas. Los teclados de Roy Bittan prácticamente forman un dúo indisoluble con la guitarra del oriundo de New Jersey, tejiendo un intrincado tapiz, en el que están todos los hilos de la música norteamericana anterior a 1975. La omnipresencia de Bittan en “Thunder Road o “Tenth Avenue Freeze-Out” es insoslayable manteniendo un duelo con la voz increíble de Bruce, que brilla especialmente en "Backstreets", donde Springsteen roba el fuego de los dioses del rock. El cantante ya ejerce de nuevo prometeo del rock en la segunda cara. Cuando creíamos que el disco había tocado el cielo con “Backstreets”, el cantante alcanza una cota más alta: “Born To Run”. Y ahí es donde se mantiene en el R&B de “She´s the one”. Es la la trompeta de Randy Brecker, no es el saxo de Clemons, que destaca por el contrario en otros temas, la que ofrece el tono crepuscular que le conviene a “Meeting Across the River”. Ahora bien, “Jungleland” tenía que cerrar este disco, sin lugar a dudas, pues su estilo y fuerza se compadece mejor con el listón que establecieron antes, “Thunder Road”, “Backstreets” y “Born To Run”. En esta letanía maravillosa se desdibuja la estructura convencional; ni el estribillo, ni las estrofas son identificables. Es una odisea juvenil en la que la poética de rockera de Bruce llega a su cénit, “la calles está viva” o “las calles están ardiendo”, escribe Diego A. Manrique en el vinilo del que yo dispongo, que incluye sorprendentemente la traducción del crítico musical. La jungla de asfalto nunca había sido evocada de esta forma, y no estoy seguro de que alguien haya conseguido hacerlo así de bien después.

Sony Music ha incluido en la edición conmemorativa la canción “Lonely Night in the Park”, que habría hecho una buena pareja con “Tenth”, si no fuera por el afán perfeccionista que Bruce aplicaba a su propia voz. Sospecho que algo relacionado con ella no le convencía en esta hermosa canción. En cualquier caso, no es fácil subirse, cincuenta años después, a un coche en marcha como éste, que cruza como un rayo la noche americana y no se detiene, porque “ha nacido para correr”.