Por: Juanjo Frontera.
Qué inmenso placer proporciona siempre enfrentarse a un nuevo paquete de canciones del bueno de Ron. Sobre todo cuando, como es el caso, llegan justo el día en que uno termina sus vacaciones y toca la vuelta al tajo. Viene muy bien que te abrace con su voz sedosa, sus melodías inacabables, sus guitarras vibrantes y cristalinas. A Ron se le podrá achacar, con algo de simpleza de por medio, que siempre hace un poco el mismo disco. Pero leñe, hazlo tú, si puedes…
Lo que le pasa al canadiense es que prácticamente en su cuarto disco, Ron Sexsmith (de 1995, y que sería el cuarto si contamos, además de "Grand Opera Lane", los dos casetes autoeditados que lanzó con anterioridad en los ochenta), alcanzó una perfección como intérprete y compositor que ya nunca ha abandonado. Podrá haber tenido discos notables, pero desde luego el grueso de su discografía roza o supera la matrícula de honor. Así se las gasta Ron. Y no es una excepción, en absoluto, este Hangover Terrace, el disco que hace 20 en su particular colección de maravillas.
Su anterior "The Vivian Line" (2023) era el trabajo de un hombre maduro y feliz que celebra la vida campestre y el amor conyugal, sin más aspavientos ni pretensiones. Y es todo lo que le pedimos, realmente, a un autor que ha hecho arte supremo de la sencillez lírica y la combinación de raíces y pop. En Sexsmith conviven muchas posibles referencias: McCartney, Costello, Lowe, Hiatt, Prine… Él los aglutina a todos,sí, pero no como hijo ni imitador, sino como continuador de esa tradición al mismo nivel. Ha perfeccionado un estilo y ha entrado en el mismo club que todos ellos ocupan. Es un maestro de la canción, y cada uno de sus discos es, por tanto, la obra de un maestro.
"Hangover Terrace" es, respecto al anterior, un disco algo más elaborado. Grabado en Londres bajo la habitual batuta de Martin Terefe (productor entre otros del que probablemente sea su mejor disco, "Retriever"), es un trabajo más centrado en las guitarras y con una producción suntuosa, en ocasiones próxima al pop barroco, que nos devuelve al Sesxmith más clásico y orfebre. Además, si el anterior era, básicamente, un canto a la vida hogareña y campestre, en "Hangover Terrace" el autor se muestra mucho más consciente de lo que le rodea, con canciones que acarician la crítica social con sutileza, caso de “Easy for you to say”, sobre el clima puritano que parece imperar, o la suntuosa “Camelot towers”, sobre la especulación inmobiliaria.
A través de sus 14 canciones, el álbum presenta a un Sexsmith absolutamente pletórico a sus 61 años, al cual su oficio parece acomodarse como un guante, por eso acude siempre puntual, cada dos o tres años, a la cita con su audiencia. Una audiencia que recibe sus nuevas canciones como un soplo de aire fresco. Y eso es porque Ron, sí, se instaura en una determinada tradición de compositores, pero a la vez es muy suyo. Sólo hay un Ron, con su manera peculiar de interpretar, de acariciar sus letras prolongando sus sílabas y usando su dulce vibrato para embellecerlas hasta el límite.
La secuencia, como es habitual, no tiene fisura. Desde la inicial “Don’t lose sight”, hasta la que hace catorce, “There must be something wrong with her”, asistimos a la enésima muestra de maestría de este orfebre, cuyas canciones han sido cantadas por muchos otros intérpretes, pero nunca suenan como cuando él las trata con el mimo que le caracteriza.
Tanto cuando se pone romántico con catedrales en formato canción del tamaño de la casi deep soul “House of love” (como me gustaría escuchar a Mavis Staples cantarla, por cierto), como cuando las guitarras, aquí más presentes que en otros de sus discos, hacen acto de presencia con un acento cuasi-power pop, caso de “Burgoyne woods” o la magnífica “Rose town”, la identidad inequívoca de quien las ha compuesto subyace a cualquier estilo, como demuestran joyas absolutas como “Outside looking in” o “When will the morning come”. Ron demuestra otra vez ser atemporal y un estilo en sí mismo. Otro motivo de alegría, otro reencuentro con un cancionero que siempre nos ilumina y otra pieza maestra de una discografía que no tiene, en absoluto, desperdicio.