Por: Kepa Arbizu.
Muchas son las “razas” de caballos que han dejado su huella en diferentes episodios de la historia del rock; desde aquellos desclasados sin nombre al furioso relincho exhalado por locos especímenes o por supuesto cediendo su nombre genérico al título de obras icónicas. Un listado de equinos al que ahora hay que añadir, por una cuestión de merecimiento artístico, el utilizado por la banda Montana Stomp para bautizar a su segundo disco, continuación del debut homónimo, “The Horse And the Hill”, ilustrado además de manera preciosa por Héctor Castañón, de Ossobuko Studio, para decorar la portada. Una imagen que sucede al furioso toro salvaje que asomaba desafiante en su predecesor, animal convertido ahora en un esbelto corcel que, si bien puede ser temido en estampida, su trote majestuoso también es digno de ser admirado. Una analogía perfectamente aplicable al despliegue sonoro de la banda en cada uno de sus dos álbumes, siempre afincado en la rotundidad del hard rock sureño pero explayado en estas nuevas composiciones bajo un paisaje más rico, ya no hecho exclusivamente de pétreas estructuras rocosas, sino poblado de rica vegetación.
La formación zaragozana, más un punto de encuentro geográfico que el origen común de sus integrantes, se presenta como alumnado, dotado de admirables calificaciones, de aquellas bandas que en plena década de los setenta destilaron el blues clásico entre los alambiques de su tiempo. Y la mejor manera de preservar esa esencia es precisamente dar continuidad a dicha fórmula pero conjugada por medio del propio idioma. Una singularidad que, sin en absoluto menoscabar unas aptitudes musicales inmunes a cualquier cuestionamiento, recae en el propio concepto de la banda, tan respetuoso con la tradición sonora como determinados a encarnar una propia identidad, que lejos de optar por reproducir un imaginario lírico ajeno en el que sentirse huérfanos de representatividad, han tomado una decisión mucha más digna, creativamente hablando, como es construir su particular enunciación de la realidad. Eso significa que las pisadas del grupo pueden ser realizadas con un tipo de calzado similar al que otros maestros del género han usado, pero a poco detenimiento con que nos fijemos, el rastro que dejan a su paso, sobre todo gracias a este segundo trabajo, resulta singular, tanto como para poder decir sin miedo a equivocarnos que por aquí ha pasado Montana Stomp.
Ni mucho menos el solemne caballo negro, lógica pigmentación teniendo en cuenta que la rasgada y portentosa voz de Susana Colt bien podría pertenecer al catálogo de ilustres intérpretes afroamericanas, que avista retador esas colinas que llegar a surcar es la única simbología escondida entre el contenido del álbum. Al contrario los elementos metafóricos brotan a lo largo de las canciones, un ecosistema que desvela la línea argumental de un repertorio dispuesto a atravesar baches y obstáculos, profesionales y personales, con el fin último de conquistar esas montañas que, no por casualidad, lindan con un resplandeciente sol. Puede que sea una utopía o un recorrido en constante construcción que nunca alcanza su destino, pero embarcarse en él, y hacerlo entre una banda sonora imponente y sobrecogedora como ésta, seguramente sea lo más parecido a encontrarse con ese horizonte soñado.
Asumiendo, y de qué manera, que nada mejor para abrir un disco de estas características que prendiendo la mecha hasta generar un incendio de abrumadora envergadura, "Rock And Roll Wheels", un motor activado por igual entre The Bellrays y Tina Turner, lo que da una medida de su poder adrenalítico, descorcha un engranaje, espoleado por un verbo desgañitado, con el que alterar las revoluciones al máximo ya desde su inauguración. Una tensión rítmica que en “Big Blind Special” se flexibiliza ágil por medio de una cadencia funk mientras que “Bad Choices” embiste, apelando a los registros hercúleos de combos clásicos como Led Zeppelin o Black Sabbath, inyectada de soul. Una interpretación que en su propia morfología, con esa tono rasgado que parece predestinado a quebrarse pero que siempre acaba erguido de manera imperial, condensa la esencia de un relato argumental sostenido por unas ruedas que, aunque inevitablemente estén llamadas a tambalearse, se presentan decididas a avanzar.
El gran valor, o por lo menos el añadido necesario para sublimar su resultado, de este disco es la aplicación perfecta de la máxima que contradice la ecuación donde la intensidad está ligada exclusivamente a la fuerza bruta. Montana Stomp es capaz de invocar al huracán desde espacios más relajados, momentos también en los que, por ejemplo, los teclados, responsabilidad de Josete Meléndez, menos acogotados por la tormenta eléctrica, desvelan un diccionario de matices que incrementa el sentir melancólico de una “Maybe That Day”, medio tiempo propicio para destacar la influencia de Beth Hart, que expresa su vulnerabilidad hasta hacer derramar lágrimas a las cuerdas de su guitarra. Una congoja controlada que transforma el llanto en la resiliente épica de una “Unbroken” a la que cualquier palabra que osara describir su contenido emocional quedaría en evidencia. Demostradas las capacidades para llevar el blues-rock más descarnado hasta cimas emotivas, “Bourbon Call” escoge un camino mucho más sutil, por donde habitan Carole King, o el honky tonk de Dolly Parton, pero igualmente efectivo, y el elegante tema homónimo, a su vez demostración de que las bases rítmicas, en manos de Beto Foronda y Adrián Garcés , que sostienen al combo conocen igual los secretos del ímpetu como del paso esbelto, sienta cátedra desde la contención. Un tema titular, que dada su condición, resulta una sinopsis perfecta de este itinerario en busca de la cima por donde se cruzan héroes, villanos y, la mayoría de las veces, simples caminantes supeditados al temblor existencial.
Fue el escritor francés André Malraux quien sentenció que los hombres se parecen a su dolor, y dado que "The Horse And the Hill" es a su manera una cartografía herida de la banda, resulta por lo tanto también el reflejo más puro de su naturaleza, humana y musical. Montana Stomp ha firmado de esta manera un colosal trabajo que funciona a modo de testamento íntimo, porque sus canciones, a veces por medio de cauces desbordados y otras servidas en medidos pero intensos sorbos, logran trasladar el escalofría de quienes saben que les va la vida en ellas. Puede que, como la energía, las fracturas emocionales estén en un continuo proceso de transformación y el gran reto suponga impedir que esas llagas maniaten por completo nuestras aspiraciones. Con este disco, la formación maña recorre las ruinas sobre las que han tenido que construirse, un paisaje doloroso pero de una rugiente belleza, espejo de ese mapa de cicatrices que toda identidad esconde.



