Por: Begoña Serralvo.
Cinco años después de "The Slow Rush", Tame Impala vuelve con "Deadbeat" (2025), un álbum que confirma su intención de seguir expandiendo los límites sonoros del artista australiano. El proyecto, que comenzó como un experimento de psicodelia casero, y terminó conquistando los festivales más grandes del mundo, vuelve a mutar, esta vez hacia un territorio más electrónico, minimalista y rítmico, enfrentándose desde el yo interior de Parker hacía el ruido exterior del éxito.
Parker, que en anteriores discos tendía al perfeccionismo obsesivo, opta aquí por un enfoque más directo, con menos capas y más textura, espontáneo y ecléctico. El resultado es un sonido menos denso, pero más físico, con una clara influencia del house, el acid y la cultura rave de las antípodas.
El disco abre con “End of Summer”, un tema de casi siete minutos que marca el tono: sintetizadores brillantes, bajos pulsantes y un groove hipnótico que se construye lentamente. Es Parker canalizando su obsesión por el loop y la repetición, pero con un sentido rítmico más pronunciado. En “Loser”, uno de los sencillos más accesibles, combina melodías pop con una base más seca, casi techno, mientras que “Dracula” introduce un tono oscuro y meditativo, más cercano al ambient.
A nivel lírico, Deadbeat mantiene la mirada introspectiva que siempre ha caracterizado a Impala. Las canciones giran en torno a la autoexigencia, la frustración creativa y el paso del tiempo. La sensación de “fracaso funcional” —seguir moviéndose pese al cansancio emocional— se convierte en el hilo conductor. “I’ve been chasing the echo of myself,” canta en uno de los temas, resumiendo una batalla interna que resuena con honestidad, aunque a veces con menor impacto emocional que en discos anteriores.
Musicalmente, "Deadbeat" es un ejercicio de control, jugando con frecuencias, panoramas y texturas que hacen que cada pista respire. Sin embargo, ese mismo control impide que el álbum alcance los picos de euforia de "Currents" o la calidez expansiva de T"he Slow Rush". Aquí todo está medido, pensado para funcionar más en el cuerpo que en la mente.
Esa contención puede leerse como madurez —la aceptación de un sonido más sobrio— o como un síntoma de agotamiento creativo. En cualquier caso, "Deadbeat" no busca complacer ni repetir fórmulas: su mérito está en reconfigurar la identidad de Tame Impala hacia un terreno más electrónico sin perder coherencia estética.
"Deadbeat" no es un disco de ruptura ni de consagración, sino de tránsito. Representa a un artista que, tras una década de aclamación y reinvención, decide bajar la velocidad y explorar su propio pulso interno. Puede que no emocione con la misma intensidad que sus predecesores, pero ofrece una experiencia sonora rica, detallada y, sobre todo, honesta.



