Movistar Arena, Madrid. Domingo, 30 de noviembre de 2025.
Texto y fotografías: Ricardo Virtanen.
Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) cerró el pasado 30 de noviembre, a los 76 años, su gloriosa carrera musical después de cinco décadas en los escenarios. Veremos ahora qué rol desarrolla dentro la música. Y lo hizo en Madrid, en su Movistar Arena, ante 12.000 personas, donde precisamente en 2020 se caía con estrépito del escenario. Fue un concierto a dos manos junto a Joan Manuel Serrat, que a larga también ha sido el último de la dupla de amigos. Esta gira de despedida se inició en febrero de 2025, y le ha llevado a actuar en 71 ocasiones en España, Londres, París, Hispanoamérica y los EE.UU. En Madrid ofreció diez (mayo, junio, julio, octubre y noviembre).
En cierta manera, el que ahora escribe, le ha seguido durante prácticamente toda su larguísima carrera (45 años, que se dice pronto) y significa, como para tantos seguidores, una educación sentimental a través de un hilo de canciones que nos han marcado para siempre en distintas décadas. Uno le recuerda en sus inicios (¿1979?), actuando en pequeñas salas de Madrid, en los inicios de la Movida, como El Rincón del Arte Nuevo, La Aurora o el sótano de La Mandrágora (no le vi en el Rockola, 1982). Tras la aparición de su segundo disco, "Malas compañías" (1980), y el grabado en "La Mandrágora" (1981), se le veía girar ya con grupo, y sus apariciones en la Tele fueron cruciales. Lo vi en las Fiestas del PCE y en el Parque de Atracciones, y acudí al teatro Salamanca. Yo acababa de llegar de la Mili a principios de febrero de 1986, y me encontré en Madrid con un recital doble que significó un giro vital en su trayectoria. Después los Veranos de la Villa (1986), San Isidro (1987) y sus divertidas apariciones en la Sala Elígeme, de su copropiedad, hacia 1987/88. Ya en los 90, me gustó mucho escucharle en la presentación de "Yo, mí, me contigo" en la Sala Galileo (1996). No olvido, por supuesto, los llenazos en Las Ventas (1990 y 1994). En las dos últimas décadas, sus conciertos en los sucesivos Palacio de los Deportes/Wizink Center/Movistar Arena, ya con la perspectiva de concierto multitudinario.
Para esta gira, el de Úbeda escogió un selecto repertorio de canciones de todas las épocas, de todos sus discos, salvo el primero e inefable "Inventario, Ruleta rusa" (1982) y los últimos "Alivio de luto" (2005) y "Vinagre y rosas" (2009), los cuales coinciden con su etapa más prescindible. El concierto de más de dos horas, que yo calificaría de emocionante, íntimo, soberbio, se adecuó en todo momento al estado de su voz, cambiando en no pocas veces antiguas melodías. Aparecieron sus éxitos más perennes, una colección de himnos que ya conocíamos por conciertos anteriores, con ligeras variantes. Su banda fue escogida con mimo y tino. La formaron Antonio García de Diego (teclado y guitarras), Jaime Asúa (guitarra y voz), Mara Barros (voz), Pedro Barceló (Batería), Laura Gómez Palma (bajo), Josemi Sagaste (guitarra y voces) y Borja Montenegro (saxo, acordeón y percusión).
El concierto comenzó con un vídeo de la canción “El último vals”, el último trabajo del cantautor, antes de que los siete músicos llenaran el escenario, comandados por el gran eslabón que une la carrera de Sabina de 1988 a hoy: Antonio García de Diego, una vez que el inefable y protagonista de tantos éxitos sabinianos, Pancho Varona, fuera apartado de la banda por motivos internos. García de Diego, un músico español mítico, quien inició el concierto al teclado, pasó a la guitarra e, incluso, templó el laúd. Muy al contrario de otros conciertos de esta gira (como los que ofreció en Madrid recientemente), la canción que entreabrió la despedida fue una significativa declaración de amor a la ciudad que le ha dado todo: “Yo me bajo en Atocha”, una vez que desde los años noventa defenestrara aquel éxito sin parangón que fue “Pongamos que hablo de Madrid”. El concierto prosiguió con un Sabina renqueante en el andar, y sombrero negro (después cambiado por el blanco), con dos temas del último y fantástico disco "Lo niego todo" (2025). Los temas, “Lágrimas de mármol” (que subraya a un Sabina superviviente) y la deliciosa “Lo niego todo”, acaso la mejor canción del disco, por lo que era comenzar por el final. Prosiguió con la antigua “Mentiras piadosas” (que sin duda yo hubiese cambiado por algún otro éxito sabiniano ausente).
El cantante iba a tocar todos los palos, todos los discos, en un aquí y allá desbocado. Con “Y ahora qué” se animó el patio del Movistar un poco más, cuando García de Diego cogía la guitarra (había tres ahora en el escenario), y el saxofonista pasaba a la percusión. Un tema con ínfulas latinas (sonaba muy Carlos Santana), con una fantástica Laura Gómez, su bajista argentina, y un inspirado P. Barceló. Después la intimidad más impúdica de “Calle Melancolía”, que estuvo demasiado tiempo desaparecida de sus repertorios (“oxidada y semiolvidada”, dijo el de Úbeda). Aquí, emocionado, afirmó que estaba ante “el último concierto de mi vida”. Ell griterío del auditorio se negaba a aceptar lo irremediable. “Calle melancolía” (uno de sus viejos éxitos recuperados para este último vals) enervó los sentimientos y fue dedicada a todos “sus viejos amigos”. Una interpretación limpia, delicada, casi doliente, con guitarra y voz en gran parte del tema, e interpretación del público en uno de los estribillos. Tras la ingrata melancolía que nos desgarró a todos, llegó la juerga de “19 días y 500 noches”, brillantísima canción cantada de principio a fin por el numeroso público. Por cierto, el nombre de esta gira final lo entresacó del inicio de una de sus estrofas. Antes de otro de sus viejos éxitos, y acaso su tema más dylaniano, “¿Quién me ha robado el mes de abril?”, presentó al staff de sonido. Después hacía lo propio con la banda que le ha acompañado en esta Gira. Y sonó “Más cien mentiras”, otra de las irrenunciables letanías poéticas del maestro.
El cantautor se tomó un breve descanso, y fue el turno de dos de sus músicos más destacados. La ranchera “Camas vacías”, del disco Te espero en la calle (2002), del que se interpretaron cuatro canciones, fue cantada por la malagueña Mara Barrios, quien hizo las delicias del público. Barrios acompañó al cantante con maestría y discreción durante toda la velada. El gran Jaime Asúa, que inició sus colaboraciones con Sabina en el álbum "El hombre del traje gris" (1988), tomaba el micrófono para dar pulso a su éxito antiguo “Pacto entre caballeros”, uno de los hits que no han faltado nunca de sus repertorios en décadas, imprimiendo cierta aceleración rockanrolera al concierto, que transcurría con cierta intimidad.
A su regreso, Sabina y Barrios se acomodaron solos en una mesa de café de una parte del escenario para interpretar su éxito coplero “De purísima y oro”, intrincada en un triste ambiente de posguerra. “Peces de ciudad” proseguía el carácter de concierto íntimo (guitarras y piano), con un viaje melancólico y poético, donde se vindican los amores efímeros. Llegó otro de los momentos cumbres: “Una canción para la Magdalena”, aquella mítica canción que elevaba a las putas de carretera a mitos de nuestra cotidianidad. Sonó después “Por el bulevar de los sueños rotos”. Aquí el cantautor contó la anécdota de su título, el cual nació a raíz de un verso de Chavela Vargas, entregado a Sabina, quien se puso manos a la obra, componiendo una de las canciones más eternas de su discografía. También señaló que una vez compuesta, fue interpretada a la cantante mexicana en intimidad, dándole ésta su bendición. La copla “Y sin embargo te quiero”, de Quintero, León y Quiroga, mostró una soberbia interpretación vocal de Mara Barrios, a la que unieron “Sin embargo”, de nuevo otra de las letanías poéticas de Sabina, y uno de sus temas mejores. Esto desembocó en el folclórico y mexicano “Noches de boda” (otra canción del sublime 19 noches y 500 días, la obra cumbre del de Úbeda del que se cantaron cinco temas), que se encadenó con la divertida “Y nos dieron las diez”, otro de los corridos sabinianos, que tiene su parangón existencial con “Ojos de gata” de E. Urquijo.
Los músicos se retiraron, aunque bien sabíamos que en esta última gira aún le quedaban cuatro canciones míticas (anunciado por él mismo al salir de nuevo). La primera, “La canción más hermosa del mundo”, interpretada por García de Diego, y al poco se incorporaba el maestro para entonar “Tan joven y tan viejo”, otra de sus letanías interpretada delicadamente con voz, guitarra y piano. Le llegó el turno al credo sabiniano por excelencia: “Contigo”, una especie de bolero sin ritmo marcado, entresacada de "Yo, mí, me contigo" (1996), muy coreada por el público presente. Como broche de oro a esta carrera única, Joaquín Sabina dejaba para los anales el otro pelotazo del repertorio: “Princesa”, recuperada del álbum clave Juez y parte (1985). Este último hit puso de pie al recinto y rompía el carácter intimista de casi todo el recital.
La emoción había aparecido en muchas partes del concierto, pero fue ahora cuando Joaquín decía, no “¡Hola y adiós!”, sino “¡Adiós!”. Los 12.000 entusiastas seguidores comprendían que se consumaba la carrera del mayor de nuestros cantautores (Serrat mediante), ya con una voz frágil, pero eterna. Es una incógnita hacia dónde irá el arte de este anticantautor urbano. Seguro que continuará su carrera de poeta, y además se multiplicarán sus participaciones en proyectos musicales ajenos (salud mediante). La puerta de Joaquín Sabina sonó como un signo de interrogación. ¡Gracias por este último vals, Maestro!


.jpeg)


