Liam Gallagher - “C’mon You Know”


Por: Javier Capapé

Ya sabemos de sobra lo que viene a ofrecernos Liam Gallagher con cada una de sus entregas en solitario y no, no es intentar dejar por detrás a su hermano Noel (a quien le importa cada vez menos esta rivalidad). Su intención es darnos más argumentos para emparentarlo con el olimpo del rock, para acercarse más a la leyenda de su admirado Lennon. Sin embargo, esta vez se ha dejado de repetir clichés en exceso y se ha dado el gustazo de hacer un disco algo más variado y entretenido. No hay tiempo para el aburrimiento entre estas catorce canciones, que no dejan de seguir la senda del rock más clásico, pero que se permiten el gusto de escorar por momentos hacia terrenos menos transitados por el mancuniano, sin olvidar, eso sí, que no deja de ser un disco de puro rock sin complejos.

¿Posee "C'mon You Know" mejores canciones que sus predecesores? Es probable que no, pero sí se esfuerza en que suenen algo más brillantes, mejor acabadas y más redondas, en parte por el esfuerzo del productor neoyorquino Andrew Wyatt (aunque también han metido mano Greg Kurstin o Adam Noble). Se permite además algunos caprichos, como que el productor Danny L Harle adorne con tintes dub "I'm Free" o que Ezra Koening redondee la apuesta con la composición y participación en "Moscow Rules" hasta convertirla en una de las más atractivas del lote (quizá, sin que lo pretenda el líder de Vampire Weekend, es la que más aroma a Beatles tiene). Pero hay muchas más razones para encapricharse de este tercer disco en solitario de la voz más característica del brit-pop. Un ejemplo claro es la contundencia de "Everything's electric", esta vez contando con la ayuda de Dave Grohl. Un single rotundo, que nos hizo fijar la mirada sobre lo que se nos venía encima con este disco, porque pintar, pintaba muy bien y finalmente así ha sido. Un disco que abre con esos coros infantiles, que son una especie de revisión del "You can't always get what you want" de los Stones, ya merece todos mis respetos, pues la canción es maravillosa, pero para nada es el ideal de canción de apertura. Y eso, en el universo de Liam Gallagher, puede considerarse un auténtico riesgo. Ganador en este caso. "Better Days" vuelve a los Beatles (esta vez acercándose al "Tomorrow never knows") porque siempre tienen que sonar como referencia en sus discos. Porque si no, no sería un Gallagher. Y nos encanta que así sea. Lástima que en ésta la labor de Michael Tighe, que consta en los créditos, apenas se aprecie. También hay sitio para el recuerdo a Stone Roses en "Don't go Halfway", aunque esta vez en una especie de cruce con el Lennon de "I am the Walrus".

Las baladas marca de la casa, con esa interpretación vocal que siempre resulta convincente, no ofrecen nada nuevo, pero están ahí porque necesitamos tomar aire y porque Liam les da ese punto macarra que tanto nos engancha, aunque las revoluciones bajen. Es el caso de "Too Good for giving up", bien arreglada entre cuerdas, un suave piano conductor y hasta toques de slide, muy poco presente hasta ahora en su discografía. Son precisamente estos elementos los que se ha permitido el lujo de introducir sin pudor, como queriendo saltarse el guión prefijado conscientemente.

La épica también está presente, al estilo de Oasis, en temas como "Oh sweet children" (que cerraría mejor la colección en lugar de dar paso a los extras), y lo retro no se pierde al escuchar "It was not meant to be", que hasta nos puede retrotraer al "Pet Sounds" de los Beach Boys.

Dulce, directa y de rica melodía. Hay también alguna píldora blues como "World's in Need", conducida por una armónica grasienta, pero donde más convence siempre el pequeño de los Gallagher, donde siempre parte con ventaja, es cuando aflora su vena más directa y hooligan. Ahí nos gana a todos y así se recrea por ejemplo en "Diamond in the Dark", con tintes heredados de Robbie Williams pero dotados de mucha más garra, o en el tema titular, con su ritmo machacón y sus estrofas llenas de lemas manidos de los que siempre triunfan. Ése es nuestro Liam, el que queremos escuchar y al que le perdonamos sus otras carencias, como las que pueden tener algunas de sus composiciones. Esas por las que tiene que rodearse cada vez de más compositores para sacar adelante sus canciones. Esas por las que alarga sus discos con temas extra innecesarios como para no dejarse nada en la chistera (sin lugar a dudas "The Joker" y "Wave" son las más prescindibles en este caso). Pero se lo perdonamos. No se confundan, no es el niño mimado del brit-pop, aunque algunos así lo crean a estas alturas. Pero a base de tener su voz siempre presente, de presidir muchas de nuestras bandas sonoras, ha conseguido que el público le quiera de verdad y que la crítica le acepte como valor seguro cada vez más, porque no engaña con sus propuestas, porque es directo, porque nos vende pose, actitud, voz. Carisma, en definitiva. Y de eso va bien servido este "C'mon You Know". Desde su fantástica portada, sin ir más lejos. Puro carisma entre la multitud.

Este disco será pasado por alto por muchos, criticado por otros, vanagloriado por menos, pero digan lo que digan, nos volveremos a quitar el sombrero cada vez que le veamos detrás de un micrófono y comience a entonar cualquiera de sus clásicos con Oasis. Como así ocurrirá cuando repita la hazaña que logró en 1996 llenando dos noches seguidas Knebworth en plena explosión del "(What’s the Story) Morning Glory". Lo va a repetir con este "C'mon You Know". Si esto no es demostrar las ganas que se tienen por este artista que venga alguien y me lo explique. Porque en ese concierto sonarán muchos temas de Oasis, pero no faltarán algunas de las canciones aquí presentes. Sí, las canciones firmadas por su hermano le dan más rédito, todos las deseamos más, pero entre ellas podrá colarnos algunas pequeñas perlas como las que esconde su último disco. Y eso ya es un verdadero triunfo. Es como si con este álbum nos dijera abiertamente: "Vamos, ya sabes lo que hay, voy a hacerlo de nuevo. Disfruta. Eso es todo".