Amor incondicional al FIZ


Sala Multiusos del Auditorio, Zaragoza. Sábado, 27 de septiembre de 2025. 

Texto y fotografías: Javier Capapé. 

 Un año más, nuestra cita con el FIZ es de las que no podemos pasar por alto. Para esta edición número XXIII tengo que decir que tenía mis reservas, pero todo cambió al entrar en la Sala Multiusos del auditorio zaragozano y volverme a sentir como en casa. Como en las últimas ediciones, el festival "independiente" de mi ciudad apuesta por el eclecticismo, poniendo un ojo en los nuevos talentos y músicos en crecimiento junto a otros consagrados e incluso algún atrevimiento mainstream que atraiga público dispuesto a abrir su espectro. Esta vez agradecí que los derroteros no se fueran hacia lo urbano y se apostase más por la potencia de las guitarras, en una primera parte, para virar después hacia el pop y los toques electrónicos. Todo esto fue posible por la presencia de los locales Multipla y los madrileños Niña Polaca, que desprendieron toda su potencia para subir la temperatura desde el principio, continuando después con el atrevimiento de Amaia, mezclando pop y vanguardia, y la contundencia sónica de los siempre efectivos en directo Dorian (y también muy queridos en este festival). El toque canalla de Ladilla Rusa cerró la velada, aunque su banalidad no encajase en mis intereses el pasado sábado.

Conseguir esa sensación de noche irrepetible cuando pensaba que tenía ante mí un cartel de lo más deslavazado solo puede ocurrir aquí. En el FIZ se hace magia y así lo pude constatar un año más. Porque sentí que la combinación encajó a la perfección. Que se puede apostar por el nuevo talento local como el de los jóvenes Multipla y combinarlo con una de las artistas más aclamadas por el público masivo en la actualidad. Una Amaia que me impresionó en el buen sentido. Tener espacio para el rock combativo y desprejuiciado de Niña Polaca y la profundidad neomística de Dorian. Y lo mejor es que todo eso fluya. De nuevo una perfecta organización, aunque en algunos tramos contó con un sonido mejorable, sobre todo durante la actuación de Niña Polaca, a los que costó entender parte de su discurso debido a esas guitarras tan presentes.

La tarde empezó con Multipla en una sala que poco a poco se fue llenando. Abrir este tipo de festivales es duro, pero estos tres jóvenes, que cuentan con tan sólo dos años sobre las tablas, arrasaron. Muy en la línea de Cala Vento y con una voz principal que podría recordar a Alcalá Norte, pero a la vez con una personalidad propia que desprende buenas dosis de rabia y mucho talento. Desde luego que habrá que tenerlos muy en cuenta porque vienen cargados de potencia, actitud y sobre todo temazos (sirvan "Dolores" o "Sidecar" como buena muestra de ello). Y si además se marcan una versión de "El hombre bombilla" del Niño Gusano ya nos tienen ganados para siempre. Uno de los mejores arranques del festival en años.

El concierto de Niña Polaca pasó como un suspiro. Pletóricos y llenos de energía, en su puesta en escena jugaron con las luces y las sombras gracias a una iluminación desde el fondo del escenario, lo que les otorgó cierta pose oscura y provocadora a la par. Los madrileños se encontraron con un público muy receptivo y entregado que entonó con fuerza sus canciones más emblemáticas, principalmente las que forman parte de su último disco "Que adoren tus huesos". Esa energía del público suplió los fallos de sonido que antes señalaba, aunque también se escucharon quejas inevitables. "Madrid sin ti", con esa intro con el "Madrid" de Pereza, "San Francisco el Grande" con un solo desaforado de eléctrica para terminar, "Nora" con su particular subidón emocional o "Travieso" fueron sus cotas más altas, sin olvidarnos de su efectivo broche final con la ya muy popular "Mucho tiempo contigo". Un grupo lleno de hits para contagiarnos con su épica y dinamismo.

Tan solo llevábamos dos horas y el nivel de entrega había sido tan alto que se necesitaba tomar aire durante el descanso para preparar el escenario de la siguiente artista. Una marea de jóvenes coparon las primeras filas y estallaron en una gran ovación al ver aparecer en escena a Amaia. Su escenario era un ir y venir de cambios. Tan pronto acariciaba el piano como se protegía tras el arpa. Amaia se movía desde un cubículo que ocupaba el centro de las tablas hasta una plataforma elevada, dando así la sensación de encontrarnos ante un espectáculo de gran escala. Su joven banda se movía entre la transgresión del avanzado siglo XXI, usando sin complejos una buena base de programaciones, y el clasicismo que aporta el violín, el contrabajo o la guitarra española mezclados con la finísima voz de la pamplonica, que en muchos momentos nos puso los pelos de punta. Como punto a mejorar quizá su excesiva espontaneidad. Acordarse de sus familiares está bien, pero presentar a su banda como unos superdotados, tal vez no sea el término adecuado. Polifacéticos lo vería mejor. Eso sí, todo es espectáculo en su directo, cada canción es un mundo. Puro teatro.

Me llegué a preguntar si pegaba en el FIZ, pero toda la gente convocada gracias a ella atestigua que sí. Hubo lleno en la Sala Multiusos y parte de la responsabilidad fue de ella. Puede entonar desde la tradicional "Tarara" a una muy bien llevada "Santos que yo te pinté", en la que confesó ser fan incondicional de Los Planetas. Sentirse cómoda con el piano en "C'est la vie", en la que nos mostró su virtuosismo, o con la guitarra en "Quedará en nuestra mente". Y eso por no hablar del reto de llevarse de gira también una bellísima arpa para interpretar “Ya está”. Puede que la jota de "Yamaguchi" esté algo fuera de lugar o "MAPS" sobrevalorada, pero podemos caer rendidos con "Tengo un pensamiento" o con la reinterpretación de su single junto a Alizzz "Qué vamos a hacer". Su último LP fue el auténtico protagonista, y lo defendió con total convicción ya que, sin ninguna duda, es el más completo y logrado de su breve aunque intensa carrera. No sé si tildar su participación en este festival como sobresaliente, pero desde luego me dejó en muchos momentos con la boca abierta.

Tras el huracán desatado con Amaia, y aunque hasta ahora mis expectativas habían sido superadas con creces, llegaba el momento que más deseaba. Mi reencuentro con Dorian en directo. Cada vez que los escucho en vivo los disfruto más y, como ellos saben, el FIZ les quiere y en él se vacían en cuerpo y alma. Los fallos en la sonorización de Niña Polaca quedaban muy lejos, porque ya no había vuelto a haber atisbo de ellos. Todo estuvo en su sitio y Marc Gili nos hizo partícipes de sus veinte años de amor con Zaragoza. Lisandro Montes acaparó gran parte de la atención con sus múltiples cambios de pose e instrumento en el escenario y Belly Hernández volvió a ser el complemento perfecto de calma para una banda que dentro de su contención es cada vez más sólida y firme en su propuesta, que está muy por encima de la media en efectismo y efectividad.

Era el momento de dar especial cabida a "Futuros Imposibles" y por eso mismo la banda de la ciudad condal empezó con "Algo especial" y se detuvo también en la emocional "A cámara lenta" o en la más enérgica "El Sur". Pero en los conciertos de Dorian hay sitio para todos sus clásicos, con los que siempre conectamos, y por eso mismo no se olvidaron de "Verte amanecer" o "Los amigos que perdí", llegando al verdadero éxtasis con "A cualquier otra parte" o "La Tormenta de Arena". Increíbles una vez más, porque nadie puede negar que son canciones a las que no les falta de nada. Potencia, actitud, emoción y convicción.

No me quedaron fuerzas para Ladilla Rusa, pero con esta muestra descrita puedo asegurarles que el FIZ nos ofreció música de amplias miras y gustos. Sin lugar a dudas, el festival al que más cariño le tengo no se pone límites. Su apuesta cambia, busca nuevas sendas, vuelve a lo seguro o se reafirma en los clásicos, pero siempre nos atrapa. Tal vez echemos en falta algún nombre internacional como los que se dejaban caer por aquí en muchas ediciones pasadas, pero su espíritu se mantiene intacto. Por eso, y pese a la primera impresión que pueda darnos cualquiera de sus artistas en cartel, mi amor por el FIZ crece y es incondicional porque siempre me asegura una de las más intensas noches de sábado del año. Una noche de convivencia, apertura de miras, grandes descubrimientos, energía y pasión, mucha pasión por mi vida, que es la música, como cantaba Marc Ros, otro de los amigos de esta joya de festival que tengo el inmenso honor de que ponga cada año en el mapa de la música independiente a mi querida ciudad.

Suede: “Antidepressants”


Por: Àlex Guimerà. 

Llevo siguiendo a los London Suede -así se hacían llamar al principio por coincidencia de nombre con una banda americana- prácticamente desde sus inicios en 1993 cuando dieron el pistoletazo de salida al Brit Pop con su salvaje actuación en los Brit Awards, a pesar de que su propuesta era glam-punk salvaje y aún no nadaban en corrientes poperas. Eran los comienzos de la primera etapa de su carrera que incluye los discos tremendos que sacaron con Bernard Butler en la banda, el estelar "Coming Up" (1996) y esos más que correctos "Head Music" (1999) y "A New Morning" (2002), tras los que decidieron separarse. 

Afortunadamente, una década después volvieron con un perfecto álbum de regreso como fue "Bloodsports" (2013), la ópera glam "Night Thoughs" (2016) y el melodramático "The Blue Hour" (2018) . Cerrada la década decidieron publicar el doble álbum recopilatorio "The Best Of Suede 1992-2018" (2020) y ofrcer una gira de aniversario del "Comming Up" en la que mostraron músculo y un buen estado de forma encima del escenario. Todo indicaba que nos encontrábamos en un punto y aparte previo a abrir una tercera etapa en la vida de la banda, algo que vistas las publicaciones posteriores no nos cabe ninguna duda.

Fue en 2022 con su noveno álbum, "Autofiction", cuando marcaron territorio demostrando que son una banda que aún tiene mucho que ofrecer. El álbum en cuestión se desmarcaba de su anterior producción mostrando un sonido más crudo y visceral, lo que lograron grabándolo en directo y tomando como referencia su homónimo álbum de debut. Así, este pasado 5 de septiembre publicaban "Antidepressants", repitiendo portada en blanco y negro, y mejorando la propuesta en el que será, sin duda alguna, uno de los mejores trabajos de su dilatada carrera.

De nuevo los londinenses han contado con la producción del veterano Ed Buller (colaborador histórico de la banda) para unas canciones que fueron grabadas en directo en estudios de Bruselas, Estocolmo y, cómo no, Londres. El resultado es un álbum que mantiene intacto el poso dramático de Suede pero que lo encrudece. El grupo adopta formas cercanas al post-punk, con ecos a The Cure, Joy Division y New Order, en las que destaca el fornido bajo de Matt Osman que en muchos momentos se erige protagonista. Los singles de adelanto - "Disintegrate", "Trance State" y "Dancing With The Europeans"- ya anticipaban este viraje en el que la voz de Brett Anderson se escucha más versátil y menos encorsetada en el dramatismo y la melodía pop, capaz incluso de frasear al puro estilo de los Pixies

Al poner la aguja nos encontramos con “Disintegrate”, que es un golpe seco, directo, que rehúye de cualquier comodidad para instalarse en terrenos de descomposición personal. Le sigue “Dancing With The Europeans”, con un tempo inesperadamente bailable pero que danza por pistas oscuras. El tema titular, “Antidepressants”, condensa el concepto del álbum en una pieza sombría y gótica, mientras que “Sweet Kid” aporta un respiro melódico más accesible para evitar que el disco caiga en la monotonía. La tensión se eleva de nuevo con la catártica “The Sound And The Summer”, y se mete en terrenos "pinkfloydianos" en “Somewhere Between An Atom And A Star”, pero sin perderse en plagios baratos.

En la segunda cara, con “Broken Music For Broken People”, apuestan por la crudeza y la urgencia punk, antes de que “Trance State” nos hipnotice con ese ritmo repetitivo y esas trabajadas capas sonoras. “Criminal Ways” tira de guitarras mordientes a cargo de un Richard Oakes especialmente inspirado en todo el álbum a la vez que meten crítica social, mientras que con “June Rain” encontramos su enésima balada oscura para relajarnos ante tanta intensidad previa. Finalmente, con “Life Is Endless, Life Is A Moment” cierran el viaje caminando por unos pasajes tenebrosos en los que respiramos fragancias de rock (pop) industrial.

En definitiva, "Antidepressants" confirma esta tercera etapa de Suede como una época muy interesante en el que la banda ha sido capaz de reinventarse sin perder su esencia, en una obra fresca, con nervio, a la vez que áspero y oscuro, plagado de guitarras cortantes, suciedad eléctrica y ritmos contundentes, que la convierten en algo simplemente apabullante y magnético.

Cuarenta aniversario del "Rain Dogs" de Tom Waits: Oda al Nueva York de los bajos fondos


Por: Álex Fraile. 

Nueva York no es una ciudad cualquiera. La gran metrópolis sorprende, cautiva, enamora y confunde. Ya lo dijo el propio Le Corbusier: “Cien veces he pensado que Nueva York es una catástrofe, y cincuenta veces que es una hermosa catástrofe”. Nueva York es un verso libre, ajena a convencionalismos. Un lugar donde todo puede ocurrir.

El propio Tom Waits –el trovador de los bajos fondos– lo comprobó cuando abandonó California para asentarse en Nueva York a mitad de los ochenta. Una ciudad donde todo tiene cabida como suele decir: “Te metes en un taxi conducido por un japonés en el barrio judío, y vas a un restaurante español donde oyes a un grupo de tango japonés mientras comes comida brasileña. Además, es una gran ciudad para los zapatos”.

En pleno corazón de Little Spain, sumergido en un sótano entre Washington Street y Horatio Street, dio forma a uno de los discos referenciales del universo Waits. Una de sus obras maestras: "Rain Dogs" (Island Records, 1985). Un álbum atemporal del que se cumplen ahora cuarenta años pero que no dejará de crecer y de recordarnos que la luz tiene cabida incluso en el más profundo de los sótanos. 

Ahí en el corazón del bajo Manhattan, el músico errante, el genio de Pomona, fraguó su Rain Dogs. Una oda a los bajos fondos, un glosario de historias de perdedores en clave de góspel, vals, pop, rock, tangos e incluso polkas. Un trabajo compuesto al son de pianos, guitarras, marimbas, trombones. Nuevamente, quién mejor definió esta joya de diecinueve perlas fue el propio Tom. «Es como un álbum de fotos familiares. Muchos de mis parientes son granjeros y excéntricos. Como los parientes de todo el mundo, ¿no?». 

Tom siempre tuvo criterio para elegir sus amistades. En "Rain Dogs" se acompañó de amigos de grandes vuelos como los guitarristas Marc Ribot –indispensable para entender el sonido de este disco– o el propio Keith Richards, quien le acompaña en tres cortes como "Big Black Mariah", "Union Square" o "Blind Love". Pero aquí las guitarras conviven con un sinfín de instrumentos: el saxo lúdico e irreverente del actor y compositor John Lurie; la batería suelta y precisa de Stephen Hodges o el bajo del californiano Larry Taylor.

En lo personal –permítanme la licencia– esta obra supuso supuso mi bautizo en el universo Waits y la afiliación a la Iglesia de los Perdedores de los Bajos Fondos. Una lluviosa noche de invierno lo escuché sin tregua. Casi sin darme cuenta, rodeado de amigos, las canciones de Waits fueron desfilando en bucle, una tras otra. De todas formas, una simple estrofa recitada de manera rasposa por Waits fue suficiente para caer en las garras de Tom. Un individuo de pinta inquietante, pero, aún con esas, si le viésemos en cualquier tugurio de mala muerte con una copa de más se convertiría de inmediato en nuestro amigo. Jamás me lo crucé de copas en Nueva York, pero dio igual. No era necesario. Waits ya era mi amigo y jamás dejará de serlo.

Con el paso del tiempo, Waits se ha convertido en parte de nuestra existencia. En parte de la vida de cualquiera que se sienta como un Perro de Lluvia. Alguien que pretenda vivir de manera independiente. Listo para abrazar la libertad, correr riesgos y disfrutar de la vida, incluso si eso significa apartarse de las convenciones y expectativas de la corriente principal. “El ron entra fuerte y ligero / Al ritmo que marca el barrendero / con los perros de lluvia / Subo a un tren naufragado / Le dejo mi paraguas a los perros de la lluvia / Porque también soy un perro de la lluvia.” Los versos de ´"Rain Dogs"´ duelen, emocionan e invitan a beberse la noche mientas se baila con los perros de lluvia.

"Rain Dogs" bien podría servir para escucharlo una noche de lluvia, pero en el fondo sirve para soñar y evadirse del mundo de los mortales y adentrase en el universo de Waits y de paso transitar por las mil caras de Nueva York. Una ciudad que como el propio músico dice “no tiene ninguna lógica. Tienes que estar un poco desquiciado para vivir aquí”. Una ciudad que cada vez que va no deja de sorprenderle. En una de sus visitas no dio crédito al observar una enorme fila de gente en la calle. Pensó que a lo mejor había una pelea de mujeres o algo parecido. Preguntó a un par de chicos y le dijeron que hacían cola para comprar una ensalada. ¿En fila para comprar una ensalada? “Sí, me sentí́ francamente avergonzado por ellos”, comentó a su amigo David Letterman durante una entrevista televisiva. 

Ya con su anterior disco, "Swordfishtrombones" (Island Records, 1983), empezó a huir del Waits de los setenta, de su anterior discográfica, de su mánager de siempre, de los guiños a Dylan, del piano. La voz seguía siendo blusera, áspera, ahumada y quemada pero el sonido tornó en complejo, metalizado, primitivo, introduciendo la que sería una de las marcas de la casa: el aullido. 

La llegada de Waits a Nueva York supuso la confirmación de un cambio y contribuyó a completar su metamorfosis. Persiste el gusto por lo novedoso, dando peso a instrumentos anticuados, percusión metal sobre metal, números de cabaret contundentes que se alternan con instrumentales tenues, pero tiene una estética más grunge y desgastada que prioriza la guitarra de Ribot que por momentos suena como si de una máquina se tratatase. Rain Dogs, parece lo que fue. Un disco de banda. Los instrumentos interactúan entre ellos, como si estuviesen entremezclados en un mismo espacio. Por algo el disco se concibió en un sótano neoyorquino dónde imperaba el caos y el desorden. La evolución de Waits tiene sentido al comprobar sus letras. La imaginación y el surrealismo campan a sus anchas. 

El disco, en contra de lo que se podría pensar, no comienza en la Gran Manzana, sino rumbo a Singapur, a miles de millas de ahí. "Singapore" constituye un cabaret salpicado del sonido de las marimbas y del trombón antes de que la voz ronca de Waits cumpla el hechizo. “Zarpamos a Singapur, estamos todos locos como sombreros aquí”. La aventura promete. "Clap Hands" evoca a una orquesta gamelán mientras una campana de iglesia resuena en la distancia y la guitarra de Ribot brilla sigilosamente. El álbum prosigue al ritmo de polka y de rumba con riffs cubanos en "Cemetery Polka" y "Jockey Full of Bourbon" respectivamente.

La influencia neoyorquina se hace si cabe más patente en títulos con guiños claros a la ciudad: "Midtown", "9th & Hennepin", "Union Square" –rockera, desenfrenada, adictiva por igual– y sobre todo esa maravilla que representa "Downtown Train" y que cuatro años después Rod Stewart la edulcoraría y convertiría en todo un clásico, llegando a lo más alto de las listas de ventas. Sin quitar mérito al escocés, la versión –la original– de Tom vuela y se cuela para siempre en el corazón. 

La variedad de estilos es patente y "Blind Love" rezuma a puro country, rebajando los ánimos y emocionando con su amigo Keith a la guitarra. La locura, las cacofonías vuelven a ritmo de jazz y rhythm and blues. Cada cual tendrá sus gustos, pero Waits muestra sus múltiples caras en esta asombrosa aventura que es "Rain Dogs". Los más clásicos disfrutarán con la pegadiza hermosura de "Hang Down Your Head" o con "Time" una balada que rompe el corazón con versos punzantes: “Y cuando están en racha / Ella saca una navaja de su bota / y mil palomas caen a sus pies / Así que con una vela en la ventana / y un beso en sus labios / Mientras el plato fuera de la ventana se llena de lluvia / como un extraño con la maleza en tu corazón”. Otros preferirán la faceta satírica y grotesca de "Cemetery Polka", un bodegón de personajes mayores y tacaños como el Tío Biltmore y el Tío William o el Tío Vernon: “Tío Vernon / Tío Vernon / Independiente como un cerdo en el hielo”.

Mención aparte merece "Rain Dogs", la canción que da nombre al disco y que nos recuerda que a pesar de las múltiples caras de Waits continuamos viajando con él por los bajos fondos de Nueva York. Una ciudad portuaria, llena de transeúntes y de personajes noctámbulos, desesperados que simplemente buscan sobrevivir sin perder la cara a la vida, como lo que son: perros de lluvia. Pasará el tiempo y seguiremos recordando esa oda al Nueva York de los bajos fondos que es "Rain Dogs". Sin duda, una obra maestra y el fiel reflejo del Nueva York de Waits.

Leiva: Hasta que se quede sin voz


Plaza de toros Los Califas de Córdoba. Sábado 27 de septiembre del 2025.

Texto: J.J. Caballero.
Fotografías: Rafael Carmona.

No fue hasta que los días fueron pasando y se aproximaba el momento esperado por miles de seguidores (e incluso algún que otro curioso empujado por las circunstancias) que no se confirmó que el bueno de Leiva podría subirse al escenario después de que unos días antes se viese obligado a cancelar el concierto que debía ofrecer en Guadalajara. Una faringitis aguda, complicada con amigdalitis y alguna que otra infección conjunta, le tuvieron fuera de combate durante unos días complicados en los que la cita cordobesa peligró seriamente. Fue entonces cuando se colgó oficialmente el cartel de "sold out" que suele adornar casi todos los carteles del actual Tour Gigante. 

Así se llama la gira que lo lleva de nuevo por los escenarios de más capacidad del país en un despliegue acústico y técnico de primer nivel, todo sea dicho, pues desde hace tiempo el músico madrileño juega en la primerísima división del pop rock español. Con todo lo que de mainstream pueda tener su concepto musical, que lo tiene, nunca se le podrá negar la profesionalidad aplastante que demuestra bolo a bolo, el mimo que le pone a la faena dentro y fuera del escenario y el respeto absoluto a un público que se le entrega incondicionalmente desde la primera canción desgranada. También hay que tener en cuenta a la banda, unos músicos provistos de las armas suficientes para que el arsenal nunca deje de acercarse al blanco previsto, con la complicidad y la cercanía que transmiten y les es transmitida sin fingimiento alguno.

Habría que intentar explicar que el éxito de un músico que ya conoció dichos laureles desde que empezó a tocar la batería en diversas bandas y a foguearse en el germen de Pereza junto a algún compañero de batalla que aún hoy lo acompañan en directo (el bajista Manolo Mejías ya formó parte de la aventura primigenia, y el indispensable Tuli, ahora transmutado en saxofonista díscolo, fue uno de los fundadores de la banda y compañero casi inseparable en el tiempo y la distancia). Secundado además por las teclas del jefazo César Pop, el magisterio a la batería de Jose ‘Niño’ Bruno, la trompeta juguetona de Gato Charro y las percusiones mágicas de Mariana Mott, el contrapunto necesario al juego de soul rock con el que baña la mayoría de los temas en el primer tramo.

El sonido horripilante desde el ruedo del coso de Los Califas, un tema del que alguien debería ocuparse seriamente cada vez que una gira de estas características pasa por ahí, mejoraba a medida que la cercanía a las gradas se encargaba de pulir la bola sónica informe que sufrieron, sin ser demasiado conscientes de ello, aquellos que buscaban las fotos a compartir desde la primerísima fila. Con todo, “Bajo presión”, “La lluvia en los zapatos”, “Gigante” –probablemente su mejor canción en mucho tiempo-, “Lobos” y “Terriblemente cruel” forman un repóquer de ases infalibles para arrasar el ánimo de fieles y hasta de algún infiel que pasaba por allí sin intuir que el espectáculo escénico que estaba presenciando sería de tales dimensiones. Leiva es un músico limitado, ni siquiera es un guitarrista brillante y es consciente de ello, aparte de que su perjudicada garganta no le daba para aguantar los picos de algunos temas, rematados al final por los coros de su hermano Juancho, el pequeño y más activo miembro de la familia, el escudero perfecto para suplir posibles carencias y lagunas que en nada afectan al resultado global. 

Las seis cuerdas se transforman en doce, trasiego de instrumentos mediante, en otras paradas obligadas del repertorio: “Superpoderes”, “Sincericidio”, “Breaking bad”, “El polvo de los días raros”… Todo muy en su línea, demasiado lineal a veces, muy limpio y muy bonito, con sus coros y estribillos directos al corazón más sensible. Nada de suciedad, tan necesaria en eso que aún seguimos empeñándonos en llamar rock. Aquí prima la eficacia sobre la sorpresa. En directo hay temas que mejoran y amplifican su efectividad, esa que en disco queda mermada por una producción estandarizada y ausente de los latigazos que sí ofrece en escena, acentuándolos en la lírica elevada de “Ángulo muerto”, “Cortar por la línea de puntos” o “Flecha”, tal vez la recuperación más inesperada de un set list apostado en la seguridad y la respuesta inmediata. 

El momento íntimo lo reserva para él solo, en un “Vis a vis” consigo mismo y sus ajadas cuerdas vocales en el que se muestra como el músico frágil y acongojado que en realidad es, el mismo que llamó a su amigo Robe para facturar una emocionantísima “Caída libre” en recuerdo de un amigo en pleno proceso de depresión. Tampoco podemos olvidar que el señor del sombrero y el look anoréxico adorna su salón con el Goya a la mejor canción que le dio “La llamada”, hecha con idéntico título al de la película que cierra y a mayor honor de su ex pareja Macarena García, inspiración y destino último de la práctica totalidad de sus últimas canciones. Pero también es capaz de guiñar con el ojo bueno que le queda a dos de sus maestros, que también son los nuestros: Chuck Berry y Santiago Auserón, el segundo haciendo de vía para el primero en la revisión del “You never can tell” que el aragonés retituló “Quién lo iba a suponer”. Nada nuevo, pero que así sea todo lo viejo que nos rodea. 

 El alma negra de Leiva, no por aviesa sino por ávida de vida y de la música tendente a dicho color, ya queda evidenciada casi desde el principio y, a poco que se escarbe en su discografía, en su entorno artístico más cercano. Se le perdona incluso que recurra a lo más obvio para irse despidiendo, con la coda final de “Hey Jude” como vitola beatleiana en “Como lo tienes tú” y la ráfaga encadenada con “Estrella polar”, “Lady Madrid”, “Como si fueras a morir mañana” y la inevitable “Princesas” partida y repartida para el clímax. Himnos para el roquerío pijo de la ciudad, baladas para alimentar el lado más hippie del oyente casual, recuerdos de una época en la que también triunfó… Sea como fuere, y como diría su socio Joaquín Sabina, la mala salud de hierro que suele acompañar a Leiva fue esta vez diagnóstico y remedio para él y quienes lo adoran. Hasta que le falte la voz, que la suerte lo acompañe.

Pink Floyd: 50 años de “Wish you were here”


Por: Javier Capapé. 

El tiempo corre para todos. Nos hacemos mayores. Porque cuando uno de los discos que siempre has tenido presente cumple medio siglo todo indica que tú andas por el estilo. “Wish you were here” nunca ha sido considerado el mejor disco de Pink Floyd, pero sí uno de los que más define su espíritu sinfónico. Un disco de apenas cinco cortes pero que contiene una de sus sinfonías más logradas, ese “Shine on you Crazy Diamond” dedicada al que fuera el motor en los inicios de la banda, el excéntrico Syd Barrett. Un tema estructurado en nueve partes y dividido en dos para servir de inicio y final de todo el conjunto. Pero la excelencia de este tema etéreo no lo es todo, ya que el tema titular se encuentra entre los más granados del grupo británico, más cerca del pop de masas que de la experimentación, pero un emblema al fin y al cabo. Con este par de premisas, ¡cómo no íbamos a celebrar esta efeméride! 

Como ya es menester con este tipo de discos, se espera reedición de lujo para la temporada navideña. Una edición con cuatro LP’s de vinilo transparente, un single de vinilo, dos cd’s y un blu-ray. Ahí es poco. Una reedición pensada solo para grandes coleccionistas y bolsillos, aunque también es cierto que se lanzarán algunas ediciones más humildes para el resto. Pero mucho más allá de reediciones, el disco merece que volvamos a él para ratificar el buen estado de forma que vivía el por entonces cuarteto antes de que las tensiones entre sus dos facciones les llevaran al declive tras una década de los setenta encomiable. 

“Wish you were here” fue un lanzamiento muy esperado, quizá el más esperado en el rock hasta la fecha. Había grandes expectativas puestas en él, ya que su predecesor había sido el disco más aclamado del grupo (y también el más vendido, contando a día de hoy con más de cuarenta y cinco millones de copias despachadas). Después de “Dark Side of the Moon” había que tener muy claro el siguiente paso a dar y Pink Floyd optaron por la melancolía y la añoranza, en el disco más introspectivo que publicaron hasta la fecha. Algunos lo llamaron su cara triste, pero más bien en él se hallaba la culpa por haber dejado años atrás en la cuneta al alma de la banda y por eso dedicaron a Barrett el grueso de estas canciones, concretamente los temas que abren y cierran el álbum además del titular, que se presentan a las claras y cuyos títulos no dejan sitio a la duda.

Aunque lo mejor estaba en su esencia, más que en sus datos o dedicatorias. Lo que verdaderamente ha hecho de este disco uno de los más brillantes de los Floyd son sus maravillosos cuarenta y cuatro minutos de música. Eternos e imperecederos. Por supuesto que al tema “Wish you were here”, una de las canciones universales de los británicos, no le falta nada. Tiene todos los ingredientes para permanecer indeleble en nuestra memoria. Un arranque con un arpegio de acústica letal, un estribillo totalmente coreable y una progresión final en forma de solo de guitarra memorable. Pero esto no es todo, porque “Shine on you Crazy Diamond” tiene intensos momentos para perdernos en ellos y flotar con su esencia. Cuando la voz de David Gilmour entra es casi más letal que su punteo de guitarra atmosférico con el que la canción va tomando altura. Es por eso que siempre ha sido prácticamente obligatoria en sus directos, porque es absolutamente irresistible y representativa de su espíritu sinfónico de masas. Quizá en sus inicios Pink Floyd era un grupo más fácil de ser entendido por un público selecto, por aquello de sus ramalazos lisérgicos, pero a mediados de los setenta supieron mantener su estilo sinfónico acercándolo a las mayorías. Por eso, cuando el común de los mortales opina sobre rock sinfónico, en su cabeza está Pink Floyd (y probablemente esta pieza dedicada al inmortal espíritu de Syd Barrett). 

No hay que olvidarse de “Welcome to the Machine” y “Have a cigar”, las dos canciones que se salen algo del tiesto en esta colección, aunque no por eso dejan de ser grandes obras. En “Welcome to the Machine” Roger Waters nos deja exhaustos. En ella ya intuíamos algo de lo que después desarrollaría Waters en “The Wall” y Richard Wright se marca un tremendo solo con el sintetizador. Su desarrollo es hipnótico y la canción se sostiene perfectamente por su solidez. Para nada es algo menor y consigue brillar desde la contención. “Have a cigar”, por su parte, tiene más formato de single, aunque sin llegar a arrebatar el puesto de honor a “Wish you were here”. En ella la guitarra de Gilmour se mueve cómodamente entre el colchón de teclados y la poderosa sección rítmica emparentada con “Money”. Es difícil ponerle pegas.

En definitiva, cincuenta años de un clásico con todas las letras. De un disco que quiso tomar el relevo de su predecesor y sirvió de trampolín para todo lo que habría de venir después en el seno de esta gran banda. Como si sus cincuenta años no hubieran pasado para él, “Wish you were here” nos llama e invita una vez más a sentirnos como esa brillante mente enloquecida, esa que desprende la magia del genio. De ese genio que también podemos ser nosotros, al menos mientras el disco gira.

Jodie Cash + Sergi Estella: "Seny" americano


Sala Upload, Barcelona. Sábado, 27 de septiembre del 2025. 

Texto y fotografías: Àlex Guimerà. 

 A menudo valoramos más el talento de artistas de fuera que los que tenemos en casa. Por eso es importante no perdernos sesiones como la que pudimos vivir el pasado sábado día 27 en una Sala Upload barcelonesa en plena ebullición por las Fiestas de la Mercè. El evento suponía la puesta de largo en casa del maravilloso álbum “My Senses” que la cantante del Maresme publicó en primavera. El programa incluía la presencia de Sergi Estella para el arranque y el anuncio de una serie de invitados para el concierto principal, algunos de los cuales finalmente acabaron cayendo.

Bien temprano, a las ocho y media, arrancó el vallesano para dejarnos alucinados con la originalidad de su propuesta. Situado en medio del escenario, cual hombre orquesta, tocó de forma poderosa distintas guitarras hechas a mano, mientras con los pies marcaba los ritmos al bombo y platillos y cantaba con su rasgada y potente voz, como si fuera un intérprete sureño americano. Por si fuera poco se reveló como un fabuloso showman, medio predicador y gran cómico –ojalá muchos monologuistas que llenan las salas de nuestras ciudades tuvieran la mitad de gracia y desparpajo– en sus parlamentos y explicaciones de las canciones. 

Fue de este modo como interpretó títulos raros como “No trobo lloc per aparcar”, con la que narró sus peripecias para aparcar su furgoneta tras haberle dejado tirado su banda, “Sunmi de Missouri”, una oda a los palitos de cangrejo, o “Ma mare ha enviat uns sicaris perquè li torni els seus tuppers”, en donde contaba cómo se defendía de unos sicarios mandados por su madre para recuperar los tuppers que aquélla le había dejado. Pero es que al margen de su vertiente humorística, musicalmente el tío es muy bueno, clava las canciones, con esa voz privilegiada que tiene y esas guitarras tan singulares que se fabrica con materiales raros, una al estilo Bo Diddley con la caja cuadrada hecha con una maleta, otra elaborada a base de latas de cerveza o la que había construido con los restos de una barca. Encima nos metió un trozo del “Virolai”, tocó “Down, Down, Down”de Tom Waits (claro, referente suyo) o la intro de “Vodoo Child” de Hendrix. Este barbudo de Rubí debería de promocionarse porque es único en su especie.

En el descanso entre conciertos las pantallas del escenario nos mostraron el making off del disco “My Senses”, donde pudimos conocer las historias y el proceso de grabación que se esconden detrás del formidable trabajo. Al terminar el video entró la banda de músicos liderada por Toni Espelta y la solista vestida de rojo y con el sombrero vaquero en la cabeza. El concierto arrancó de forma atronadora con las dos guitarras a todo voltaje y la sección rítmica a todo trapo, y dejando claro que estaban allí por el rock’ n roll. No tardó en subirse al escenario la primera invitada, Susana Colt, de la banda zaragozana Montana Stomp. Con su look Ramones y su garganta Janis Joplin, desplegando más energía si cabía aún en el escenario. ¡Ah! Su intervención fue rubricada con el riff de "Layla", de Eric Clapton.

Sobra decir que “My Senses” fue el centro de la fiesta con sus estupendos temas. Así escuchamos “Sunday Morning” presentado por Jodie como una misa dominical, y las texturas Country comenzaron a desplegarse. La prodigiosa voz de la cantante y esas melodías perfectas para el género no parecen haber surgido por una catalana currante y recientemente madre con la ayuda de su marido, sus padres y su banda, sino que parecen surgidos de la mejor tradición de Nashville. Seguro que si fuera una artista norteamericana muchos se estarían tirando de los pelos, lo que nos lleva a reflexionar si valoramos suficientemente lo que tenemos en casa.

El bolo siguió con esa “Farru” dedicada al fallecido perro de la cantante, con el videoclip en pantallas en el que aparece la protagonista conduciendo un tractor en medio de unos campos verdes. Toni nos coló “Ghost Riders In The Storm” con su guitarra, bromeando con Johnny Cash, quien al parecer había inspirado el tema. Le siguió otra que Jodie había compuesto “para su otro perro, el más fiel”, refiriéndose a su compañero de vida Toni, en esa preciosa balada llamada “Eternity”. Acto seguido, el propio Toni, cantó una estrofa de la taciturna “This Lovely Night” que coronó dándole un beso a su esposa tras el gorro de cowboy. 

Los invitados siguieron desfilando con la presencia de Sweet Negrita que aportó su bonita voz, y Estrella Cabrera, madre de la cantante y responsable de cinco de los temas del álbum y que se atrevió con “That Light On Me”, que según nos contó la compuso tras tener una especie de revelación mística al ver una linea de luz. Estrella es una gran compositora y a ella debemos mucho de “My Senses”. Un nuevo intruso invadió la escena, era Sergi Estella con una de sus cachivaches de seis cuerdas para meter solos épicos y voz en “Way’s Hard”; le siguió Aleix Lozano de los Willy & The Poorboys, la banda tributo a la Creedence Clearwater Revival, reuniéndose de nuevo con sus compañeros. Y es que la banda de Jodie Cash se compone prácticamente por los mismos músicos que los Willy. Aleix, también miembro de The Grassland Sinners, es un formidable guitarrista, lo que demostró al mando de una espectacular y plateada Gretsch que tocó con el tubo slide en “Changes In The Wind”. Y cuando pensábamos que lo habíamos visto todo va y nos aparece una leyenda del rock barcelonés como es Ricardo Papaceit “Chele” de los Bombarderos, quien cantó por "Call Me the Breeze", de J.J. Cale con la energía de los Dr. Feelgood en uno de los grandes momentos de la noche. Y para cerrar el concierto, una “Comeback Home” que dio paso a los bises con Jodie y Toni sentado en las escaleras con la acústica antes de dar paso a la banda y a todos los invitados para desfasarse al son de “Rollin’ Swingin’”, que fue un perfecto final a la velada. 

Con su último álbum Jodie Cash ha virado hacia el country, ha tenido que cambiar su forma de cantar, ha rescatado canciones maravillosas de su madre y ha compuesto otras del mismo nivel, para clavar el que será uno de los mejores álbumes del año sin duda. Un disco que poco tiene que envidiar a las maestras del género Dolly Parton, Loretta Lynn o Patsy Cline, y que nadie que se considere fan del género debería perderse. Por ello los espectadores de la pasada edición del Huercasa celebraron su música , y así la celebramos también quienes presenciamos el bolazo que esta heroína de la clase trabajadora, Jodie Cash, dio junto a los suyos en la Sala Upload este final de septiembre.

Josh Rouse, la alegre nueva vida de los recuerdos


Sala Wolf, Barcelona. Viernes, 26 de septiembre del 2025.

Texto y fotografías: Àlex Guimerà.

Josh Rouse tiene muchos vínculos con España. Justo con el lanzamiento de su álbum "Subtítulo" (2006) se mudó a vivir a Altea (Alicante) y luego a Valencia por amor (la culpable fue la cantante Paz Suay), donde formó una familia. Fue a partir de entonces cuando comenzó a grabar con Paco Loco en el Puerto Santa María, cantó algunas canciones en castellano e hizo un proyecto paralelo con su esposa llamado "She's Spanish, I' m American". Además de entablar amistad con el cineasta Daniel Sánchez Arévalo y aportar "Quiet Town" para la película "Gordos" (2011) y "Do You Really Want To Be In Love?" para "La gran familia española", con la que ganó un premio Goya en 2014 a la mejor canción.

Pero vayamos al momento justo antes de su mudanza mediterránea, cuando el cantautor nacido en Nebraska publicó el que para un servidor es sin duda su mejor trabajo, tras "1972" (2003), "Nashville" (2005). Un disco titulado como su otro hogar, la ciudad en la que había estado viviendo y en la que se inspiró para componer esas preciosas canciones pop que en la actual gira quiere rememorar aprovechando el veinte aniversario de su publicación. Para la ocasión se rodeó de una súper banda norteamericana que incluían al productor Brad Jones, al canadiense Marc Pispapia o al cantautor multi instrumentista Daniel Tashia. Dos décadas después, los encargados de llevar la sonoridad del álbum es una banda íntegramente valenciana que nada tienen que envidiar a sus antecesores: Chema Fuertes (guitarra), Cayo Bellveser (bajo), Alfonso Luna (batería) y Amadeo Moscardó (teclados). Un cuarteto que junto a Josh clavan las melodías, los ritmos y las sensaciones de las diez canciones recuperadas en una gira que pasó por Barcelona el pasado viernes 26, y por Madrid (Sala Villanos), un día mas tarde.

El evento en la Sala Wolf de la capital catalana incluía doble sesión con el cantautor local Marc Rockenberg, quien acaba de publicar su álbum "Go On", un disco autoeditado y que es el cuarto en su carrera. El músico presentó las canciones de su nuevo álbum junto a una banda muy bien armada capaces de guitarrear de lo lindo, hacer melodías vocales y clavar ese country rock que tanto nos gusta. Y encima se atrevieron a terminar de forma explosiva con “You Really Got Me” de los Kinks

Con poco tiempo de descanso, mientras escuchábamos Jazz, una pantalla tapaba el escenario luciendo la foto promocional del evento principal hasta que se levantó y nos dejó ver como entraba el cincuentón de Nebraska luciendo un gorro de cowboy y una sonrisa entrañable que no se borró a lo largo de la noche. Pronto le pudimos escuchar hablando en su perfecto castellano y saludándonos antes de atacar una de las canciones más potentes del disco homenajeado, "It's The Nighttime", con ese ritmo que invita al baile y esa dulce melodía. Cómo no, la banda resplandeció (como lo hizo toda la noche) compenetrada y sin fallos. Lo pudimos ratificar con otro de los hits del álbum “Winter In The Hamptons” con sus “pa-ra-pa-pás” coreados por un público que a esas alturas ya estaba del todo entregado als show.

Uno de los momentos mágicos de la noche llegó con “Streetlights”, esa balada maravillosa y taciturna cuya magia del disco supieron trasladarla en directo. No tuvimos los violines, ni los efectos de estudio, pero los teclados, las guitarras y la voz delicada de Josh lo clavaron. Tras ella Josh nos preguntó si había alguna “Carolina” en la sala para dedicarle esa canción pop tan redonda, también nos preguntó como se traducía “Middle School”, a lo que un espectador le contestó “escuela secundaria”, y atacados los primeros acordes de la canción que cierra la cara A de "Nashville" nos confesó con todo el descaro que era un plagio de “Waiting On A Friend” de los Rolling Stones.

Otra de mis favoritas es la pegadiza “My Love Is Gone”, sobre la que Josh apuntó con humor que “no le representaba”. Luego vendría la maravillosa “Sad Eyes”, esa triste balada al piano que en su parte final despega en un giro triunfal y optimista. El blues aguerrido de “Why Don’t You Tell Me What” sonó a todo trapo y la naif “Life” con el cantautor a la armónica cerraba el set de revisión de un disco que se titula Nashville pero que no lleva el sonido country de esa ciudad, sino un cargamento de pop atemporal, que es, sin dudarlo, su mejor trabajo. Cierto que fuera de ese álbum el músico tiene grandiosos momentos y canciones, pero nunca ha facturado un paquete tan formidable.

La segunda parte del Show arrancó con Rouse solo a la guitarra abordando la bonita “Quiet Town” y a petición de los fans “Sweetty”. Acabadas estas, la banda volvía para acompañarle en una “Bussinessman”, para la cual pidió a tres chicas del público que hicieran los coros (¡24 hours a day!), amenazándonos entre risas a no seguir con el concierto si no aparecían voluntarias, y tras subir tres chicas (entre ellas una madre e hija) echarnos en cara que “menos mal que hay alguien que tiene huevos en Barcelona”. También nos preguntó cuánto tiempo hacía que no venía a la ciudad, a lo que le respondieron que desde 2013, aunque en 2018 formara parte del cartel del “Vida Festival” de Vilanova. Presentó a los miembros de la banda y a si mismo como Bob Dylan, bromeó sobre el paso del tiempo y preguntó sobre si aún existía la radio “ICAT FM” suponiendo que los Djs que pinchaban sus discos deben estar ya jubilados. 

Para la recta final se puso en modo bailongo recuperando la trepidante “Slaveship” con ese piano saltarín y las emblemáticas “Love Vibration” y “Come Back (Light Terapy)”, del álbum “1972”, cerrando el concierto a lo Rolling Stones del “Some Girls”. Fue el broche perfecto para un concierto sensacional. Pudimos ver un Josh muy comunicativo, divertido y totalmente entregado en cada interpretación. Sobre el escenario transmite una felicidad genuina que termina contagiando a todo el público. Tiene canciones, tiene talento y tiene una banda de gran nivel. Y, por si fuera poco, cuenta con un disco monumental que este año cumple ya dos décadas de vida.