Ilustres Principiantes: Salvana


Fotografía: Tino Solé.

"Reversia" es el álbum de debut de la banda barcelonesa de shoegaze Salvana. Editado bajo el sello de Intromúsica, el trabajo incluye doce canciones que muestran la definición del sonido, con un renovado enfoque hacia el rock alternativo moderno y el post-rock, que el cuarteto empezó a apuntar con su EP de debut homónimo ("Salvana", 2022).

Formada en 2022, Salvana es una banda de shoegaze y rock alternativo con base en Barcelona que ese mismo año logró hacerse un nombre a nivel nacional gracias a un EP homónimo cargado de distorsión, delay y reverb. Integrada por Laura (voz, bajo), Carlitos (voz, guitarra), Pablo (guitarra) y Vera (batería), la banda no ha dejado de crecer desde entonces, girando por toda España, actuando en Los Conciertos de Radio3 y teloneando a grupos como Pile, Cloakroom, Pom Pom Squad, Margaritas Podridas o Trentemøller. Ha aparecido en MTV España, ha sido incluida en playlists internacionales como Dreampop y Shoegaze Now, y ha colgado el cartel de sold out en salas de Barcelona y Madrid

Grabado en Granada (Estudios La Mina) en enero de 2025 en pleno proceso febril de todo el grupo, "Reversia" fue coproducido por Raúl Pérez (Biznaga, Viva Belgrado), que aportó su visión creativa, y Dani Molina (Neuman), quien expandió algunos temas con sintetizadores y piano ("Brumas"). Además, Albert de Rodriguez Rodriguez y el diablo de shanghai añadió guitarras en "Metamorfina" y Antonio Blanca (Uniforms) se encargó de la masterización del disco.

Un LP, por cierto, que Salvana ya comenzó a componer en 2022. Mientras que algunos temas tienen su génesis en esa época ("Brumas", por ejemplo, fue grabada en 2022 pero se reconcebió en La Mina), otros necesitaron de un pequeño viaje a Benirramae en verano de 2024 para imaginarse. La pérdida, el desasosiego, el desamor y ciertos bucles vitales se dan cita en el corazón de un disco que supura shoegaze moderno, bebiendo de bandas a las que admiran como Nothing, DIIV o Momma, entre otras.



Alzando las copas en “Casa Vero”


Espacio Aura, Zaragoza. Jueves 2 de octubre de 2025.

Texto y fotografías:  Javier Capapé.
Fotografía: Àlex Romeo Puyo.

 A veces me pregunto cuál es el motivo principal para celebrar un festival. Muchos me dirán que es un evento que sirve como punto de encuentro y convivencia, pero disculpen si difiero. Ante todo, un festival es una gran oportunidad para escuchar música en directo. Sí, he dicho bien, para escuchar música. Ese debería ser siempre el motivo primordial, por encima de la excusa para compartir bebida y conversación con los colegas. Y si empiezo diciendo esto es porque el pasado jueves asistí a la cuarta edición de Casa Vero con muchas ganas de escuchar a varios artistas que están viviendo su momento de gloria en pleno ascenso hacia un público masivo. Quería escucharlos antes de que se convirtieran en algo más grande, lo cual es inevitable, pero en los jardines del espacio Aura de Zaragoza me encontré con algo ligeramente distinto. Con un lleno absoluto, pude constatar que muchos de los allí presentes estaban más preocupados por degustar los excelentes vinos que ofrecían las bodegas Viñas del Vero que por la música de los artistas que se subían al coqueto escenario.

Demasiado barullo, demasiada gente de espaldas al escenario, demasiadas charlas en las barras, demasiadas copas de vino (por otra parte nada cómodas para combinar con los conciertos) y poca atención. Una actitud que vislumbré desde el principio y que no paró en toda la velada. Y eso que los artistas que se dieron cita en Casa Vero eran de lo más jugoso. Desde la gran promesa del neo folk Carlos Ares al fresco tecno pop de Samuraï o el rock más enérgico e incontestable de Ultraligera, una de las mayores sensaciones del último año. Ni siquiera este sugerente cartel centró la atención que merecían estos artistas. Pero a algunos sí nos atraparon y convencieron, afortunadamente.

Aunque de Carlos Ares solo pude escuchar la parte final de su concierto, tengo que destacar su convincente actitud, consiguiendo que sus palabras nos interpelen, y su gran banda, generosos con su líder y totalmente entregados cual combo unido. Un cóctel exquisito para unas soberbias canciones que además se tornaron en mágicas a la luz del atardecer, que llegó en la recta final de su actuación con el himno autoconfesional “Peregrino” y la desgarradora (y también muy personal) “Páramo”.

De Samuraï destaco su poderosa juventud y su entrega desmedida. En su primer concierto en la ciudad del cierzo se desnudó en experiencias y emociones y nos las ofreció a “corazón quemado”, como reza la canción con la que abrió su intenso concierto. Una pose mucho más rock que en sus grabaciones y una contundencia y descaro que no se perdió en todo su timing. Su banda es muy potente y ella es puro derroche de emoción, algo que pudimos constatar a las claras con “En los espejos” o en esa belleza que derrocha fragilidad y sinceridad como es “Palabra prohibida”. Si cuando cobra todo el protagonismo la voz de Aroa Lorente, el nombre que se esconde tras Samuraï, más nos encandila, cuando se acelera y se muestra sugerente también nos atrapa, como ocurre con los toques techno de “Cuando dolía el amor” o con la impecable “En el aire”, en la que invitó a Leo Rizzi para regalarnos un dueto de altura, quizá más logrado por su espontaneidad que en la versión original de estudio.

La madrileña se atrevió con la versión de “Emborracharme” de Lori Meyers, e incluso presentó por primera vez en vivo su más reciente single “Dejándolo pasar”, aunque tuviera que repetir su inicio hasta en tres ocasiones. Heredera de Taylor Swift en “Que nadie nos entienda” fue capaz de cerrar con gran solvencia un directo que confesó que había sido algo ambiguo para ella, pero en el que nos demostró que no está dispuesta a ponerse ningún límite. Confesó, en medio de la ruidosa muchedumbre frente a la que algunos intentamos mostrar nuestro rechazo para poder escucharla como era debido, que existe porque escribe, y la verdad es que demostró que está en la senda correcta, porque es difícil resistirse al fabuloso embrujo de “Lo que vivimos”, con la que se despidió por todo lo alto hasta un nuevo encuentro con el público zaragozano en poco más de tres meses.

El momento que quizá todos esperaban era la aparición de Ultraligera. Una banda que está subiendo como la espuma con una propuesta tan contundente como sincera. Son un auténtico vendaval y en Zaragoza se les esperaba con ansia desde que arrasaron dos noches consecutivas en la mítica Ley Seca hace apenas un año. Por los cientos de congregados en las primeras filas del escenario del espacio Aura sabemos que no volverán a esos pequeños escenarios de antes. Lo suyo son altos vueltos y así lo demostraron, con un directo sin respiro que nos dejó a todos exhaustos. Bien es cierto que para poder disfrutarlo hubo que retirarse hasta la mesa de sonido, ya que la zona más cercana al escenario se convirtió en terreno de batalla.

Mientras se sucedían las canciones de “Pelo de Foca” iba anotando ideas que reincidían una y otra vez en lo mismo: directo arrollador, una apisonadora, tan duros como convincentes… Ultraligera son precisamente eso, una máquina desatada que ha conseguido lo que muchos ansían pero muy pocos logran en esta despiadada industria. Llegar de cero a cien en poco más de un año, y eso hay pocos que además sepan gestionarlo bien. Por ahora el quinteto lo está haciendo como mejor saben, con directos más que potentes y una pose descarada y provocadora que encaja a la perfección con su letal discurso. Son muy grandes, y así nos lo hicieron ver mientras desgajaban canciones tan impactantes como “Silla de mimbre”, en la que reivindican los años de la niñez que nos traen recuerdos que perduran toda la vida, o “Europa”, una balada en la que invitaron a guardar un poco de silencio para los que querían escucharles de verdad. Clamando por lo que verdaderamente importa, porque aunque pareciera que Ultraligera llevaban puesto el piloto automático eran muy conscientes de dónde estaban. De hecho, Gisme se mostró bastante comunicativo: “No son números, no son salas llenas, recuerdo caras y el apoyo de la gente”. Así se ganaba al público que los había visto previamente, pero también de aquellos que veían su espectáculo por primera vez. 

Para llamar la atención todavía más (si es que acaso sus canciones no son de por sí provocadoras) nos llevaron al éxtasis con sendos solos de guitarra y una larga improvisación a la batería en “Pelo de Foca”, además de ya la clásica escapada de Gisme buscando algún lugar en el que subirse a cantar fuera del escenario (en esta ocasión optó por la torre metálica que protegía el espacio de la mesa de sonido). Cuando presentó al resto del grupo, reparó en la suerte de rodar en la furgoneta durante este intenso año de gira con sus amigos como aquello que les sostiene, además de alzarse como estandarte y reivindicar la música en directo por la magia de hacer que sigan sonando los instrumentos encima de un escenario, ya que en estos tiempos más que nunca no basta sólo con darle al play. La música se siente en comunión con el público. No podemos estar más de acuerdo con estas palabras que mueven a nuestro equipo del Giradiscos y afortunadamente también a muchos de los que se olvidaron de las copas de vino y disfrutaron de veras hasta el broche final mientras se sucedían sus inconmensurables “Tú no lo ves”, “Matanza en el Hotel” y “Recuerdos del Baile”.

Así terminaba la última y más exitosa edición de Casa Vero que desde 2022 se consolida a orillas del Ebro (junto a sus ediciones alternativas de invierno en Astún). Un festival por el que ya habían pasado anteriormente Siloé, Veintiuno, Luis Fercán o Erin Memento, sumando para esta ocasión un cartel de lo más celebrado. No incidiré de nuevo en el hecho de pensarse muy bien a lo que se viene a este tipo de eventos, pero después de escuchar a los protagonistas de la pasada semana en el espacio Aura, muy por encima de la oferta vitícola y la distendida conversación, se halla el poder de la música, que sigue uniendo posturas, acercando almas y consolidando metas. No dejemos que se pierda nunca y apostemos por una próxima edición con tanta pasión compartida como con la que brindamos junto al certero dj Rialto, los siempre espontáneos Modelo, el nuevo trovador del indie Carlos Ares, la atrevida Samuraï y los irresistibles Ultraligera. Brindemos por ellos.

Cass McCombs: “Interior Live Oak"


Por: J.J. Caballero. 

La música de un outsider vocacional como Cass McCombs es necesaria en un mundo con demasiados estímulos en el que cuesta poner el foco en lo realmente importante mientras llenamos nuestras vidas de falsos deseos y demasiado ruido vacío. No se trata de reivindicar nada que no esté ya suficientemente reivindicado ni de hacer de adalides del buen gusto obviando cuestiones mucho más trascendentes, pero sí de advertir sobre esa frase tan repetida de que la música puede salvar almas, porque cada vez parece más cierta. Doce discos después, una personalidad bien marcada y unos parámetros sonoros bien radicados sobre los que seguir edificando monumentos de belleza probada, el caso del californiano no es sino uno de tantos que reflejan la incapacidad humana para apreciar el talento y la constancia. 

La vitola de indie de autor o de folk especiado que oídos poco avezados podrían asignarle es demasiado corta e injusta para una obra, esta magnífica colección de canciones titulada “Interior Live Oak”, que se asimila en toda su dimensión a largo plazo –no en vano vuelve a entregarnos un disco doble, como ya hiciera en el no menos interesante “Big wheels and others” de 2013)- y con la escucha intensiva de canciones inmensas e incluso kilométricas, como es el caso de “Lola Montez danced the spider dance”, la antítesis de otras más directas del corte de “Juvenile”, con su sintetizados juguetón en primer plano. 

La riqueza y amplitud de red se despliega en las carreteras paralelas que abren las guitarras eléctricas de “A girl named Dogie”, el power pop sorpresivo de “Miss Mabee”, en la que nos cuenta la historia de una mujer con nombre al azar que parece haber dejado huella en sus sueños, la baladística “I’m not ashamed” y la majestuosa “Priestess”, una especie de elegía escrita en honor a una amiga fallecida que suena a música clásica contemporánea. El amor en toda su extensión y expresión, cubriendo todo lo que se deba y pueda amar, planea sobre el corazón de un disco que también exhibe pulmones (“Missionary bell”, una delicia minimalista donde la nostalgia deja paso a la esperanza), páncreas (“Home at last” mira de reojo a The Cure en un bonito entramado acústico) y cerebro (“Diamonds in the mine” podría haber sido la canción de cuna perfecta firmada por los Beatles). 

Una apuesta global alejada de pretensiones pero repleta de momentos estelares, como el que protagoniza el aroma fronterizo de “Who removed the cellar door?”, que tambien podría rememorar al Dylan recién electrificado, o la vía pop inyectada en vena en “Peace”, con el camuflaje de su coetáneo Josh Rouse luciendo en primer plano. Lejos de conformarse con redactar un catálogo de tales dimensiones, lo amplía a la visión rock de “Asphodel” y asume pérdidas por el camino en el piano de “I never dreamt about trains”, la canción más triste del lote y a la vez la más apasionada. No en vano ha vuelto a llamar a filas a los primeros músicos que supieron apreciar su gigantesco perfil bajo: Jason Quever (Papercuts), Matt Sweeney y Chris Cohen. Y no han perdido ni un gramo de pasión.

“Interior live oak” es un tratado de identidad y certidumbres, un resumen ajustado de lo que ha sido la carrera de un músico callado y elocuente, sentimental e introspectivo, un artista capaz de grabar un disco de música infantil sin que nadie se diese por aludido y que cuenta historias de pesadumbre y redención con sus instrumentos celestiales. Una manera de tocar el cielo y alejar el averno al que parecen condenarnos las circunstancias. Bendito sea.

La estampida de “Horses” de Patti Smith llega a Madrid. 50 años del álbum “Horses”


Por: Guillermo García Domingo. 

El día 8 de octubre Patti Smith se subirá al escenario del Teatro Real de Madrid, y nos hemos preguntado debido a este acontecimiento quién es esta hechicera, la hija del herrero, Patti Smith, y qué supuso “Horses”, el disco que publicó hace 50 años (en noviembre del año 1975). Hay sucesos, no sólo sociales o políticos, también en el terreno del arte y la música, que no se ven venir. Quién iba a decir que una pequeña muchacha desgarbada iba a poner Nueva York y su escena musical del revés, cuando ya había sido agitada previamente por La Velvet y Lou Reed, Dylan, los New York Dolls. Pero ella y su querido Robert se sentaron a esperar en la acera, delante del Max´s, sabiendo que su oportunidad llegaría en algún momento. 

Alguien que afirma en “Oath”, uno de sus primeros poemas que injertó en el tema de Van Morrison, “Gloria, que “Jesús murió por los pecados de alguien pero no los míos… mis pecados me pertenecen solo a mí”, tiene que poseer una confianza fuera de lo común en sus posibilidades. Los que la conocieron en aquellos años del Chelsea Hotel dicen que reverenciaba a Rimbaud, el más antiguo, a Janis Joplin, Hendrix, Dylan, Keith y Mick de los Stones, y que no ocultaba que anhelaba por encima de todo parecerse a ellos. Ahora ella misma forma parte de esa lista de nombres que han transformado la cultura contemporánea. Con el fin de escribir este artículo no he tenido que ir a pescar en el mundo revuelto de Internet, Patti está por derecho propio en los libros, en las crónicas, las historia orales, en ensayos de crítica literaria y musical, y ella misma ha contribuido de un modo memorable a este acervo con sus libros de poemas y “Just Kids” que mereció el National Book Award varios años antes de que su amigo y mentor Bob Dylan ganara el Premio Nobel de Literatura. Es un libro imprescindible, no solo para aficionados a la música, sino para aquellos que lo son a la buena literatura. 

Patti Smith ha sido poeta, agitadora, pintora, dramaturga, todo esto habría justificado su importancia, Richard Hell y Joey Ramone afirmaron por separado que presenciar sus recitales era algo extraordinario, pero es que además grabó “Horses” en el año 1975. “Horses” son mil caballos desbocados y libres cabalgando por las avenidas desiertas de la metrópoli en la madrugada. Tratar de ensillarlos es imposible, nadie está lo suficientemente preparado para estos vómitos existencialistas de la última beatnik, esculpidos en el material indestructible del rocanrol. Incluso hay testigos presenciales de los hechos que sostienen que la cantante nacida en Chicago también fue la primera punk. Ahora bien, si tenemos en cuenta que Little Richard la poseyó en su adolescencia, que Mick Jagger la guió sin ser consciente de ello, cuando ella lo vio recitar, no cantar, en un concierto del Madison Square Garden, y que, en la reedición de Horses de 2005, ella misma incluyó la versión en directo de “My Generation” de The Who, quedan pocas dudas de su idiosincrasia rockera.

Los temas producidos por John Cale están habitados por fantasmas, personas anónimas y otras no tanto, que desaparecen o están a punto de desaparecer; cuando los quieres atrapar atraviesan la pared. Son presencias ausentes y premonitorias de los amigos y familiares que en los siguientes años se marcharon del lado de Patti: Robert Mapplethorpe, y en 1994 su marido, Fred “Sonic” Youth, se convirtieron en los fantasmas que desde entonces acompañan a la vieja hechicera del arte. La luz fantasmal también es la protagonista de la portada realizada por su compañero artístico y fotógrafo ya citado, ambos corrieron para llegar al apartamento antes de que la intangible luz abandonase el mundo hasta el día siguiente. 

En el estudio de grabación en el que todavía podía sentirse la presencia del desaparecido Hendrix, compareció Lenny Kaye. El guitarrista que acompañó a Patti en su primer recital con amplificador en la Iglesia de St Mark´s no podía faltar, nadie conoce mejor que él a la compositora y cantante, él entendió que esos “aullidos” podían ser replicados por una guitarra. El bajista checo Ivan Kral, caído del cielo, también tuvo un papel determinante en muchas canciones como “Kimberly”, así como, el teclista Richard Sohl, y el baterista omnipresente Jay Dee Daugherty, que sabía predecir el rumbo inesperado que la chamán escogía sin avisar. Porque la Patti que empieza la canción nunca es la misma que la concluye, sufre numerosas mutaciones a través de la voz, a la vez que adopta los distintos personajes que van apareciendo en la letra de la canción. Cada vez que escuchas otra vez cualquiera de estas milagrosas canciones ocurre algo nuevo. 

De “Gloria” dice la propia patti que le “dio la oportunidad de reconocer y reclamar nuestro legado musical y espiritual. Para mí encarna, dentro de su petulancia adolescente, lo que considero sagrado como artista. El derecho a crear, sin pedir disculpas, desde una posición que va más allá del género o la definición social, pero no más allá de la responsabilidad de crear algo que merezca la pena”. Esta canción marca la pauta de las canciones-río que alcanzan casi los diez minutos “gloriosos” que pasan demasiado rápido. Las otras son “Birdland”, que no alcanzamos a comprender por qué no es suficientemente estimada, pese a su indiscutible poderío de la música y de la historia onírica y extraterrestre que la voz de Patti erige como suprema poetisa del spoken word. “Land: Horses/Land of a Thousand Dances/La Mer (De)” recibe el caudal de hasta tres poemas/canciones. Según dejó escrito en “Just Kids” la propia Patti: es una improvisación en la que las “imágenes de muchachos descontrolados se fundían con las etapas de la muerte de Hendrix”. El trance no está lejos. La canción se aquieta y se exalta como una estampida de “caballos que llegan de todas direcciones, sementales plateados blancos brillantes con los ollares en llamas”. Cuán diferentes son “Redondo Beach” o “Kimberly”, sus aires afrocaribeños son engañosos, y contrastan con las historias difíciles que encierran, la segunda es hermosísimo homenaje rural a su hermanita, cuya explicación puede encontrarse en uno de los relatos de la colección “Tejiendo sueños” que lleva por título Mil novecientos cincuenta y siete. “Free Money” hace justicia a la rebeldía roquera que enuncia este disco. Si no es una canción perfecta, poco le falta. The Doors habrían reconocido este tema y particularmente los habría hecho Jim Morrison, a quien está dedicado otro tema subestimado: Break It Up, que “Tom Verlaine y yo escribimos sobre un sueño en el que Jim Morrison, atado como Prometeo, se liberaba de repente”. La humildad de Patti es verdadera, no es impostada, siempre ha vivido rodeada de fantasmas a los que admiraba, por esta razón, la última canción “Elegie” es un homenaje a todos ellos y ellas: “los recordamos a todos, pasados, presentes y futuros, a todos los que habíamos perdidos, estábamos perdiendo y perderíamos”. 

Sin embargo, Patti está aquí, dispuesta a actuar en Madrid. Pese a que casi tiene ocho décadas a sus espaldas, permanece “forever young”, diría el que ahora es su amigo, Bob Dylan; sigue siendo a fin de cuentas solamente “una cría” como aquella pareja de ancianos proclamaron cuando se cruzaron con Robert y la propia Patti en alguna calle de Nueva York hace más de cincuenta años. Patti Smith ha cumplido todo lo que juró que haría, aquello que le escuchó a William Burrough, que vivía en el hotel en la habitación de al lado, procura “dejar tu nombre limpio y no fingir”.

Medalla: “Música Máquina”


Por: Txema Mañeru. 

Medalla ya pasaron merecidamente por las páginas de El Giradiscos con sus dos discos anteriores. En dichas reseñas hacíamos alusión a la presencia de un sonido cada vez con más destellos metal. Entonces ya nombrábamos a Lagartija Nick, My Bloody Valentine o King Gizzard And The Lizard Wizard, pero es que en este quinto disco podemos llegar a pensar en formaciones como Toundra, Tropical Fuck Storm, Sunn O))) o Boris.

Ellos lo defienden como si fuera un disco de debut y, al mismo tiempo, tiene bastante de conceptual. Repite con la buena producción, grabación y mezclas Sergio Pérez (SVPER). La portada del vinilo vuelve a ser otra joya como acostumbran y además tienen una tirada limitada a 250 ejemplares con espectacular diseño "gatefold". Hablan del metal como punto de partida y es toda una realidad, eso sin dejar de lado sus arrebatos punk o post-punk, el rock psicodélico más alocado y hasta la épica medieval en historias y títulos que se te clavan con proclamas tan vigentes hoy en día como "Para Sorpresa De Nadie" o "El Trabajo No Dignifica". Por lo tanto, el eje narrativo o la mencionada conceptualización, van en torno a una crítica contra el fascismo y el ultra capitalismo, o contra el sistema en general. 

Muy a destacar son, también, las dos buenas colaboraciones entre los 14 temas. Las gallegas amigas de Bala insuflan más fuerza y rabia con sus coros a una ya de por si rabiosa "Amigo Mercado", con un bajo ultra saturado a lo Lagartija Nick y una de las mejores historias en su letra, además de un poderoso estribillo. Sus paisanos, amantes del doom metal folk, Falç de Fetillera, repiten en dos bombas potentes al final del disco como son "Salmo de la Vigilia" y la brutal y penitente despedida con "Penitencia II".

Desde luego que es su obra más combativa hasta la fecha y se les nota quemados con frases como "Hemos normalizado estar esclavizados". La crudeza, la rabia y la garra que habían tenido en estos 8 años y 5 discos está más a flor de piel que nunca y dan unas enormes ganas de poder volverles a ver en directo porque la experiencia puede ser realmente poderosa. Y lo es así desde el arranque, con la presentación instrumental en forma de explosión metal de "Penitencia I". Ya con "Sacrilegio" entran con un ritmo trepidante y potente aderezado por espirales de guitarras que también nos recuerdan, como en más ocasiones, a los de Antonio Arias. Guitarras también fulminantes y veloces, como su título, se dan cita en "BMW 666". ¿Será su automóvil hacia el infierno? 

Guitarras dobladas y momentos de oscuro post-punk dirigen una "Para Sorpresa De Nadie" con frases como “Me decanto siempre por el mal”. En "Mechero" parece que están dispuestos a prendernos fuego con él… o con la antorcha de su letra. Cierran la cara A con mi tema favorito en letra y música. Se trata de la también citada "El Trabajo No Dignifica", con su ya rotundo título, explosiones y rabia muy metal y buenas cabalgadas de guitarras. Fusilan a Camilo Sesto en el estribillo con su “vivir así es morir de amor”, pero luego recobran fuerza y velocidad con las guitarras al cantarnos “la avaricia rompe el saco”.

La cara B también entra poderosa y con muchas ganas con "Bestia del Abismo", el tema más largo del disco, pero con poco más de 4 minutos, duración que sólo superan otros dos piezas más. Las guitarras resuenan algo más limpias y calmadas que en la mayoría de composiciones del disco. Tras otro breve instrumental como es "Viento Metal" continúan con su "Asedio", otro buen instrumental que se inicia con relativa calma, pero que luego se convierte en un despliegue de guitarras con algunas de ellas cercanas al heavy metal clásico de los setenta. Ambos ejercen un poco como de puente a esos citados aires medievales, que aparecen (hasta en el título) con "Despertar Medievo", también con algunos épicos punteos y un registro de voz más melódico, unas cuerdas vocales como las de Eric que destacan en muchos momentos a lo largo del disco y en muy diferentes matices. Siguen esa estela en la ya citada "Salmo de la Vigilia", que en menos de 1 minuto les acercan al folk doom con la buena narración femenina de su cantante. Sorprenden con la combinación de riffs en una "Sangre Azul" también con ese poderoso bajo de Josep en primer plano y más aires reposados medievales (hasta con aires arábigos) en la mayor parte del tema. 

Repiten Falç de Fetillera en la también citada "Penitencia II", un instrumental relajado y muy medieval con flauta y acústicas que supone un logrado contraste con el tono más combativo y reivindicativo del gran disco. Un álbum que será una bomba para el directo. Y pensando esto, resulta que anuncian dentro de su gira ya en marcha, que estarán el día 10 de octubre en la Nave 9 de Bilbao. ¡Cita ideal para conocerlos y su último y más metálico material! ¡Desde luego que han creado su mejor disco, superando a su “Duelo” (Estudio Mazmorra) anterior, y será una gozada comprobarlo y disfrutar de ellos en vivo!

Los Jaleo: “El Quebranto”


Por: Javier González.

Desde hace bastantes meses hay un rumor que recorre los barrios populares y los mentideros de la capital, es allí, el lugar antes gobernado por las reglas de chisperos, chulapos, manolos y manolas, donde ahora imparten magisterio algunos finos paladares musicales, portadores siempre de noticias interesantes sobre el estado actual del rock madrileño. Fueron algunos de ellos quienes venían avisando de que algo se estaba tramando en la soledad de un local de ensayo, tras cuyas misteriosas puertas un cuarteto de jóvenes ajenos a las modas actuales que respondían al nombre de Los Jaleo andaban preparando un álbum de altos vuelos con claro regusto a folclore hispano. 

Un combo extemporáneo que se viste de largo este año con una espectacular referencia inicial llamada con singular tino “El Quebranto”, en la misma han empaquetado diez mayúsculas canciones de sangre caliente con claro regusto ibérico e hispanoamericano, en las que las huellas del rock and roll, el western y un bien entendido espíritu coplero sirven para amplificar el mensaje de letras sentidas y apasionadas, donde el lirismo y la teatralidad lorquiana se entremezclan para dar vida a esta notable obra. 

Un cancionero que se sabe heredero de otros proyectos previos y de especial importancia en nuestra música, pese a tener un marcado sello propio, pues una simple escucha traerá a la memoria los nombres de compañeros de profesión tan dispares como Los Coronas, Andrés Hererra “Pájaro”, Gabinete Caligari, Malevaje, Diego García “El Twanguero”, Los Coyotes, Leone y Javier Corcobado, sin olvidar las firmas de auténticos mitos del calado de los atemporales León, Quintero y Quiroga, revisitados aquí es una personal adaptación de “Y sin embargo”, incluyendo también ambientaciones propias de los films de Sergio Leone, redondeando tan acertada propuesta con una particular y cuidada estética que busca cerrar un círculo simbólico en el que cada elemento dota de sentido al conjunto sin que una sola puntada quede al azar. 

Como si el arrullo de una playa solitaria nos meciera en la noche nos reciben en la apertura de “Con la luna”, antes de que el drama explote a mitad de camino del spaghetti-western y un pasodoble electrificado, evocando de igual modo a Corcobado y a los Gabinete de “Que Dios reparta suerte”, “De pena y amor”, mira de igual modo a la cumbia y al twang, pero lo hace como si fuera el espíritu del añorado y magnífico Enrique Sierra se hubiera puesto al mando de las seis cuerdas. En definitiva, palabras mayores. “Dame Candela” nos pone en lo alto de la ola a ritmo de surf, pero naciendo en el mismo epicentro del árido desierto de Tabernas, un duelo al sol, ardiente y sin más reglas que las del amor. A mitad de camino entre swing y rockabilly, barroquizan acelerando al extremo el clásico coplero “Y sin embargo te quiero”, con su inmortal “no debía de quererte, no debía de quererte”. Cerrando la primera cara la milonguera a la par que casi rumbera “¿Por qué te vas?”, donde bien podrían aparecer ecos del mejor Ariel Rot

Continúan al abrigo épico del bandolerismo en “Carmen”, en un temática similar a la que ya cantaran Ferni Presas, Edi Clavo y Jaime Urrutia en “Tango”, bailando apretados con sentimiento en “Caballo negro”, donde se afronta el texto con el mismo orgullo que el más despechado Antonio Bartrina; a danza ancestral suena “Vivo o muerto” con esa guitarra machacona jugando de fondo invitando a pasar a otra dimensión de la mano del chamán y con “Flor de romero” nos muestran otra cara de su repertorio sin dejar atrás su mirada a la tradición, pues el aroma a folclore no les abandona, impregnado ahora en una sonoridad más contemporánea, cerrando con una chacarera que es sentimiento hecho canción llamada “Libre”, con la que a buen seguro habrá robado alguna que otra sonrisa allá donde estén a Atahualpa Yupanqui, Mauricio Aznar y a la familia Carabajal al completo. 

Es “El Quebranto” un drama sonoro en toda regla, una tragedia escrita en varios actos ante la que es complicado no dejarse arrastrar en gran parte por su desatado torbellino amoroso de sangre caliente y pasión. Una cuidada pieza de orfebrería que aúna una notable producción, textos más que cuidados y sonoridades variadas hilvanadas de manera efectiva donde el rock es la piedra roseta fundamental para apuntalar la primea referencia de un grupo a tener muy en cuenta. Los Jaleo harán las delicias de unos pocos amantes selectos de la buena música, pues su cancionero pertenece a una estirpe única en las antípodas de estos tiempos decadentes de melodías miméticas y baratas, pensadas para consumo rápido en festivales y olvido instantáneo. Lo suyo es harina de otro costal. Ni son para todos los públicos, ni lo pretenden. Buscan dejar huella y para algunos, como éste que suscribe, ya lo han conseguido.

Twenty One Pilots: “Breach”


Por: Nuria Pastor Navarro. 

Escribir el final de una historia es siempre un acto peligroso. Como las despedidas, los finales suelen ser complicados, tristes y, a veces, indeseables. Pero pocas cosas en este mundo son infinitas. Todo tiene un final, y este es el de Twenty One Pilots

No se suelen encontrar artistas como los chicos de Ohio, capaces de detener todo en sus vidas con el fin de convertirse en creadores imparables de música, vídeos, giras y una sola historia. Su narrativa, que comenzó con su álbum “Blurryface” (2015), pronto caló en sus seguidores, que pedían más y más. Y como si de un castillo de naipes se tratara, Tyler y Josh fueron dando vida a multitud de personajes, escondiendo pistas en canciones, ilustrando ideas en sus videoclips y haciendo de sus conciertos todo un espectáculo. Una carta aquí, otra allá y ¡puf! De pronto han pasado diez años, cinco álbumes y una de las ficciones más únicas e impresionantes del mundo de la música.

“Breach” llega a tiempo para el décimo aniversario de “Blurryface”, el origen de todo, y toma el relevo de “Clancy”, lanzado hace apenas un año con su respectiva gira mundial. No por nada los llamaba “creadores imparables”. ¿De dónde sacan el tiempo estos chicos? Quizá por ello, y adelantando acontecimientos, “Breach” sea un trabajo algo más descafeinado que sus compañeros. Pero vayamos paso por paso.

La primera de las trece pistas es “City Walls”, que paradójicamente muestra el final de las desventuras de Clancy, el amado protagonista al que Twenty One Pilots le ha estado poniendo retos desde hace una década. Lo último que sabíamos de él es que había regresado junto a sus compañeros, los Banditos, a la ciudad gobernada por los villanos, llamados obispos, para el enfrentamiento final. Estos malvados obispos han representado siempre en el imaginario de la banda algo cercano a los malos pensamientos, a un estado depresivo que siempre acecha y amenaza. Mientras, los Banditos encarnan la luz, el apoyo contra esa oscuridad.

¿Y qué ocurre dentro de los muros de la ciudad? Puede que lo que ningún fan deseaba: la unión de Clancy a los obispos. Tras una ardua pelea contra Nico, líder de los villanos, y la rememoración de algunos momentos icónicos de la narrativa, Clancy consigue vencer y Nico se desvanece. Sin embargo, no logra superar la fuerza de la oscuridad, y usando una cortina roja como capa se convierte en el nuevo líder de los obispos. Josh, conocido como Torchbearer en la historia, mira con el corazón roto a su amigo al tiempo que este le tiende otra de las túnicas para unirse a él. Mientras el final de la canción se entremezcla con el comienzo de “Heavydirtysoul”, tema de aquel querido “Blurryface”, Josh abandona la sala, dejando atrás a su compañero.

Aún así, el baterista no pierde la esperanza. “Ese ya no es Clancy. Él está ahí fuera, en algún sitio, y lo volveremos a intentar”, le comenta a otro de los Banditos. “¿Otra vez?”, responde el compañero. “Siempre”, declara firmemente Josh. Final agridulce, complicado, quizá necesario. Porque no todos los finales son felices y porque, al final, Twenty One Pilots cuenta la historia de una persona que lo está pasando mal, con momentos mejores y peores, pero con compañeros que lo buscarán en esas recaídas y jamás lo darán por perdido. Porque Clancy es Tyler, pero podría ser cualquiera.

Tras esta emotiva despedida toca volver a la escucha, aunque sea con el corazón en el puño. Y es que entre las doce canciones restantes se reconoce el clásico estilo del dúo a la vez que se mezclan variedad de temas. “RAWFEAR” vuelve al análisis del miedo, mientras que “Garbage” parece contar la consecuencia de ese mal sentimiento acompañado por el inconfundible sonido del piano de Tyler. La batería tampoco falta, esta vez con un tema dedicado completamente a Josh, “Drum Show”. Es en este en el que podemos escuchar por primera vez en mucho tiempo al baterista cantando. En “The Contract”, uno de los singles ya conocidos del disco, observamos resquicios de la narrativa con un personaje atacado por la ansiedad y el deseo de luchar contra aquello que lo acecha. Con un ritmo frenético y electrónico, reconocemos a Clancy en este tema. También hay espacio para la pausa, con “Cottonwood” y su estilo cercano a una balada. “Breach” da sus últimos coletazos con “Tally”, que te teletransporta con sus notas a “Holding On To You”, e “Intentions”, que hace también de banda sonora en los créditos del vídeo de “City Walls”. Este tema termina de cerrar años y años de carrera. Piano y voz se unen de forma íntima para declarar que la intención es lo que cuenta, y que es lo que, al fin y al cabo, nos salva. Quizá un último mensaje de Clancy a su querido Torchbearer, que no está dispuesto a perder la esperanza por nada del mundo.

“Breach” es un disco nostálgico, con multitud de referencias a otras canciones y escenas icónicas del dúo. Hasta la propia portada regresa a la era “Blurryface” con sus tonos negros y rojos. Es, por lo tanto, un trabajo emotivo y será sin duda amado y recordado para siempre por los fans. Sin embargo, su cercanía a “Clancy” hace inevitable la comparación, y ahí es donde “Breach” pierde la batalla. Es un buen álbum, aunque con más altibajos y algo menos de brillo que algunos de sus compañeros.

Pero esto no es algo necesariamente negativo. Y es que Twenty One Pilots ha cambiado mucho: Tyler es ahora padre de familia numerosa, y Josh pronto dará la bienvenida a su primer hijo. Los chavales que empezaron con una idea y muchas ganas en Ohio han crecido, y ellos mismos reconocieron antes de lanzar el álbum que no sabían qué pasaría después. Lo han dado todo sin concederse un momento para descansar, y la vida les pide tomar otros rumbos ahora.

“Breach” es, entonces, la línea de meta de una carrera de fondo trepidante, con sus aplausos y trofeos. Es un final, quizá complicado, quizá triste. Es el último aliento de unos artistas agotados, brillantes e inolvidables.