Alice Cooper: "The Revenge of Alice Cooper"


Por: Kepa Arbizu. 

La cultura popular estadounidense cuenta con una habilidosa facultad para poblar su imaginario colectivo de tenebrosas personalidades, algunas reclutadas de la más perturbadora realidad y otras, por el contrario, consecuencia de una ficticia interpretación. Un baile de máscaras en el que no siempre es sencillo encontrar un equilibrio digno entre la caricatura y el interés creativo producido por la misma, una simetría sin embargo perfectamente compensada, pese al repunte en algunos momentos concretos de su faceta más estrambótica, por el papel encarnado por Vincent Damon Furnier; identidad tras la que se encuentra Alice Cooper. Un nombre al que le acompaña un legado musical imponente al que por si fuera poco, todavía hoy, con su nuevo disco, “The Revenge of Alice Cooper“, es capaz de añadir episodios exitosos a ese sombrío currículum avivado desde el presente por medio de poderosos ritmos.

Si bien dicho seudónimo ha sido adoptado de manera individual por el compositor originario de Detroit, conviene aclarar que su bautizo original hacía mención a una banda nacida a finales de los sesenta en la que oficiaba de vocalista. Un matiz especialmente relevante de mencionar a la hora de situar conceptualmente la edición de un álbum que recupera, tras casi cinco décadas sin la firma conjunta, aquella formación clásica que acuñó discos tan referenciales como “Love It to Death” o "Billion Dollar Babies” y que terminó su singladura con “Muscle of Love” . Un ejercicio de resucitación que, sin embargo, no ha podido enfrentarse a unas indelebles cláusulas del destino que apartaron de este mundo a uno de sus integrantes, Glen Buxton, quien por el contrario es invocado a través de viejas grabaciones rescatadas y honrado como se merece en el contenido de algunos temas. Porque esta venganza, de la que sí toman parte Neal Smith, Michael Bruce y Dennis Dunaway, es una vindicación de la tenacidad musical de estos veteranos, pero también una ofrenda a quienes hicieron posible iniciar este camino.

Dentro de eso organigrama revivalista, en lo que se refiere a su origen y en absoluto a un carácter musical perezosamente nostálgico, también tiene su cota de significación la figura del productor, encomendado a un no menos ilustre como Bob Ezrin, quien más allá de ejercer como timonel en los mandos para Pink Floyd, Lou Reed o Kiss, sumó su nombre a los créditos de aquellos trabajos clásicos de Alice Cooper (Group) que a su manera ejercen de guía inspiracional para unas nuevas composiciones que contradicen a cualquier mitología que pretenda identificar a este combo como una estructura jerárquica comandada por un líder rodeado de aptos adláteres. Al contrario, estos temas refutan la absoluta trascendencia de cada una de las personalidades que alimentan un repertorio que, si bien acepta hacer resurgir aquel vetusto legado, es los suficientemente inteligente, y consistente, como para saber adaptarse a su actual época de floración, sabedoras de que sus negros esquejes siguen gozando de una salud perenne. 

No existe mejor manera de inaugurar un álbum de evidente interés por reivindicar una identidad singular que adentrarse sigiloso y amenazante a través de una “Black Mamba” cargada por cápsulas de veneno psicodélico, bien aliñadas por la presencia de Robby Krieger, de The Doors, encomendadas a retratar lascivos episodios de alcoba. Fotografías de los bajos instintos que se proyectan también en las dentelladas en forma de los tozudos riffs, ráfagas que ya desprendía la formación antes de que el membrete se otorgara a AC/DC, dictados por “Up All Night” o alojados en la elegante insinuación de “One Night Stand”. Retratos de vitalidad que se alejan de los instintos carnales para inspirarse en la película “Rebelde”, protagonizado por Marlon Brando, y alentar con brío épico en “Wild Ones” la impenitente labor de incomodar al orden social, extendiendo incluso esa rotunda negativa a hincar la rodilla al hecho musical, siendo “Crap That Gets In The Way Of Your Dreams”, a pesar de estar protagonizada por un individuo reacio al éxito, un retrato autobiográfico, perfilado sobre un potente sonido golpeado con la saña primitiva de los Kinks, respecto al espíritu de superveniencia asumido por quienes han sabido sobreponerse a los escollos para, casi setenta años después, seguir ofreciendo su vida al noble arte de generar fascinantes pesadillas eléctricas. 

Consagrada su aptitud artística a la profanación de sueños, la banda no duda en retratarse también en el momento actual como el plantel de una película de serie B, alimento sustancial en su idiosincrasia y que todavía sigue emanando nuevos temas, como "Kill The Flies", inquietante fotografía de quien pasa “cómodo” sus días en un sanatorio mental solo perturbado por el fastidioso revoloteo de moscas a su alrededor que se desplazan bajo ritmos de robusta inquietud. Iconografía truculenta que se cita también en una “Blood On The Sun” que ejerce casi de condensada opera rock por medio de sus cambiantes dibujos armónicos. Demostración palpable de la vigencia que mantiene en la formación un concepto dinámico y heterogéneo, condición que en el tramo final del álbum se despliega explícito dando paso por igual al primigenio rockabilly de “Intergalactic Vagabond Blues” o absorbiendo el legado de Little Richard en “What Happened To You”, tema en el que se posan las rescatadas seis cuerdas de Glen Baxter. Una presencia que tutelará a su vez el lisérgico ambiente cabaretero de “What A Syd” y el romántico medio tiempo “See You On The Other Side”, convertido en emocionante elegía final hacia un finado compañero con el que no dudan en citarse en el más allá, donde seguro les esperará. 

Las múltiples virtudes del disco, al que solo se le puede objetar mínimamente una excesiva duración, no solo competen a la calidad intrínseca del mismo, o incluso a esa suerte de reparación histórica a la hora de preservar la naturaleza colectiva y no exclusivamente individual de la marca Alice Cooper, su resultado por encima de todo es la elogiosa tozudez por contrariar a esa obsolescencia que tantas veces golpea a los proyectos de extensa trayectoria. Porque la venganza, en alusión al título del álbum y su escenografía, contenida en estas canciones no supone una cita con zombies maltrechos recuperados de las catacumbas del parnaso musical, al contrario, son la expresión de inmortalidad que acompaña a este ejército de las tinieblas en su ambición por residir con sus oscuras vestimentas en nuestros sueños.

Canela Party 2025, “el gran pitote” en familia


Recinto ferial Torremolinos, Málaga. 20, 21, 22 y 23 de agosto de 2025.

Por: Javier González. 
Fotografía primera y Lambrini Girls: Jose Andrés Albertos.
Fotografías: Javier Rosa.

Acudir cada año al Canela Party es volver a casa. Cruzar el umbral que da acceso al recinto es sentir un golpe de libertad y buen rollo que te inunda. Las caras reflejan cercanía y familiaridad, entre otras cosas porque es probable que un alto porcentaje de los que acudimos año tras año repitamos encantados la experiencia malagueña, capaz de condicionar por su buen rollo nuestro plan vacacional. 

No es extraño ver a gente de toda edad y condición pululando por el recinto. Mayores y menores, padres/madres e hijos/hijas y hasta abuelos/as y nietos/as, puesto que la organización, con la hábil jugada de colocar unos castillos hinchables en la jugada inaugural y talleres de pintacaras, parece querer invitar a todo el mundo a sentirse “bienvenido” independientemente de su edad, quizás sabedores de que si queremos que el público amante del rock tenga un relevo generacional no hay mejor fórmula que inocular el veneno en vivo y en directo mientras las guitarras chillan furiosas. 

Recogiendo el guante a la organización, este año desde “El Giradiscos” hemos decidido vivir la experiencia “en familia”, evidentemente condicionada en sus horarios y duraciones diarias, pero con el regusto dulce que implica saber que estamos haciendo lo correcto, como tantas otras unidades familiares, acercándonos con nuestros peques hasta el recinto ferial de Torremolinos para hacerles partícipes del “gran pitote”. 

Miércoles 20. 

Arrancamos la jornada tras acreditarnos y recoger las pertinentes pulseras en la caseta ubicada en la zona de acceso. Allí llamaba poderosamente la gran cantidad de niños y niñas que se arremolinaban, deseando franquear la entrada y disfrutar de las actividades programadas por la organización con especial predilección por los castillos hinchables, donde los pequeños locuelos quemaban un poquito de energía antes de acercarse a la zona de conciertos o tomar un piscolabis, algo que hicimos mientras de fondo pudimos disfrutar de la tralla que andaban destilando los malagueños Serpiente Orión con su cañera mezcla de post hardcore y punk, sin duda la suya fue una buena forma de hacernos entrar en calor. 

Poco más tarde nos acercarnos a ver a La Milagrosa, una banda que anda ascendiendo posiciones meritoriamente en el escalafón merced a una poderosa conjunción de bajos afterpunk y guitarras cristalinas, aderezadas por unas letras con las que es imposible no sentir conexión. De esta forma nos invitaron a “Tripitir”, alejarnos de los garitos pijos en “Ponzano”, poniendo al respetable a bailar en su coreografía con “Danza de la muerte” y también nos mostraron sus heridas en “Ya no me duele mal”, dejando claro que son un grupo al que en estas páginas debemos comenzar a dar cobertura puesto que su propuesta y directo bien lo merecen. 

Más tarde llegaría el turno de las aguerridas Maria Iskariot, el ruidismo ambiental de Palmeras Negras y para rematar la velada unos amigos de esta casa como los navarros Kokoshca, pero para entonces nosotros ya andábamos en casa esperando con ganas la segunda jornada. 

Jueves 21. 

De cara a la segunda jornada decidimos retrasar un poco la hora de acceso al recinto, teníamos el objetivo de ver en directo la evolución de dos pedazo de bandas, ambas viejas conocidas de los lectores de “El Giradiscos”. 

Sobre las 21:40 de la noche hicieron suyo el escenario las Lambrini Girls, Phoebe y Lilly, desbordantes en su actitud punk, lanzando proclamas abiertamente contra nuestros gobernantes y con claras alusiones al genocidio que la comunidad internacional está tolerando en Palestina, muy presente durante las actuaciones de las distintas bandas que pasaron por el festi, todo sea dicho. Las británicas demostraron que lo suyo es la pegada, quizás necesitada aún de pequeños matices en directo, pero bueno, qué demonios, esto es punk y está pensando para no hacer prisioneros. Al terminar el show pudimos saludar cariñosamente a las de Brighton quienes nos regalaron un rato agradable de charla y la mejor de sus sonrisas. 

Y en una línea similar, siempre con su particular sello lírico, poético, crítico y urbano, se dejaron sentir otros de los que jugaban en casa, Biznaga. Desgranaron un set corto, directo y a cuchillo desenmascarando a estos tiempos nuevos y salvajes en el marco de un concierto que se nos hizo inmensamente corto, básicamente por el potencial del cancionero de la banda, perfilado para la ocasión como no podía ser de otra forma, y también por el fenomenal desempeño en directo de Jorge, Milky, Álvaro y el huracanado (¡dale caña!) Torete

Nos hubiera encantado presenciar las evoluciones en directo de Aiko el Grupo y Somos la Herencia, pero decidimos retirarnos prudentemente a petición del jefe del cotarro que se nos caía de sueño tras varias horas de andanzas, pero que estaba de lo más feliz después de haber visto a sus Biznaga por segunda vez en directo. 

Viernes 22. 

La jornada anterior acabó relativamente tarde por lo que, con buen criterio, decidimos acercarnos a primera hora para vivir el directo de Bum Motion Club, banda de la que hace un par de temporadas ya reseñamos su debut en formato larga duración, “Claridad y Laureles”. Repasaron su cancionero con paradas en “La Muerte del mañana”, “El drama”, “Afecto y simpatía”, “Abismo”, “Casi un buen día” y cerraron con “Los Ojos”, regateando con cintura a un sol de justicia y a la difícil tarea que siempre implica abrir una jornada de festival, algo que hicieron con la mejor de sus sonrisas, un buen puñado de temas y los hipnóticos bailoteos bajo en ristre de Iris Banegas

A continuación, nos acercamos para ver in situ la vuelta de Maple, quienes tras quince años fuera de los escenarios volvían al ruedo en la cita de Torremolinos; emocionados desgranaron lo mejor de su melódico repertorio, rescatando canciones de trabajos tan destacables como “The Daily Charm”, al que siempre es recomendable acudir. 

La noche deparaba buenas sorpresas todavía como las actuaciones de bar Italia, The Get Up Kids, que defenderían un set list conmemorativo, y el cierre que correría a cargo de la siempre reivindicable propuesta de Depresión Sonora

Sábado 23. 

La jornada del sábado es complicada de analizar sin apelar al punto de divertimento y emoción que comienza a desbordarse a medida que uno se acerca al recinto, viendo oleadas y oleadas de gente disfrazadas con absoluto ingenio, dispuestos a despedir la edición de 2025 con mucho jolgorio, convirtiendo esta velada temática es una fiesta donde la música es una excusa para compartir y pasar un buen rato. 

Un hecho al que contribuyeron desde la organización proponiendo un auténtico cartelón de despedida sin tregua, algo patente desde el arranque con los fenomenales el diablo de shanghai, una bandaza catalana de querencias lourredianas como la copa de un pino, y las no menos estupendas shego, qué decir sobre ellas que no hayamos dicha ya en esta páginas, para ir rematando la faena con los directos siempre notables de Derby Motoreta´s Burrito Kachimba, en esta ocasión defendiendo la elástica del mítico New Team de Oliver y Benji, los australianos Tropical Fuck Storm y otras dos de nuestra debilidades del apartado nacional como Parquesvr y Grande Amore, quienes pusieron el broche de oro a otra edición para el recuerdo del Canela Party.

Coldplay: 25 años de "Parachutes"


Por: Javier Capapé. 

Camino por Candem Town y llego hasta The Dublin Castle, un pequeño local de música en vivo que hace más de veinticinco años vio nacer a una banda londinense con una maleta cargada de grandes aspiraciones y sueños. El cuarteto del que hablo es de sobras conocido, pero entonces eran estrellas por pulir y en sus canciones se respiraba la pureza de las primeras composiciones. Coldplay pisaron este escenario antes de publicar su debut, presentando sus primeros EP's cargados de melancolía adolescente. Un escenario y un pub en sí mismo que respira camaradería regada entre pintas y amenas conversaciones. Aquí sonaron también esas tremendas canciones que hoy cumplen veinticinco primaveras y que conformaron su imprescindible debut. Un disco que gana con el tiempo y que, sin duda, tenía impresas las coordenadas básicas de este grupo nacido en los estertores del Britpop. Con un pie en las melodías quejumbrosas de Travis y otro en la emocionante actitud de Jeff Buckley, a quien el grupo tenía como claro referente.

Sigo subiendo peldaños y termino en Primrose Hill, un parque al norte de Londres en el que Chris Martin conserva su casa y en el que en ocasiones se le sigue viendo practicar running. Estas son sus coordenadas, las que los vieron nacer y siguen latiendo en su interior, aún cuando tantos años después siguen haciendo que me pierda tras sus pasos camino de Wembley, en mi segunda cita con el cuarteto en su casa.

Todos sabemos que, con el tiempo, esta banda ha mutado hacia una especie de abanderados del pop colorista y accesible, aunque en el fondo no han perdido ese brillo melancólico que siempre les mantuvo a flote (representado en canciones como "The Scientist" siempre presente en sus conciertos) y que guió cada uno de sus giros, esa desazón que ya estaba desde el principio en "Parachutes" y que ellos, como ningún otro, han sabido transformar en explosividad épica bien entendida.

El disco con el que empezó todo, el que todavía nos mostraba a Jonny, Will, Guy y Chris como adolescentes con grandes propósitos, es el que para muchos condensa su propuesta más atrayente y genuina (quizá solo superado por su sucesor "A Rush of Blood to the Head"). Sereno, más cerca de lo acústico, casi tímido. Un disco que nunca decepciona y que, tras cumplir sus bodas de plata, enaltece todos sus logros y los convierte en imperecederos. Porque, ¿quién es capaz de no caer rendido ante la clarividencia con la que abrían estas diez canciones? Esa "Don't Panic" que en su brevedad y sencillez nos lo da todo y nos sumerge en un viaje que nos lleva desde la sensible ingravidez de "Sparks" a la contención enérgica de "Shiver", uno de los emblemas del disco, tan cercana a la tragedia reconfortante de Buckley, con esas afiladas guitarras que dibujan unos fantásticos riffs y el falsete en primer plano. También contiene "Trouble", cuya pureza consiguió engancharme a su sonido para siempre tras su adictivo fraseo de piano, aunque en estas canciones estaban muy por delante las seis cuerdas. En unos momentos hipnóticas y etéreas, en otros ásperas y cortantes.

En las melodías de "Parachutes" ya estaban todas sus más reconocibles formas, su propuesta inicial perfectamente condensada en unas canciones soberbias que nunca han dejado de crecer y que siempre han mostrado la versión más refinada de los ingleses. Si el tema titular era más bien un boceto y "We never change" una plegaria reposada casi con forma de demo (con esas sugerentes escobillas que acarician la batería), "Spies" derrochaba melancolía gracias a su cadencia sedosa y "High Speed" se aceleraba dentro de su contención, pero dándonos pistas de todo lo que el grupo podía explorar. Sin embargo, las imperecederas, esas canciones que no dejaban a nadie indiferente (y que aún con el paso del tiempo siguen sin hacerlo), eran una explosiva "Everything's not lost", con su enigmático crescendo, y la siempre necesaria "Yellow". Su canción eterna, la que nunca puede faltar, porque es perfecta. Ligeramente poderosa. Eternamente viva, sentida y explosiva. Con ella todo puede cobrar sentido y quizá por ella misma todo el resto de la historia del cuarteto quede justificado. Chris llegó a decir al poco de componerla que no sabía si sería su obra maestra, pero que estaba seguro de que no se cansarían de tocarla, al menos por un tiempo. ¡Qué razón tenía! Porque parece que definitivamente ni se cansan ellos de interpretarla ni todos nosotros de escucharla. "Yellow" vale mucho más que todo el disco que la contiene. Es el sentido de su carrera misma, aún ahora que siguen estirando este "Music For The Spheres World Tour" hasta la extenuación.

"Parachutes" es un magnífico debut. El debut de la banda más grande del momento, aunque sólo sea en cifras, y sus veinticinco años nos hacen caer en la cuenta de lo importante que fue vivir ese instante. El renacer de la música británica tras el hartazgo de la guerra del Britpop. Cuando la esperanza y el deseo de volver a estar en comunión entre artista y público se hizo realidad gracias a unas canciones sinceras. Coldplay lo lograron. Hicieron que ese sueño fuera real y que diera vueltas alrededor de ese globo terráqueo que nos representa a todos en su portada. Como si esa portada y la última canción de su disco más reciente, "One World", cerraran el círculo e hicieran conectar a esas millones de "cabezas llenas de sueños" unidas por las grandes canciones de este cuarteto.

Cuando en uno de los conciertos de Wembley al que pude asistir el pasado mes de agosto, Gustavo Dudamel, conductor de la orquesta Simón Bolívar de Venezuela que abría el show, expresó su gratitud hacia Chris Martin y su banda, los definió como artistas que con su música son capaces de entretener, pero sobre todo de curar. Y ese es precisamente el misterio de esta banda y de su aclamado disco de debut. Un disco capaz de sanar, pero sin olvidar su capacidad para convencer con su solvencia, y eso que en el momento de su publicación los cuatro músicos acababan de pasar la barrera de los veinte años. De ahí que uno de los caramelos que guardaban escondidos a modo de "hidden track" entre estas canciones tuviera un mensaje tan claro y positivo como ocurría en "Life is for Living". Para eso está la vida, para vivirla y exprimirla, agradecidos de todo lo que nos da y que no dejará de sorprendernos si estamos dispuestos a ello. Cobijados bajo el paracaídas de Coldplay y seguros de que nuestro aterrizaje nos devolverá la paz que desde los primeros rasgueos de "Don't Panic" persiguieron sus protagonistas y algunos acogimos con los oídos bien abiertos, entendiendo mutaciones, avances y retrocesos, hasta llegar a tocar con los dedos la mismísima luna mientras continúa sonando su sanadora y reconfortante "música de las esferas".

G-5: "El que quiera dormir que se compre una colchoneta" / “Tucaratupapi”


Por: Txema Mañeru. 

A todos nos gusta saborear las cosas buenas de la vida. También las buenas canciones y los buenos discos. La verdad es que, a menudo, cuando estas cosas llegan muy seguidas se pierde algo de este placer. Pero tampoco nos gusta que tengan que pasar prácticamente dos décadas completas entre un disco y el siguiente. Y es lo que han hecho estos "vagos divertidos" del G-5 que mantienen su característica desfachatez y sus alegatos a favor de las drogas blandas fumadas. ¡Vaya 5, por cierto! Te hablamos de Kiko Veneno, El Canijo de Jerez, Muchachito, Tomasito y Diego Ratón. 5 cafres que se juntaron en un estudio en Jerez, hace ya 19 años para grabar el ya emblemático “Tucaratupapi” que han tenido a bien en El Volcán Música de editar ahora por primera vez en lujoso vinilo. Los Travelling Wilburys del flamenco nos hicieron sonreír y bailar con joyas como "40 Forajidos", la alucinación de "Día de Promoción" o el puro cachondeo de "La Oreja Baila Sola".

De paso, abrieron boca para la sorpresa que estaba por llegar cuando nadie lo esperaba. Sorpresa con estupenda portada emulando la del film “O’Brother” de los Hermanos Coen y con cachondo título, "El Que Quiera Dormir Que Se Compre Una Colchoneta" (El Volcán Música). Bien es cierto que todos ellos están enfrascados en sus respectivas y muy recomendables carreras. Varios de ellos muy vinculados con El Volcán y si te pasas por www.elvolcanmusica.com, podrás comprobar que muchos de sus discos están disponibles ahí en vinilo, además.

Merece la pena antes de escuchar el nuevo disco disfrutar con las canciones ya citadas y la frescura de un “Tucaratupapi” muy digno de recuperar desde su febril arranque con "La Fiebre". En dicho disco ya colaboró el gran Pepe Beguines y también está presente en este regreso. Pero el nuevo trabajo también pintaba muy bien, además de por el mucho tiempo transcurrido, por la audición de un single previo tan hermoso y con su especial sentido del humor como es "Badajoz", un precioso lento que tiene hasta aires country y fronterizos. El videoclip, sin desperdicio alguno también. Todo ello con la recomendación de su amigo, El Gran Wyoming

Antes el disco se abre con la carta escrita, cantada y narrada a su "Querido Javier". Perezosos aires latinos que pueden recordar hasta a un J.J.Cale entre latino y flamenco. La fiesta se desata ya con "Vaya Sarao", con más cachondeo y más aromas “flamenquitos” acercándose al estilo de Tomasito o Los Delinqüentes. De aquí sale el título del disco en su guapo estribillo. A destacar del disco el rico trabajo con las percusiones del productor y mezclador Lele Leiva o las de Rafael Fontaiña “Teto”. Brillan mucho en otro claro single como "El Hombre Bala" con otro guapo estribillo y más fiesta. Tonos rock y más coros locos y flipados encontramos en "Sancti Petri Boulevard" y sus guitarras finales blues-rock. Aires funkies y turutas en otra nos aguardan en la enormemente pegadiza "Amilele", ideal de nuevo para bailar mientras que el precioso y muy romántico lento "Dímelo, Dímelo" se acerca a la estela de Kiko Veneno. 

 Pero el rock no para, en este caso en el acelerado y flamenco, que fue el segundo single, "Helsinki" y su divertida letra que recuerda a los Jackson Five y Bob Dylan, pero también a Las Grecas y Los Chichos. Más fiesta y chispa en el tercer tema de adelanto, "La Moto", con otro genial estribillo cantando por todos juntos y con recuerdo al “carro” de Manolo Escobar en la letra. Acaban a tope con esa citada apología a las drogas con "Afectados Por Las Galletas" en la que también nombran las setas a ritmo de blues pausado. Como colofón se fuman "El Porro" final con aromas a Los Delinqüentes e incluso a los Pata Negra. Más coros festivos entre el hachís, la maría, Jamaica y el citado porro. ¡Una fiesta absoluta que en directo se convertirá en lo cura total y que ojalá tenga más fechas que las primeras y abundantes ya anunciadas!

Festival Huercasa: Celebrando años a contracorriente


Riaza, Segovia. Del 18 al 20 de julio del 2025. 

Texto y fotografías: Àlex Fraile. 

Llega el verano y con él los festivales. Visto con rigor, se podría usar el singular ya que de un tiempo a esta parte muchos han dejado de luchar, inmersos en esa legítima visión de no complicarse la vida. “¿Qué necesidad habría?” parece repetirse cualquier promotor de turno en cualquier rincón de nuestra geografía. Basta con seguir la rueda y subirse al caballo ganador. Apostar por los mismos grupos y punto.

A todo ello hay que sumarle una fiebre que llegó para arrasar con todo. Ya lo avisó Nando Cruz en su fantástico libro "Macrofestivales: El agujero negro de los festivales". “Los macrofestivales no son oasis del mundo, sino la boca del mundo”, señalaba incluso en alguna entrevista haciendo hincapié en el hecho de que nuestra mirada crítica desaparece cuando lo estamos pasando bien. Cada cual tendrá su opinión, pero lo cierto es que los grandes festivales son como las fiestas patronales de épocas de bonanza donde cualquier ciudad o pueblo destinaba su presupuesto – real o imaginario – en contratar al artista de moda todo fuese para no ser menos que el vecino de turno, al más puro estilo: y yo más.

Afortunadamente no todo el mundo se pliega a las reglas del juego o busca el éxito económico por encima de cualquier otro factor. Así en una aldea bucólica segoviana conocida como Riaza un grupo de irreductibles soñadores siguen luchando contra las máquinas depredadoras del capitalismo, apostando por música de calidad con sabor a country y americana, cuidando los detalles, con honestidad y respetando el entorno rural. 

El Huercasa Country Festival demuestra que se puede vivir a contracorriente, sin alardes, acorde a sus posibilidades, promoviendo un turismo sostenible y de paso demostrando que la música americana sigue de moda. Pocos festivales pueden presumir de cumplir su décimo aniversario sin renunciar a sus principios. A lo largo de estos años por Riaza han desfilado abanderados del género como la mismísima Emmylou Harris junto a Rodney Crowell; Steve Earle; John Hiatt; Los Lobos; Nikki Lane; The Long Riders; Will Hoge; Hayes Carll; Ashley Campbell o más recientemente The Wild Feathers; Eilen Jewell; The Wonder Women of Country o los añorados GospelbeacH.

Este año el Huercasa estaba de celebración y el cartel no defraudó con leyendas del alt-country como los referenciales Son Volt o los siempre adorados por estas tierras, The Jayhawks. Como festival de proximidad que se precia, el Huercasa no descuidó al producto nacional contando con artistas de la talla de la magnética Jodie Cash; Twanguero o Germán Salto, acompañado para esta ocasión especial por su Country Thunder Revue.

A pesar de cuidar los detalles y evitar que los artistas se solapen en diversos escenarios, no fue posible acudir a todos los conciertos. ¿La culpa? Un poco de todo: cuestiones logísticas; contingencias de última hora o los estragos del calor castellano. Dicho esto, y pidiendo disculpas de antemano, aquí va un resumen incompleto del festival. 

Viernes 18 de julio

 La jornada comenzó a las cinco de la tarde bajo un sol de justicia sobre las tablas del Harvest. ¿Existe un escenario con nombre más hermoso y acertado que este? Sobra la respuesta. Fuese como fuese. No pudimos acudir al concierto de la catalana Jodie Cash, uno de los momentos más esperados de esta edición. Una artista rebosante de clase que bien podría haber nacido donde hubiese querido. No dejaría de brillar, como seguramente brillaron las canciones de su flamante nuevo disco: "My Senses". Un trabajo que transita por distintos territorios, ya sea el country, el bluegrass o el rock. Un buen ejemplo, como demuestra el propio festival con uno de sus carteles más eclécticos, que la música trasciende fronteras.

Al acercarse al campo de fútbol de Riaza y escuchar de fondo la música de los californianos Color Green uno bien podría pensar que se había equivocado de lugar. Todo lo contrario. El Huercasa – en contra de lo que puedan pensar o desear los puristas – no se limita a la música country. Vivimos en un mundo ya bastante encorsetado cómo para limitar la música a un género musical. Así lo demostró el combo americano con su combinación de sonidos psicodélicos, folkies o rockeros. Una manera estupenda de adentrarse en el universo Huercasa, ahí donde el buen rollo y la felicidad tienen cabida.

El sol amagaba con esconderse cuando pisaron las tablas Jason Scott & The High Heat para demostrar que el country actual no entiende de patrones. Los de Oklahoma presentaron "American Grin", su último disco sin olvidarse de rescatar joyas del pasado como "Quittin’ Time" o "In the Offing". En esos momentos resultaba imposible no mover los pies, ajustarse el sombrero vaquero y sonreír mientras sobrevolaba el recuerdo de un tal Tom Petty. No serían los únicos en hacer guiño velado o disimulado al genio de Gainesville.

Tras reponer fuerzas y comer sano – otra de las ventajas de este festival – llegó el momento esperado por la gran mayoría de los asistentes. La demostración de que las rupturas por mucho que sean dolorosas no tienen porque ser para peor. De todos es sabido la historia de Jeff y Jay dos amigos unidos por aficiones y gustos musicales que dieron forma a una de las bandas icónicas y fundamentales de este subgénero que llegó a denominarse la americana. De las cenizas de Uncle Tupelo – otro nombre simple y poético por igual – surgieron Wilco y Son Volt. Lo fácil, al menos visto la trayectoria mediática de unos y otros, sería decir que Tweedy era el alumno aventajado. Personalmente, y disculpas por la licencia, tengo dudas. Farrar demostró con el primer álbum de Son Volt que era capaz de seguir brillando sin su amigo. Ambos sacaron discos prácticamente a la par y el "Trace" de Son Volt nada tiene que envidiar a "A.M." Todo lo contrario, se mire por dónde se mire Trace es una obra maestra.

Con semejantes credenciales y con el recuerdo siempre latente e imborrable de Uncle Tupelo, verdaderos padres del country alternativo, apareció por Riaza la figura de Farrar al frente de Son Volt. El tiempo pareció detenerse mientras repasaban su discografía y desgranaban canciones actuales como la adictiva "Sometimes You’ve Got to Stop Chasing Rainbows", con la que abrieron su concierto o joyas del pasado como "The Picture" o "Cherokee St". Sin embargo, y no podía ser menos al cumplirse treinta años de su lanzamiento, el repertorio giró en torno al imprescindible "Trace". Así entre otros sonaron clásicos como "Out of the Picture", "Ten Seconds News" o la hermosa y sincera "Tear Stained Eye" donde Farrar cantaba esos versos ya clásicos de: “Desecha las malas noticias y déjalas descansar / Si aprender es vivir, y la verdad es un estado mental / Descubrirás que es mejor al final del camino / ¿Puedes negar que no hay nada más grande?”.

El concierto llegaba a su final y una brisa castellana sobrevoló Riaza congelando las almas y estremeciendo al más pintado al son de temas crepusculares como "Drown", "Route" o una eterna "Windfall" con la que empezó esa preciosa aventura llamada Son Volt. Pues eso. “Que el viento se lleve tus problemas / Que el viento se lleve tus problemas”. Los conciertos no son una mera sucesión de canciones, son experiencias, emociones capturadas en la memoria colectiva que por arte de magia sobrevuelan a la mínima señal. Todo esto fue el show de Son Volt y había tiempo para una última sorpresa. Cerrando los ojos toda la explanada creyó soñar al escuchar esa maravilla de Tom Petty que es "American Girl". A buen seguro que cada uno vivió el concierto a su manera, pero desde luego supo a poco y crucemos los dedos para que los amigos de Heart of Gold traigan de nuevo por aquí a esta banda referencial. Lo fácil es ser de Wilco. Lo sabio es no olvidar a Son Volt.

No es plan de ir de esnob y negarse a declarar el triunfador de esta primera jornada. Por decisión unánime a buen seguro que este fue Myron Elkins. Un jovencito de veintitrés años que canta como si llevará toda la vida en la carretera. Ya lo decía él mismo en una reciente entrevista para Ruta 66: “Solo quiero que las canciones suenen como si tuvieran polvo encima. Como si ya hubieran vivido algo”. Misión cumplida. Sus canciones suenan vividas, verdaderas. A pesar de su corta edad volvía a España para cerrar la primera noche del Huercasa con un nuevo trabajo bajo el brazo: "Nostalgia for Sale". Su música sonó a pasado, a presente, a futuro. Myron bebe de viejas fuentes como el soul, el country, el rock o el blues sin dejar de sonar fresco y potente. El futuro está en sus manos y no va dejar pasar la oportunidad de triunfar como lo hicieron antes músicos con alma soul, convertidos estandartes de la americana como Nathaniel Rateliff. Bajo una fresca noche segoviana desplegó guitarrazos de esos que arañan y sobrecogen y nos recordó que la honestidad no es una palabra en desuso. Apunten su nombre: Myron Elkins. ¡No va dejar de crecer, quién avisa no es traidor! Pasan los días y su actuación sigue revoleteando en nuestras cabezas como esa polvorienta balada que es "Wrong Side of the River". 

Llegó el momento de volver a casa y recargar fuerzas. ¿Despertaríamos sabiendo bailar? 

Sábado 19 de julio

El Huercasa, por mucho que vaya a contracorriente, también tiene sus propias reglas y la principal no es otra que acudir a la Plaza Mayor a tomar el aperitivo, saludar a los amigos de siempre y comprobar si obró el milagro. No hubo suerte, pero ahí estaban ellas y ellos dispuestos a demostrar sus dotes en la Country Dance Line. La mayoría de las personas hicieron los deberes y se animaron a bailar sin perjuicios, sin rubor. Bien hecho. El Huercasa es un festival diferente. El protagonismo es compartido, a Riaza se va escuchar y a bailar. La plaza palpita a la hora del aperitivo y quién haya asistido a alguna de sus ediciones sabrá que ese momento es mágico. Reina el espíritu festivo, el buen rollo y un sabor a americana se impregna de todo el pueblo, para siempre.

Llega la hora de comer. Las opciones son enormes, pero investiguen por ahí. La magia continúa en las terrazas de cualquier hogar, a la vuelta de la esquina, prestos a sorprender. Por cuestiones de fuerza mayor, no pudimos acudir a las actuaciones de los barceloneses The Barroom Buddies, de Back to the Hills que sorprendieron según parece la fabulosa versión que se marcaron del "Everybody Knows This Is Nowhere" del tito Young. Tampoco llegamos a tiempo para ver al murciano Al Dual abrir el escenario principal con su despliegue de rock and roll clásico, blues primitivo e incluso swing. De todo corazón, disculpa a los tres por el desplante.

Germán Salto, fiel amigo del festival, no quiso perderse este décimo aniversario y subió al escenario elegantemente vestido para la ocasión y rodeado de una super banda, su Country Thunder Revue. Tiró de galones y de músicos mayúsculos como Manu Garaizabal o Ricky Lavado – por mencionar algunos – para atestiguar que sigue estando en lo más alto del escalafón nacional de la americana con el permiso de otro viejo conocido como Quique González. Desplegaron melodías bañadas en pedal steel, mandolinas, banjos, violines y certeras percusiones. Durante una hora Riaza pareció asemejarse a Laurel Canyon. Salto repasó viejas canciones y nos abrió el apetito de su nuevo disco. Uno de los trabajos más esperados por la parroquia durante los próximos meses. Capricho del destino dieron por finalizado su sobrio y certero bolo con una maravillosa versión del "Monday" de Wilco. 

Sin tiempo para el respiro llegó uno de los momentos más esperados de esta edición. La puesta en escena y presentación en España del último trabajo de Rob Leines: "Headcase". Un disco concebido tras una extensa gira y que captura la vitalidad del directo. Un directo que es sin duda la principal baza de Leines, mejor dicho, de Roberto. Desde ahora será conocido por su nombre español. Bastaron unas cuantas canciones y grandes dosis de personalidad para que todas las miradas se fijasen sobre el escenario. Pertrechado de su guitarra y acompañado solamente por un bajista y un tremendo baterista la liaron parda como suele decirse, desplegando un sonido puro, poderoso, eléctricamente enérgico y repleto de dosis de rock sureño. Ya lo dice en la canción homónima de su último trabajo: “Hoy me encontré cara a cara con el asfalto / Derramé mi cerebro por todo ese sucio lugar”. Pues eso desde que Leines abandonase su trabajo de soldador para lanzarse a la carreta despliega puro músculo rockero y una vitalidad contagiosa. Esto, junto a sus poderos zapatazos de rock sureño, fue lo que provocó que abandonase el escenario en olor de multitudes y al son de un grito de guerra: ¡Roberto, Roberto, Roberto! ¿Devoción por el artista o vacile? Visto lo visto, más lo primero que lo segundo, aunque Leines no es solo Leines. Sabe rodearse de músicos rebosantes de intensidad que logran que la atención se reparta en tres. 

El Huercasa no podía soplar las velas sin invitar a su principal padrino, los mismísimos Jayhawks. Sin lugar dudas una de las bandas de americana con más predicamento en este país, tal como demostró la gran afluencia de público a la jornada del sábado. Los de Minneapolis habituados al frío que a esas horas de la noche ya empezaba a sobrevolar el campo de fútbol de Riaza desplegaron sus melodías cálidas, pero en honor a la verdad – aunque duela decirlo – sonaron descafeinados y un tanto desganados con un Gary Louris más empeñado en recalcar a cada oportunidad que está enamorado. Por estos lares a los Jayhawks se les perdona todo pero cierto es que no tuvieron su noche y su actuación estuvo lejos de la magia desplegada en anteriores visitas. Eso sí – ventajas de contar con una discografía excelsa – salvaron el expediente gracias a temas atemporales como "Tampa to Tulsa" o la propia "Blue". Esperemos que vuelvan pronto y con más ganas. Seguramente cosas que pasan cuando uno juega en casa y piensa tener la victoria amarrada. 

Tras esta pequeña decepción llegó el turno de The War and Treaty, encargados de cerrar esta edición del Huercasa. La pareja artística conformada por Tanya y Michael Trotter se encuentra de dulce como demostraron en Riaza. Sus exuberantes voces combinan con un colorido paisaje musical compuesto por suaves ondas de soul, country e incluso rock puro. Su música rebosa alegría y mística. El concierto transitó por el sendero de la espiritualidad, una fantástica manera de ejemplificar como la música trasciende fronteras.

Así terminó una edición muy especial de Huercasa, un festival único que sigue dispuesto a luchar contracorriente contra el sin sentido y lo pasajero. Mientras tanto la familia de Huercasa gracias al buen hacer y criterio de Heart of Gold siguen a lo suyo. Apostando por la calidad, por música rebosante de alma, anteponiendo intereses comerciales y velando por la sostenibilidad. Un festival para disfrutar a sorbitos, en familia y en un entorno rural envidiable. Más no se puede pedir. Bueno sí, que sigan en la brecha. ¡Nos vemos el próximo año!

Van Morrison regresa a sus raíces: “Remembering Now”


Por: Ricardo Virtanen.

Asevera el primer poeta español elegíaco aquel inmortal verso: “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Aplicado a este icono de la música popular actual, uno de sus figuras más sublimes y determinantes, diríamos que le venía al pelo según ha ido transcurriendo este última década, que, digámoslo pronto, hay una gran cantidad de vinilos intrascendentes e, incluso, prescindibles. En concreto, desde aquel regular "Duets: Re-working the Catalogue 2015", el León de Belfast ha dado a la imprenta discográfica catorce discos (doble disco en muchos casos). En esta década insulsa a rasgos generales, bajo un impulso omnívoro —siendo septuagenario—, muchos de los álbumes yo los puntuaría entre el 5/6. ¿Afán de engrosar una discografía impresionante desde hace décadas? Neil Young o Bob Dylan no se quedan atrás en este afán discográfico. Por solo citar seis, recordamos "Latest Record Project, Volume 1" (2021),"What’s It Gonna Take?" (2022), "Moving On Skiffle" (2023), "Accentuate The Positive" (2023), "New Arrangements And Duets" (2024) o el curioso e intrascendente "Beyond Words: instrumental" (2023). En este 2025 se anunció nuevo trabajo discográfico, el primero en tres años con temas propios. Los incondicionales vanmorrisonianos —entre los que me encuentro— celebran cada trabajo del autor de "Moondance", y no hay disco que no nos sublime. Pero "Remembering Now" (su disco 47º de estudio, o 48º si se cuenta el mencionado "Beyond Words: instrumental") rompe los esquemas de los que ya no esperaban nada destacado del cantante (la prensa especializada, por ejemplo, que le ha atacado duramente la última década). Van cumple el próximo 22 de agosto 80 años. Y, cierto, no deja de sorprendernos nunca.

"Remenbering Now" es un disco intimista, delicado, introspectivo, vigoroso y muy inspirado en los 14 temas que lo constituyen. La crítica (The Times, Record Collector, MOJO, Daily Mail) lo ha aproximado a sus mejores discos de los ochenta y noventa. Yo, particularmente, lo veo a la altura de trabajos como "Poetic Champions Compose" (1987), "Into the Music" (1979), "Hymns to the Silence" (1991) o "The Healing Game" (1997), sin seguramente ningún tema a la atura de sus mejores composiciones, pero con al menos cinco piezas redondas, y ni una sola caída. El aspecto poético siempre es clave en Morrison. Prosigue y ahonda en las huellas de poetas clásicos como el irlandés W. B. Yeats, W. Blake, J. Donne, Rimbaud, Eliot o el gran Dylan Thomas (los cuales se esparcen por muchas de sus letras en estas décadas), si bien, para el título de este disco, el León de Belfast, uno de los grandes poeta del rock (aunque no del todo reconocido), acaso supervisara poetas como la inglesa Christina Rossetti (1830-1894), quien escribió el poema “Remember me”, o el poeta escocés contemporáneo Stuart A. Paterson (1966), que dio a la luz el poema “Remembering Then, Remembering Now” en 2017. La banda base con la que se ha rodeado Morrison para este disco es la siguiente: Richard Dunn (órgano Hammond), Stuart Mcilroy (piano), Dave Keary (guitarra), Pete Hurley (bajo), Colin Griffin (batería y percusión) y Alan “Sticky” Wicket (percusión), algunos de los cuales acompañan al de Belfast en su gira de 2025.

Disco doble —lo que le resta un ápice, quizá, de ser una absoluta obra maestra—, cuyas dos de sus canciones, que inician las dos primeras caras, ya se adelantaron como singles. “Down to Joy” abre el disco, y en la metáfora del título: “Descendiendo hacia la alegría”, se halla el contenido temático de este disco, pues se trata de revisitar su pasado, los lugares en que fue feliz en su Belfast natal, los amores, las anécdotas, su inicio en la música. Canción festiva y optimista, pues, que se incluyó en Belfast, film de Kenneth Branagh, que en 2021 optó al Oscar de la Academia a «Mejor Canción». La otra, “Cutting Corners”, presentada el 1 de mayo de este año, se escuchó en el concierto de El Botánico de Madrid los pasados 4 y 5 de junio. Otra canción notable suya, que se haré inmortal con el paso de los años, se explaya en torno a ir sorteando problemas en la vida, por ello dice: “estoy sorteando atajos, y me quedo quieto”, con uso de violín, y saxo y guitarra del propio Van, más las sublimes voces de Dana Masters, la joven perla irlandesa Jolene O’Hara o el recientemente fallecido Crawford Bell, cantante nordirlandés a quien Van Morrison dedica el disco.

Sin duda, muy significativo es el segundo corte: “If It wasn’t for Ray”, tema festivo y alegre dedicado a la influencia de Ray Charles, clave en su formación musical y en el desarrollo de algunos de sus estilos (Blues/R&B), con un toque de ska y blues. A Ray ya lo había homenajeado en su tema “I believed to my Soul”, mientras la canción de Charles “What Would I Do Without You” (A Sense Of Wonder, 1985) está muy presente en su repertorio actual. En la letra leemos: “If it wasn’t for Ray / Wouldn’t be where I am today”. Por cierto, en el título del tercer corte: “Haven´t Lost My Sense of Wonder”, cita el mencionado disco, otra canción de tempo medio que asombra por su rica melodía y sus arreglos vocales (con la participación de Bell, Masters y O’Hara).

El disco está plagado de canciones memorables. “The Only Love I Ever Need Is Your” es toda una declaración de amor, excelsa balada donde quizá el uso de la cuerda es más profundo y delicado, firmado por Fiachra Trench, quien ya había colaborado con Morrison en trabajos como Avalon Sunset (1989), y con las voces, esta vez, de Bell, O’ Hara y Pete Wallace. Pero quizá la joya de la corona sea “Stomping Groung”, que abre el segundo disco, una balada a la altura de sus temas eternos, con recuerdos a su pasado. “Take me back to the Mystic Avenue, / take me back to the Church of Ireland”, que dibuja una geografía precisa donde el bueno de Van fue feliz en su juventud, experiencias vitales y musicales, con la presencia de su saxo alto para coronar este pequeño Everest. En el ámbito de amor, no podemos dejar de reflejar dos canciones más. “Love, Lover and Beloved” y “Back to Writing Love Songs”. La primera, “Amor, amante y amada” es representativa de su estado actual, que denota serenidad: “We walk in harmony and peace”. Al tiempo, “Back to Writing Love Songs”, redunda en su afán de alejarse de paranoias de tipo social, y centrarse en el puro sentimiento del amor y de su vida pasados, cuando sin duda fue feliz.

Qué duda cabe que bajo este tobogán de recuerdos, mezcolanzas y vivencias, una canción debía resumir todo. Y esta es “Memories and Visions”, otras de los hitos estelares del disco, cuya letra puede leerse como poema. Ofrece, cierto, un crisol de recuerdos archivados en su memoria. Aquí, al elenco de voces reinantes en el disco (Bell, Wallece, y O’Hara) se le suma una voz clásica en sus grabaciones y directos: la extraordinaria Elle Cato, y un inspirado Dave Keary a la guitarra acústica. La cara C, tras “Stomping Ground” y “Memories…”, se cierra inmaculada con “When the Rains Came”, otro lento lamento que socava nuestras entrañas, con una variante en los coros: Teena Lyle y Chantelle Duncan, con, de nuevo, un Keary estelar. La paz a la que quiere llegar el poeta se resuelve con estos versos: “Take my hand, walk with me, walk with me, when the rains came”.

El disco se finaliza con dos pequeñas obras maestras. El tema homónimo del disco, “Remembering Now”, acontece ofreciendo un claro góspel con un vibrante toque de soul, repetitivo, memorístico, que rememora sus “golden days of youth”, recorriendo calles y lugares, con un hipnótico estribillo: “This is who I am, This is who I am…, Remembering, Remembering now”, donde sobresale además la trompeta de Mike Barkley y el saxo de Paul O’Reilly. “Stretching Out” suena como un largo lamento rítmico y sentimental, con apoyo de cuerda, que culmina un disco antológico. Cuasi minimalista en lo percusivo. Morrison avanza, según transcurre la canción, hacia una improvisación melódica, ya habitual en todos sus discos, que sorprende por su capacidad vocal a sus ochenta años, impecable en sus casi nueve minutos de duración. En sus minutos finales, Van canta, recordando en un bucle memorioso: “Do you remember, you remember / You remember way back Shady Lane?”. 

Afirma Morrison en el titular de una de sus canciones del disco que “No he perdido la capacidad de asombrarme”, en que abrir un paréntesis donde revivir sentimientos y vivencias, como escuchamos en “Once in a Lifetime Feelings”. Hace bien el bueno de George Ivan Morrison de alejarse de conspiraciones paranoicas, de críticas sociales embadurnadas de malaleche, de discursos contestatarios anti pandemia, antigubernamentales, anti industria musical o anti redes sociales (Facebook). Reivindicar el pasado, recordar todo aquello que fuimos con melancolía poética, también es una opción de crear, de nuevo, una obra maestra. Bienvenido "Remembering Now". El mejor Van Morrison está de vuelta.

Oasis: regreso a los noventa


Wembley Stadium, Londres. Viernes, 25 de julio de 2025. 

Texto y fotografías: Nuria Pastor Navarro. 

Todos sabemos lo que es perder un objeto valioso por capricho del destino. Quizá fuera un peluche de la infancia, o una prenda de ropa puesta y respuesta en el pasado, o una pulsera, una fotografía, un pendiente. Cosas que, de alguna manera u otra, vivieron en nuestro corazón hasta desparecer Dios sabe dónde. Y cuando en medio de la noche, entre ensoñaciones y bostezos, recordamos esos objetos perdidos, nos preguntamos dónde estarán y por qué llegamos a perderlos. Hace exactamente un año me encontraba en medio de Berwick Street, lugar de la portada de “(What´s the Story) Morning Glory”, buscando un par de esos objetos perdidos hace tiempo. Lo que nunca pensé es que los encontraría doce meses después en la misma ciudad, tocando juntos después de dieciséis años.

Desde primera hora de la mañana del que sería el primer día de concierto en la capital, se respiraba un ambiente distinto. A la vuelta de cada esquina encontrabas a un par de fans con camisetas de Oasis, y suponías que serían compañeros de marea humana unas horas más tarde. Las vías del metro chirriaban con pesadumbre, como si supieran la inmensa cantidad de personas que llenaría sus vagones llegada la tarde. Londres estaba lista.

Para las seis de la tarde, la gran avenida que hace de antesala al colosal Estadio de Wembley ya olía a cerveza y multitud. Cada recoveco de la calle era surcado por un torrente inacabable de cabezas coronadas con gorros de pesca, espaldas con el mítico logo blanquinegro y pies marcados con las tres rayas de Adidas. No cabía duda: los Gallagher habían traído de vuelta los años noventa.

Una vez dentro, el ambiente no decaía. El Wembley reventaba por los cuatro costados, y la impaciencia se apoderaba poco a poco de cada uno de los más de 80.000 asistentes. Para calmar las aguas, apareció en el escenario Richard Ashcroft, vocalista de The Verve, que entre aplausos y saltos ofreció una brillante actuación. Mientras, las puertas sufrían un imparable ir y venir de gente, y el rojo de las butacas desaparecía a medida que los fans ocupaban sus asientos. Justo cuando el sol agonizaba, Ashcroft cerró su parte con la inigualable “Bitter Sweet Symphony”, que puso al estadio completo en pie.

Los próximos minutos estuvieron cargados de nervios. Parecía mentira que los hermanos fueran a salir por algún rincón de aquel sobrio escenario rematado por las clásicas letras fuente Helvetica. Pero justo cuando no cabía ni un alma más en el recinto, un vídeo se proyectó en la pantalla: “Esto no es un simulacro. Esto está pasando”.

El público se levantó como si los asientos hubieran aumentado su temperatura de repente y un grito triunfal y nervioso se escapó por la gran escotilla superior. Mientras, el montaje de vídeo mostraba la evolución de la presente reunión: desde los tweets y titulares que especularon con un encuentro hasta la confirmación por parte de los propios artistas. Y sin necesidad de más presentación, los Gallagher salieron al escenario cogidos de la mano.

Liam, con un gorro calado hasta la mismísima nariz y la parka que ya es marca personal. Noel, con gafas de sol y la guitarra colgada. La música comienza a sonar, y Oasis en persona nos saluda abriendo el show con “Hello”. Entonces, entre el descontrol de la multitud y el ensordecedor volumen de las guitarras, me doy cuenta de que estos objetos ya no están perdidos.

La fiesta no para, pues nos lanzan a la cara sin descanso alguno una ráfaga de potentes temas —“Acquiesce”, “Morning Glory”, “Some Might Say”— que dejaron más que claro que Oasis no había perdido ni un ápice de habilidad durante los años de extravío. En algunas ocasiones Liam desaparecía, dejando a su hermano a cargo del espectáculo. Fueron grandes momentos para las caras B, como “Talk Tonight” —dedicada a las ladies—, “Half The World Away” o "Fade Away”, además de temas más tardíos como “Little By Little” —dedicado esta vez a los lads—.

Una vez regresaba la otra mitad del dúo, con pandereta en mano, sonaban los grandes clásicos. Desde “Supersonic” hasta “Stand By Me”; el tiempo volaba canción tras canción, y el cielo se oscurecía cediendo el protagonismo a los coloridos visuales del concierto. Rozando ya la veintena de temas, llegó el momento de los homenajes: a The Beatles, eternos padres indirectos de Liam y Noel, con la mezcla de “Whatever” y “Octopus´s Garden”, y a Ozzy Osbourne, cuya foto apareció durante la interpretación de “Live Forever”. Con “Rock ´n´ Roll Star” la lluvia de vasos de plástico y cerveza que se había dado hasta entonces se intensificó, y el público aprovechaba los últimos momentos que quedaban para ver en carne y hueso a los hermanos Gallagher. Aún habiendo podido representar la paz entre ambos, Liam volvió a desaparecer del escenario en el momento de “Don´t Look Back In Anger”, regresando para la mítica “Wonderwall”, no sin antes darle una palmada en la espalda a su hermano. Linternas y mecheros se alzaron entonces, convirtiendo al estadio en una pequeña galaxia que celebraba el gran reencuentro.

Y sin desearlo, llegó el gran final, protagonizado por “Champagne Supernova”. El tema parecía no terminar y, a la vez, volar. La eternidad y finitud en un segundo. Lágrimas, saltos, bailes y música que sonaba a despedida. Aplausos, aplausos y más aplausos. Miles de personas en pie, unidas por una pasión que creían apagada. Y, finalmente, fuegos artificiales desde la cubierta del Wembley. Una vez más cogidos de la mano, Noel y Liam agradecieron al público, y desaparecieron entre las sombras del escenario con una puesta de sol proyectada tras de sí.

Las salidas comenzaron a vomitar gente y en los pasillos se podía escuchar cómo se coreaba una y otra vez el estribillo de “Don´t Look Back In Anger”. Ebrios —de cerveza y/o emoción— los fans regresaban a sus casas, con las rodillas temblando, los pies doloridos y la reconfortante sensación de haber encontrado de repente aquel objeto perdido hacía mucho tiempo.