Fito & Fitipaldis: “El Monte de los Aullidos”


Por: Fran Llorente. 

El octavo disco de estudio de Fito Cabrales y compañía vuelve a dar en el clavo, con las melodías de siempre y unas canciones que enseguida enganchan al oyente. Fito (voz, guitarra y composición), junto a los superlativos Carlos Raya (guitarra solista) y Javier Alzola al saxo, más Alejandro Climent al bajo y Coqui Jiménez a la batería, en formato quinteto clásico, vuelven por sus fueros una vez más, elaborando un dulce licor para paladares de toda clase y condición.

Como viene siendo costumbre, el álbum arranca de forma espectacular con “Los cuervos se lo pasan bien”, uno de los dos singles que eligieron para presentar en sociedad antes que el plástico saliera a la venta. A destacar las tramas guitarreras entrelazadas, el sentido del ritmo y la excelente producción de Carlos Raya en los controles. Tanto Fito como el ex guitarrista de Sangre Azul y M-Clan (y también contramaestre de grandes figuras como o Antonio Vega o Quique González), entre los muchos artistas a los que ha acompañado y producido en su prolija y exitosa carrera, son dos viejos lobos de mar, así que la descomunal calidad que ambos atesoran se les presupone de sobra, del mismo modo que la valentía y gallardía se les infiere a los soldaditos de turno, ahora que el Ejército es “voluntario” (dicho entre comillas siempre, ya que no lo es para los más pobres que se ven abocados a trabajar en la milicia o en los oficios más duros…) y que es Profesional en la mayoría de los países de Europa, afortunadamente para todos nosotros. Aunque al igual que pasa con nuestra tan querida “democracia”, no lo demos todo por sentado y definitivo, que los tiempos están cambiando muy rápido y a peor. Pero donde hay patrón, no manda marinero, y todas estas reflexiones que escribe un servidor, las hace suyas Fito Cabrales y si el oyente es espabilado, las podrá encontrar leyendo entre líneas en varios pasajes del álbum, aunque muchas veces referidas a capítulos estrictamente personales. Esto mismo ya lo apuntó en himnos anteriores como “Medalla de Cartón”, contenida en el genial trabajo “Por la boca vive el pez”(2006). A continuación, y con tintes de blues atmosférico asoma “El Monte de los Aullidos”, la canción homónima que da título al disco. 

El propio Fito Cabrales ha comentado que este es un trabajo construido desde un profundo pesimismo y eso se nota en canciones como “Volverá el espanto”. No hace falta mirar mucho a nuestro alrededor viendo los tiempos que nos asolan en esta nueva era medieval, gris y criminal. Solo hace falta ver el telediario y contemplar el Genocidio en Gaza, o la infame guerra de Ucrania, o la tremebunda degradación política e institucional en nuestro sufrido país, en directo y en primicia todos los días. “Todo empezó a oscurecerse y llegaron los malos vientos”. Nunca mejor dicho.

Otro de los bombazos del álbum se llama “A contraluz” (que también salió como segundo single) y que por sus armonías nos recuerda composiciones anteriores del artista, como “Cielo hermético”, “A quemarropa” incluidas en su anterior trabajo “Cada vez cadáver”(2021) o incluso ya apuntaba esas formas musicales en “Garabatos” o “Pájaros disecados” de “Huyendo conmigo de mi”(2015). Es decir, medio-tiempos muy rítmicos y afinados donde el autor perfila sus propios apuntes vitales, pinceladas muy singulares siempre. En ese sentido, Fito subraya “aprendí a poner las comas, eso es lo que tuve que hacer”. Otra de las canciones para quitarse el sombrero, entre las más poéticas de su nuevo trabajo, se llama “Marea imparable”, y es una semi-balada donde el compositor afirma que fue “afortunado vorazmente por el éxito”, devorado en una vorágine súper exitosa de discos y giras (añadimos nosotros), desde aquel ya lejano “Lo más lejos, a tu lado”(2003) que lo convirtió en artista súper-ventas. “Todo fue sucediendo y oscilando, entre lo permitido y lo obligado…”. Apuntes al natural de lo que ocurre ‘al otro lado de mi ventana’. “Mentira y verdad” y una realidad escurridiza que se escapa entre los dedos como arena de playa. “Sé que el amor es complicado y primitivo como una hoguera”, y todo se puede torcer en un instante, un fresco vital que describe a la perfección estos tiempos precarios y confusos, donde parece que el mundo está al revés y que no hay salida ni remedio para nuestras penas. Canciones sin duda perfiladas “A contraluz” y con muy buen pincel. “Para sentirme mal nunca me ha faltado crédito…” Fito Cabrales es capaz de enjuagar esa amargura y convertirla en suave elixir para el deleite de propios y extraños. “Me acostumbre a vivir al otro lado de la tristeza, a mí me daba igual, yo a ella le daba pena…” canta en “La Noche más perfecta”, otra balada existencialista que incide en la temática de aquel viejo himno “Abrazado a la tristeza” incluido en el disco de “Extrechinato y tu”. 

Como podrá constatar el lector, la temática no es nueva para el bardo bilbaíno, que atesora dosis de duelo y desánimo en frasco pequeño (o grande, según se mire) y sobre todo, dos tremendas carreras artísticas, la primera con Platero y Tú y la segunda en solitario, rodeado de sus inseparables Fitipaldis, que van cambiando de sitio y de lugar, si bien permanecen juntos desde hace ya bastantes años (la banda base, me refiero), del mismo modo que cambia la biología animal para adaptarse al entorno. Aunque no todo es melancolía y también hay rock’n’roll más clásico y desenfadado en tonadas ‘alegres’ del cariz de “Como un ataúd” o “Una maldita suerte” (de enunciado paradójico y con un certero toque de claro oscuro) o la instrumental “Ardi”, que remata la faena, dejando un excelente sabor de boca sobre un álbum redondo de principio a fin, y que desde esta web recomendamos con sincero entusiasmo. Lo han vuelto a realizar y ya es la enésima vez. Bravo por nuestros protagonistas una vez más. 

Lord Malvo: “Ponemos sonido y gritamos nuestros problemas para que la gente se sienta arropada y sepan que no están solos”


Por: Javier González. 
Fotografías: Carmen Texeira.

“Cuánto Cuesta” es el nombre de la segunda referencia del combo malagueño Lord Malvo, una interesante mezcla de pop, elegantes sonoridades funk y un innegable influjo de lo mejor del rock argentino a la que añaden con mucha clase una dosis de crudeza para cantar a los males comunes de una generación cuya lucha por la supervivencia comienza a tomar cariz épico.

Tras escuchar y diseccionar este brillante cancionero que mucho nos tememos supondrá un antes y un después en su carrera, nos hemos puesto en contacto con Adrián Gámiz, guitarra y vocalista del grupo, quien desde la siempre privilegiada costa de Málaga se somete con la mejor disposición posible a nuestro tercer grado musical, desgranando algunas claves sobre el sonido y la temática que tienen estos nuevos temas de dulce apariencia que encierran muchas balas.

En primer lugar, me gustaría preguntaros por las sensaciones que os embargan tras la edición de vuestra segunda referencia, “Cuánto Cuesta”. ¿Cómo os sentís tras ver que por fin tanto trabajo duro ha fructificado en otro disco? 

Adrián: Estupendamente, tras el lanzamiento todo ha salido incluso mejor de lo que pensábamos. A la gente le ha encantado el disco, hemos crecido mucho a nivel de difusión y números y el calor humano que estamos recibiendo es increíble. Durante todo el proceso, que ha sido un camino difícil y pesado, nos hemos planteado muchas veces “¿realmente esto merece la pena?”, pero una vez ha salido el disco nos hemos respondido a nosotros mismos con un rotundo sí. 

Dos años atrás publicasteis vuestro debut, “Carrera de Obstáculos”, un trabajo donde personalmente creo que ya se apuntan muchas de las formas y maneras de hacer canciones que ahora redondeáis con esta nueva obra. ¿Qué valoración hacéis con la perspectiva que da el tiempo de aquel álbum? ¿Tenéis la sensación de haber evolucionado en lo musical y lírico? 

Adrián: “Carrera” fue un álbum fruto también de la inexperiencia e inocencia de un grupo que hacía las cosas por intuición más que con un plan premeditado, y en cierta forma creo que eso es muy positivo porque nos salió un álbum, aunque más dispar, con mucho alma y frescura. Obviamente este segundo álbum es mucho más redondo y maduro, pero también es bueno, no se le puede dar al público todo el rato lo mismo. La evolución es clara, esta vez la música no ha sido lo que nos ha salido, sino lo que hemos elegido que salga, y las letras están mucho mejor hechas y transmiten el mensaje mejor. La repetición hace la mejora. 

“Trasladamos nuestra jerga de grupo a las canciones” 

El disco tiene muchas cosas que desentrañar. A nivel de letras encontramos un trabajo muy crítico, urbano y actual, reflejando la problemática de sacar adelante el día a día en esta carrera de ratas en que hemos convertido la vida actual. ¿Cómo de complicado es buscar una lírica propia, punzante y sincera, sin caer en el exabrupto ni el tópico? 

Adrián:
Es complicado, la verdad. En un mundo en el que todo está inventado aportar algo nuevo es el verdadero reto. Sin embargo, creo que lo conseguimos. Dentro de que la denuncia que hacemos es bastante generacional, porque son problemas que adolecen todos los jóvenes de nuestra edad (un trabajo que te agota, el no poder acceder a una vivienda digna y el desgaste de las relaciones con tus amigos por las obligaciones), le imprimimos una prosa bastante personal que forma parte de nuestro universo de grupo. Cualquier grupo de amigos tiene su propia jerga y sus bromas únicas, y a nosotros nos pasa lo mismo y encima lo trasladamos a las canciones. 

“Este álbum es más redondo y maduro” 

Abordáis historias comunes que hablan de relaciones quebradas, amistades en la distancia y la problemática del trabajo y la vivienda. ¿Sentís que en vuestras historias hay un cierto “neocostumbrismo vital del siglo XXI”? 

Adrián: Es única y exclusivamente eso (risas). Al final no nos sentimos especiales en ese sentido, al contrario. Somos unas ovejas más del rebaño que adolecen los mismos problemas que todos, solo que nosotros le ponemos sonido y lo gritamos para que la gente se sienta arropada y sepan que no están solos. 

“Nuestra parte musical es romántica y luminosa, las letras son más biliosas” 

Todo ello sin perder la esperanza en el amor, cosa que demostráis en “Perro Fiel” o “Begudas Fredas”. ¿En el fondo os gusta dejar una luz para la esperanza en este mundo tan gris? 

Adrián: Lo decimos mucho, a pesar de estar puteados, somos gente feliz. Disfrutamos la vida, nos queremos mucho entre nosotros y nos divertimos con lo que hacemos, y eso se nota sobre todo en la parte musical, que es romántica y luminosa. Las letras sí son más biliosas, pero en ese sentido somos muy poco emos. Hemos sido siempre más de Arctic Monkeys que de My Chemical Romance. 

En lo musical hay una curiosa ambigüedad, integrada con mucho estilo y normalidad. Se podría decir que el disco transita por los ejes musicales que marcan los grandes tótems del rock argentino y unas descaradas veleidades funk, que dotan de elegancia y luces de neón al minutaje. ¿De dónde viene esa curiosa mezcla? 

Adrián: Una de las vertientes viene más “forzada”, entendiendo que la deriva del nuevo disco ha sido pretendida hacia ese derrotero, que es la del funk, y la del rock argentino ha sido natural. El funk llegó con el primer disco de Chic que nos voló la cabeza al redescubrirlo y quisimos implementar esas guitarras rasgueadas y bajos muy presentes en el nuevo sonido a toda costa. El universo argentino siempre nos ha encantado. Antes era El Mato y 107 faunos y ahora nos fuimos un poco más atrás y era Charly García, Calamaro y Spinetta. Fernet con cocacola seguimos tomando, lo tenemos super interiorizado. (Risas)

“A nivel lírico, Charly García y Andrés Calamaro han sido grandes guías” 

Hablar de rock argentino es hacerlo de nombres mayúsculos como los de Charly García, Luis Alberto Spinetta, así como un largo etcétera, pero por encima de todos ellos hay dos referencias que creo son claras en vuestras canciones. En “Porcelana” os acercáis al “Loco” de Andrés Calamaro y en “Te Vas de Viaje” citáis su “Mil Horas”, y en esa curiosa mezcla de pop-rock y funk, planea la sombra de Soda Stereo y Gustavo Cerati, llevados a vuestro terreno. ¿Podemos citar a estos dos últimos como grandes referencias de Lord Malvo? 

Adrián:
Los hemos escuchado, pero a nivel lírico Charly y Andrés han sido las grandes guías. Con sus luces y sus sombras son personajes embaucadores que tienen un universo riquísimo que te atrapa. Calamaro, por ejemplo, ha sido un hitmaker allá donde ha ido y Charly ha hecho discos como “Piano Bar” o “Clics Modernos” que han sido una auténtica revolución. Es curioso que siendo del otro lado de charco nos hayan influido tanto, pero es así. 

¿De dónde surge ese flechazo por la música argentina que parece haberos hechizado? 

Adrián: No tenemos ni idea, la verdad. Siempre nos ha encantado su universo. Desde su música, hasta su bebida, su comida y sus memes jaja. Somos grandes seguidores del universo argentina, nos encantaría ir, sería el sueño con el que podríamos morir en paz. ¿Qué le debe lord malvo a argentina? 

Por cierto, entre nosotros. ¿Cuánto habéis disfrutado grabando los bajos y la baterías de este disco? 

Adrián: Muchísimo. Eran los dos elementos que teníamos claro que teníamos que cuidar más. Metimos a Julio, nuestro batería, en una habitación seca sin eco y allí se creó toda la magia. De hecho, es una habitación donde se grababan allí en la Mina las guitarras, pero teníamos claro que ese era el tratamiento que había que darle. Algo seco, con pegada, muy groove, pero también muy argentinos 80s. 

“Somos muy fans del sonido Vera Fauna” 

Hay otra sombra que planea sobre este trabajo con mucho orgullo, se trata de la figura del productor Alex Fernández, miembro de proyectos tan potentes como Vera Fauna, Manola y Lori Meyers. ¿Qué ha aportado su saber hacer al resultado final de “Cuanto Cuesta”? 

Adrián: Ha sido clave. Gran parte de la culpa del sonido de este disco la tiene el. Es una persona que tiene una gran influencia del soul, el funk y la música negra pero aparte tiene muy claro como implementar esos patrones en la canción pop, que es lo que nosotros queremos hacer. Además, el estar también detrás de temas de Vera Fauna nos ha dado también una visión muy cercana a ese sonido, del que siempre hemos sido muy fans. 

Atendiendo a las canciones, me ha gustado mucho ver lo directos que os ponéis en títulos como “Más feliz y menos productivo”, donde colaboran Vera Fauna, por cierto. Creo que una de las más románticas del álbum en la cual por cierto encierra un pequeño guiño a Morrissey. ¿Estoy en lo cierto? 

Adrián: Pues sí (risas). Adri Nonak, quien compuso la canción, es muy fan del mundo Smiths y algo coló. Los años que vivió Manchester le han pasado factura claro está. 

Venís de una tierra maravillosa como Málaga. Sabemos de la existencia de proyectos que poco a poco van ocupando un lugar preeminente en nuestra música, como el de nuestro amigo Nacho Sarria ¿Qué tal anda el panorama de bandas por allí actualmente? ¿Cómo va creciendo la provincia en cuanto a infraestructuras? 

Adrián: Bueno, a nivel grupos Málaga está viviendo un buen momento. Sarria como has citado, Orina que han sacado un tremendo descaso ahora o amigos como La Trinidad o Vis Viva son verdaderos buques de combate de nuestra tierra. Sin embargo, a nivel de infraestructura cada vez estamos peor. Las pocas salas de conciertos pequeñas que existen cada vez van desapareciendo, y los grupos pequeños cada vez tienen menos espacios para dar sus primeros bolos. Muchos gestores culturales señalan también al propio público de hecho. Nos quejamos de que no hay salas y propuestas, pero la realidad muchas veces es que cuando hay algo después el público no responde y no va. Es la pescadilla que se muerde la cola. 

Personalmente, soy un enamorado de festivales como el Canela Party. Creo que es uno de los más tops que hay en el país. ¿Os veis formando parte del cartel? 

Adrián: Nos encantaría. Vamos todos los años al Canela y con la programación tan ecléctica que tienen casaríamos seguro. A pesar de ser un festival en esencia punk y emo, tienen un gusto absoluto para traer propuestas diferentes, siempre y cuando sean buenas. Además, siempre hacen alguna apuesta por algún grupo malagueño que está pegando, a ver si este año nos dan un telefonazo con este precioso disco que hemos sacado. Antonio, si nos lees, hablemos. (Risas) 

Hemos visto que las fechas de presentación del álbum comenzarán en unos meses. ¿Qué planes de gira tenéis cerrados ya? 

Adrián: Pues vamos a Madrid, Barcelona, Zaragoza, Sevilla, Málaga y Huelva por ahora. Esperamos ampliar muchas más fechas porque estamos ardidos por salir y tocar nuestras canciones a toda España (y argentina). 

Dentro de un tiempo, cuando volvamos a hablar. ¿Qué os gustaría poder contarnos? ¿Qué le pedís a esta nueva colección de canciones? ¿Vamos a ver una revitalización del funk-glam? ¿Os escribirá Bryan Ferry para felicitaros por vuestra propuesta? 

Adrián: Que los Parcels nos han llamado para hacer una gira conjunta por ser su reverso tenebroso del sur de Europa. (Risas)

Lorena Álvarez: "El poder sobre una misma"


Por: J.J. Caballero.

Puede que este sea uno de los discos más sorprendentes de este tramo final de año, y por muchas y variadas razones. La principal, según el contexto y lugar en el que fue concebido y desarrollado, la pátina de sinceridad y de pecho abierto que su autora ha conseguido darle a la casi totalidad de temas incluidos. Ya “El poder sobre una misma” es un título elocuente y a todas luces descriptivo de su contenido, pero si además lo ajustamos a las nueve piezas en las que se explaya y resplandece con una fuerza renovada y unas armas que son las de todos, aunque muchas veces no sepamos usarlas, el álbum suena como un diamante entre tanta molesta maleza de saturación mediática e inmediatez auditiva. En estos temas el tono general, salvo en alguna ocasión, es más bien oscuro, buceando en la intimidad sentimental de una mujer que ha renovado espíritu e intenciones y atemperado ritmos vitales para su propio bien. 

Y para el ajeno, teniendo en cuenta el poder de transmisión que consigue a través de cortes de calado lento y seguro como “Guíame”, tramado a base de guitarra española, flauta y ambientes de bossa nova. O como el mar de confesiones que contiene “Una mirada oscura”, acentuado por las voces del coro de El Molino de Santa Isabel. Lorena Álvarez, la mujer antes indefensa en el centro del volcán, ahora se escuda en la literatura implícita en algunos clásicos del pop libanés y hace suya la letra de “Ouda” para construir la preciosa “Rezo en secreto”, una letanía forjada además en la garganta de la palestina Miriam Toukan y una mirada oblicua a las estrofas que Ray Heredia pensó para su “Yo solo” de maravilloso recuerdo. 

En esta carrera contra el tiempo perdido hay paradas en remedos del rock del desierto africano como la de “Los pensamientos”, posos del bolero al que siempre amó en “Cuando el amor crece” y compañías puntuales de buen grado y precisas interpretaciones, como la de Soleá Morente en algunos coros y versos cantados, tal y como sucede en “Se me daba cuidao”, con un bonito juego de teclados. Por el camino deja referencias sutiles a su psicóloga y algún que otro personaje útil para describirnos el fin de una etapa tormentosa y el comienzo de otra en la que la resiliencia y el autoconocimiento son el motor creativo y existencial. El entorno rural donde desarrolló el embrión del disco (volvió a su pueblo natal, una pequeña localidad asturiana con menos de quinientos habitantes) lo potenta la rumba “Increíble”, con su reivindicación de la mujer empoderada e independiente y lo cierra “El poder sobre una misma”, una falsamente alegre tonada marcada por la base de sintetizadores traviesos y un ritmo de ranchera para contarnos sin prisa pero sin pausa gran parte de lo que le ha pasado. Así de sincera y de convencida es ella por fin.

Ojalá haya mucha más gente dispuesta y sobre todo capaz de componer, cantar y grabar discos tan bellos como este. Y ojalá que aquellos y aquellas que aún no crean que en unas cuantas canciones se pueden envolver muchos mundos interiores o reflejar fantasmas que en algún momento nos acecharán a todos, si no lo han hecho ya, encuentren aquí refugio y terapia contra todo tipo de dudas e inseguridades. Es condición humana sufrirlas, aceptarlas y finalmente gozar de ellas como lo hace una autora de canciones sencillamente descomunal.

Colter Wall: “Memories And Empties”


Por: Kepa Arbizu. 

Nuestra identidad no se define exclusivamente entorno a una sucesión de hechos, fechas o circunstancias concretas, también interviene decisivamente aquello que sentimos o incluso el fruto de la imaginación. Por eso, aunque las biografías de nombres ilustres como Hank Williams, procedente de una familia de clase obrera; Willie Nelson, educado con sus abuelos por la precariedad derivada de la Gran Depresión, o Merle Haggard, internado en varios reformatorios, aportaron sobrados argumentos para poner sus voces al frente de la música country, este joven universitario canadiense, hijo de un político que llegó al puesto de Primer Ministro de su provincia natal, Saskatchewan, resulta igualmente un irreprochable heredero de ese imaginario clásico. No obstante, estamos ante una de las firmas más brillantes enroladas actualmente en dicho género y responsable de una trayectoria que no deja de crecer majestuosa arraigada en la tradición más pura.

Este quinto trabajo, producido en comunión con su sosias recurrente, Pat Lyons, e interpretado igualmente junto a su banda habitual, los Scary Prairie Boys, se vincula con la historia pretérita no exclusivamente a través de su contenido formal, ya que incluso desde su propio espacio de gestación, existe un diálogo tácito con el pasado más laureado. La grabación llevada a cabo en los estudios RCA Studio A de la Music City de Nashville , enclave por el que dejaron su huella desde Waylon Jennings a Porter Wagoner pasando por Loretta Lynn o Dolly Parton, supone un gesto simbólico en cuanto a la determinación por habitar las mismas paredes desde las que fueron concebidos episodios gloriosos, pero también, y no menos importante, añadir su rúbrica a un -de momento escueto pero significativo- listado de artistas contemporáneos que han recogido parte de su obra en dicho enclave, ahí están los casos de Brent Cobb o Chris Stapleton, significándose así como rutilantes descendentes. Un rango al que Colter Wall ha dejado ya de opositar para ser legítimo dueño de él.

Conocedor del tesoro que posee en forma de cuerdas vocales, con un imponente tono barítono que “reniega” de sus solo tres décadas de edad biográfica, en cada nuevo paso discográfico su manejo aumenta en cuanto a profundidad y capacidad conmovedora, una solidez que por si fuera poco es capaz de moldear en busca del tono narrativo deseado. Un factor que toma mayor relevancia incluso dado el carácter especialmente introspectivo del actual repertorio, porque el catálogo de trotamundos existenciales que han protagonizado su lírica, en esta ocasión han pasado de ser objetos sobre los que posar la lupa a filtrar su errática naturaleza en la mirada personal del autor. Una frontera derribada que sin embargo no renuncia a un escenario sostenido por largas y extenuantes jornadas laborales, paraísos del escapismo asentadas en barras de bar y sobre todo el peso mudo, pero irreductible, de todos aquellas sonrisas hoy relegadas a inanimados recuerdos.

Pero que éste es un trabajo dispuesto a rastrear en lo más hondo de la identidad del joven músico, se demuestra también en la reivindicación que de su sobrio y clásico sonido proclama desde el inicio, con una “1800 Miles” que significa un ajuste de cuentas donde, esa distancia que separa su lugar de nacimiento del epicentro de la industria del entretenimiento country, situado en Music Row, no supone una lejanía meramente geográfica. Su egregio pero delicado trote, escoltado por su sutil y efectivo batallón sonoro, impone su paso -dibujando la omnipresente figura de Johnny Cash- sobre las imposturas y arquitecturas mercadotécnicas, un teatro de los sueños donde los disfraces diseñados con sombreros vaqueros y barbas solo sirven para encubrir la orfandad de alma y personalidad. Una reivindicación extendida a su manera por la canción “Summer Wages”, ya que si la única versión incluida en el álbum es esta bella oda nostálgica escrita por su compatriota, fallecido en el 2022, Ian Tyson, su relevancia trasciende el ámbito musical para delimitar las fronteras en las que florece su inspiración creativa. 

Es fácil deducir, por el nombre escogido para aglutinar estas composiciones, que adentramos en ellas supone morar un territorio donde reina la congoja, ese suspiro que pretende atrapar lo poco que queda de extintos felices episodios y que al contrario solo consigue perpetuar un deshilachado corazón. En ese sentido, “My Present Just Gets Past Me” resulta un título tan elocuente que prácticamente se presenta como un epitafio, digno de otro sufridor de talla universal como Hank Williams, dedicado a un presente tintado de blanco y negro desde la desaparición del colorido romántico. Una ausencia que en el tema homónimo respira con igual dolor a través de los silencios, en consonancia con el ejemplar manejo que de ellos hace Willie Nelson, que en cada una de las sílabas o de unos fraseos instrumentales que son invitados a esta ceremonia del llanto. Pero incluso el ánimo más convaleciente, como anuncia el honky tonk melancólico de “Living By The Hour “, debe afrontar cada jornada sabedor de que en un mismo día se pueden llegar a recoger piedras o flores, metáfora encargada de aliviar el instinto derrotista.

Y es que este disco es desde su afligida condición también un ejercicio de resiliencia o resistencia pasiva. Justo la necesaria para conseguir mover los pies en respuesta a la llamada del dinamismo rítmico, alineado con el atribuible a Merle Haggard, que incita “Back To Me”, a pesar de que el eco de una voz extinta sigue retumbando inmisericorde, o una “Like The Hills” que ilustra la necesidad de sentirse imbatible, como las rocas o las colinas, siempre en su sitio frente a tormentas o aguaceros. Historias, penas y desmanes sentimentales a los que es inevitable cantar, en este caso bajo el sutil aguijonazo soul de “4/4 Time “, para poder construir una banda sonora que nos recuerde que podremos estar heridos, pero seguimos vivos. 

Colter Wall no necesita plegarse a modas o encomendarse a una supuesta originalidad que invite a ser descubierto por los titulares de prensa. Su rocosa y emocionante identidad clásica resulta suficiente para convertir su música en portavoz de todo un sentimiento que brota bajo la sobria naturalidad con la que asoman los afligidos recuerdos. Sombras convertidas en protagonistas de una elegante perfección artística que, al contrario de otros encorsetados ejemplos encadenados a la tradición, nada tiene de frialdad y sí mucho de sincero refugio. Porque dan igual los géneros o las épocas, la música siempre ha servido de hospedaje a esa incertidumbre que acaba compartida colectivamente. Y por eso, quien encuentra el idioma más bello para enunciarla, tendrá la llave para asomarse a ella en toda su magnitud, un logro conquistado por este joven canadiense al que, sin duda, las próximas generaciones no dudarán en situar su obra en el Olimpo de intérpretes que no solo cantan country, lo habitan.

Marcus King Band: "Darling Blue"


Por: Àlex Guimerà. 

Qué decir que no sepamos de este joven guitarrista de Carolina del Sur nacido en el seno de una familia con gran tradición musical que va desde su bisabuelo violinista hasta su padre, el cual es un prestigioso guitarrista de soul y blues. Con tal entorno familiar normal que Marcus se introdujera a comenzar a tocar la guitarra con tres años de edad, hasta que años después el destino le llevara a grabarse y a difundir un video tocando "Driftin' Blues" que lo petó en las redes. A partir de entonces fundó The Marcus King Band con quienes publicó tres álbumes para acabar llamando la atención del siempre avispado Dan Auerbach con quien grabó ya en solitario "El Dorado" (2020) y "Young Blood" (2022). Dos años mas tarde se juntaría con otro coloso como Rick Rubin para editar su última referencia hasta la fecha "Mood Swings" (2024). Unos discos en los que ha transitado entre algunos de los denominados géneros de raíces como pueden ser el Blues, Soul o el rock sureño.

Para el disco de este año, Marcus King ha recuperado a su banda -el guitarrista Drew Smithers, el bajista Stephen Campbell y el batería Jack Ryan- con quienes se metió en los Capricorn Studios de Macon (Georgia) en donde atacó las catorce nuevas canciones que serían producidas por un viejo conocido como Eddie Spear (Lukas Nelson, Rival Sons, Chris Stapelton, Slash,...). Además en las sesiones de "Darling Blue" contaron con la participación de interesantes artistas como Noah Cyrus, Billy Strings o Jesse Welles

Una vez ponemos la aguja al vinilo nos damos cuenta cómo ha cambiado de tercio respecto al disco del año pasado "Mood Swings" cuyo fondo era soul de los años setenta con esa calidez y ese romanticismo edulcorado que tan bien supo plasmar en las ondas. Las nuevas canciones, en cambio, miran principalmente hacia el Country, y digo principalmente ya que una vez vas avanzando en la escucha te das cuenta que lo que parecía ser un disco de género acaba siendo un trabajo ecléctico. No obstante la mayoría de las canciones son Country-Rock, un estilo musical que parece que le sienta de maravilla. Como todo lo que toca este chaval que sin apenas haber alcanzado la treintena ya se ha labrado una carrera muy sólida con siete notables trabajos de estudio.

El álbum ofrece una rica mezcla de estilos partiendo de los sonidos campestres. Canciones como" On And On" nos recuerdan a un cruce entre los Jayhawks y Crosby, Stills & Nash, mientras que "Here Today" destaca por la presencia de las voces de Kaitlyn Butts y de un Jamey Johnson que evoca a Johnny Cash y Willie Nelson con su grave timbre. Por su parte "Heartlands", con sus violines, adopta un tono country comercial al estilo de Shania Twain o Billy Ray Cyrus en los años noventa, "Die Alone" explora el lado más íntimo del género con una balada serena acompañada del pedal steel, y "Dirt" se muestra pegadiza y trae las memorables guitarras de Billy Strings. "Somebody Else" remite a un aire desenfadado tipo "The Man In Me" de Dylan.

Pero en el disco conviven otros estilos lo que vemos con "Honky Tonk Hell" y "Levis & Goodbye", que se inclinan más hacia el Southern Rock, con guitarras eléctricas llevando el timón o con "Carolina Honey" con la que Marcus retoma donde lo dejó en su último disco y tira de influencias Blackxploitation con un falsete memorable, lo mismo que "The Shadows" donde luce el vozarrón de Noah Cyrus demostrando esos genes brutales que tiene.

El disco también abraza el soul más clásico como en "No Room For Blue" de guitarra lacrimosa y mucha emoción, o en "Blue Ridge Muntain Moon", que nos trae un cargamento de vientos, coros y órgano hammond. El cierre llega con "Carry Me Home", una balada que perfectamente podría etiquetarse como sonido Lauryl Canyon, rubricando este álbum con una sensación de introspección y delicadeza que es ejemplo de la diversidad y riqueza estilística de la obra y del músico al que pertenece.

Caballos Yonquis: "Sobredosis"


Por: Javier Capapé. 

Su nombre no es una provocación. El título de su debut tampoco. Aunque pueda parecer inapropiado, un grupo no se define por su nombre sino por sus canciones. Caballos Yonkis es el nuevo proyecto de Pedro Gracia Pérez de Viñaspre, un grupo que lanzó su debut discográfico el pasado mes de septiembre. Su inquieto líder, anteriormente en su proyecto Havoc, se reunió con el productor Iñaki de Lucas (también músico en La Buena Vida o UHF) para dar forma a unas canciones al margen de su anterior grupo, pero manteniendo la independencia creativa que le ha prestado hasta ahora Subterfuge. En el estudio de Iñaki comenzaron a dar forma a estas composiciones que se convirtieron en el germen de Caballos Yonkis, al que se unieron Ander Vildósola encargándose de la batería y Jaime Nieto con el bajo. Entre las once canciones de este debut hay muchas referencias que rastrear, aunque no sea una preferencia buscar todas ellas. Lo importante es dejarse llevar por estos temas densos que beben del pop, la electrónica o el post punk. Pedro afirma que ha intentado huir de las referencias, aunque inevitablemente están ahí y bebe de ellas, de esa memoria musical, como a él le gusta decir, que ha rastreado junto a su mano derecha en este momento, Iñaki de Lucas.

A pesar de lo que podamos pensar, las canciones que aquí se nos presentan partían todas de la sencillez de una guitarra y una voz, pero con la exigente producción con la que se visten han ido añadiendo capas intentando no ir a lo más obvio, para retarnos y exigirnos. Puede parecer difícil entrar en ellas, pero lo cierto es que si conseguimos conectar su magnetismo es intachable. Por encima de todo destacaría el tratamiento que le han dado a los sintes, que nos llevan desde los Depeche Mode de los ochenta en “Perfecto” a la electrónica actualizada de M83 que se deja ver en “Viuda”, ambas canciones además con sendas colaboraciones de Albaro y Raúl Arizaleta Urra de El Columpio Asesino, respectivamente. Se cuelan destellos de los Cure más hipnóticos (como puede verse en “El ciclo”) con las formas de León Benavente o la singularidad de Niños del Brasil. Basten “Mortal” o “Nubes” para visualizar estos ejemplos, la primera con un bajo más marcado y la segunda desde su riff electrónico que marca el inicio al que se va añadiendo una progresión instrumental de órdago, donde las guitarras van entrando poco a poco mientras la voz se hunde en esa oscuridad que nos arrastra.

Pero tampoco pensemos que solo se mueven como pez en el agua con los sonidos electrónicos, pues los más acústicos que nos pueden llevar hasta el fantástico “Automatic for the People” de R.E.M. se vislumbran en “Antro”, el rock más cristalino de los primeros Héroes del Silencio o incluso del inquieto Alis aparece en “El Deshielo”, y el pop más limpio se acaricia en “Acapulco”, aunque sin ceder a ningún convencionalismo lírico.

No quería ir por estos derroteros de la comparación al hablar de Caballos Yonkis porque el grupo en sí mismo podría ser un ente lo suficientemente original para sonar únicamente a ellos mismos, pero no puedo evitarlo, no tanto como ejercicio para hacer más liviana esta empresa, sino como reivindicación de unos sonidos cuya mística y reverencia han hecho que la emoción vuelva a brotar por remover unos sentimientos que solo la música puede despertarme. Estas referencias son más bien el punto fuerte en el discurso de Caballos Yonkis que su debilidad, convirtiendo estas composiciones de lo más adictivas en un regalo para el oído de cualquier melómano de pro. No, no serán fáciles de entrada para el oyente medio, pero con tiempo para una escucha activa puedo estar seguro de que se van a incrustar en nuestro particular imaginario. La densidad hipnótica, la lírica que cuestiona y el mimo por una producción que resalta lo que verdaderamente importa es lo que nos hace encumbrar este atípico debut. 

Entre todas estas canciones que forman parte de “Sobredosis” y que han ido saliendo a colación en las líneas previas hay dos que pueden servir de referencia para poner de manifiesto el verdadero sentido de esta banda. Estoy hablando de la apertura y el cierre del disco. Dos auténticas joyas. “No hay zarza que no arda”, el verso que conduce “Arde” y nos arrastra. El que fuera segundo adelanto del largo cuenta con Cristina Martínez en las voces consiguiendo complementar a la perfección la voz de Pedro en un estribillo muy melódico. Los sintetizadores son los que marcan la base, pero poco a poco las seis cuerdas van dándole cuerpo hasta que un potente solo de guitarra contrasta con la suavidad vocal que caracteriza al tema. En el extremo opuesto “Villanía”, una canción que lo tiene todo: guitarras distorsionadas, pulso electrónico, progresión adictiva, incluso guitarras rítmicas de fondo que nos llevan a la new wave. Van entrando todos los elementos tomándose su tiempo, casi como las estructuras de las intros de The Cure hasta que entra la estrofa. El crudo riff de factura americana que monta las estrofas complementa a su estribillo más luminoso de pop ochentero. Una canción que funciona como compendio de lo que significa el proyecto. Mezcla de estilos, hondura y garantía de buena ejecución y solvencia. Un proyecto atípico, pero adictivo, como las dos canciones recién descritas.

Y en el centro de todo, como articulando el disco, esta particular “Sobredosis” sonora, encontramos la “Salvación”. Fue el primer single lanzado el pasado junio y gira alrededor del concepto del eterno retorno, aquel que nos dice que todo lo que sucede una vez volverá a hacerlo. Es una de las más emocionales del lote debido principalmente al tratamiento de su voz, arropada por ese colchón de sintes casi orquestal, y presenta una cuidada forma de single, en la que tan solo el final se sale de la estructura levemente funcionando como si se tratase un puente quebrado. “Tú me salvarás de mi extinción total”. Con frases como ésta caemos en sus redes y nos identificamos con esa forma tan personal de hacer de los sentimientos arte, porque precisamente lo que no puede cuestionarse entre estas canciones es justamente su valor artístico. Pequeños pasajes de arquitectura sonora. Si estos caballos están enganchados a algo es, sin duda, al valor de la palabra y la expresión emocional convertida en canción, que deja atrás la estructura más esperada, que se sumerge en episodios más densos lejos de los tres minutos que marcan el rigor pop, y que, ante todo, exige pero entrega con creces una sobredosis de música celestial hecha desde el terruño y el fango, desde la experiencia vital diaria, la base desde la que solo podemos ascender.

Ilustres Principiantes: DELACUEVA


Fotografía: Vanilla Bloom.

El debut en solitario de DELACUEVA, “No Me Llames Artista”, llega cargado de intención. No solo inaugura una etapa creativa sólida y sin titubeos: también propone un debate necesario en el pop español. Para él, la etiqueta de “artista” ha perdido significado. Prefiere hablar de músicos, de personas que crean y comparten canciones, y del papel fundamental del público a la hora de convertir ese trabajo en algo que trasciende. De ahí nace el concepto que da título al disco, un mensaje que atraviesa sus diez temas y que funciona como columna vertebral de un proyecto que combina oficio, sensibilidad y una identidad muy marcada.

La esencia de DELACUEVA aparece nítida desde el primer corte: un pop de guitarras fresco y energético que pivota sobre melodías que se quedan a vivir en la cabeza, letras que construyen pequeños mundos paralelos y una personalidad que mezcla humor, vulnerabilidad y una insolencia amable que ya es marca propia. Canciones como “Así Bailaban Los Muertos”, “Partido en Dos” o “Soy Un Puto Criminal” dejan clara su intención: relatos que transitan entre lo luminoso y lo crudo, cuentos que se abren paso con imágenes muy visuales y una forma de observar el mundo que convierte cada historia en una pequeña escena cinematográfica.

El disco funciona también como un mapa de referencias que construyen la memoria emocional del autor. Desde Gabriel García Márquez a Woody Allen, de Digimon al imaginario “Art Attack”, pasando por guiños a Arctic Monkeys: todo aparece integrado con naturalidad en un universo estético coherente y profundamente personal. Ese imaginario se expande gracias a los videoclips y visualizers realizados por Vanilla Bloom, donde el músico baila coreografías tan imperfectas como magnéticas, comparte plano con gatitos surrealistas o “criminales” en pasamontañas, y transita lavacoches, cárceles o escenarios fantasmales con un humor que combina ternura y acidez.

Detrás de esta construcción —aunque él reniegue de la palabra “artista”— se intuye a un compositor que ha encontrado su voz. “No Me Llames Artista” consolida a DELACUEVA como una de las propuestas más prometedoras del pop emergente nacional: un debut lleno de criterio, pensamiento propio y canciones que funcionan como pequeños manifiestos melódicos. Todo ello arropado por una banda solvente —Jorge Portillo, Carlos Montull y Dani Katena— y una producción firmada por Noel Campillo.

“Yo solo escribo canciones; la magia la pone quien las escucha”, dice DELACUEVA. Y quizá ahí esté la clave de un proyecto que no busca explicar el mundo, sino devolverle un poco de asombro. En tiempos acelerados, este debut reivindica la emoción, la imaginación y el trabajo minucioso de un músico que entiende la música como un lugar habitable.