Sala El Sol, Madrid. Lunes 19 de febrero del 2018
Texto y fotografía: Eugenio Zázzara
El mundo necesitaría más bandas como Balmorhea. Sí, lo sé, suena naïf e hiperbólico, pero es que escucharlos inspira traer una serie de consecuencias que van más allá de la música. O, más bien, interpretan su papel en la vida y en el arte de la mejor manera. Porque su música es un estado de ánimo en pentagrama, es la descripción de las estaciones, de los rodeos que da el humor, de los extremos a los que puede llegar la sensibilidad, desde hundirse en la miseria hasta tocar las cumbres más altas de la serenidad y del bienestar.
Vale, si hubiese más como Balmorhea ya todo esto no tendría sentido, ya no sería así. E igual este preámbulo suena altisonante, y lo es, como mínimo. Pero realmente hay pocas bandas en las que se puedan establecer comparaciones con otros campos del arte como con el colectivo de Austin. Y son la banda a la que se le puede tildar de "emo", de emocionales, sin que eso suene a blasfemia o que se pongan los pelos de punta. Y a la quinta o sexta vez que los veo el sentimiento sigue siendo el mismo.
Para más inri, como entrante tenemos a un talento de lo más cristalino. Martyn Heyne sube al escenario con tan sólo una guitarra eléctrica, él solo, rodeado por la pequeña orquesta de sus huéspedes. Empieza a tocar unos acordes de quinta vacías con un efecto de delay pronunciado. Afortunadamente, la sensación de cantautor melancólico y acosado por la vida, aun asomándose, se desvanece pronto para dejar lugar a lo que este joven artista realmente es capaz de demostrar. Y nos gusta mucho. En un set totalmente instrumental, el guitarrista se exhibe en arpegios que a menudo suenan como gotas de lluvia en un portal o en un estanque. La naturaleza de su música es líquida y además las melodías traen a colación referencias muy cultas: sus rosarios de notas recuerdan a sonatas de Bach en su progresión armónica y, una vez tenido en cuenta lo ignorante que soy acerca del tema, me consta que unos son homenajes claros y directos. Aquí también el alma se libra a través de estados de ánimo cambiantes, con lo pensativo cual estado dominante, y se nota muy bien el grado de ensimismamiento de Martyn en su misma música. Tras un set desafortunadamente corto, el cierre es un momento a destacar en su contundencia. Jeff Olson, el batería de los Balmorhea, sube al escenario para que él y el guitarrista nos regalen una pieza de música brillante y cautivadora, impresionante aun más por lo minimal y sencillo de los instrumentos empleados.
Tras un pequeño ajuste de escenario, el grupo tejano se dispone para empezar su set. A las órdenes de Rob Lowe y Michael Mueller, tenemos a los socios de siempre, Aisha Burns al violín y Jeff Olson a la batería, junto a miembros más recientes como Nino Soberon al cello y Sam Pankey al bajo y contrabajo. Sin embargo, hablar de papeles en la banda es un ejercicio que se queda mucho en la teoría, ya que el colectivo es "total", en el sentido de que cada miembro se desempeña con despreocupación en otro instrumento más, o dos. Así que Mueller se alterna sin problemas a piano/teclados y guitarra, Lowe encara a guitarra y bajo, Olson se divide entre batería y vibráfono, Pankey añade a su inventario los teclados y Burns muestra apañársela más que bien con la voz.
El set empieza tal cual el último legado discográfico de la banda. En "Clear Language" los Balmorhea amplían la paleta sonora incorporando aún más que en el pasado sonidos electrónicos y de origen digitales, que se entremezclan con la instrumentación típicamente acústica del combo, con resultados como siempre sorprendentes y sencillos a la vez. Así que el concierto se estrena con el primer tema del álbum, homónimo, seguido por "Sky Could Undress". Un disco el cual prosigue en un camino hacia una intimidad mayor, aunque no tan enrarecida como en "Constellations", ni siquiera urgente como lo fue "All Is Wild, All Is Silent". Es como si algo se moviese en profundidad, estableciendo un clima de inquietud pero sin abandonar cierta tranquilidad y melancolía que siempre acompaña a las piezas del grupo.
Al empezar "The Summer", tema más antiguo procedente de "Rivers Arms", se inaugura una serie de canciones más bucólicas y etéreas. Para seguir, "Baleen Morning", una de las piezas más conmovedoras y sin embargo sencillas de su discografía: un ejemplo de magnitud quieta, un parón en el tiempo que lo deja todo en un estado de serenidad estática. Preciosa.
Se prosigue con el jazz atmosférico y magmático de "Behind The World", y con "Bowsprit" se alcanza una de las cumbres de la exhibición. El tema de "Constellations" es una tesis magistral sobre los conceptos de silencio y de crescendo, con la dinámica que lleva el tema a pocos pasos de explotar, pero sin llegar a la detonación de verdad. En cierta forma, un poco el contrario de lo que pasa en "Harm & Boon". Escalofriante.
Continuamos merodeando en escenario nocturnos con "Night Squall", que juega con la alternancia entre penumbra y noche, mientras que con "The Weight Of Night" la banda nos regala un capítulo más desconocido y oscuro de su discografía, pero aún así maravilloso, consciente de la enseñanza de grupos como Tortoise, especialmente en sus primeras entregas.
Y si alguien se estaba esperando una franja de luz se quedó decepcionado. El concierto acaba con la apasionante "Truth", un ensayo sobre cómo jugar con melodías emocionantes sin resultar patético o ridículo, sino tocando puntas de gran lirismo.
Los Balmorhea son faros de una revolución cortés, sin miedo a mostrarse en su desnudez, hasta sonar ingenuos, pero con la capacidad innata y rara de llegar directos al grano, sin rodeos y con la mayor entrega.