Por: Kepa Arbizu
El individuo, por naturaleza, tiene como una de sus máximas aspiraciones poder ser dueño, o al menos intentarlo, de su propio destino. Dada la imposibilidad de alcanzar dicha meta en tantos y tantos campos, en aquellos donde exista una mínima capacidad de lograrla, y el de la música podría ser uno, es normal que se lance a ello. Quizás por eso sea tan entendible, y habitual, esa predilección de muchos integrantes de bandas por escarbar un camino en solitario. Siempre loable en lo humano, esta decisión, para además contener un distintivo interés artístico, necesita encontrar la tecla exacta para convertirse en espejo de ese mundo exclusivo.
Charly Riverboy, frontman de The Milkyway Express, ha tomado su “apellido” para denominar su recién inaugurado -por medio de un homónimo debut- proyecto personal. A la hora de evaluar las bases sobre las que se sustenta tal propuesta no se podría decir que se aleje taxativamente de las vertidas en su banda, siendo en ambas a grandes rasgos el sonido americano su eje primordial. Ahora bien, existe una matización que altera por completo la definición de esta nueva “empresa”, ya que la manera de afrontar esas referencias sí constituye una trascendental novedad, dejando atrás el formato más oscuro y crudo para acercarse a uno más versátil, introspectivo y paisajístico. Un, nada endeble, tono bucólico obtenido como consecuencia de un profuso trabajo de instrumentación y producción -en manos de Paco Lamato (uno de los chicos de Pájaro)- que sobresale por la elegancia y el detallismo aplicado a una atmósfera onírica pero de tangible belleza.
Surgido en su origen como un divertimento del que ir mostrando paulatinamente los avances obtenidos en forma de canciones-vídeo, finalmente, y felizmente, la evolución de esta idea ha culminado en el aspecto definitivo de un álbum completo. Trabajo que pese a la variedad de tonalidades escogidas mantiene una marcada identidad, convirtiéndose en el sello con el que redondear y dotar de sentido global a lo que es una selecta gama de canciones de intrínseca calidad. Un objetivo logrado sin duda gracias además a una rica y empastada formación compuesta por integrantes procedentes de un jugoso ramillete de bandas que incluye a Derby Motoreta's Burrito Kachimba, Quentin Gas & Los Zíngaros, GROAL y por supuesto la propia The Milkyway Express.
La puesta en marca de este recorrido la marca "A Riddle in a Pocket", que nos ubica, bajo un trote insinuante, en esos paisajes de invocación fílmica asociados a las vastas llanuras estadounidenses, decoradas para la ocasión por sinuosos teclados. Una aparición la de estos que será constante y determinante a lo largo del disco, por ejemplo regando de ensoñación desértica "Damned" o liderando el trayecto de vericuetos psicodélicos que propone "Lightning Horse". La lisérgica hondura alcanzada en "Rusty Knives" supone el cénit en esa capacidad de las teclas por colorear el contexto, tarea siempre relevante y en esta pieza exponencial. Canciones que delatan un gusto por el rock americano de tesituras delicadas, que no blandas, y en las que se superponen influencias que pueden aglutinar desde las representadas por nuevos y heterodoxos “reyes” de sonidos clásicos como Hiss Golden Messenger hasta provenientes de latitudes por donde pululan Soft Machine o Caravan.
A pesar de la evidente diversidad genérica que domina este conjunto, se puede señalar una parte en la que se nota un sucinto viraje del enfoque, realizando un acercamiento hacia texturas más pop y abriendo las puertas a ciertas connotaciones ligadas al tan característico folk británico setentero. Por eso, canciones como "Golden Flash of Light" pueden ser entendidas, sin atisbo de extrañeza, bajo la conexión surgida entre dicho bagaje envolvente y, por ejemplo, la raíz melodiosa de los Beach Boys. En ese sentido, "The Wind in the Willows" se postula como una gema absoluta en su preciosismo, y "Dragonfly’s Yard", aunque adquiera una cadencia de más pulsaciones, también se viste con una elegancia destacable. A pesar de en algún momento ejercitar un salto en el calendario, situándose en fechas más actualizadas, de la mano de la contemporánea "The Other Side", un final con la maravillosa "Pati", desnuda y de una profundidad pasmosa que sería objeto de deseo de cualquier bardo o songwriter, le reubica en un entorno mucho más tradicional.
Charly Riverboy inaugura su periplo individual con un disco que logra el equilibrio perfecto en su identidad, ofreciendo tanto contenidos esperables conociendo la carrera del músico como pasajes más novedosos. Apuntalado sobre esas sonoridades que han acompañado, y definido, su trayectoria, sin embargo encontramos aquí un impulso liberador que le empuja a aplicar otro tipo de lecturas sobre ellas. Tal como quedaba dicho al inicio, este sí es un trabajo personal, un concepto que no solo se refiere a la autoría sino a la búsqueda, y consiguiente recreación, de un universo particular aquí definido principalmente por los diversos matices que posibilita la belleza. Una obra surgida desde la necesidad de la expresión íntima y que en su florecimiento se transforma en indispensable.