Mark Lanegan: "Straight Songs of Sorrow"

Por: Sendoa Bilbao 

Últimamente estoy viendo mucho, Deadwood, una serie de HBO donde aparece un personaje que cada vez que abre la boca me recuerda a Mark Lanegan. En su garganta parece que guarda la misma cantidad de clavos y tornillos que el cantante, también en este caso una selecta elegancia, unos ademanes firmes, aire canalla y mirada fulminante sirven para esconder la sensibilidad de un animal herido, un zorro que se nutre de sufrir, un paria para el que el espectador ansía una futura redención.

Se trata de Al Swearengen, el director de uno de los prostíbulos del pueblo que, con algún que otro asesinato a su espalda, se ha convertido en una las autoridades de un territorio sin ley en  alguna parte del lejano oeste. En uno de los capítulos de la segunda temporada, el viejo Swearengen, después de una dura pelea, dolido y ajado, es sorprendido por uno de sus secuaces hablando consigo mismo en en voz alta. Éste confiesa que a cierta edad un buen villano debe verbalizar, sacar fuera esos secretos que tanto tiempo lleva cargando con el fin de exorcizar su alma.

Como este bandido, Lanegan ha sabido utilizar su voz brumosa, su gravedad y un aspecto imponente para hacer creíbles las canciones más pobres y un repertorio desigual. Por el camino ha dejado salir algo de luz por las grietas que surgían entre sedimentos de suciedad, confusión y  tinieblas. A todo esto se le ha sumado una carga de trabajo excepcional en diferentes proyectos y colaboraciones. Actitud, personalidad y coherencia le han llevado a moverse entre lel prestigio y el riesgo, idolatrado por sus seguidores y apartado a un camino oscuro y marginal por el gran público. Aunque todo esto parece estar cambiando.

"Straight Songs of Sorrow" supone la consagración de una consecución de aciertos que empezaron con el disco "Blues Funeral". Lanegan no para y en este camino ha sabido desatar muchos de los nudos que le aprisionaban, ha cambiando de piel varias veces mutando en estilos y experimentando con lo que se encontraba, dominando con audacia desde las baladas salvajes, el blues y el rock nocturno, hasta el pop con reminiscencias a Joy Division, la electrónica y los sonidos industriales de los que ha sabido salir triunfante como sucede en su disco anterior, "Somebody´s Knocking".

Esta vez abre una de esas fisuras, rasga la membrana y  podemos ver el fulgor y observar lo que ocurre dentro de su sesera. Conocer de primera mano las historias que dieron lugar a estas creaciones. Mark Lanegan llevaba mucha mierda a su espalda cuando su colega Antony Bordain le instó a escribir sus memorias. “Sing Backwards and Weep”es el libro en el que ha sabido expulsar con crudeza los secretos y toda la culpa que tantos años lleva arrastrando.

El libro se acerca a su complicada infancia, los primeros trabajos que forjaron el carácter, los flirteos con la música, los devaneos con las drogas en los noventa en la ciudad de Seattle, los inicios de Screaming Trees y la experiencia vital que supuso su amistad con Kurt Cobain.

Su muerte produjo una de las piedras más pesadas de las muchas que cargó sobre sus hombros. Esas páginas le presentan como superviviente de una época en la que conoció a una buena cantidad de ilustres incondicionales que más tarde acabaría perdiendo.

Confiesa que escribir sobre lo vivido es lo más difícil que ha hecho en su vida y que este disco es el premio de sacar todos los monstruos fuera de su cabeza. Cada una de las quince canciones hace referencia a un episodio o personas en el libro. Mark ha otorgado a cada canción vida propia utilizando toda la maquinaria a su alcance, apoyándose en todos los estilos con los que ha coqueteado a lo largo de su carrera y ayudándose una buena pandilla de colegas tanto en la instrumentación como en la parte vocal. Lo lírico también sale ganando al hablar en primera persona sobre al amor, el anhelo, la autodestrucción y la muerte. Uno no se ilumina imaginando figuras de luz sino haciendo consciente la oscuridad. Ahora veo lo que antes solo vislumbraba.

"Straight Songs of Sorrow" es un disco rotundo en el que hay al menos diez canciones brillantes  y otras cinco se mueven en una alentadora búsqueda de luz en la sombra a través de la experimentación y poniendo toda la carga al borde de un terraplén sin llegar a resbalar. Estoy ante un álbum osado en el que mira a Dios con las manos abiertas, se sincera con él o acaba gritándole en busca de respuestas.

Al disco se entra recibiendo una descarga eléctrica, una batalla de sonidos electrónicos a discrección en “I wouldn´t want to say”.  Es como meterse en su cerebro y ver chocar sus neuronas contra la corteza cerebral y escuchar su pena resonando desde dentro: “De repente, todo lo que he tenido está en hielo. Todos los que intentaron ayudarme se dispersaron como ratones”.

Me quedaría a vivir en la dulzura a lo Nick Drake de “Apples from the tree”, una nana rota, un espiral de apenas dos minutos sin principio ni final, recomendada para escuchar en bucle.

La redonda “This Game of Love” me arrastra bajo tierra. Una vals futurista cantado a dúo con su mujer Shelley Brien como en los discos colaborativos con Isobel Campbell. Shelley tiene la misma cantidad de tornillos sueltos en la garganta que su marido y el mismo deje al arrastrar las sílabas en este baile en el que se desafían como en aquellas conversaciones entre Rita Coolidge y Kris Kristofferson donde cantaban sobre su amor cuando ya lo habían perdido todo.

Después me dejo llevar de lado a lado por vientos más conocidos como los que suenan en este buen montón de canciones hermanas, empezando por “Ketamine”, un grito a los cielos en homenaje a Genesis Breyer P-Orridge. Un lamento a dúo junto a Wes Eisold (Cold Cave)  que va ralentizándose hasta dejarte caer en un lento y narcótico letargo.

Otra canción para caer en la desesperación es "Churchbelles, Ghosts" donde hace un descanso en medio del camino, elige un risco y vacía la alforja para ir rompiendo piedra a piedra toda la carga bajo el sol: “Oye Señor, ayúdame ahora porque me estoy venciendo, no quiero caer, toda mi vida he sostenido este martillo, salvajes martilladas en piedras. Ahora me ahogo con lágrimas de ira”.

Este devenir hacia el infierno de vivir es retratado perfectamente en la urbana “Stockholm City Blues”, una de las mejores letras de los últimos tiempos. Nunca se retrocede cuando uno decide avanzar y mirar de frente a los problemas :“Nadie me puede decir cuándo es suficiente, descendiendo cada escalera hasta el último peldaño. Ya pagué este dolor y estoy bajando por mi sangre. Nunca podrías decirme cuando ya es suficiente para cambiar algunas monedas por un solo clavo. No dejes que mi voluntad se rinda antes de que mi cuerpo falle”.

Este círculo cerrado da su último giro con la canción más larga, “Skeleton Key”, siete minutos en los que se acerca al brillo de de otro estándar, el del disco “Im your Man” de Cohen pero más desaseado y directo. Aquí vuelve a mostrarse como uno de los supervivientes quizá de aquella época de Seattle. Se pregunta "¿Es mi destino ser el último en pie?".

Hay que destacar la electricidad y contundencia de “Bleed All Over baby” con baterías y teclas sintéticas que evocan al sonido de los Kills. Es  la más rockera y pegadiza gracias a la anáfora al final de cada estrofa, la reitereación de palabras hace que acabes parafraseándola “I'm haunted, I'm haunted, I'm haunted” cuando menos te lo esperas.

En el campo de las colaboraciones debo destacar la aparición de John Paul Jones, el que fuera bajista de Led Zeppelin con uno de los teclados más clásicos bajo el brazo, el mellotron que suena en la siniestra “Ballad of a Dying Rover” en un guiño” a LeadBelly y por consecuencia al amigo Kurt y su “Where Did You Sleep Last Night”. Mark dice aquí: “Chica, déjame acostarme contigo una vez más. No es de extrañar lo que quiero hacer. Solo soy un hombre, solo un hombre enfermo”.

En la potente y misteriosa “Daylight In The Nocturnal House” es Adrian Utley, de Portishead, el que aporta la magia de las atmósferas y el éter. Lo coros visten el hechizo desvelando la voz enenigmática evocación que me recuerda al Bowie del disco "Heathen".

Debo mencionar por partida doble el capítulo en el que aparece cantando en poderosos coros Greg Dulli, compañero de Lanegan en la aventura de Gutter Twins, en “At Zero Bellow”, un cuento sangriento. Bajo sus voces, los violines salvajes e inconfundibles de Warren Ellis (The Bad Seeds). Hay algo de alegre esperanza en  “Hanging On (For DRC)” donde habla sobre su amistad con Dylan Carson, uno de sus grandes amigos en los mejores y peores tiempos de Seattle. Banjo y voz para sacarnos una sonrisa en los momentos malos.

“Internal Hourglass Discussion” es una de los temas más difíciles por moverse en los campos de la experimentación. Spoken word sobre afiladas y frías bases electrónicas. Se agradece que haga caso a las partes más bajas de su culo inquieto sin acomodarse demasiado rato en ninguno de sus diferentes asientos. El disco se cierra con luz y esperanza aunque también se vislumbra algo de miedo a dejar a la intemperie demasiadas verdades. En “Eden Lost and Found”  se constata un aliento a salir reforzado de este trance pero subyace cierta angustia al pensar que pueda quedarse solo si peca de sinceridad. Simon Boney, cantante de la mítica banda Crime & the City Solution le acompaña para terminar juntos la última hoja del libro: “Y si puedo ayudar a mi suerte. Entonces las cosas no me irán como van. Y no perderé la esperanza, y no perderé el coraje. Y no se desvanecerá en oro. O peor, en la sombra. Porque si todos se han ido, no quiero estar aquí. No quiero quedarme solo”.

Mark Lanegan ha alterado desde los cimientos las estructuras de sus procesos creativos. Antes las ideas de las canciones le venían a él, las leía en los libros o transformaba a partir de vivencias. En "Straight Songs of Sorrow" ha tenido que introducirse en los recuerdos para escribirlos en sus memorias, luego reescribirlas en canciones, crear un universo a cada una de esas piezas de ellas para encapsular su esencia y después cantarlas.

Quien se adentre en el disco ya no verá al cuatrero que antes escondía su naturaleza bajo un aspecto áspero y desabrido, sino a un Mark Lanegan que se ha encontrado así mismo bajo sedimentos de resistencia y escombros. Ha reducido cada uno de los guijarros que cargaba, convirtiendo el polvo en luz, la oscuridad en electricidad y el dolor en elegancia.

Lo más crudo y difícil ya ha pasado, este es el disco con el proceso más duro y dónde la metamorfosis es manifiesta. Se ha quitado un buen peso de encima y aunque solo ha realizado la mitad del trayecto, el recorrido le ha dejado un disco brillante, profundo y valiente. La redención está en camino. Ego te absolvo a peccatis tuis, eres libre amigo. Vive y vuelve aquí para cantárnoslo.