Julián Hernández: "La supuesta moderación de la derecha se ha convertido en un discurso virulento"


Por: Kepa Arbizu. 

Si hay alguien dotado del suficiente ingenio como para desplegar un espacio donde puedan convivir las historietas de Mortadelo y Filemón con James Joyce, ese es Julián Hernández. Alma máter de la banda Siniestro Total, ahora dedicado a tareas literarias, su nueva novela, tras el debut en dicho formato con “Sustancia negra” (Espasa, 2015), titulada “Han de caer del todo” (Trama, 2025), observa con su habitual punzante ironía los últimos días de vida de Francisco Franco mientras radiografía la sociedad española de la época, un moribundo dictador capaz todavía de blandir su pluma para dictar sentencias de muerte. Un destino sanguinario del que la disparatada y cómica misión que trasladan estas páginas pretenden salvar a José Humberto Baena, uno de los últimos fusilados por el régimen. En una pirueta tan desternillante como apocalíptica, el libro supone una aleación entre la ciencia ficción, el idioma de los tebeos, el surrealismo o el relato costumbrista. Sobre todo ello, y otras cuantas cosas más, hablamos con el siempre locuaz y clarividente autor gallego. 

Siempre has reconocido que tanto para tu anterior novela, “Sustancia negra”, como para ésta fue un encargo el que te llevó a escribirlas, ¿sin ese empujón nunca habrías decidido entrar en el ámbito de la novela o al final era algo que acabaría cayendo por su propio peso? 

Julián Hernández: Dudo que hubiera acabado cayendo por su peso, fue Belén Bermejo quien no me dio otra opción en un contubernio con Mario Tascón, ambos tristemente ya no están con nosotros, quien le facilitó mi contacto y me llamó no para proponerme, sino ordenarme, (risas), que me pusiera a escribir. Yo le dije que no era capaz, que me dedicaba a otras cosas, pero no hubo manera. A partir de ahí cada quince días me pedía una sinopsis de lo que iba haciendo, y me inventé el delirio que luego sería “Sustancia negra”. 

“Han de caer del todo” no fue un encargo tampoco, porque no es que precisamente hubiera sido un "best seller" ni nada parecido el anterior libro, sino que significaba seguir escribiendo e ir mandándole el resultado. El proceso se me atragantó un poco, y después de diez años conseguí rebajar hasta las doscientas páginas el libro, porque en principio iba a ser un novelón con muchas cosas más, pero tampoco es que seamos Thomas Pynchon (risas), así que acabó quedando en lo que es ahora. 

“Han de caer del todo”, aunque parte de la premisa de intentar salvar a José Humberto Baena, uno de los últimos fusilados por el franquismo, transcurre en múltiples direcciones, ¿fue esa idea la central sobre la que surgieron todos los demás afluentes o ha sido más un ejercicio de montar un puzle con distintas piezas? 

J.H.: Desde el principio estaba claro lo de Humberto Baena y también toda la incursión en el monte del Pardo, más que nada porque esa idea viene de "Objetivo: la Luna", una de las aventuras de Tintín, donde aparece en unas instalaciones en Syldavia, hay una avioneta sobre la que pierden la pista y que ya ha conseguido colarse en ellas… A partir de ahí consistía en ir uniendo ambas cosas. Porque esos fusilamientos fueron tremendos, yo tenia quince años, es verdad que habían pasado episodios como los de Salvador Puig Antich, pero esto fue todavía más impactante. Se trataba de un Franco decrépito, con un Parkinson tremebundo, donde en imágenes se veía cómo era incapaz de saludar con la mano… Por eso que firmase sentencias de muerte suena hasta a chusco, y no digamos ya que fuera capaz de escribir perfectamente de su puño y letra un testamento, eso era imposible. Todas esas cosas encajaban para la historia, y para colmo de males, o bienes, di por casualidad con una profecía de los testigos de Jehová que situaba el Armagedón en el otoño de 1975; y por supuesto que lo fue. El problema a partir de ahí era encajarlo todo y que tuviera un sentido, que si eres Herman Melville puedes escribir “Moby Dick”, pero como uno no lo es y no sabe nada de ballenas, alcancé a que tuviera una estructura medianamente coherente. 

Que la nacionalidad del principal protagonista de esta misión sea incierta creo que ayuda a simbolizar la repercusión que tuvo el hecho de aquellos fusilamientos a nivel internacional...

J.H.: La intención era que todo estuviera visto desde fuera, cómo observaban esa España que resultaba totalmente delirante para un entorno que no era así. Valerme de esa mirada me salvaba muchas cuestiones prácticas, por ejemplo el dar por sentado ciertos aspectos religiosos, porque que Franco consultase con el Sagrado Sacramento si firmaba sentencias de muerte, para alguien de fuera debía de sonar a una marcianada, y aquí nos parecía algo normal tal aberración. Me venía mejor que nadie de esos protagonistas externos contara con una nacionalidad concreta y manejar esos puntos de vista, sorprendidos de todo lo que sucedía en España. 

Tus dos novelas comparten muchas y particulares características, desde el formato collage a unos trepidantes y humorísticos diálogos, la mixtura de géneros o incluso esa formula de narrar a una audiencia, ¿dirías que existe una forma diferenciadora e identificativa cuando te dedicas al hecho narrativo?

J.H.: No lo sé, la verdad es que no tengo ni idea, lo que sí es cierto es que el formato de la novela tiene un tipo de intensidad muy diferente a otros, y te permite jugar mucho con los puntos de vista. Miquel de Palol tiene una serie de novelas, “Ejercicios sobre el punto de vista”, donde de una forma muy elegante acaba intercambiando a los narradores, marcando de esa manera el formato; otro caso cósmico sería el “Ulises”, incluso el "Quijote", donde aparece de repente un nuevo narrador, o la ya mencionada "Moby Dick". Yo simplemente lo que he hecho es ir pasando de una otra, dividiéndolas en diferentes partes; la primera y la última pertenecen a una primera persona; las intermedias a una extraña tercera y luego una más periodística. En la práctica el estilo lo marca irte dando de narices con lo que vas escribiendo.

Lo que desde luego sí es común a todas las disciplinas que realizas es esa misma total falta de fronteras entre la llamada cultura popular y alta cultura, en esta ocasión podemos pasar de Tintín a Terry Pratchet, o de Mortadelo y Filemón a Gómez de la Serna o a Joyce…

J.H.: La verdad es que antes yo también tenía cierto prejuicios con eso, pero en una de las grabaciones, con Joe Hardy en Memphis, me cambió la manera de ver las cosas. Él era un lector compulsivo y además estaba escribiendo una novela, me pasó un montón de folios para que los ojeara, yo casi iba al estudio a hacer mi parte y aprovechaba el tiempo para leerlos. Le dije lo mismo que me comentas, sobre ese supuesto escalón insalvable, y hablando sobre la cultura americana me comentó que no era Mark Twain, sino la Coca Cola y Elvis Presley. Al final acabas viendo que puedes utilizar todo lo que te venga en gana y puede servir para lo mismo. Sucede incluso en la literatura clásica, "Ulises" usaba canciones de cabaret, que era baja cultura en ese momento, o Sancho Panza tiraba de refranes. Otra cosa es que luego en un determinado contexto tomen otras cotas y acaben por formar parte de un ejemplo de esa alta cultura. 

También tu forma de escribir tiene mucho de audiovisual, más allá de que en esta novela hay referencias explícitas al cine, como cuando se cita a Jean Gabin, o evidentes homenajes como en ciertos pasajes a "2001: una odisea del espacio", ¿sientes que en la construcción de tus novelas tiene importancia todo ese imaginario fílmico? 

J.H.: Lo que pasa es que el cine es una influencia para todo, incluso para las canciones, no sé cuántas habré escrito a partir de ciertas ideas provenientes de películas, porque es una disciplina que ha cambiado la manera de entender la narrativa, de cómo contar las cosas, fue una transformación global en la manera de ver las cosas. Pero es que lo visual en sí ha sido una influencia toda la vida, la pintura o la escultura siempre ha influido en la narración, lo que sucede es que el cine es muy dinámico y te lo pone en bandeja. 

Uno de los muchos ejemplos que utilizas para caricaturizar esa especie de “marca España” es el intento por crear su propia bomba atómica...

J.H.: La historia de la bomba atómica en realidad es muy divertida, dentro de todo su sentido trágico, porque ver a un país que se estaba muriendo de hambre que de repente se le pase por la cabeza montar una bomba para conseguir ser la hostia, mientras el país estaba en ruinas, es cómico. Todos esos elementos hacen que todo parezca una aventura de Mortadelo y Filemón, porque suena a eso, es como el sulfato atómico del Profesor Bacterio, es propio de un país de cuchufleta. A Ibáñez le vino bien todo eso, y a mí también. 

En el libro hay innumerables referencias, alteradas u originales, de pasajes costumbristas sucedidos durante esos últimos años del franquismo, ¿ha habido un ejercicio de documentación al respecto o al final es una mezcla de recuerdos y ficción? 

J.H.: Es verdad que alguna cosa tienes que mirar, si necesitas ciertas referencias debes recurrir a ellas, porque aunque los personajes sean de ficción algunas menciones son reales y puedes necesitar que encajen las fechas y los acontecimientos. Pero todo ese proceso exhaustivo de documentación y mantener una narración fiel a los hechos históricos me parece excesivo, por supuesto puedes valerte de ello en la medida que te venga bien, pero también decidir no hacerlo. Se trata de literatura, no hay nada obligatorio. 

Desde el inicio, cuando se me presentó aquella orden de Belén Bermejo, siempre pensé en el lenguaje de los dibujos animados, que es muy importante en el libro, y que te enseñan que cualquier cosa puede pasar. En un episodio, por ejemplo, Piolín se escapa de su jaula y mientras le persigue Silvestre, de repente se sube a un poste de teléfonos al que el gato no puede acceder, pero éste inmediatamente reflexiona en voz alta diciendo que es un dibujo animado y que puede hacer lo que quiera, y en ese momento dibuja una escalera para poder subir y alcanzarle. Es algo que sucede recurrentemente también en las historias de El Coyote y El Correcaminos, todo esas cosas son posibles escribiendo. 

Hay algunos momentos del libro especialmente explícitos y violentos, ¿al contrario que la música, donde tiende a identificarse siempre al cantante como protagonista de lo que dice, la literatura proporciona por su formato de ficción y la presentación de personajes una mayor facilidad para poner en boca de otros pensamientos propios? 

J.H.: Creo que estás dando en el clavo. Una vez me decía Josele Santiago que puedes escribir una novela, un cómic, o una película y poner lo que te dé la gana, pero no escribas una canción porque se te cae el pelo. Pero que esté escrito en primera persona no quiere decir absolutamente nada, que hable un asesino no quiere decir que el autor lo sea. En ese sentido la literatura sí que libera de ciertas identificaciones, yo estoy escribiendo en primera persona sobre un personaje con el que no tengo nada que ver. Luego hay una parte curiosa que decía Fellini cuando le preguntaban si sus películas, que fíjate cómo son, eran autobiográficas, y el respondía que todo lo es y nada, porque al final todo acaba por colarse: lo que has vivido, leído o recuerdes, que no tiene que ser la verdad, sino aquello que está en tu memoria. A ese respecto, Ben-Gurión, padre del estado de Israel, decía que el que crea que no se puede cambiar la historia es porque no ha escrito sus memorias. Un perfecto ejemplo de hasta qué punto se puede distorsionar la historia para justificar una acción. 

Sin hacer spolier, por supuesto, todo el humor y la sátira desemboca en un pasaje final desgarrador y apocalíptico, una vez más el humor demuestra ser un idioma perfecto para alojar un pensamiento trascedente… 

J.H.: La verdad es que viene de perlas, eso es innegable, para llegar a las conclusiones que quieras. Pero tampoco es necesariamente obligatorio, porque nada lo es. Si se decide escribir con un afán mucho más serio o solemne puede funcionar igual de bien, sin ningún problema, pero a mí no me sale. Al final la única manera que encuentro para tirar adelante es así, y es donde me encuentro cómodo, si no me acabo riendo yo mismo no funciona, lo de escribir sufriendo no acabo de verlo muy claro. 

En un momento de la narración dos de los protagonistas reconocen su condición de habitantes de una novela, lo que se relaciona directamente con que todos somos manipulados por los "escritores" de esas páginas de la historia que se venden como única verdad y que incluso pueden llegar a estar más noveladas e inventadas que este libro.

PJ.H.: Por supuesto. Hay una frase en "Ulises" que dice que la historia es esa pesadilla de la que hay que despertar. Si estamos viendo a diario lo poco fiable de la prensa, o los testimonios, no hay nada que indique que la historia escrita siglos atrás tenga que ser verdad. Hay cosas que no se pueden creer porque incluso están demostradas. Hay una serie del arqueólogo Israel Finkelstein, poco sospechoso de ser ario precisamente, llamada “La biblia desenterrada” en la que hablan diferentes expertos sobre la importancia en la datación de los hechos. Una de las cosas más curiosas por ejemplo es cuando Yahvé le dice a Abraham que se dirija al oeste, que allí estaba su tierra prometida, pero la ciencia ha demostrado que no existieron migraciones en esa dirección, fueron en sentido contraria, de la costa hacia Mesopotamia, eso es demostrable por los rastros humanos. Por si fuera poco lleva a toda su caravana guiada por camellos hacia el Mediterráneo, pero cuando eso pasa el problema es que el camello no estaba domesticado, es imposible, todo eso tiene que estar escrito siglos después, cuando esos animales eran de uso común. Incluso me fijé hace poco, volviendo a ver “La Biblia”, de John Huston, cuando sale lo de Noé, reuniendo un pareja de elefantes, leones, conejos y de repente también de canguros, que no estaban en Europa ni en Asia, sino aislados en Australia, nadie sabia de su existencia. Ese tipo de cosas me encantan, y si se me ocurre algo de ese estilo lo cuelo. 

Teniendo en cuenta que reconociste que uno de los principales motivos para poner punto final en los escenarios a Siniestro Total era el cansancio físico, ¿en este papel ahora de escritor te sientes cómodo y con vocación de darle continuidad?

J.H.: Decir eso de escritor se me hace cuesta arriba, (risas), pero sí que me resulta muy divertido escribir, cuentas con unos márgenes para hablar de cosas que te pueden gustar. Tengo varias cosas en mente pendientes de terminar, pero no lo considero como una opción totalmente cerrada ni lo tengo claro. Todo ha sido parte de una casualidad, como que se cumpla el cincuenta aniversario de los hechos narrados en esta novela, por muy de ficción que pueda ser. No estaba previsto que coincidiera con los actos del ciclo "España en libertad, 50 años", como si tras la muerte de Franco al día siguiente ya fuera esto un despiporre. Aquel anuncio de Pedro Sánchez sobre la conmemoración se ha ido desinflando, ya casi nadie se acuerda de todo lo sucedido, nosotros hemos dejado las presentaciones del libro para después del verano y que coincidan así las fechas, ¡nosotros sí que vamos a celebrar esos 50 años de historia de España, pero una España de Ibáñez! 

Retomando aquella canción de Siniestro Total, "El regreso del hijo del zombie Paco", vivimos tiempos en los que esa herencia se muestra cada vez más numerosa y envalentonada, supongo que habrá sido casualidad, o quizás no, pero el libro llega en un un momento que resulta tristemente necesario y actual.

J.H.: Es curioso, porque no ha sido premeditado pero es que tampoco creí nunca en un revival de tal calibre. Es muy extraño todo este fenómeno, pero creo que hay un libro, “Malismo”, de Mauro Entrialgo. donde se explican muy bien las razones de ese paso de una derecha medianamente coherente, dentro de lo que cabe, más relajada, que se cortaba un poco, a todo lo contrario. Se ha convertido en una especialmente violenta en lo verbal, y han vuelto a soltar a los perros a la calle, algo que creíamos superadas. Todo deriva de un capitalismo de fondos de inversión, de continua manipulación, antes se decía aquello de “obrero despedido, patrón colgado”, ahora ya no hay a quien a colgar, y eso es mucho peor. Todo está relacionado, incluso la llegada a la Casa Blanca de un gobierno, que si no fuera por lo terrorífico, es ridículo, con un presidente y su gorrita, eso no se le hubiera ocurrido a nadie. No es serio. Tenemos un parlamento español fuera de control con un partido que se quería hacer pasar por moderado, cuando dijo Aznar que se trataba de una derecha heredera de Azaña, y cosas así, estaba mintiendo. La moderación de Feijóo se ha transformado en un discurso virulento, o poner a alguien como Tellado que solo dice barbaridades. Todo eso ha coincido con el libro, pero evidentemente no estaba ni medianamente pensado, ni creo que incluso lo hubieran previsto tampoco los testigos de Jehová .