Por: Javier Capapé
Sí, me gusta "Music of the Spheres". Así de claro. No hay por qué decirlo de otra forma. En estos tiempos de escuchas rápidas y acusaciones punzantes a la orden del día lo lógico sería esconderse entre la maraña de haters y lanzarle todo tipo de acusaciones de mediocre a este disco. En definitiva, seguir la corriente por no salirse del camino trazado en lugar de mostrar en realidad lo que uno opina sin tapujos. Pero no, yo no puedo dejar de ser sincero y admitir que "Music of the Spheres" tiene momentos totalmente prescindibles, pero equilibran la balanza a su favor los aciertos, aunque eso sí, totalmente alejado de esa maravilla que nos hizo soñar llamada "Everyday Life". Aquí no hay demasiada reflexión ni introspección como en aquel. Aquí desaparece el riesgo de sonar clásicos en estos tiempos que corren y apuestan por sonidos mucho más imperantes, aunque también saben recurrir a sus esquemas más tradicionales en algunos temas que destacan precisamente por eso, por desviarse de la corriente de luz y apostar por la sombra. Una vez asumamos que se va a imponer el color asentado sobre la épica de estadio del siglo XXI (apostando por la conjunción electrónica más allá de los confetis y los fuegos artificiales) vamos a poder disfrutar de unos cuantos momentos brillantes a lo largo de estas ocho canciones (doce si contamos interludios). No hay material para "echar cohetes" ni temas reveladores, pero hay tela que cortar, siempre que queramos escuchar limitando al mínimo nuestros prejuicios. Porque sí, Coldplay son la banda más mainstream del rock, el ejemplo de grupo para todos los públicos del que muchos reniegan pero aman en silencio, al que muchos critican, pero sin admitir que siguen disfrutando de muchas de sus canciones (no vayan a decirlo y les tilden de superficiales y poco entendidos).
Bien es cierto que conocíamos buena parte del lote antes de su lanzamiento debido a las actuales modas del abuso de singles previos a la aparición física del disco, y eso hace que nos quede poco por explorar, aunque aún así sigue siendo muy interesante conocer el disco como obra en conjunto. En esto Coldplay siempre han intentado dejar claro que lo suyo son obras globales, discos no precisamente temáticos pero sí con un hilo conductor bien definido, como es el caso del que nos ocupa, su disco planetario o estelar, con esa imaginería relacionada con el universo y la música de los planetas. Quizá han pretendido hacernos ver que la música de nuestro universo se escora más hacia la electrónica, pero si escuchamos con detalle vamos a apreciar sonidos extraídos de los clásicos de los setenta, de las baladas pop de los ochenta, así como del rock del nuevo milenio, todo ello aderezado desde la modernidad de este 2021, queriendo sonar totalmente contemporáneos y con un estilo más deudor de discos como “Mylo Xyloto” o “A Head Full of Dreams” que de “Everyday Life” o “A Rush of Blood to the Head”. Escuchando este “Music of the Spheres” la experimentación de algunos de sus anteriores trabajos como “Mylo Xyloto” queda como un mero juego de iniciados. Cuando aquello nos parecía rompedor estaba realmente muy lejos de esto. Aquí recargan el cartucho de samplers, loops, coros posmodernos y efectos varios y lo lanzan como artillería pesada que puede empalagar por momentos, pero que no por ello deja de ser arriesgada. Por supuesto que asumen que con estos virajes muchos de sus seguidores van a quedarse atrás, pero saben que ganan otros (quizá no demasiado jóvenes, ya que Coldplay se empieza a ver como un grupo de dinosaurios) y sobretodo están seguros de que no perderán adeptos a sus espectáculos mastodónticos en directo de estadio, donde este disco (que deberá estar cargado de programaciones para ser interpretado en vivo) encajará a la perfección entre múltiples efectos visuales y fuegos artificiales.
Pero vayamos al grano, a destacar las virtudes de estas canciones, que para odiarlas ya están las redes sociales. Estos cuarenta minutos de música estrellada se inician con una intro que nos aclara donde estamos. La voz robótica nos introduce en el pack hasta enganchar con “Higher Power” y explotar en positividad y multitud de colores. Un single totalmente efectivo, con unas guitarras más o menos tapadas por los colchones de sintetizadores (me hubiera gustado que resaltasen un poco más), pero que dejan algún fraseo interesante en la parte final, que escucharemos si estamos atentos, para no olvidarnos de que Jonny Buckland sigue ahí. El último estribillo con Martin subiendo octavas nos lleva al éxtasis y podemos imaginarla perfectamente siendo interpretada en directo junto a miles de seguidores enfervorizados cantándola con el puño en alto y las “xylobands” brillando. Si a “Humankind” le quitamos su intro extraterrestre nos encontramos con otro tema pop redondo, donde las guitarras acústicas se funden con teclados con reminiscencias a los ochenta, que conducen el riff del tema con mucha potencia. Efectismo pop, sensibilidad rock (incluso hard-rock representado por bandas más light en la línea de Toto o Bon Jovi). Tras un interludio innecesario desembarcamos en “Let somebody go”, una de las joyas del disco, que también lo es por haber permanecido oculta hasta ahora entre sus lanzamientos de singles previos. Con ella nos transportamos a la delicadeza de temas como “The Scientist” o la más reciente “Everglow” y la aparición de Selena Gómez con su voz sedosa no desentona para nada, a pesar de darle un toque más edulcorado a la balada. Con el corazón en un puño llegamos a “Human Heart”, que redondea con sensiblería fácil, pero de la que no molesta, al tema anterior y que está interpretada a capella (similar a lo que hicieron para cerrar la primera parte de “Everyday Life”) junto a We are King y Jacob Collier.
Si este corto disco lo dividimos en dos, tal y como se impone en los tiempos de revitalización del vinilo, la segunda parte comenzaría lanzada hacia una especie de patada a U2 con “People of the Pride”. Un tema potentísimo, con guitarras muy afiladas, en una línea paralela a The Edge en temas como “The Miracle (of Joey Ramone)”, que hará saltar chispas a más de un seguidor de la banda irlandesa, ya que quizá sea su forma de decir que definitivamente les han arrebatado la posición de mega estrellas del rock de estadio a los que antes eran sus maestros. El aprendiz ha adelantado al maestro de tanto querer imitarlo y canciones como ésta no dejan mucho espacio para la duda. Sin embargo, después de venir de este derroche de energía, a mi parecer bastante sólido (pese a que muchos afirmen que es una copia directa de los clichés más comunes del rock), llega la canción más prescindible del disco. “Biutyful” es una pantomima que podrían habernos ahorrado, pues hace desmerecer lo que podría ser una composición decente por culpa de esos efectos vocales que convierten a Chris Martin en Alvin y las ardillas o Papá Pitufo, como cada uno prefiera. Una burla, que produce sonrojo y que invita a adelantar la pista, tras la que nos encontraremos otra de las canciones que más ha cuestionado la autenticidad de los británicos, su colaboración con la banda coreana BTS, con la que afrontan “My Universe”. No es una canción sobrante, pero parece quedarse en un lucimiento exclusivo de Martin, dejando de lado al resto de la banda para otorgar todo el protagonismo a los jóvenes coreanos y remozar el tema de su propio estilo de pop teenager. Hará las delicias de muchos en directo porque supondrá una de las explosiones de confeti más celebradas de sus conciertos, pero nos puede dejar algo confundidos por no poder reconocerla realmente como propia de un disco digno de Coldplay (quizá hubiera sido más inteligente dejarla como un experimento externo y puntual del propio Martin o como ocurrió con su colaboración con The Chainsmokers “Something just like this”).
Y lo mejor viene al final, por eso no podemos dejarnos llevar por los impulsos que puedan hacernos desistir en el intento de acabar con este disco y cuando dejemos pasar el último de los interludios instrumentales (con oeé oeés festivaleros incluidos) llegaremos a “Coloratura”. Un tema semi sinfónico muy ambicioso, con varias partes diferenciadas y estilos mezclados, pero sin lugar a dudas un acierto de la banda donde dejan ver que siguen teniendo los pies en la tierra y que saben volver a su lugar cuando es debido y mostrar al mismo tiempo todas sus pretensiones e influencias sin ningún temor a ser denostados. “Coloratura” es una elegante suite que se extiende hasta los diez minutos, comenzando con una larga intro instrumental que parece coger impulso donde lo dejó “Hypnotised”, con un piano de similar fraseo y donde parece que va cogiendo impulso la orquesta al compás de una caprichosa arpa. La voz de Martin entra casi cumplidos los dos minutos haciendo un claro homenaje a McCartney con su melodía vocal y a Lennon con sus arreglos al piano. En el estribillo quiere volar, pero se contiene hasta que entra la batería y la canción se va deslizando sobre un colchón sinfónico. Orquesta que a partir del segundo estribillo nos recuerda a pasajes de rock progresivo transitados por Pink Floyd en álbumes como “A Momentary lapse of Reason” o “The Division Bell”. Cuando parece que el tema puede terminar, llegado el minuto cinco, vuelve a reconducirse sin perder ese aura mística, momento en el que la orquesta recurre a una reinterpretación del “Smile” escrito por Charles Chaplin que llegó a grabar incluso Michael Jackson. A partir del minuto seis el tema crece y explota con un solo de guitarra para que Buckland se luzca como si fuera el más inspirado Gilmour. Martin recurre a la temática espacial mientras flotan esferas y llegan a representarse sus colores en nuestras cabezas. La orquesta no pierde su importante papel de épica manifiesta hasta su descenso en los últimos dos minutos, de nuevo con aires a los Beatles, para cerrar casi como empezó y culminar con una coda de las que se están haciendo tan familiares en los discos de la banda inglesa. En esta ocasión es el piano, y no una sentencia contundente (como ese “Believe in Love” al final de “Up & Up”), el que pone el broche resaltando su cualidad casi cinematográfica. Hay pop, rock de estadio, clasicismo y mística en una canción que es redonda y con la que perdonamos todos los tropiezos que pueda haber en el disco (bueno, casi todos, porque “Biutyful” no dejará de chirriarnos). “Coloratura” merece toda nuestra atención. A pesar de estar llena de referencias las funde con maestría y las personaliza en el universo del cuarteto. Pone la guinda del pastel y le da credibilidad. Una credibilidad que habían ganado por derecho propio con su primer sencillo, el vibrante “Higher Power”, pero que lejos de perderse entre la maraña de ruiditos que abundan a lo largo y ancho del disco, se consolida con un cierre redondo. Épico, pero real. Orgánico y sensible a la par que colorido. El santo y seña de estos Coldplay en su nueva era espacial.
Resulta curioso que un disco como éste, de apariencia tan electrónica, esté tan equilibrado a nivel de bajos y guitarras. Mucho más que algunos de los lanzados por el cuarteto. Jonny Buckland se deja escuchar más claramente en temas como “Humankind” o “People of the Pride”, dando más presencia a sus guitarras, e incluso nos regala algún solo épico como el mencionado en “Coloratura”. Guy Berryman marca el pulso con su bajo destacado en las más aceleradas, pero también se vuelve hipnótico en otras como “Let somebody go”. El más tapado sigue siendo Will Champion, cuya batería se pierde entre cajas de ritmos ya desde los tiempos de “Ghost Stories” y más si cabe en este disco. Y por supuesto, Chris Martin se alza como el verdadero líder de la fiesta, el motivo y conductor de este totum revolutum, pero que a pesar de todo consigue atraparnos. Podremos ponerle muchos “peros” a este disco, pero hay algo en él que nos convence, que nos hace volver a ellos y que siempre nos reconcilia con su actitud. ¡Qué duda cabe! Porque son Coldplay (y nos encantan!).