Jim Jones All Stars: “Ain't No Peril”


Por: Kepa Arbizu 

Varias son las reencarnaciones artísticas que Jim Jones, quien ejerciera como líder de los fogosos Thee Hypnotics o de los libidinosos Black Moses , ha ido adoptando desde que iniciara su singladura en solitario. Una trayectoria jalonada por episodios firmados bajo los diferentes “apellidos” con los que ha decorado su nombre, primero los Revue, más tarde The Righteous Mind y ahora All Stars. Nomenclaturas que, aunque siempre han buscado identificarse a través de una condición particular, todas ellas han exhibido orgullosas y altivas un común denominador fácilmente reconocible por la indeleble marca que el rock and roll más vigoroso y vertiginoso ha dejado en su representación. Trepidantes huellas que una vez más dibujan el camino de la que hasta el momento es su última manifestación. 

Haciendo bueno el glamuroso término escogido para presentarse en la actualidad frente al publico, los correligionarios -entre los que se incorpora una imponente sección de metales- que completan su florida formación, integrada por algunos habituales aventuras pretéritas, cumplen de manera sobresaliente esa definición estelar, más allá de por sus innegables portentos instrumentales, sobre todo por constituirse como el huracán sonoro predilecto para desplegar todas las aptitudes de estas composiciones. Una vez más eligiendo como radio de acción inspiracional aquellas décadas clásicas donde desplegaron todo su potencial este tipo de sonidos, sus aspiraciones no desdeñan abastecerse de los nuevos recursos que los tiempos actuales proporcionan de cara a manejar con mayor ductilidad, e igual rotundidad, su mensaje musical.

Haber grabado este “Aint no Peril” en los estudios Memphis Magnetic bajo la mano rectora de su fundador, Scott McEwen, quien ya ha manejado los designios de otros nombres representativos -como J.D McPherson o Nick Waterhouse- en esas labores de revitalizar las raíces primigenias como motor creativo, no dejarían de ser unos datos logísticos de mayor o menor relevancia si no fuera porque esa extremada cercanía respecto al Río Mississippi parece haberse filtrado por las puertas y ventanas donde se concentraba la banda hasta posarse de forma sustancial en el resultado final. De ahí que el álbum supure los efluvios pantanosos y grasientos emanados de esa carismática ubicación en el mapa que se arremolinan entorno a un rhythm and blues que acoge una diversidad de ritmos que le convierte en un monstruo de mil cabezas frente al que en absoluto hay que sentirse temeroso, salvo que pretendamos salir indemnes de su avasalladora naturaleza, lo que sería un esfuerzo baldío.

Que la primera canción del disco, "Devil's Kiss", acoja un simbólico flirteo luciferino es la mejor constatación de que más allá de paradigmas sonoras, estas composiciones también sucumben a ese intrigante imaginario que señala a una iconografía de naturaleza sobrenatural. Paisaje que queda enmarcado bajo un humeante rhyntm and blues que si bien se muestra descendente directo de pioneros como Big Joe Turner o Lavern Baker también se revuelve díscolo a la hora de incorporar sus propios ademanes. Las rotundas percusiones de ese iniciático tema, que llaman a la puerta de algún antro en el despiertan la figura de Tom Waits, servirán igualmente para agitarse con desenfreno y groove para dar paso a una electrizante "Gimme The Grease" que en este caso busca su territorio en agitado y frenético blues-rock de Jon Spencer Blues Exposion, sello igualmente estampado en una "Troglodyte" que haciendo bueno su título avanza asilvestrada e hipnóticamente perturbadora, en lo que colabora la presencia de Eugene S. Robinson, siguiendo el rastro de las diabólicas predicaciones de Nick Cave.

Pero por encima de todo, el santoral que veneran estas canciones está instalado en esas décadas pretéritas en que el rock and roll, y sus más directos precursores, surgió como un sonido arrogante y desafiante, y de entre todos sus representante Jim Jones extiende su predilección a aquellos intérpretes de ofuscada ánimo. Tanto es así que el desmelene que expone "I Want You (Any Way I Can)" no le va a la zaga a las más iracundas representaciones de James Brown, mientras que el tema homónimo es entonado con una huracanada intensidad que hace que las cuerdas vocales, y pertinentes chillidos, se alineen con gargantas portentosamente cavernosas como las poseídas por Howlin’ Wolf o Captain Beefheart, que sumadas a la actitud incendiaria de Little Richard termina de configurar la apoteosis que desata “Evil Eye”. 

Dado que incluso el felino más feroz, como el que ilustra la portada de este disco, necesita tomar resuello en algún momento y dedicarse a la contemplación, de igual manera este repertorio encontrará sus momentos de asueto, aunque incluso cuando su ambiente se define como en "It's Your Voodoo Working", composición original de Charles Sheffield rescatada de los desvanes de la historia, bajo un melódico pero inquietante escenario, no cesa ese colérico soplido, emparentado a otro indomable espécimen como Screamin’ Jay Hawkins, que brota de su garganta en perfecta contraposición al aportado por Nikki Hill. No será hasta la aparición de piezas como "Your Arms Will Be The Heavens", que se envuelve en una dulzura atmosférica, espacio compartido con Bowie, a la que también someterá al nervio eléctrico de la instrumental "Drink Me", o una “Chingón” que vuelve a priorizar el talento de la banda para desenvolverse cual The Mar-Keys, cuando el disco encare sus necesarios y satisfactorios descansos respecto a su natural éxtasis.

Jim Jones puede buscarse diferentes vestimentas, incluso acercar a su propuesta condimentos que dibujen con más variedad, temporal y formal, su sonido, pero su identidad siempre se mantiene fielmente encomendada a los más tribales y oscuros ritmos. Con su nuevo disco parece haber encontrado, escoltado de una imponente banda, el punto exacto donde su aullido surge desde los rincones más vetustos y descarnados para resultar eficazmente abrasador al mismo tiempo que, sin demarcarse de su esencia, adoptar diversos acentos. Doce canciones que funcionan como si de ese itinerario al infierno "dantiano" se tratase y al que accedemos abandonando voluntariamente toda esperanza de no rendirnos ante un arrebatador trabajo convertido en la morada perfecta para nuestros instintos.