“Judee Sill. Éxtasis y redención”, cómic de Díaz Canales y Alonso Iglesias.


Por: Guillermo García Domingo.

Estábamos al tanto del buen hacer que Juan Díaz Canales estaba demostrando en el cómic nacional y europeo desde el momento en que sedujo a todos los aficionados al arte secuencial con “Blacksad”, la insoslayable serie de historias policíacas guionizada por él mismo e ilustrada por Guarnido. No estábamos enterados, en cambio, del talento de Jesús Alonso Iglesias para dibujar y dotar de color a esta biografía trágica, protagonizada por la malograda songwriter Judee Sill, y publicada por Norma Editorial, excepto aquellos que simpatizan más con los cómics de superhéroes. Las últimas caracterizaciones que ha hecho de Spiderman para la fábrica de animación de Marvel han recibido una gran aprobación. Debido a esto último es sorprendente que haya participado en un cómic cuya lectura lleva a concluir que a nadie se le debería obligar a ser un héroe (una heroína en este caso) por culpa de haber tenido una infancia disfuncional en la que no te han cuidado como te mereces, o por haber elegido a una pareja inadecuada a una edad demasiado temprana. Nadie debería actuar heroicamente para poder superar la inercia de factores deterministas ajenos a ti. Algo no funciona socialmente cuando hay que ser un héroe o recurrir a alguno de ellos. En honor a la verdad, esta es una reflexión que el género de los superhéroes últimamente no ha desdeñado.

Una de las principales cualidades de este cómic es el color, que ha sido denostado en la Academia del arte para ensalzar en su lugar el dibujo. Por suerte, en las décadas más recientes, el color ha recuperado su importante papel en el cómic contemporáneo de la mano de Mazzucchelli, Chris Ware, Arsène Schrauwen o Paco Roca. En esta particular forma de expresión artística que es el tebeo, no solamente el texto escrito incluido en el bocadillo o fuera de él, poseen la virtud de comunicar, también las formas geométricas y, sobre todo, el color transmiten información muy relevante y compleja sobre el estado anímico de los personajes o sobre su personalidad interna. De esta capacidad expresiva del color extrae el máximo Alonso Iglesias con el fin de matizar los dramáticos avatares de la cantante californiana. Por ejemplo, la experiencias sobrevenidas por el consumo de drogas psicodislépticas son traducidas en las viñetas por intensas experiencias cromáticas que cumplen el propósito de que los lectores se hagan cargo de la alteración de la percepción que produce la ingesta de estas sustancias. Es de recibo destacar además que los pasos de página y las transiciones entre los capítulos se funden gracias a elipsis muy afortunadas, brillantes, incluso, tal y como nos tiene acostumbrados Díaz Canales.

Ni el sol deslumbrante que luce buena parte del tiempo en California fue capaz de ahuyentar las sombras que se cernieron sobre la existencia de Judee Sill. El cómic se dirige de atrás adelante con la intención de intentar averiguar qué pasó antes de aquella fatídica sobredosis de 1979, aunque su muerte artística había acaecido unos años antes, poco después del fracaso comercial de su segundo álbum y la gira posterior que la llevó al Reino Unido. La fuente primordial del libro es la entrevista que Grover Lewis le hizo para la revista “Rolling Stone” en 1973 titulada: “Judee Sill: Soldier of the Heart”. El subtítulo, “The singer's exorcism of low-riding, smack-shooting ghosts”, sugería los fantasmas con los que la cantautora convivía a diario. Los autores del cómic han incluido al periodista como un protagonista más que se niega a aceptar el olvido al que cruelmente ha sido condenada la prometedora cantante que tanto le había sorprendido en esa confesión inicial que le concedió. El periodismo musical tiene un papel insustituible a la hora de completar la genealogía de la música popular. De su buena y sabia memoria depende el presente y el futuro de la música, que no puede dejarse aconsejar únicamente por el siniestro algoritmo y sus sesgos estrictamente comerciales. 

Parece ser que el productor de la cantante, Dave Griffin no estuvo a la altura y por esta razón le costaba recordar que una de las primeras voces de su sello, Asylum, que después contribuyó al éxito del sonido californiano, fue Judee Sill. La relación que mantuvo con la cantante fue problemática, entre otras cosas porque ella tenía dificultades para controlar un temperamento impulsivo. El aspecto inocente de la joven cantautora no se compadecía con su carácter pendenciero que en el final de la adolescencia explotó llevándosela por delante: ingresó en un reformatorio por robar empuñando una pistola de calibre 38 (en seis o siete sitios, afirma en la entrevista mencionada) y poco después, debido a su compulsiva adicción, en la cárcel. Fue allí donde se convenció a sí misma de que la música era la vocación primordial de su vida, que los antecedentes penales no tenían derecho a determinar su destino. En su infancia había aprendido a tocar el ukelele y el piano mientras el segundo matrimonio de su madre se diluía en el alcohol que consumían ambos cónyuges.

Cualquiera que escuche “Heart Food” (1973) seguirá sin entender por qué el público ignoró un disco tan excelso, que contiene composiciones únicas como “Where the Valleys Are Low” (y su órgano), “When the Bridgeroom Comes”, “Soldier of Heart”, o “The Vigilante” donde destaca la increíble voz de Judee. Es un compendio de canciones que rebasan los límites del folk sobre el que había pivotado el disco anterior con el que debutó, y la sitúa entre las mejores personalidades de aquella época, en la que los grupos basados en las armonías vocales triunfaron en la costa Oeste de Norteamérica. Judee Sill no desentonaría al lado de ninguna de ellas. Sus exorcismos con aspecto de canciones no fueron seguramente efectivos con ella misma, el “Fénix” (personaje de una de sus canciones más bellas) no pudo emprender el vuelo, aunque sí han sido inspiradoras para las generaciones posteriores: es la desconcertante paradoja de la trayectorias musicales de Judee Sill y de otros artistas frustradas prematuramente. 

Si no fueran suficientes todas las razones anteriores, la publicación de este cómic habría valido la pena con tal de conseguir que un solo aficionado conozca las alegorías musicales de Judee Sill, que se pueden escuchar, por cierto, en una lista a la que se accede mediante el código QR incluido en el libro, donde constan los mejores temas de ambos álbumes de estudio. Cuando uno llega a vislumbrar el significado de sus salmos esotéricos, que no solo se hacen eco de la tradición cristiana, descubre que ella tenía una visión de ella misma y del universo que los demás no alcanzamos a ver, tal vez por eso aborreció, al final de su corta vida, la prosaica realidad de todos los días, que la maltrató sin piedad, de modo que cogió la autopista a la eternidad en busca de su querido hermano Dennis, fallecido en 1968 mientras ella cumplía condena.