Por: Álex Fraile.
Nueva York no es una ciudad cualquiera. La gran metrópolis sorprende, cautiva, enamora y confunde. Ya lo dijo el propio Le Corbusier: “Cien veces he pensado que Nueva York es una catástrofe, y cincuenta veces que es una hermosa catástrofe”. Nueva York es un verso libre, ajena a convencionalismos. Un lugar donde todo puede ocurrir.
El propio Tom Waits –el trovador de los bajos fondos– lo comprobó cuando abandonó California para asentarse en Nueva York a mitad de los ochenta. Una ciudad donde todo tiene cabida como suele decir: “Te metes en un taxi conducido por un japonés en el barrio judío, y vas a un restaurante español donde oyes a un grupo de tango japonés mientras comes comida brasileña. Además, es una gran ciudad para los zapatos”.
En pleno corazón de Little Spain, sumergido en un sótano entre Washington Street y Horatio Street, dio forma a uno de los discos referenciales del universo Waits. Una de sus obras maestras: "Rain Dogs" (Island Records, 1985). Un álbum atemporal del que se cumplen ahora cuarenta años pero que no dejará de crecer y de recordarnos que la luz tiene cabida incluso en el más profundo de los sótanos.
Ahí en el corazón del bajo Manhattan, el músico errante, el genio de Pomona, fraguó su Rain Dogs. Una oda a los bajos fondos, un glosario de historias de perdedores en clave de góspel, vals, pop, rock, tangos e incluso polkas. Un trabajo compuesto al son de pianos, guitarras, marimbas, trombones. Nuevamente, quién mejor definió esta joya de diecinueve perlas fue el propio Tom. «Es como un álbum de fotos familiares. Muchos de mis parientes son granjeros y excéntricos. Como los parientes de todo el mundo, ¿no?».
Tom siempre tuvo criterio para elegir sus amistades. En "Rain Dogs" se acompañó de amigos de grandes vuelos como los guitarristas Marc Ribot –indispensable para entender el sonido de este disco– o el propio Keith Richards, quien le acompaña en tres cortes como "Big Black Mariah", "Union Square" o "Blind Love". Pero aquí las guitarras conviven con un sinfín de instrumentos: el saxo lúdico e irreverente del actor y compositor John Lurie; la batería suelta y precisa de Stephen Hodges o el bajo del californiano Larry Taylor.
En lo personal –permítanme la licencia– esta obra supuso supuso mi bautizo en el universo Waits y la afiliación a la Iglesia de los Perdedores de los Bajos Fondos. Una lluviosa noche de invierno lo escuché sin tregua. Casi sin darme cuenta, rodeado de amigos, las canciones de Waits fueron desfilando en bucle, una tras otra. De todas formas, una simple estrofa recitada de manera rasposa por Waits fue suficiente para caer en las garras de Tom. Un individuo de pinta inquietante, pero, aún con esas, si le viésemos en cualquier tugurio de mala muerte con una copa de más se convertiría de inmediato en nuestro amigo. Jamás me lo crucé de copas en Nueva York, pero dio igual. No era necesario. Waits ya era mi amigo y jamás dejará de serlo.
Con el paso del tiempo, Waits se ha convertido en parte de nuestra existencia. En parte de la vida de cualquiera que se sienta como un Perro de Lluvia. Alguien que pretenda vivir de manera independiente. Listo para abrazar la libertad, correr riesgos y disfrutar de la vida, incluso si eso significa apartarse de las convenciones y expectativas de la corriente principal.
“El ron entra fuerte y ligero / Al ritmo que marca el barrendero / con los perros de lluvia / Subo a un tren naufragado / Le dejo mi paraguas a los perros de la lluvia / Porque también soy un perro de la lluvia.” Los versos de ´"Rain Dogs"´ duelen, emocionan e invitan a beberse la noche mientas se baila con los perros de lluvia.
"Rain Dogs" bien podría servir para escucharlo una noche de lluvia, pero en el fondo sirve para soñar y evadirse del mundo de los mortales y adentrase en el universo de Waits y de paso transitar por las mil caras de Nueva York. Una ciudad que como el propio músico dice “no tiene ninguna lógica. Tienes que estar un poco desquiciado para vivir aquí”. Una ciudad que cada vez que va no deja de sorprenderle. En una de sus visitas no dio crédito al observar una enorme fila de gente en la calle. Pensó que a lo mejor había una pelea de mujeres o algo parecido. Preguntó a un par de chicos y le dijeron que hacían cola para comprar una ensalada. ¿En fila para comprar una ensalada? “Sí, me sentí́ francamente avergonzado por ellos”, comentó a su amigo David Letterman durante una entrevista televisiva.
Ya con su anterior disco, "Swordfishtrombones" (Island Records, 1983), empezó a huir del Waits de los setenta, de su anterior discográfica, de su mánager de siempre, de los guiños a Dylan, del piano. La voz seguía siendo blusera, áspera, ahumada y quemada pero el sonido tornó en complejo, metalizado, primitivo, introduciendo la que sería una de las marcas de la casa: el aullido.
La llegada de Waits a Nueva York supuso la confirmación de un cambio y contribuyó a completar su metamorfosis. Persiste el gusto por lo novedoso, dando peso a instrumentos anticuados, percusión metal sobre metal, números de cabaret contundentes que se alternan con instrumentales tenues, pero tiene una estética más grunge y desgastada que prioriza la guitarra de Ribot que por momentos suena como si de una máquina se tratatase. Rain Dogs, parece lo que fue. Un disco de banda. Los instrumentos interactúan entre ellos, como si estuviesen entremezclados en un mismo espacio. Por algo el disco se concibió en un sótano neoyorquino dónde imperaba el caos y el desorden. La evolución de Waits tiene sentido al comprobar sus letras. La imaginación y el surrealismo campan a sus anchas.
El disco, en contra de lo que se podría pensar, no comienza en la Gran Manzana, sino rumbo a Singapur, a miles de millas de ahí. "Singapore" constituye un cabaret salpicado del sonido de las marimbas y del trombón antes de que la voz ronca de Waits cumpla el hechizo. “Zarpamos a Singapur, estamos todos locos como sombreros aquí”. La aventura promete. "Clap Hands" evoca a una orquesta gamelán mientras una campana de iglesia resuena en la distancia y la guitarra de Ribot brilla sigilosamente. El álbum prosigue al ritmo de polka y de rumba con riffs cubanos en "Cemetery Polka" y "Jockey Full of Bourbon" respectivamente.
La influencia neoyorquina se hace si cabe más patente en títulos con guiños claros a la ciudad: "Midtown", "9th & Hennepin", "Union Square" –rockera, desenfrenada, adictiva por igual– y sobre todo esa maravilla que representa "Downtown Train" y que cuatro años después Rod Stewart la edulcoraría y convertiría en todo un clásico, llegando a lo más alto de las listas de ventas. Sin quitar mérito al escocés, la versión –la original– de Tom vuela y se cuela para siempre en el corazón.
La variedad de estilos es patente y "Blind Love" rezuma a puro country, rebajando los ánimos y emocionando con su amigo Keith a la guitarra. La locura, las cacofonías vuelven a ritmo de jazz y rhythm and blues. Cada cual tendrá sus gustos, pero Waits muestra sus múltiples caras en esta asombrosa aventura que es "Rain Dogs". Los más clásicos disfrutarán con la pegadiza hermosura de "Hang Down Your Head" o con "Time" una balada que rompe el corazón con versos punzantes: “Y cuando están en racha / Ella saca una navaja de su bota / y mil palomas caen a sus pies / Así que con una vela en la ventana / y un beso en sus labios / Mientras el plato fuera de la ventana se llena de lluvia / como un extraño con la maleza en tu corazón”. Otros preferirán la faceta satírica y grotesca de "Cemetery Polka", un bodegón de personajes mayores y tacaños como el Tío Biltmore y el Tío William o el Tío Vernon: “Tío Vernon / Tío Vernon / Independiente como un cerdo en el hielo”.
Mención aparte merece "Rain Dogs", la canción que da nombre al disco y que nos recuerda que a pesar de las múltiples caras de Waits continuamos viajando con él por los bajos fondos de Nueva York. Una ciudad portuaria, llena de transeúntes y de personajes noctámbulos, desesperados que simplemente buscan sobrevivir sin perder la cara a la vida, como lo que son: perros de lluvia.
Pasará el tiempo y seguiremos recordando esa oda al Nueva York de los bajos fondos que es "Rain Dogs". Sin duda, una obra maestra y el fiel reflejo del Nueva York de Waits.