Plaza de toros Los Califas de Córdoba. Sábado 27 de septiembre del 2025.
Texto: J.J. Caballero.
Fotografías: Rafael Carmona.
No fue hasta que los días fueron pasando y se aproximaba el momento esperado por miles de seguidores (e incluso algún que otro curioso empujado por las circunstancias) que no se confirmó que el bueno de Leiva podría subirse al escenario después de que unos días antes se viese obligado a cancelar el concierto que debía ofrecer en Guadalajara. Una faringitis aguda, complicada con amigdalitis y alguna que otra infección conjunta, le tuvieron fuera de combate durante unos días complicados en los que la cita cordobesa peligró seriamente. Fue entonces cuando se colgó oficialmente el cartel de "sold out" que suele adornar casi todos los carteles del actual Tour Gigante.
Así se llama la gira que lo lleva de nuevo por los escenarios de más capacidad del país en un despliegue acústico y técnico de primer nivel, todo sea dicho, pues desde hace tiempo el músico madrileño juega en la primerísima división del pop rock español. Con todo lo que de mainstream pueda tener su concepto musical, que lo tiene, nunca se le podrá negar la profesionalidad aplastante que demuestra bolo a bolo, el mimo que le pone a la faena dentro y fuera del escenario y el respeto absoluto a un público que se le entrega incondicionalmente desde la primera canción desgranada. También hay que tener en cuenta a la banda, unos músicos provistos de las armas suficientes para que el arsenal nunca deje de acercarse al blanco previsto, con la complicidad y la cercanía que transmiten y les es transmitida sin fingimiento alguno.
Habría que intentar explicar que el éxito de un músico que ya conoció dichos laureles desde que empezó a tocar la batería en diversas bandas y a foguearse en el germen de Pereza junto a algún compañero de batalla que aún hoy lo acompañan en directo (el bajista Manolo Mejías ya formó parte de la aventura primigenia, y el indispensable Tuli, ahora transmutado en saxofonista díscolo, fue uno de los fundadores de la banda y compañero casi inseparable en el tiempo y la distancia). Secundado además por las teclas del jefazo César Pop, el magisterio a la batería de Jose ‘Niño’ Bruno, la trompeta juguetona de Gato Charro y las percusiones mágicas de Mariana Mott, el contrapunto necesario al juego de soul rock con el que baña la mayoría de los temas en el primer tramo.
El sonido horripilante desde el ruedo del coso de Los Califas, un tema del que alguien debería ocuparse seriamente cada vez que una gira de estas características pasa por ahí, mejoraba a medida que la cercanía a las gradas se encargaba de pulir la bola sónica informe que sufrieron, sin ser demasiado conscientes de ello, aquellos que buscaban las fotos a compartir desde la primerísima fila. Con todo, “Bajo presión”, “La lluvia en los zapatos”, “Gigante” –probablemente su mejor canción en mucho tiempo-, “Lobos” y “Terriblemente cruel” forman un repóquer de ases infalibles para arrasar el ánimo de fieles y hasta de algún infiel que pasaba por allí sin intuir que el espectáculo escénico que estaba presenciando sería de tales dimensiones. Leiva es un músico limitado, ni siquiera es un guitarrista brillante y es consciente de ello, aparte de que su perjudicada garganta no le daba para aguantar los picos de algunos temas, rematados al final por los coros de su hermano Juancho, el pequeño y más activo miembro de la familia, el escudero perfecto para suplir posibles carencias y lagunas que en nada afectan al resultado global.
Las seis cuerdas se transforman en doce, trasiego de instrumentos mediante, en otras paradas obligadas del repertorio: “Superpoderes”, “Sincericidio”, “Breaking bad”, “El polvo de los días raros”… Todo muy en su línea, demasiado lineal a veces, muy limpio y muy bonito, con sus coros y estribillos directos al corazón más sensible. Nada de suciedad, tan necesaria en eso que aún seguimos empeñándonos en llamar rock. Aquí prima la eficacia sobre la sorpresa. En directo hay temas que mejoran y amplifican su efectividad, esa que en disco queda mermada por una producción estandarizada y ausente de los latigazos que sí ofrece en escena, acentuándolos en la lírica elevada de “Ángulo muerto”, “Cortar por la línea de puntos” o “Flecha”, tal vez la recuperación más inesperada de un set list apostado en la seguridad y la respuesta inmediata.
El momento íntimo lo reserva para él solo, en un “Vis a vis” consigo mismo y sus ajadas cuerdas vocales en el que se muestra como el músico frágil y acongojado que en realidad es, el mismo que llamó a su amigo Robe para facturar una emocionantísima “Caída libre” en recuerdo de un amigo en pleno proceso de depresión. Tampoco podemos olvidar que el señor del sombrero y el look anoréxico adorna su salón con el Goya a la mejor canción que le dio “La llamada”, hecha con idéntico título al de la película que cierra y a mayor honor de su ex pareja Macarena García, inspiración y destino último de la práctica totalidad de sus últimas canciones. Pero también es capaz de guiñar con el ojo bueno que le queda a dos de sus maestros, que también son los nuestros: Chuck Berry y Santiago Auserón, el segundo haciendo de vía para el primero en la revisión del “You never can tell” que el aragonés retituló “Quién lo iba a suponer”. Nada nuevo, pero que así sea todo lo viejo que nos rodea.
El alma negra de Leiva, no por aviesa sino por ávida de vida y de la música tendente a dicho color, ya queda evidenciada casi desde el principio y, a poco que se escarbe en su discografía, en su entorno artístico más cercano. Se le perdona incluso que recurra a lo más obvio para irse despidiendo, con la coda final de “Hey Jude” como vitola beatleiana en “Como lo tienes tú” y la ráfaga encadenada con “Estrella polar”, “Lady Madrid”, “Como si fueras a morir mañana” y la inevitable “Princesas” partida y repartida para el clímax. Himnos para el roquerío pijo de la ciudad, baladas para alimentar el lado más hippie del oyente casual, recuerdos de una época en la que también triunfó… Sea como fuere, y como diría su socio Joaquín Sabina, la mala salud de hierro que suele acompañar a Leiva fue esta vez diagnóstico y remedio para él y quienes lo adoran. Hasta que le falte la voz, que la suerte lo acompañe.