Por: Kepa Arbizu.
No resulta fácil ser escogido por Bob Dylan para formar parte de su inspiración lírica, un honor vetado incluso a la mayoría de aquellos músicos de blues que ejercieron la patria potestad de su alumbramiento sonoro. Solo ilustres nombres como por ejemplo los de Charley Patton o Blind Willie McTell han protagonizado alguno de sus títulos, un reconocimiento con el que ha sido también agraciado en su último disco, "Rough and Rowdy Ways", Jimmy Reed, una presencia sobre el papel escrito que sin embargo ya se había manifestado en interpretaciones de algunas de sus composiciones, lo que, más allá de la admiración profesada por el genial compositor de Duluth, delata la trascendencia que tuvo dicho intérprete e instrumentista en la cultura popular. Un imaginario del que si bien ha quedado relegado por la presencia de otros perfiles más destacados en la historia, su papel ha sido determinante tanto para muchos de sus coetáneos como para aquellos mesías del rock, llámense Elvis Presley, los Stones o Yardbirds, que encontraron en sus simples facciones rítmicas un elemento fascinante y una invitación a recorrer sus huellas.
No hay signos distintivos, respecto al común de los músicos afroamericanos primigenios, en los iniciales pasos biográficos de Mathis James Reed, nacido el 6 de septiembre de 1925 en Dunleith, Misisssippi, que ocupó su niñez trabajando junto a su padre en los campos de algodón mientras empleaba los domingos en entonar salmos en la iglesia. Una primeriza vocación que daría continuidad gracias a su encuentro con Eddie Taylor, un eterno aspirante a semiprofesional de la música, del que absorbió sus iniciáticos aprendizajes, una ligazón que se reproduciría constantemente en diferentes etapas a lo largo de su carrera y que en aquel momento se materializaba amenizando eventos y celebraciones. Como tantos otros hermanos de raza, Jimmy Reed tomó rumbo al norte, concretamente a Chicago, para dejar atrás la vida rural en un utópico intento de hallar una cierta dignidad laboral. Un destino que para un hombre que por aquel entonces era prácticamente analfabeto, no era capaz ni de escribir su nombre correctamente, soló cambió de entorno opresivo, siendo la industria ahora una nueva esclavizadora rutina que solo sería interrumpida por el tampoco nada halagüeño reclutamiento para enrolarse a la II Guerra Mundial, estancia no alargada en exceso al ser dado de baja por sus continuas enfermedades pero sí lo suficientemente extensa como para inaugurar una “amistosa” relación con la bebida que no abandonaría jamás y que acabaría por definir, bajo un paso titubeante, su destino.
Tras sus paso por los campos de batalla, aunque en realidad siempre estuvo apartado en labores de intendencia, contrajo matrimonio con Mary Lee Davis, conocida posteriormente como "Mama" Reed y al igual que tantas otras mujeres afroamericanas invisibilizadas a pesar del importante papel que adoptaría en la vida creativa de su pareja. El breve y poco gratificante regreso a su Mississippi natal, de nuevo dedicando su tiempo a tareas agrícolas, derivaría en la firme determinación por buscar un nuevo horizonte personal que incluyera alentar definitivamente su faceta musical, un futuro que se situaba en Gary, Indiana, lugar del mapa en el que se iba a establecer el comienzo de una trayectoria profesional y el paulatino surgimiento de una figura que iba adquiriendo cada vez más notoriedad y las hechuras artísticas suficientes como para encontrar por fin en su pasión una manera de subsistir.
Un logro aspiracional que establecería sus mimbres gracias a las múltiples actuaciones en todo tipo de establecimientos o incluso transformando alguna esquina de la calle en escenario donde aparecer en compañía del pintoresco Willie Joe Duncan, quien hacía acto de aparición con un instrumento hecho de una sola cuerda. Su presencia en la la banda Gary Kings, en compañía de John Brim, el reencontrado Eddie Taylor y un joven batería que no era otro que quien llegaría a ser el legendario guitarrista Albert King, apuntaló un proceso artístico que ya desde esos momentos señalaba a su particular, y aparentemente asequible, estilo caracterizado por una sencillez en el uso de acordes en forma de ritmo boogie, una cualidad vocal desgarbada y un soplo de la armónica -sujeta por un suspensorio que le permitía al mismo tiempo tocar la guitarra- que le otorgaba un sonido terroso. Elementos no especialmente dotados técnicamente pero que sin embargo le sirvieron para generar entorno a él una identidad particular y un apreciable para el público sentido del espectáculo. Dicho rodaje, y sobre todo su cada vez más positiva recepción, le envalentonó hasta el punto de presentarse a una audición para el mítico sello Chess Records, quienes no dudaron en rechazarlo amparándose en su búsqueda de perfiles más desgarrados y crudos como los de Muddy Waters o Howlin' Wolf. Decisión juzgada por el paso del tiempo como errónea que por el contrario supieron aprovechar los regentes de una tienda de discos, Vivian Carter y James C. Bracken, y fundadores del sello Vee-Jay Records, valorando como se merecía sus virtudes y abriéndole las puertas del estudio, y sin saberlo todavía, de la historia de la música.
No fueron sus primeras grabaciones, firmadas en compañía de la banda Spaniels, ningún éxito, incluso hicieron tambalearse la confianza del sello en él, pero la aparición del single "You Don't Have to Go" ejerció de ariete con el que derribar ese muro vacilante, estocada que recayó en un efectivo pero nada efectista retrato amoroso escrito por su mujer, nunca acreditada en las canciones ni tampoco en su faceta como vocalista e incluso, en los peores momentos beodos del músico, en su tarea de apuntadora cuando él era incapaz de recordar las letras. A partir de ahí su discografía asumió de manera clarividente no contrariar una eficaz fórmula en la que también tuvo mucho que ver el productor Bill Putnam, y su particular uso de la reverberación, o la virtud rítmica de la batería manejada por Earl Phillips. Una ecuación que logró algo casi inaudito entonces como era conquistar por igual las listas de éxito dedicadas a las músicas afroamericanas como aquellas más generalistas. Y es que ese estilo sobrio y pegadizo, que siguió ofreciendo temas históricos como "Ain’t that Loving You Baby", "You Got Me Dizzy" y "The Sun Is Shinning'", fue a su vez pionero en atravesar el muro que separaba este tipo estos ritmos de unos espectadores de tez pálida. Sus desbordantes ventas, solo por detrás de B.B. King o Ray Charles, le convirtió durante los años cincuenta y primeros sesenta en un fenómeno de masas y una máquina expendedora de estándares, galardón que se arrogaron "Baby What You Want Me to Do", "Hush, Hush", "Big Boss Man", "Bright Light, Big City" y "Shame, Shame, Shame", que sedujo a sus coetáneos del género y a todas esa horda de bandas de rock que nacían dispuestas a heredar el trono de los sonidos eléctricos.
El éxito alcanzado por Jimmy Reed se resquebrajaría tanto por episodios inexcusables, como la bancarrota de su sello o ataques epilépticos que le alejaban durante largos periodos de la escena, pero sobre todo por una incapacidad para domar a la bestia bebedora en la que se había convertido, una actitud que dejaba pasos erráticos por los estudios de grabación o anécdotas lamentables y pintorescas, llegando a orinar, en su actuación en el Teatro Apollo, en las vestimentas de una de sus estrellas. Una anécdota que sin embargo no era si no el síntoma una deriva también visible en un afectamiento en su vida personal y emocional, cada vez más aislada. Tampoco el resurgimiento escenificado por la gira itinerante que resucitó a viejos bluesmen entre el público europeo, a través del American Folk Blues Festival, fue capaz de erguir una figura que se desplomaba, a veces literalmente, entre unos escenarios totalmente insuficientes para revitalizar su figura. A pesar de repuntes muy esporádicos e incluso el apoyo de su manager, Al Smith, sus discos fueron incapaces de recuperar aquel pasado fulgor, ofreciendo sus surcos una sombra lánguida de aquella presencia.
Paradójicamente, tras sufrir un tratamiento en busca de escapar de las adicciones etílicas, su respiración, quizás ya extasiada por un paso vital demasiado acelerado al que había sido sometido, interrumpió su lógico ritmo el 29 de agosto de 1976 para acallar a Jimmy Reed definitivamente. Puede que esa última época errática, crepúsculo del que otros compañeros supieron escapar gracias a las puertas abiertas por la globalización del rock, haya impedido que su nombre retumbara con más vigencia a lo largo de la historia, pero eso no ha impedido que su legado haya sido venerado y reivindicado por muchos de los músicos más representativos existentes. Su carrera, incluido sus vahídos creativos, refleja a un músico que buscó, y halló, su personalidad desde una absoluta naturalidad exenta de artificios, demostrando que a veces el camino recto y carente de adornos puede ser el trayecto más corto para alcanzar los grandes misterios que agitan nuestros sentimientos.