Pink Floyd: 50 años de “Wish you were here”


Por: Javier Capapé. 

El tiempo corre para todos. Nos hacemos mayores. Porque cuando uno de los discos que siempre has tenido presente cumple medio siglo todo indica que tú andas por el estilo. “Wish you were here” nunca ha sido considerado el mejor disco de Pink Floyd, pero sí uno de los que más define su espíritu sinfónico. Un disco de apenas cinco cortes pero que contiene una de sus sinfonías más logradas, ese “Shine on you Crazy Diamond” dedicada al que fuera el motor en los inicios de la banda, el excéntrico Syd Barrett. Un tema estructurado en nueve partes y dividido en dos para servir de inicio y final de todo el conjunto. Pero la excelencia de este tema etéreo no lo es todo, ya que el tema titular se encuentra entre los más granados del grupo británico, más cerca del pop de masas que de la experimentación, pero un emblema al fin y al cabo. Con este par de premisas, ¡cómo no íbamos a celebrar esta efeméride! 

Como ya es menester con este tipo de discos, se espera reedición de lujo para la temporada navideña. Una edición con cuatro LP’s de vinilo transparente, un single de vinilo, dos cd’s y un blu-ray. Ahí es poco. Una reedición pensada solo para grandes coleccionistas y bolsillos, aunque también es cierto que se lanzarán algunas ediciones más humildes para el resto. Pero mucho más allá de reediciones, el disco merece que volvamos a él para ratificar el buen estado de forma que vivía el por entonces cuarteto antes de que las tensiones entre sus dos facciones les llevaran al declive tras una década de los setenta encomiable. 

“Wish you were here” fue un lanzamiento muy esperado, quizá el más esperado en el rock hasta la fecha. Había grandes expectativas puestas en él, ya que su predecesor había sido el disco más aclamado del grupo (y también el más vendido, contando a día de hoy con más de cuarenta y cinco millones de copias despachadas). Después de “Dark Side of the Moon” había que tener muy claro el siguiente paso a dar y Pink Floyd optaron por la melancolía y la añoranza, en el disco más introspectivo que publicaron hasta la fecha. Algunos lo llamaron su cara triste, pero más bien en él se hallaba la culpa por haber dejado años atrás en la cuneta al alma de la banda y por eso dedicaron a Barrett el grueso de estas canciones, concretamente los temas que abren y cierran el álbum además del titular, que se presentan a las claras y cuyos títulos no dejan sitio a la duda.

Aunque lo mejor estaba en su esencia, más que en sus datos o dedicatorias. Lo que verdaderamente ha hecho de este disco uno de los más brillantes de los Floyd son sus maravillosos cuarenta y cuatro minutos de música. Eternos e imperecederos. Por supuesto que al tema “Wish you were here”, una de las canciones universales de los británicos, no le falta nada. Tiene todos los ingredientes para permanecer indeleble en nuestra memoria. Un arranque con un arpegio de acústica letal, un estribillo totalmente coreable y una progresión final en forma de solo de guitarra memorable. Pero esto no es todo, porque “Shine on you Crazy Diamond” tiene intensos momentos para perdernos en ellos y flotar con su esencia. Cuando la voz de David Gilmour entra es casi más letal que su punteo de guitarra atmosférico con el que la canción va tomando altura. Es por eso que siempre ha sido prácticamente obligatoria en sus directos, porque es absolutamente irresistible y representativa de su espíritu sinfónico de masas. Quizá en sus inicios Pink Floyd era un grupo más fácil de ser entendido por un público selecto, por aquello de sus ramalazos lisérgicos, pero a mediados de los setenta supieron mantener su estilo sinfónico acercándolo a las mayorías. Por eso, cuando el común de los mortales opina sobre rock sinfónico, en su cabeza está Pink Floyd (y probablemente esta pieza dedicada al inmortal espíritu de Syd Barrett). 

No hay que olvidarse de “Welcome to the Machine” y “Have a cigar”, las dos canciones que se salen algo del tiesto en esta colección, aunque no por eso dejan de ser grandes obras. En “Welcome to the Machine” Roger Waters nos deja exhaustos. En ella ya intuíamos algo de lo que después desarrollaría Waters en “The Wall” y Richard Wright se marca un tremendo solo con el sintetizador. Su desarrollo es hipnótico y la canción se sostiene perfectamente por su solidez. Para nada es algo menor y consigue brillar desde la contención. “Have a cigar”, por su parte, tiene más formato de single, aunque sin llegar a arrebatar el puesto de honor a “Wish you were here”. En ella la guitarra de Gilmour se mueve cómodamente entre el colchón de teclados y la poderosa sección rítmica emparentada con “Money”. Es difícil ponerle pegas.

En definitiva, cincuenta años de un clásico con todas las letras. De un disco que quiso tomar el relevo de su predecesor y sirvió de trampolín para todo lo que habría de venir después en el seno de esta gran banda. Como si sus cincuenta años no hubieran pasado para él, “Wish you were here” nos llama e invita una vez más a sentirnos como esa brillante mente enloquecida, esa que desprende la magia del genio. De ese genio que también podemos ser nosotros, al menos mientras el disco gira.