Por: J.J. Caballero.
Hedonismo, sensualidad, crudeza, calma… Buscamos y rebuscamos sustantivos para definir la carrera y las canciones de Saint Etienne y rara vez atinamos a dar en la diana con precisión. Para el último viaje discográfico del trío británico, narrado a modo de conclusión final en la bellísima “The last time”, testimonian bagaje y método en una colección de temas variadísimos y lejos de la onda experimental y un tanto incomprendida de pasajes anteriores (léase el intrincado “I’ve been trying to tell you” de 2021).
Se centran en el oficio de hacer música, algo tan simple y tan complicado a la vez, y avalados por la experiencia y la tremenda cultura sonora de sus miembros entregan un testamento digno de distinción y alabanza. Y como Sarah Cracknell, Pete Wiggs y Bob Stanley, músicos y musicólogos de pro -especialmente en el caso del último, autor de “Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno”, uno de los libros más apasionantes de los últimos años sobre el tema en cuestión-, tienen amigos ilustres por todas partes, los convocan para que la fiesta de despedida sea mucho más efectiva. Así, después de 35 años de carrera y vaivenes, no es de extrañar que le encarguen la producción al ilustre Tim Powell (Xenomania) y retornen al pop de base con el que empezaron su camino, a la esencia perfumada de aromas sintéticos y especias básicas con la que nos impresionaron sin pretenderlo.
La presentación oficial de este “International” se materializó en “Glad”, donde se acreditan los mismísimos Tom Rowlands (Chemical Brothers) y Jez Williams (Doves), pero continúa en la atmósfera oscura y expansiva, como si de una rave clandestina se tratase, de “Take me to the pilot”, en la que se alían con otro peso pesado como Paul Hartnoll (Orbital) el velado homenaje a algunos de sus maestros en la radiante “The Go-Betweens” con la voz de Nick Heyward (Haircut 100), la contagiosa “Brand new me” junto a Confidence Man o la arquetípica “Sweet melodies”, crepitante y bellísima, sin hacer ascos a un juego entre el funk y el pop en la poderosa “Save it for a rainy day”.
Y si este manojo de canciones casi perfectas no son capaces de hacernos caer rendidos a sus pies, se ponen un traje latino en “He’s gone”, que ni confeccionado a medida les queda tan bien, y llaman a Vince Clarke para darle a la electrónica ochentera que tan bien se le da al susodicho en “Two lovers”. Hasta el brillante ejercicio de synth-pop que realizan en “Dancing heart” les sale bordado, igual que su acercamiento a páramos más propios del rock en “Why are you calling”, justo cuando se preguntan por qué sigues intentando contactar con ellos cuando ya todos sabemos que se ha terminado la función. Nunca podrían ser más explícitos en el cierre de un álbum.
Este magnífico disco suena a los Pet Shop Boys de ahora y de siempre, a la Madonna primigenia, a rock industrializado y house suave, a pop acústico, a electro funk y a todo el crisol musical y cultural que Saint Etienne han ido acumulando durante un tiempo de existencia que fue, y seguirá siendo, pura vigencia. El reinado absoluto de lo naif frente a lo sofisticado, si es que ambos conceptos no son excluyentes. Un final que es sólo un principio: El de las cosas bellas que aún nos faltan por vivir.