Jónsi: "Shiver"


Por: Javier Capapé

El islandés enigmático, el del falsete imposible, el guitarrista atípico, el joven de mirada huidiza. Jónsi ha vuelto a la palestra, pero esta vez dejando de lado su proyecto de cabecera Sigur Rós, con el que lleva publicando discos experimentales desde que nos regalase el último más convencional "Kveikur" en 2013. En realidad su última criatura está más cerca de su banda madre que de su proyecto junto a Alex Somers, aunque dejando algo atrás los pasos más mainstream de "Go", lanzado como su primer álbum en solitario hace ya diez años. Pero, ¿qué nos ofrece de atractivo "Shiver" más allá de cierto ruidismo mezclado con intenciones pop?

A estas alturas nadie duda de que Jónsi es un artista difícilmente imitable en su discurso y con unas formas características imposibles de igualar, y así se demuestra desde el inicio con "Exhale", con la que parece que asistamos a la reencarnación de los tiempos de "Med sud i eyrum vid spilum endalaust" (el disco de Sigur Rós con un sonido más convencional). Pronto cambiará de tercio hacia derroteros más electrónicos, a los que ya se acercaba tímidamente en su primer disco en solitario, como ocurre con el tema titular. En éste domina la tensión contenida además de contar con un estribillo perfectamente coreable. "Cannibal" mantiene la quietud y cierta solemnidad con una instrumentación minimalista al inicio y la colaboración de Elizabeth Fraser en las voces, que puede remitirnos al mismísimo Peter Gabriel. Como ocurre en los temas anteriores, "Cannibal" suena a algunos de los pasajes más inspirados de los islandeses, cuando todavía eran un cuarteto experimental empeñado en sonar como los más grandes grupos del indie. Pero eso se ha ido perdiendo en la última década (paralelamente a los cambios de formación del grupo), desde que "Valtari" dejó entrever su vena más intimista a la par que arriesgada, manteniéndolo como tónica dominante hasta la fecha.

"Wildeye" es casi hija de Björk, a la vez que nos recuerda a las más ligeras "Boy Lilikoi" o "Animal Arithmetic" de su anterior trabajo solista. Es un hecho que en temas como éste se aparta totalmente de las señas más identificables de su banda madre, navegando por el mar de la electrónica y la provocación. Dejando el inglés, predominante hasta este momento, llega "Sumarid sem aldrei kom". De nuevo calma en un tema de desarrollo extenso y con intenciones pastorales en el tratamiento de las voces (difícil igualar a Jónsi cuando alcanza estas cotas casi místicas). Esta canción te sumerge en un glaciar islandés o, si lo prefieres, en el interior de una catedral románica en pleno siglo XI, porque sus ecos son ancestrales, como venidos de otro tiempo, salvo que aquí están adornados con pinceladas digitales, pero es el piano y la voz lo que nos conmueve.

Tras el remanso de calma nos inunda la programación de "Kórall". Tras su aparente paz hay un pulso eléctrico que recorre toda su columna vertebral para atraparnos con cierta alevosía. Es una canción que parece más frágil de lo que es, porque esconde muchos más peligros de los que muestra, sobretodo en su segunda mitad, pero de todos ellos sale airosa, fortaleciéndola con cada embestida. La voz de Jónsi pasa por mil filtros mientras los ritmos se rompen y distorsionan, aunque sin llegar a molestar, pareciendo inocuos. Es ahí donde reside la magia de un tema tan fuera de la norma como éste. Sin embargo, su coda chirría hasta convertirse en un experimento kitsch con "Salt Licorice" (destacando la colaboración de la sueca Robyn en la parte vocal), en una línea más cerca de liderar el R&B más actual que de abanderar el post-rock alternativo para minorías que acostumbra el islandés.

"Hold" escora hacia el margen. Ese que puede obviarse sin perder la esencia implícita en la obra global. Sobran sus juegos vocales pensados más para acercarse a las últimas entregas de Bon Iver y conseguir atraer al público del de Wisconsin que convencer a sus fieles acérrimos. Con "Swill" sigue esa línea electrónica, más sutil al comienzo del disco y que en su segunda mitad es ya un hecho irrefutable. Lamentablemente no destaca, al igual que ocurría con las dos piezas previas, haciendo que por un momento perdamos el interés que sí nos había atrapado al comienzo del disco. Todo se vuelve más rudo, no tan cuidado, hasta que "Grenade" nos devuelve a la placidez de los lentos glaciares nórdicos en retroceso. Se hace paisaje, como tantas otras composiciones de su autor, y nos hace volver a conectar con estas canciones y con la dicha de su creador. Esta canción es pura reconciliación, es esa tierra que pisamos que nos hace sentir en casa. La definición de hogar.

Finalmente, y tras el éxtasis previo, desembocamos en "Beautiful boy" rematando lo acontecido. No aporta nada nuevo más allá de devolvernos a los gloriosos años de "Hvarf-Heim", pero nos encanta, aunque solo sea por la voz robótica de Jonsi, que aún así pone los pelos de punta. Este final es como una plegaria con la que despedir un viaje casi místico, el que podemos experimentar en la mayoría de estos 52 minutos de música sideral e hipnótica (aunque será más placentera si obviamos los pasajes menos acertados ya comentados). Hay pocos músicos capaces de hacerte viajar literalmente por un paisaje que se dibuja perfectamente en tu cabeza mientras se suceden las notas con las que sus autores han pretendido transportarte a su realidad. Jónsi siempre lo consigue con éxito. Es único para ello, y con este "Shiver", una vez más, lo ha vuelto a lograr.