Johnny B. Zero: "Violets"


Por: J.J.Caballero

En el inmenso y siempre inexplorado catálogo de la música popular, disculpando los matices que dicha acepción implica, podemos escuchar en pleno siglo XXI a muchas bandas, de diversa procedencia y concepto, que intentan aunar en su propuesta varias corrientes básicas para entender cómo ha evolucionado una palabra tan maldita como “rock”. O si me apuran, cómo se las han apañado los músicos que en esta tierra han sido y serán para manejar tanta información sin morir en el intento, y de paso demostrar sus poderes haciendo discos y canciones que contengan tantos datos e incorporen un bagaje tan amplio, signo inequívoco de su capacidad de aprendizaje. El caso de los valencianos Johnny B. Zero, que ya andan presentando su quinto disco, el reciclaje se hace más que evidente, y ahora esgrimen razones más poderosas que nunca para que escucharlos haga que nuestros oídos sean más elásticos. 

Ese fascinante catálogo del que hablo agrupa básicamente géneros negros, con el timón manejado por Prince o por cualquier estrella fugaz o rutilante del sello Atlantic, del que succionan la esencia en un temazo como “Silly things”. Eso por no hablar de que también son una solvente banda de power pop, y de que si hubieran surgido en los noventa habrían puesto difíciles las comparaciones con Weezer, otros de sus guías espirituales. Otro cruce de caminos magnífico es el que provocan con el rock progresivo y las experiencias lisérgicas que surcan muchos álbumes de los setenta, o al menos así intentan demostrarlo en la experimentación y variaciones de “Sentimental education”, en la que hablan de la dureza de algunas relaciones, y en la deslumbrante atmósfera, etérea y fantasmal, de “Overcome by love”, los dos temas en los que más pueden descolocar al oyente, a la vez que atraerlos a su ciclón fagocitador de fronteras estilísticas. Más claro al respecto es el abrumador ambiente de “No sounds to be echoed”, la necesaria parada a modo de reflexión de todo lo ofrecido, que no es poco. Desde el pop prístino de guitarras clásicas de “There’s no place” hasta el recodo funk de “Be true be sexy” con los coros de Maika Makovski, que también aporta su peculiar teclado en “Dearest one”, tienen tiempo de hablar de amor y soledad, de contradicciones y falsos recuerdos en “Violets”, y de empaparse de la negritud con la que el rock and roll nació hasta que los huesos les duelan. 

Autoeditado y con otra colaboración de lujo como la del bajista de Los Zigarros, el enorme Natxo Tamarit, en “Violets” está resumida la enorme capacidad de Juanma Pastor, de nuevo líder intachable, para aglutinar músicas y músicos (la incorporación de Marta Burgos al bajo es otra grata novedad) normalmente duchos en los menesteres requeridos. Que no son otros que los de componer, grabar, tocar y disfrutar canciones esenciales, de las cuales un buen puñado serían puestas como ejemplo en cualquier escuela de música de lo que debe ser y hacer una banda concienzuda y concienciada. Johnny B. Zero siguen siendo uno de nuestros grandes tesoros, y casi es un delito que aún haya gente que no lo sepa.