León Benavente: “León Benavente”

Hacía tiempo que el mundo independiente de nuestro país venía reclamando un disco tan redondo como el que acaban de grabar León Benavente, por actitud, canciones y por el discurso que defienden en las mismas. Pero quizás, antes de entrar en detalles, sería conveniente responder a una simple pregunta. ¿Quiénes son León Benavente

Se trata de un cuarteto de corta vida, formado por algunos de los músicos más reputados de la escena alternativa estatal, donde sobresalen por derecho propio los nombres de Abraham Boba y Luis Rodríguez, ambos fieles escuderos en la trayectoria solista de Nacho Vegas, a los que en esta aventura se suma el buen hacer de los no menos importantes Edu Baos, miembro de nuestros admirados Tachenko, y César Verdú, militante en los murcianos Schwarz, banda a la que desde éstas página recomendamos encarecidamente meses atrás después de que firmaran una obra maestra titulada “Alquimística”, conformando una de las realidades más interesantes de nuestra música actual.


Hechas las presentaciones pertinentes, llega el momento de hacer una defensa crítica, pero a la vez  apasionada, de su primera obra llamada de igual forma que la banda en cuestión, “León Benavente”. 

Es este uno de esos trabajos extraños, más que nada por ser disfrutable de principio a fin, de los pocos que se han facturado así en lo que vamos de curso, algo muy extraño en estos días, en el que la banda ha conseguido interconectar entre sí una serie de canciones colosales, por rebeldes y viscerales, a la par que intensas, vehementes y poéticas en las que se esconde la voz, el verso y un buen puñado de heridas reales, de las que duelen y siguen sangrando de cuando en cuando a pesar del paso tiempo, interpretadas por unos hombres que parecen buscar, encontrando, el himno perfecto para el devenir existencialista de una generación, la nuestra, que trata de seguir viviendo a pesar de las heridas y las trabas que se/nos im/ponen día a día. 

Esa es la sensación a la que se llega cuando entras en el perverso bucle que se crea al comenzar a sonar “Ánimo, Valiente”, con un ritmo machaconamente deudor del after-punk británico, convertida en una auténtica reivindicación personal a través de la monolítica voz de Abraham Boba, que recuerda poderosamente a Carlos Entrena de Décima Victima, quien logra sonar de lo más convincente a lo largo de todo el minutaje, demostrando que más allá del muchas veces impostado estilo vocal indie existe vida. 

A partir de ahí, las buenas noticias no hacen más que reproducirse una tras otra gracias a composiciones doloras por realistas como “Las Hienas” y “Estado Provisional”, un auténtico trallazo de pop envenenado por los cuatro costados, que es la antesala de la crepuscular “Las Ruinas”, fiel reflejo de un occidente en franca decadencia, y de la psicodelia electrónica, puro espíritu Schwarz, que encierra “La Palabra”. 

Especialmente interesante se muestra la última parte del disco por su vertiente crítica y cercana a postulados de acción directa de clara raigambre izquierdista. En esa categoría debemos incluir canciones que casi abogan por el regicidio como “El Rey Ricardo”, poniendo el dedo en la llaga sobre el último vestigio del absolutismo propio del Antiguo Régimen que supone la realeza, “Revolución”, abiertamente partidaria de un cambio, y de la curiosa “Ser Brigada”, muy cercana de nuevo al ideario de la banda de César Verdú, en la que se hacen acompañar por Cristina Martínez, guitarra y vocalista de El Columpio Asesino, suponiendo la segunda colaboración de lujo en el disco, pues un poco antes Irantzu Valencia aparece fraseando con suma delicadeza en “La Gran Desilusión”. 

Dejarse arrastrar por las canciones de León Benavente supone una agridulce prueba de fuego, puesto que lo que la banda plantea en su puesta de largo es un ejercicio musical repleto de riesgo y belleza para el que hay que estar verdaderamente preparado. Sus canciones no poseen estribillos fáciles ni edulcoran la realidad sino todo lo contrario, te ponen frente a frente con tus miedos, pesadillas, dolores y anhelos más profundos, en un intenso viaje cuyo único destino posible es el de caer irremediablemente prendado ante su propuesta. 

Por: Javier González/javi@elgiradiscos.