Aunque en ocasiones pudiera parecer lo contrario, la propuesta musical de Leonard Cohen no es, ni prácticamente nunca lo ha sido, apta para todos los públicos. Muchas de sus canciones no encajan en lo que se podría entender mayoritariamente como un “canon pop”. Su forma de interpretar, de combinar elementos y relatar sus historias/pensamientos (no se puede obviar que fue antes escritor que intérprete), son características muy particulares que además con el paso de los años se han hecho todavía más patentes. Precisamente a modo de autoregalo para conmemorar su condición recientemente estrenada de octogenario, acaba de publicar este Popular Problems.
Una carrera la suya, abarca casi 40 años en lo relativo a su creación discográfica, que ha transcurrido de manera más o menos regular, obviando su reclusión monacal, y construyendo un legado que a día de hoy sigue creciendo y dejando muestras realmente significativas de talento y de una inquebrantable personalidad. Este nuevo álbum se inscribe en esa trayectoria y a la vez aparece directamente conectado, en cuanto a concepto musical, aunque aumentado y mejorado, con su anterior.
Es la omnipresente figura de Patrick Leonard la que hace la función de nexo de unión entre ambas realizaciones, no obstante todas excepto una de las canciones de este disco han sido coescritas por él. Su influencia se ve reforzada todavía más al comprobar cómo los sonidos negros impregnan casi todo el conjunto. A pesar de esa labor es Leonard Cohen, como no podía ser menos, el que impone su personalidad y las credenciales con las que ha apuntalado su genialidad, e incluso algunas de ellas, como su voz, y su tono de cantar, se materializan de una forma óptima, siempre teniendo en cuenta el paso del tiempo y sus consecuencias, algo de lo que el canadiense no ha sido ajeno en ningún momento, como se trasluce en sus canciones.
Es la omnipresente figura de Patrick Leonard la que hace la función de nexo de unión entre ambas realizaciones, no obstante todas excepto una de las canciones de este disco han sido coescritas por él. Su influencia se ve reforzada todavía más al comprobar cómo los sonidos negros impregnan casi todo el conjunto. A pesar de esa labor es Leonard Cohen, como no podía ser menos, el que impone su personalidad y las credenciales con las que ha apuntalado su genialidad, e incluso algunas de ellas, como su voz, y su tono de cantar, se materializan de una forma óptima, siempre teniendo en cuenta el paso del tiempo y sus consecuencias, algo de lo que el canadiense no ha sido ajeno en ningún momento, como se trasluce en sus canciones.
El disco se abre con el órgano y una base rítmica martilleante, elementos idóneos para construir ese sonido oscuro y pantanoso que recrea Slow y que entronca perfectamente con la irónica declaración de intenciones que esconde el tema, por el que se desenvuelve un Cohen con mucho “groove” y acompañado de esos habituales coros femeninos, recreando esa condición casi antitética en cuanto a tonos. Almost Like the Blues, con similares argumentos, se desarrolla con un ambiente más envolvente y apostando por la interesante reflexión sobre el difícil equilibrio para asumir las grandes desgracias del mundo y las miserias mundanas. La sacra Born in Chains retomará la senda más pura del sonido negro abrazando el soul y el gospel mientras que Samson in New Orleans, en busca de las consecuencias y actitudes alrededor del tema Katrina, toma una forma de réquiem, casi elegiaco, con su voz todavía capaz de asombrar en algunos giros en los que se quiebra. A Street saca a relucir ese lado más sensual en un ejercicio dicotómico entre el amor y la guerra.
La canción Did I Ever Love You comienza manteniendo esa crudeza y el sonido denso para cambiar el rumbo, cada vez que llega el estribillo, hacia melodías mucho más alegres y hacia ritmos de country contagioso. Otros temas también apostarán por acercarse al sonido de raíces, ahí está la genial y profunda My Oh My, a la que se le añade una comedida y lograda sección de metales. You Got Me Singing indaga todavía más en el tono melancólico, acompañado de un violín que hace perfecta misión de implementar esa sensación. Quizás el único, y mínimo, borrón (junto a la portada), por inexplicable y por romper la estructura del álbum, llega por medio de Nevermind, que apuesta por reproducir ritmos más modernos y electrónicos mezclados con arabismos que en ningún momento encuentran su sitio.
Leonard Cohen es un estilo musical en sí mismo, no caben referencias ni comparaciones capaces de explicarlo. Su nuevo disco no sólo mantiene intacta esa identidad sino que la manifiesta de manera magistral, como si el tiempo no pasara, o mejor dicho, pasara y utilizara ese (inevitable) hecho en su propio beneficio. Así se refleja en su forma de cantar, en la manera de imbricarse en las tonalidades de las canciones y a la hora de mostrarse ya sea irónico/cínico, poético, reflexivo e incluso llegar a autohomenajearse o autoparodiarse. Popular Problems es la radiografía del estado artístico en la que parece instalado últimamente el canadiense y que trae como resultado un trabajo de un nivel excepcional.
Kepa Arbizu