40 años de "Brothers In Arms", de Dire Straits: Esplendor en el estudio


Por: Guillermo García Domingo. 

Este mes celebramos la efeméride de la publicación en 1985 de “Brothers In Arms”. El quinto LP de Dire Straits es uno de los discos más vendidos de la historia, y, como les ha sucedido a todos los discos que cumplen esta condición, ha sufrido la maldición del éxito: el injusto prejuicio que persigue a los discos que han cometido el pecado imperdonable de triunfar comercialmente. Sin embargo, después de tantos años, tal vez haya llegado el momento de levantarle el castigo.

Debido a lo anterior, antes de escribir este artículo me propuse realizar un ejercicio mental (una suerte de “gedankenexperiment” al que nos tienen acostumbrados los astrofísicos) que consistió en asumir la hipótesis del “observador imparcial” (que acuñó Rawls), e ignorar el éxito que cosechó el quinto disco de Dire Straits, y escucharlo como si nunca lo hubiera hecho previamente. Al final desvelaremos la conclusión resultante.00 Después de las extraordinarias sinfonías roqueras incluidas en “Love Over Gold” y el arrollador directo “Alchemy”, grabado en Londres, que tal vez sea uno de los más brillantes de la música contemporánea, no resultaba sencillo abordar el siguiente álbum, pero, tal y como sostiene John Illsley, el bajista de la banda, en su libro “Mi vida con Dire Straits”, Mark Knopfler “mostró un nivel de compositivo muy alto”, y se presentó en el estudio con 9 temas formidables debajo del brazo. Porque este disco, que también fue editado por primera vez en un formato novedoso denominado “compact disc”, no solamente sobresale por las tres canciones que lo encabezan, las celebérrimas “So Far Away”, “Money For Nothing” y “Walk of Life”, y la última letanía de “Brothers In Arms”, las otras canciones merecen ser descubiertas. ¿Cómo es posible que las tres siguientes, "Your Latest Trick", “Why Worry”, “Ride Across The River" hayan sido condenadas injustamente al ostracismo? 

La banda se desplazó a una isla plácida del Mar Caribe con el fin de grabarlo. Era muy habitual en aquella época trasladar a los músicos a un entorno sin distracciones, aunque aquellos días no fueron precisamente apacibles. Hal Lindes se ausentó de la isla y del grupo durante el proceso, y el batería, Terry Williams, fue postergado en la mayoría de los temas, salvo en la apoteósica introducción de “Money for Nothing”, en favor de Omar Hakim. La ventaja que otorga el tiempo que ha transcurrido propicia que nos preguntemos si tomaron la decisión adecuada al primar la perfección y precisión que ofrecía Hakim, por encima de la emoción que aportaba Williams, quien se sumó a los conciertos, ya que su participación en vivo siguió siendo imprescindible A la isla de ultramar de Monserrat se llevaron los instrumentos y los dispositivos de grabación más sofisticados del momento, y también la persona idónea para manejarlos, aparte del productor Neil Dorfsman. Se trataba del teclista, Guy Fletcher, cuyo papel en este disco y en el devenir posterior del grupo sería decisivo. Continuó colaborando incluso en la interesante carrera de Mark Knopfler

Fletcher y Alan Clark eran conocidos por los otros miembros del grupo como los “gemelos del teclado”. Los pasajes instrumentales de todas las canciones están teñidos por la influencia de los “gemelos”. El sonido similar al del saxo que se apodera de “Your Latest Trick” proviene sorprendentemente de sus teclados. Por más que he buscado no he encontrado un saxofón en los créditos. Como todo el mundo sabe, Sting contribuyó con su voz nasal, tan reconocible, a hacer memorable “Money For Nothing”. La mano, los dedos prodigiosos de Knopfler, están por todos lados. Lo mejor que se puede decir de él, aparte de declaraciones grandilocuentes, es que su manera de tocar la guitarra no puede ser reproducida por absolutamente nadie, si bien el punteo de “So Far Away” recuerde a alguien que le precedió, que no es otro que J.J. Cale. Después de mezclarlo en NY, y casi sin tiempo de despedirse de su familia, emprendieron una gira increíble de un años de duración, tocaron 248 conciertos en 118 ciudades de 23 países, tan agotadora y exigente que, después de ella, nada volvió a ser igual para los miembros del grupo británico. 

Las “intros” de las canciones no tienen la misma duración que las epopeyas sónicas de “Love Over Gold”, ¿quién no recuerda la “carretera del telégrafo” o la inquietante “Private Investigations”? Sin embargo, no dejan de ser importantes y definen el destino de la mayoría de los temas, que poseen un sonido que no parece de este mundo, gracias a una producción exquisita que se puso al servicio de unos músicos en estado de gracia. 

La relectura de este disco es más oportuna si cabe, más allá de la obviedad de su aniversario y de su indiscutible importancia musical. El tema de despedida, la sobrecogedora “Brother In Arms”, por desgracia, resuena en la actualidad. En otros lugares, lejos de los inhóspitos páramos de las islas Malvinas, que la canción evoca, en los que se fijó Thatcher para sobrevivir políticamente a costa del sufrimiento ajeno, se desangra la humanidad. Las guerras abiertas y las que en el horizonte político se ciernen sobre nosotros suscitan un rearme “estúpido“: “Let me bid you farewell/ Every man has to die/ But it's written in the starlight/ And every line on your palm/ We're fools to make war/ On our brothers in arms”. Knopfler, que cambió la enseñanza de la literatura por la guitarra, continúa la tradición antibelicista británica, que honraron Robert Graves o Wilfred Owen, quienes ya denunciaron esa “old lie”, esa “vieja mentira” horaciona, repetida hasta la saciedad: que es grato y honorable morir por la patria, y, lo que es peor, matar en su nombre.

El resultado de la hipótesis inicial es que este disco contó con la aprobación del público porque se trata una incontestable obra maestra. Los aficionados, sobre todo los que leen El Giradiscos, saben lo que hacen. Si la reedición para coleccionistas (4 vinilos o 3 CDs y cuadernos de fotos de las miembros de Dire Straits tomando el sol en el Caribe) hace posible que la generaciones más jóvenes descubran esta colosal colección de canciones, bienvenida sea. En cuanto a mí, si me lo permiten los lectores, una vez completado el experimento, “Brothers In Arms” suscita una “sugerencia de inmortalidad en los recuerdos de mi niñez” (y adolescencia), como diría Wordsworth, el poeta romántico: “aunque nada pueda devolverme el instante de esplendor en la hierba (en el estudio), de la gloria en las flores, en lugar de llorar, saquemos fortaleza de todo lo que vimos (y escuchamos) de esa primordial simpatía que entonces existió y siempre existirá”. Lo que yo sentí cuando reproducí este vinilo en el tocadiscos de mi casa no desaparecerá, al menos mientras viva.