Por: Javier Capapé.
Enrique Bunbury, nuestro músico más internacional e inquieto, acaba de presentar su más reciente disco, "Cuentas Pendientes". El número trece de su carrera en solitario, sin contar directos, rarezas, ni discos conjuntos, con los que entonces ya pasaríamos de la veintena. Diez canciones con Latinoamérica como protagonista indiscutible. El "aragonés errante" bebe de todo el folclore hispanoamericano con mucho estilo y nos lo presenta en una colección de corridos, chacareras, tangos, valses e incluso una samba, género con el que aún no se había atrevido y que aquí borda como si lo hubiera afrontado siempre.
Puede que éstas sean las canciones más confesionales de su carrera, como si Bunbury hiciera recuento y balance de su vida y experiencias. Por eso mismo logra conmovernos con ese toque más cercano e íntimo, despojándose de afirmaciones grandilocuentes y virando hacia aquello pegado a la piel. Una apuesta más orgánica que le aleja de sus últimos discos de factura más contemporánea, como han sido los publicados especialmente desde "Expectativas", a excepción quizá de "Greta Garbo", donde ya se adentraba en reflexiones más personales y se alejaba de un sonido más elaborado buscando una producción espontánea y fresca. Sin embargo, que se acerque ahora al folclore no significa que "Cuentas Pendientes" tenga una producción lo-fi. Todo lo contrario. Se nos presenta con un gusto preciso y delicado, cuidando cada arreglo y detalle y permitiendo que éstos se escuchen con todo su peso. Lo que sí es innegable es que estas canciones nos llevan hasta "El viaje a ninguna parte" (hasta ahora su disco más apegado a Latinoamérica) o a "Licenciado Cantinas", aunque lo tengamos que distanciar algo de este último, ya que aquel se trataba de un disco de versiones y en "Cuentas Pendientes" se encuentran precisamente algunas de sus más acertadas composiciones a nivel lírico desde los tiempos de "Pequeño".
Mientras escuchamos estas canciones podemos intuir en el zaragozano (afincado desde hace años en Los Ángeles) a un estudioso del folclore, un minucioso artesano de la canción. Pisa terreno conocido y por eso en una primera escucha podemos pensar que no nos aporta algo demasiado novedoso, pero ese terreno que pisa lo domina y consigue darle una vuelta para lograr un enfoque totalmente personal y motivador. Bien es cierto que más desde la lírica que desde la producción estrictamente musical, pero se convierte en un atractivo de lo más jugoso.
Grabado en el Desierto de los Leones de México, el músico ha contado con el inconfundible Jorge Rebenaque de sus Santos Inocentes a los teclados (fantástico hammond y doliente piano) y el acordeón (muy protagonista en estos surcos), además de su inseparable mano derecha a la batería Ramón Gacías (encargado también de la producción). Pero a estos sospechosos habituales se les han unido el talento criollo del maestro chileno Sebastián Aracena a las guitarras, así como el magnífico contrabajo del mexicano Luri Molina o las atinadas percusiones del cubano Johnny Molina.
"Para llegar hasta aquí" fue la primera canción que conocimos del disco, y por su sonido totalmente ligado a México, pudimos entender la conexión entre lo que iba a ser este nuevo repertorio y su gira con el "Huracán Ambulante", banda con la que anunció que presentaría estas canciones veinte años después de su disolución. Un corrido intenso y de letra penetrante, que se nos muestra como un recuento de aciertos y errores que han llevado a nuestro protagonista hasta este punto. Se siente como una canción totalmente personal, narrada en primera persona y admitiendo sin ningún pudor sus "mil partidas perdidas". Se presenta como en su día hiciera con "De mayor" o "El Extranjero", canciones que estaban en "Pequeño" y que comparten con ésta su sonoridad menos provista de rock y más pegada a la tierra. El baile costumbrista se mantiene con "Saliendo del Arrabal", una elegante chacarera que nos lleva hasta el espíritu de Mauricio Aznar en sus últimos años, en esos en los que, enamorado de la raíz del Cono Sur, se embarcó en su proyecto más sincero, Almagato. La canción entronca también con la premiada y fantástica película de Javier Macipe "La Estrella Azul", con la que Bunbury tiene una importante conexión y a la que además podría unirse líricamente gracias a ese espíritu luchador y reivindicativo del valor de nuestro origen que se respira en la canción.
De nuevo en tono confesional se presentan "Las chingadas ganas de llorar" como definición del pilar al que agarrase ante las trabas y dificultades, con un lenguaje tan crudo como visceral. Para plasmar el despecho se despacha con "Serpiente", de nuevo en México y con un deje de hinchada eufórica en la parte final del tema que complementa a la fantástica guitarra de Aracena dando juego, junto al protagonismo del acordeón, en la que puede ser la canción que más deja sentir ese fogonazo rítmico que incita a dejarnos llevar sin miramientos y cantando a pulmón. "Loco" baja el tono con un piano protagonista que nos recuerda más que nunca a su amigo Andrés Calamaro, en lo que podría ser un capítulo más de aquellas "Romaphonic Sessions" con las que nos deleitó en su día el argentino. Una canción compuesta junto a Pedro Guerra y que ambos artistas interpretaron en el disco del canario "Parceiros", aunque esta vez Bunbury la viste con un nuevo traje, con los instrumentos sumándose poco a poco junto a la gran presencia del contrabajo de Luri Molina sin perder su tono pausado e introspectivo.
El tema titular merece capítulo aparte. Un vals criollo conformando una obra mayúscula que contiene la declaración de principios más elegante, y sentida a la par, que podría ofrecernos Bunbury. Toda su trayectoria se ve contenida en unos versos tan desgarrados que hieren a la vez que curan. Desde sus primeras líneas nos plantea por dónde ha llevado su vida, que también podríamos sentir como nuestra aquellos que lo seguimos desde hace casi cuarenta años. Una canción compuesta a sabiendas del momento vital en el que está, con años bregando y una pesada mochila a sus espaldas tras gran parte del minutaje vital transcurrido: "El tiempo es una bala perdida, avanzamos a golpe de dudas". Todos dudamos y así nos interpela mi paisano, pero no tardará en plantearnos que dejemos atrás el miedo que no nos ayuda a avanzar ("El miedo es falta de perspectiva") y apostemos por nosotros mismos, sin arrepentimientos, solo pasos adelante que confirmen un camino asentado en más errores que aciertos, pero sintiéndonos seguros ("Nada me ha regalado la suerte, lo perdido quedó en el olvido"). Bunbury afirma que se "ha dejado la sangre en baladas", pero aún así nos aclara que le queda mucho por decir (este disco podría ser la mejor muestra de ello) con frases como "escribiré canciones urgentes", que en el fondo es lo que necesitamos en este sinsentido global: urgencia, honestidad, lucha... Si algunos creían que Bunbury daba un paso atrás regresando a sus años del "Huracán Ambulante" por volver a armar aquella mítica banda, como queriendo sacar rédito a un periodo menos fructífero para el artista, se equivocaba de largo. Esta canción lo demuestra. Quizá por ello le ha dado el título de la misma a la obra global. Nos quedan a todos cuentas pendientes, nos queda tiempo y aprendizaje hasta el final. La mejor y más valiente reflexión para alguien que puede verse más cerca del retiro que de sus años iniciáticos.
Extasiados ante una canción de tal magnitud nos disponemos a recorrer el resto del LP con los ritmos fronterizos de "Te puedes a todo acostumbrar" (otra canción que nos invita a no quedarnos quietos y seguir avanzando), los aires brasileros de "La Hiedra" (versión del baezano Pachi García Alis que se transforma plenamente con respecto a la original dándole ahora aires de samba además de contar también con un elegante hammond que la aleja de ser un mero ejercicio de estilo), o el tango electrificado de "Como una sombra" (canción en la que encontramos unas puntuales guitarras eléctricas más desgarradas que en el resto del álbum, que son mucho más discretas).
El final, como ya viene siendo habitual en los discos del aragonés, se reserva para una canción epistolar, a modo de cierre global, con frases reveladoras como "No alcanzo a ver todavía el final, pero ya falta menos, puedo diferenciar si vengo huyendo, si he vuelto a caer, si estoy arrodillado o estoy de pie", en la que se puede apreciar un cierto balance personal, aunque sin amedrentarse por los errores y pasos en falso ("No me dejo derrumbar por las malas noticias, si miro hacia otro lado desaparecerán"). Lo que en su día pudieron ser "...Y al final", "Aquí", "Todo", "Supongo" o "Los términos de mi rendición", todas ellas épicas y en tono confesional, se transforma esta vez en "El baile de los disfraces y la tentación" (compuesta junto a Copi Corellano, miembro insustituible del Huracán Ambulante), que recoge el testigo para volver a dejar el disco en la cúspide. Quizá sería aventurado, pero no por ello menos interesante, hacer un análisis únicamente del sentido de todas las últimas canciones de sus álbumes, que a mi modo de entender, quedan todas ellas unidas de alguna manera, cual recorrido vital. Sus canciones emblema. Y así podríamos entender también este "baile de los disfraces" excéntrico, atípico y muy personal, en la que se cuestiona "¿Cuánto tiempo nos queda?" y a la vez implora "Agarra fuerte mi mano, mantén el ritmo, mantén el compás, si me quedo dormido me vuelves a despertar". Cada una de nuestras capas, esas que usamos muchas veces como escudo, despojadas para hacer de este baile final un ministerio de emoción y confesión.
Bunbury nos ha regalado una obra maestra, de las que perdurarán y tardarán en encontrar rival. Como músico exigente e incansable, nos demuestra una vez más que no conoce todavía su límite. Desde el desierto mexicano enfoca al mundo entero y nos presenta una de sus obras más honestas y valientes, un auténtico manual de heridas y cicatrices que sanan y nos enseñan a seguir adelante. Solo falta que hagamos nuestras estas canciones, que caminemos con ellas y recorramos nuestro personal viaje, con muchas cuentas cerradas, pero otras pendientes todavía y llenas de oportunidades.