Leiva: "Gigante"


Por: Javier Capapé. 

No debería asentarse una reseña en un listado de referencias, pero me va a resultar difícil evitarlas con este "Gigante", el nuevo disco de Leiva. El de Alameda de Osuna ha concebido un disco como su propio título indica y no ha podido evitar hacer lo que mejor le define, mirar directamente a los grandes para presentar una colección llena de guiños y referencias directas a clásicos de todo pelaje. De su compadre Sabina a Lou Reed pasando por los siempre inevitables Rolling Stones, haciendo incluso parada en algunos artistas nada esperados en su órbita, a los que más que una inspiración les ha arrebatado toda una línea melódica. Pero luego entraremos en detalle.

"Gigante" tiene muchos aciertos, pues José Miguel Conejo Torres sabe bien por dónde se mueve y vuelve a hacer inmensos los sonidos de siempre. Un riff por bandera y un dardo en forma de verso como el más infalible gancho. Ese es el mejor resumen para estos catorce cortes, aunque para esta ocasión falten más singles directos y haya que prestar más atención a la obra en su conjunto. Como ocurre habitualmente, él mismo se encarga de casi toda la parte instrumental, mostrando su dominio a las seis cuerdas, pero también con la sección rítmica (nunca se dice suficiente lo bien que maneja Leiva las baquetas), y se apoya en su gran amigo César Pop a los teclados y en el bueno de Carlos Raya (otro de sus habituales) para la producción. Para esta ocasión, Raya le da un aire más suave y contenido que en sus discos junto a Tarque o Fito Cabrales. Sin duda, la intención es dar empaque a un disco de rock para todos los públicos, sin aristas ni excesivas exigencias, y lo cierto es que cumple con creces ese cometido. Leiva lleva el rock a las masas y consigue que lo abracen cual tótem sagrado. 

Además de Raya, esta vez cuenta también con Adan Jodorowsky produciendo los temas más suaves, emparentados con su último largo "Cuando te muerdes el labio". Su aportación da ligereza a canciones como "Nevermind", que le podría acercar a los clásicos de los sesenta de las grandes discográficas americanas, con esos arreglos de cuerda tan bien escogidos, o a la más personal "Leivihna", con un arreglo de trompeta final muy Beatle y un tono confesional que nos muestra al "flaco" más desnudo que nunca: "Hiper aprensivo, ensimismado y leal". Con líneas como éstas, las canciones de "Gigante" suenan muy en primera persona, muy a bocajarro. El Leiva que deseaba asomar a la palestra definitivamente, el por momentos vulnerable, pero siempre sincero y directo.

Como exigen los tiempos, fueron hasta cinco los adelantos previos al lanzamiento del disco, acompañados de una sugerente película en plano secuencia a modo de vídeo clip que abrió boca para lo que estaba por llegar. Entre todos esos adelantos también encontrábamos el consabido dueto, aunque en este caso nada esperado, porque contar con Robe Iniesta no es algo habitual. "Caída libre" se muestra cruda y atrevida, un retrato sobre la depresión que da más protagonismo a Robe que al propio Leiva, en una tonada minimalista, casi sólo a guitarra y voz. También entre esos cinco temas se encontraba quizá el más logrado de todo el lote, "El polvo de los días raros". Tan épica como elegante, mostrando todo el potencial de este músico tan icónico: guitarras potentes (sobre todo en su tramo final), teclados dando juego y solidez, letra confesional y hasta coros góspel (cuya culminación pudo materializarse en vivo en la presentación de la canción en un conocido programa de la televisión pública junto a sus camaradas Iván Ferreiro, Dani Martín, Amaral o Santi Balmes, entre otros).

El disco se desmarca también del timing habitual marcado por el vinilo. Con catorce canciones, Leiva se va a un vinilo doble o cd sencillo, presentado en una edición de lujo firmada por Boa Mistura sólo para bolsillos generosos. Para el resto de los mortales quedan las plataformas y esos treinta conciertos que dará en este 2025 a lo largo y ancho de nuestra geografía.

El tema que da título al disco se mueve en los parámetros del rock recitado del maestro Sabina, en una reinterpretación instrumental de su famosa "Barbi Superestar", y "Shock y Adrenalina" se muestra abiertamente en la línea del Lou Reed de "Sweet Jane". No esconde sus referencias en éstas ni cuando echa mano de los coros Beatle en "Ácido" o de los Tequila y esos riffs tan característicos de Ariel Rot en "Cuarenta mil". Hay armónicas muy a lo Mick Jagger en el cierre de "Gigante", un fantástico pedal steel casi parido en el mismo Nashville en "Ángulo muerto" (que también podría remitir al Sabina de la época de "Lo niego todo") y estupendos coros soul en "Bajo Presión". En "Cometas y Estrellas" se copia a sí mismo, a esos momentos en los que se escora hacia el country western como en "Sincericidio", e incluso "Ácido" suena de nuevo como repetida, en una línea también cercana a su estupenda "Guerra Mundial".

La que más puede disfrutarse como hit directo, lanzado a la diana, es "Cortar por la línea de puntos". Es la más descarada y garagera, imbuida por el espíritu de los Zigarros. Su "nadie, nada, cero" se convierte en emblema y coordenada, recordándonos que por muy reflexivo que se nos ponga Leiva, siempre le quedará ese gancho certero. Y una de las más emotivas, lejos de su autocrítica más continua, es "Barrio", ese homenaje a su barrio de siempre, reivindicado una vez más y convertido en una canción muy de los setenta con piano muy Lennon y una fantástica coda que recuerda al espíritu de The Band y refuerza ese sentimiento de grupo de todos sus camaradas de Alameda de Osuna, mencionados entre sus líneas.

Ya avisé antes de que el disco contenía alguna referencia nada esperada, y parece que hasta ahora solo he nombrado clásicos de su cuerda, mil veces escuchados anteriormente en sus discos, pero me he dejado para el final "Nueva Misión", que, como decía, es más un robado que una inspiración, y no es precisamente de Keith Richards. La canción más pausada del disco, puede que hasta la más valiente líricamente, en la que juega a quitarse culpas y no a cargar con ellas, es una copia melódica de "the 1", uno de los temas más emocionantes de Taylor Swift. Sí, habéis leído bien, Leiva convertido en un "swiftie" para transformar la canción de apertura de aquel fantástico "folklore" en su renacer, un intento de despojarse de sus cargas y aligerar peso. El tema es magnífico, por lo poco común dentro de su repertorio, pero es una lástima que sea tan evidente y claro su préstamo y, si no, comparen ustedes mismos ambos temas. La inspiración es inevitable en la música y particularmente me encanta buscar referencias en las canciones. Todos los músicos viven de eso, pero no por encontrar la inspiración lejos de su espectro se deben hacer este tipo de cosas. Si buscas una canción arrebatadora y no lo consigues desde tu campo, baja al suelo y recomienda la canción que te ha servido de terapia. Quizá eso sería lo más honesto. La verdad es que lo lamento, porque "Nueva Misión" es tremenda, pero lo es porque la original ya lo era. Es "the 1" la obra maestra y lo que se le acerca a ella tiene un nombre que duele escuchar en artistas que son tan queridos y respetados como Leiva.

A pesar de este tropiezo que puede empañar la obra en su conjunto (sin olvidarnos de todo lo bueno que tiene la canción en cuestión), "Gigante" sigue siendo muy disfrutable y, de alguna manera, distinto a los discos previos del músico. Más pausado y reflexivo. Más desnudo que nunca. Un ejercicio de autoafirmación, pero no de autocomplacencia. Desde la miniatura de un Leiva en la inmensidad, reflejada en su portada, el músico vuelve a demostrar que es un "gigante", como reza su título. Siempre se ensucia las botas, baja al barro y comulga con propios y extraños. Su música vuelve a ser nuestra camarada, el espejo en el que mirarnos y lograr no salir huyendo. Con heridas y cicatrices de las que, ahora sí, podemos sanar. Su protagonista así parece haber hecho, y ahora que estas canciones son nuestras, pueden servirnos perfectamente de autoterapia. Si con ellas conseguimos salir renovados y sentirnos "gigantes", Leiva habrá conseguido su propósito, despojándonos del "polvo de los días raros" y volviendo a la palestra para comernos el mundo.