Garbage: "Let All That We Imagine Be the Light"


Por: J.J. Caballero. 

El paso del tiempo, la asunción de la edad propia y el tiempo que nos toca vivir, la lucha contra las propias convicciones y la aceptación del mundo tal y como nos lo presentan son temas que han movido las articulaciones del pop y el rock más comprometido. Ayer, hoy y siempre, bandas del más variado pelaje pugnan por afrontar esas y otras cuestiones de importancia en sus discos. El caso de Garbage, por aquello de la veteranía, no podría ser diferente, y después de iniciar el segundo y puede que definitivo tramo de su carrera cuyo penúltimo episodio fue el incomprendido y experimental “No gods no masters”, entregan un brillante ejemplo de inteligencia sonora, que no artificial, con las diez canciones agrupadas bajo el excitante título de “Let all that we imagine be the light”. 

En un álbum claramente comprometido social y políticamente, inundado de cuestiones e incluso dolor por el estado de las cosas a nivel mundial, Shirley Manson se reencuentra con la formación original –completada por el batería Butch Vig junto a Steve Marker y Duke Erikson, que además se reparten guitarras y máquinas- para posicionarse ante el edadismo que todo lo intenta arrasar en “Chinese fire horse”, revertir la ira en rebelión en “There’s no future in optimism” (algo así como la declaración vital de una mujer casi sexagenaria en plenos poderes) o descubrir las cartas en el órdago de “Radical”. 

Si a alguien le quedaba alguna duda sobre si el sonido de los Garbage primarios, aquellos que deslumbraron al mundo con la brillantez de un disco como “Version 2.0”, no tienen más que escuchar la electrónica oscura en la intro de “Have we met the void”, los teclados relucientes en la melodía de “Sisyphus”, las guitarras sintetizadas de “Hold” o el ambiente gótico de la brutal “Get out my face AKA bad kitty”, uno de los temas recientes por los que deberían volver a ser recordados, para descubrir las evidentes conexiones con el álbum que los hizo grandes. Ahora suenan cinematográficos y maduros, dando más importancia al mensaje que al envoltorio –demoledora la diatriba moral de “R U happy now”- y modelando letanías del calibre de “The day that I met God”, en la que Manson vuelve a incidir en las batallas libradas hasta llegar aquí, sendas cirugías de cadera y cuerdas vocales incluidas, y en cómo el tono pseudo apocalíptico del disco influye en las formas adoptadas para expresar sus sentimientos. 

Restando importancia a episodios menores, de escasa incidencia en el contenido global, como la floja y arquetípica “Love to give”, el balance de ese inexorable lengüetazo que el tiempo nos asesta a todos presenta un saldo poderosamente positivo en el caso de una banda que aún parece no haber dicho la última palabra, máxime teniendo en cuenta que en este disco dicen muchísimas cosas importantes.