Oasis: regreso a los noventa


Wembley Stadium, Londres. Viernes, 25 de julio de 2025. 

Texto y fotografías: Nuria Pastor Navarro. 

Todos sabemos lo que es perder un objeto valioso por capricho del destino. Quizá fuera un peluche de la infancia, o una prenda de ropa puesta y respuesta en el pasado, o una pulsera, una fotografía, un pendiente. Cosas que, de alguna manera u otra, vivieron en nuestro corazón hasta desparecer Dios sabe dónde. Y cuando en medio de la noche, entre ensoñaciones y bostezos, recordamos esos objetos perdidos, nos preguntamos dónde estarán y por qué llegamos a perderlos. Hace exactamente un año me encontraba en medio de Berwick Street, lugar de la portada de “(What´s the Story) Morning Glory”, buscando un par de esos objetos perdidos hace tiempo. Lo que nunca pensé es que los encontraría doce meses después en la misma ciudad, tocando juntos después de dieciséis años.

Desde primera hora de la mañana del que sería el primer día de concierto en la capital, se respiraba un ambiente distinto. A la vuelta de cada esquina encontrabas a un par de fans con camisetas de Oasis, y suponías que serían compañeros de marea humana unas horas más tarde. Las vías del metro chirriaban con pesadumbre, como si supieran la inmensa cantidad de personas que llenaría sus vagones llegada la tarde. Londres estaba lista.

Para las seis de la tarde, la gran avenida que hace de antesala al colosal Estadio de Wembley ya olía a cerveza y multitud. Cada recoveco de la calle era surcado por un torrente inacabable de cabezas coronadas con gorros de pesca, espaldas con el mítico logo blanquinegro y pies marcados con las tres rayas de Adidas. No cabía duda: los Gallagher habían traído de vuelta los años noventa.

Una vez dentro, el ambiente no decaía. El Wembley reventaba por los cuatro costados, y la impaciencia se apoderaba poco a poco de cada uno de los más de 80.000 asistentes. Para calmar las aguas, apareció en el escenario Richard Ashcroft, vocalista de The Verve, que entre aplausos y saltos ofreció una brillante actuación. Mientras, las puertas sufrían un imparable ir y venir de gente, y el rojo de las butacas desaparecía a medida que los fans ocupaban sus asientos. Justo cuando el sol agonizaba, Ashcroft cerró su parte con la inigualable “Bitter Sweet Symphony”, que puso al estadio completo en pie.

Los próximos minutos estuvieron cargados de nervios. Parecía mentira que los hermanos fueran a salir por algún rincón de aquel sobrio escenario rematado por las clásicas letras fuente Helvetica. Pero justo cuando no cabía ni un alma más en el recinto, un vídeo se proyectó en la pantalla: “Esto no es un simulacro. Esto está pasando”.

El público se levantó como si los asientos hubieran aumentado su temperatura de repente y un grito triunfal y nervioso se escapó por la gran escotilla superior. Mientras, el montaje de vídeo mostraba la evolución de la presente reunión: desde los tweets y titulares que especularon con un encuentro hasta la confirmación por parte de los propios artistas. Y sin necesidad de más presentación, los Gallagher salieron al escenario cogidos de la mano.

Liam, con un gorro calado hasta la mismísima nariz y la parka que ya es marca personal. Noel, con gafas de sol y la guitarra colgada. La música comienza a sonar, y Oasis en persona nos saluda abriendo el show con “Hello”. Entonces, entre el descontrol de la multitud y el ensordecedor volumen de las guitarras, me doy cuenta de que estos objetos ya no están perdidos.

La fiesta no para, pues nos lanzan a la cara sin descanso alguno una ráfaga de potentes temas —“Acquiesce”, “Morning Glory”, “Some Might Say”— que dejaron más que claro que Oasis no había perdido ni un ápice de habilidad durante los años de extravío. En algunas ocasiones Liam desaparecía, dejando a su hermano a cargo del espectáculo. Fueron grandes momentos para las caras B, como “Talk Tonight” —dedicada a las ladies—, “Half The World Away” o "Fade Away”, además de temas más tardíos como “Little By Little” —dedicado esta vez a los lads—.

Una vez regresaba la otra mitad del dúo, con pandereta en mano, sonaban los grandes clásicos. Desde “Supersonic” hasta “Stand By Me”; el tiempo volaba canción tras canción, y el cielo se oscurecía cediendo el protagonismo a los coloridos visuales del concierto. Rozando ya la veintena de temas, llegó el momento de los homenajes: a The Beatles, eternos padres indirectos de Liam y Noel, con la mezcla de “Whatever” y “Octopus´s Garden”, y a Ozzy Osbourne, cuya foto apareció durante la interpretación de “Live Forever”. Con “Rock ´n´ Roll Star” la lluvia de vasos de plástico y cerveza que se había dado hasta entonces se intensificó, y el público aprovechaba los últimos momentos que quedaban para ver en carne y hueso a los hermanos Gallagher. Aún habiendo podido representar la paz entre ambos, Liam volvió a desaparecer del escenario en el momento de “Don´t Look Back In Anger”, regresando para la mítica “Wonderwall”, no sin antes darle una palmada en la espalda a su hermano. Linternas y mecheros se alzaron entonces, convirtiendo al estadio en una pequeña galaxia que celebraba el gran reencuentro.

Y sin desearlo, llegó el gran final, protagonizado por “Champagne Supernova”. El tema parecía no terminar y, a la vez, volar. La eternidad y finitud en un segundo. Lágrimas, saltos, bailes y música que sonaba a despedida. Aplausos, aplausos y más aplausos. Miles de personas en pie, unidas por una pasión que creían apagada. Y, finalmente, fuegos artificiales desde la cubierta del Wembley. Una vez más cogidos de la mano, Noel y Liam agradecieron al público, y desaparecieron entre las sombras del escenario con una puesta de sol proyectada tras de sí.

Las salidas comenzaron a vomitar gente y en los pasillos se podía escuchar cómo se coreaba una y otra vez el estribillo de “Don´t Look Back In Anger”. Ebrios —de cerveza y/o emoción— los fans regresaban a sus casas, con las rodillas temblando, los pies doloridos y la reconfortante sensación de haber encontrado de repente aquel objeto perdido hacía mucho tiempo.