Copiloto: Directo al interior


Centro Cultural Joaquín Roncal, Zaragoza. Miércoles 10 de diciembre de 2025. 

Texto y fotografías: Javier Capapé. 

Aún no nos habíamos recompuesto tras las graves pérdidas de nuestros admirados Jorge Martínez “Ilegal" y Robe Iniesta. Aún andábamos con el semblante cabizbajo y el corazón en un puño. A veces es difícil recomponerse de estos duros golpes que como familia del rock sentimos tan profundamente, pero ahí estaba Javier Almazán, alias Copiloto, para intentar devolvernos el empuje necesario. La presentación de su disco más íntimo hasta la fecha (y quizá también uno de los más valientes) en Zaragoza tenía lugar en el Centro Cultural Joaquín Roncal una fría tarde de diciembre. Toda la ciudad nos mostraba sus luces navideñas mientras el músico oscense nos invitaba a refugiarnos en la intimidad y el calor de este discreto auditorio de la capital, ideal para este formato, todo hay que decirlo.

El motivo estaba muy claro. Ofrecernos de principio a fin su “interior/noche” cual experiencia vital. Dejando que degustásemos cada verso, cada pasaje sonoro, cada armonía, incluso cada silencio, como si se tratase de un viaje, tal y como ya nos sugería el disco desde su concepción. Del enamoramiento y el entusiasmo al fracaso y la decepción, aceptando la experiencia como un aprendizaje para empezar recompuesto de nuevo. Así, el concierto empezó con “Contacto Cero” y fue avanzando con la calma y delicadeza que desprenden también estas canciones desde su versión de estudio hasta el patio de butacas, pero para esta ocasión con la magia que siempre nos aporta su interpretación en directo, con toda esa naturalidad que nos acerca a la verdadera esencia del creador. Almazán se rodeó para la puesta de largo de este fantástico disco de los músicos con los que lo grabó: Óscar Garza al bajo (que también le ayudó con la producción en su momento), Lorién Vicente al piano, guitarras y ukelele y Óscar Cubero a los efectos, percusiones y alguna guitarra atmosférica como la que escuchamos con el efecto del e-bow en “De ti, Venecia”. Entre los cuatro consiguieron recrear la ambientación y sonoridad propia de este “interior/noche”, que invita al recogimiento y prescinde de elementos superficiales para golpear desde la esencia misma de la canción.

Los temas que forman la parte más luminosa del disco se sucedieron al comienzo. “La activista y el cónsul”, “Por algo” o “De ti, Venecia”, un bolero que el propio Almazán confundió mientras lo componía con una bossa nova, lograron levantarnos el ánimo, a pesar de su intimismo, por los sentimientos de gozo y pasión que nos despiertan. Sin solución de continuidad llegamos al abismo en el que nos hundimos tras la ruptura con “El elegido”. Las suaves percusiones, junto a algún efecto programado y los sedosos bajos, acompañaban a las guitarras españolas y acústicas que se repartían entre el alma de Copiloto y Lorién Vicente en la segunda parte de esta experiencia sonora que forman estas nueve canciones, en las que la soledad del que se queda tras la ruptura se ejemplifica con el uso predominante de la guitarra por encima de esa conversación compartida que veíamos en las primeras canciones junto al piano. Sin duda, “El elegido” es el punto de inflexión en esta historia y funcionó como una de las más convincentes del lote. Muchas de estas composiciones dolían al escucharlas en primera persona por su autor (algo también favorecido por el ambiente creado durante el concierto), aunque su efecto era balsámico. Se respiraba un ambiente que invitaba, desde la sencillez, a compartir estas vivencias, a no quedárselas dentro, rozándose un tono más épico en “Una Calathea” (apoyada en algunas secuencias y un maravilloso piano), así como otro más crudo en “Estúpido” o “Haces magia”.

El final del grueso del concierto dedicado, sin concesiones, a “interior/noche”, no necesitó de ninguna salida del escenario para diferenciar este bloque del resto de la velada. “Amanezco”, como ocurre en el propio disco, invitó a dar un paso adelante tras la pérdida. A recomponerse y aprender de lo vivido. Para la ocasión, y gracias a contar con estos talentosos músicos en escena, Almazán transformó sutilmente estas últimas canciones citadas, que en el disco se presentan más desnudas, con pequeños matices que sumaron enteros frente a sus versiones originales.

La comunicación con el público fue más allá de las canciones, nutriéndonos de apuntes que ayudaban a entender el sentido de las mismas, aunque cuando realmente nos sentimos interpelados por las emociones que movían a Javier Almazán en este preciso día del concierto fue cuando nos contó que se cumplían ocho años de la pérdida de su padre, al que dedicó la muy sentida “Abrazos salvavidas”, e indirectamente también la entendimos como su personal homenaje a Jorge Ilegal y Robe Iniesta. “Lista de convocados”, uno de sus temas más enérgicos, se vistió solo con el piano, mostrando así su intención de desnudar las canciones de sus primeros discos que iban a formar parte de este tramo final del espectáculo, aunque las que gozaron de mayor cupo fueran las de su EP más íntimo “Abrazos Salvavidas”, algo lógico si tenemos en cuenta que es el que más queda emparentado con sus composiciones más recientes. Antes de interpretar “Lo inolvidable” nos recordó aquel videoclip en el que encapsularon la famosa “Filomena” para la posteridad, y en “Ser un libro abierto”, una de las que sonó con más ímpetu, se acordó de Ixeya y de la gran aportación que hicieron para esta canción en el disco que revisaba sus temas más clásicos publicado hace poco más de un año.

“Ya me conoces” puso fin a un encuentro con Copiloto intachable, al que tan solo podemos ponerle la pega de su ajustado timing. Las guitarras sonaron con delicadeza para acercarnos al alma de estas composiciones y sentimos todos sus arreglos con un tono sosegado a la par que preciso. La joven banda de la que se rodea Almazán ha sabido entender mejor que nadie el espíritu de estas canciones y las ha llenado del punto exacto de magia que necesitan y, a la vez, han sido capaces de transformar, dándoles una segunda vida, algunos de los clásicos del proyecto del músico oscense. Me hubiese gustado que se atrevieran con alguna canción más de sus primeros discos en este formato con el que parece que Copiloto está encontrando su sitio. Sin duda es el camino que parece tener claro que quiere seguir, donde se impone la palabra y se disfruta de cada acorde sin prisa, facilitando la entrada hasta el fondo de las canciones. Ese es su camino en este momento. El que ha iniciado con “interior/noche” y que esperemos siga teniendo mucho recorrido, pues necesitamos de más momentos como estos. Necesitamos, como bien nos dicen los versos de “El amor y el mundo”, muchos más instantes de valor, como este concierto, para frenar la inercia en la que estamos sumidos. Más instantes de paz que saben a verdad en los que detenerse y hacer consciente todo lo que verdaderamente importa.

The Neighbourhood: “(((((ultraSOUND)))))”


Por: Nuria Pastor Navarro. 

La acromatopsia es una extraña enfermedad congénita que provoca que el paciente sólo pueda percibir los colores blanco, negro y gris en todas sus tonalidades. Los ojos con acromatopsia sufren también a menudo de una gran sensibilidad a la luz en el mundo blanquinegro en el que viven. Se estima que una de cada treinta mil personas nace con esta condición, y Jesse Rutherford, vocalista de The Neighbourhood, es uno de ellos. No sorprende, entonces, la estética monocromática de la banda, que parece sacada de una película clásica con Rutherford en vez de James Dean.

La historia de The Neighbourhood no es muy larga, pero sí intensa. Formada en 2011 por cinco chicos de California, llegó a tiempo para explotar el boom de la era Tumblr. Su estilo rock alternativo (y cómo no, blanquinegro) pronto conquistó a los jóvenes que por aquel entonces disfrutaban de bandas como Arctic Monkeys o The 1975. Y en efecto, “Sweather Weather”, lanzado como sencillo en 2013, catapultó el nombre, fama y gloria de los jóvenes músicos, convirtiéndose en prácticamente un himno.

Poco después salió al mercado “I Love You”, álbum debut del grupo. Desde ahí todo fue una sucesión de portadas, vídeos y fotografías carentes de color alguno que fueron forjando la leyenda de The Neighbourhood: “Wiped Out!” en 2015, “Hard To Imagine The Neighbourhood Ever Changing” en 2018 y “Chip Chrome & The Mono-Tones” en 2020, quizá su trabajo más diferente. En este álbum conceptual, Rutherford calzaba un alter ego al más puro estilo David Bowie acompañado de melodías más estelares de lo habitual.

La trayectoria del grupo no era nada desdeñable; su marca personal había logrado ganarse una buena base de seguidores y bastante estima en el mundo musical… hasta 2022. Tras un problema de abuso por parte del baterista Brandon Fried a la vocalista del grupo The Marías, el resto de los integrantes de The Neighbourhood decidieron expulsarlo, expresando vía redes sociales que no toleraban comportamientos como ese. Si bien Fried se disculpó públicamente, el evento deterioró mucho la imagen general del conjunto y, claro está, no significaba demasiado para la mujer implicada.

Tres años más tarde, la banda volvía a reunirse, explicando el proceso de rehabilitación por el que Fried había pasado. Al parecer, los problemas que ocasionó en el pasado estuvieron motivados por el abuso de diversas sustancias, y había vuelto a ser readmitido en el grupo tras haber tomado medidas al respecto.

Con todo esto a sus espaldas, The Neighbourhood regresa a su sonido más originario y puro con “(((((ultraSOUND)))))”, álbum que coincide además con el décimo aniversario de “Wiped Out!”. Tres singles algo apresurados y una promoción bastante rápida dieron paso a un compendio de quince canciones en total que suenan mucho a discos pasados.

“Hula Girl” da comienzo al viaje con el inconfundible aire de macarras sensibles que los caracteriza. Un tema que, a pesar de mantenerse en su línea, resulta agradable, original. Nada mal para comenzar, y las pulsaciones tampoco consiguen bajar con las siguientes pistas. “OMG” inyecta de nuevo el sonido californiano y algo más cercano al hip hop, y “Lovebomb” nos recuerda a esas melodías pegadizas y suaves que tanto escuchábamos en sus discos antiguos. Todas estas canciones de amor cumplen con el “checklist” clásico del grupo: sintetizador, eco, reverberación… Comentan incluso que algunas pistas de voz se grabaron desde un teléfono para conseguir ese aspecto lejano.

Hasta aquí, un trabajo brillante y coherente con su estilo. Quizá el problema llegue con “Private”, aunque no por el tema en sí. La canción es buena y también cumple con las expectativas que un fan promedio pueda tener. Sin embargo, suena demasiado similar a la anterior, resultando sus ritmos y melodías algo así como primos segundos. En esta, que tan solo es la pista número cuatro, te das cuenta de que quince es un número muy alto y algo peligroso. Empiezas a reconocer patrones demasiado parecidos, este estribillo te recuerda a aquel puente y muchas canciones acaban desdibujadas entre sí. Es el “efecto Cigarettes After Sex”: cuando una banda tiene un estilo tan marcado, resulta difícil innovar dentro de él.

Aun a pesar de esta pequeña y progresiva pérdida de brillo, el álbum tiene alguna cosa más que ofrecer. Canciones como “Planet”, “Rabbit” o “Zombie” sacan partido al modus operandi musical de The Neighbourhood, asemejándose más al comienzo del disco. Lamentablemente, las demás pasan casi sin pena ni gloria.

Para finalizar, los californianos presentan “Stupid Boy”, que cierra con un aire rabioso y alguna reminiscencia lejana del carácter de Radiohead. Un tema desde luego llamativo que reflexiona sobre la sociedad y que despide el álbum pisando fuerte. 

En definitiva, “(((((ultraSOUND)))))” alterna entre altos y bajos y peca levemente en la longitud, aunque no son grandes impedimentos para disfrutar de él de forma más distendida. Este trabajo encaja a la perfección en el pequeño universo de la discografía de The Neighbourhood, que deja patente que nunca ha existido un mundo en blanco y negro más vivo que este.

Ilustres Principiantes: The Waves


Consolidándose como una de las bandas más prometedoras de la escena balear, The Waves han publicado su esperado álbum debut, "Summer of Sunshine". Un trabajo que captura la esencia del rock and roll clásico con la frescura de una propuesta que suena tan auténtica como contemporánea.

"Summer of Sunshine" es un disco de composiciones que nacen para perdurar: sin artificios ni nostalgia impostada. La voz de Guille, intensa y desgarradora, evoca al mejor John Lennon, mientras la banda construye un sonido sólido y elegante que no pretende imitar a sus referentes, sino aportar una nueva página al legado del rock and roll. “Siempre pensé que cada disco debía ser distinto al anterior. La música es ilimitada, y eso la hace mágica”, afirma Guille. “Este álbum refleja un verano en el que nos conocimos y volvimos a disfrutar del verdadero sentido de hacer música en directo.

El disco se presentó en el mes de septiembre en el bandcamp de la banda y ahora en diciembre sale a la venta en formato de vinilo de 12” a través de Espora Records. Las canciones han sido producidas por Tomi Solbas en "El Teatro Estudio". El disco ha sido mezclado por Tomi Solbas & The Waves y masterizado por Michael Mesquida en Favela Studios. 

Para celebrar el lanzamiento del vinilo y anticipar las fiestas navideñas, The Waves han anunciado un concierto muy especial para el viernes 19 de diciembre: el Rock’n’Roll Zoo. Rock’n’Roll Zoo no es un concierto. Es una mutación salvaje sobre el escenario. Dos bandas, The Ripples y The Waves, se fusionan en directo para crear una nueva especie: una criatura sonora de pura fuerza y energía. Lo que comienza como una colaboración se transforma en una sinergia impredecible, un experimento que rompe moldes y desata un torbellino de rock sin filtros. Será en la sala Es Gremi de Palma a las 21h.

“A este matadero no hemos venido a mirar”. Gracias por vivir sin miedo, Robe.


Por: Guillermo García Domingo. 

Este obituario, por fuerza, va a ser pendenciero, de lo contrario Robe no me lo perdonaría. Estoy muy enojado, de modo que, si estás buscando una valoración pormenorizada de su trayectoria, una relación de sus desencuentros con compañeros de banda o discográficas, la enumeración de sus adicciones, te animo a que te mudes a otros artículos más propicios, dejadme blasfemar, por favor, que se ha muerto Robe. 

Los dioses, yo os maldigo, no se lo perdonaron, y han decidido fulminar a dos mortales que se atrevieron a robarles el fuego de la música a esos “pringados”. En apenas dos días han fallecido Jorge Martínez y Robe Iniesta, dos príncipes macarras que, no solamente portaron en sus antorchas el fuego sagrado, prendieron con él nuestras calles, las habitaciones en las que crecimos cuando éramos adolescentes, los locales de ensayo y las pistas de los conciertos. Y fueron todavía más lejos: ardieron ellos mismos en el fuego que arrebataron a los dioses. Fueron consecuentes, llevaron su apuesta temeraria hasta el final.

Ahora que no están, ¿quién va a ahuyentar de nuestra calles a los pijos, los santurrones de la tradiciones, los fachas, los de antes y los de nuevo cuño, los mediocres por doquier? Habrá que hacerse con un palo de hockey, una libreta para componer y una guitarra respectivamente para volver a recuperar nuestras calles. 

Es natural que los dioses detestaran a “Prometeo” Iniesta, se la tenían jurada desde hace un año aproximadamente, pocos meses después de que publicara un disco que les dejaba en mal lugar, “Se nos lleva el aire” y mira tú por donde. El de Plasencia representaba todo lo que ellos no podrán ser, ni podrán hacer, un mortal que se la juega en cada “pico” que se mete en las venas, en cada canción que compone, tampoco podrán sentir el aire dulce de los valles de Extremadura que arrugó el rostro de Robe, ni vivir en el ojo de una tormenta, subirse a un escenario y rasguear una guitarra hasta que las yemas de los dedos sangren. 

Su poesía visceral, que, sin embargo, se ajustaba a la música al igual que una bala encaja en el cañón de un revólver, era insoportable para los dioses. A ellos les gustaría ser de carne y hueso, sueñan con acariciar un cuerpo y masturbarse en una canción como hacía Robe cuando le parecía. El dios cristiano tampoco le perdonó que grabara “El día de la Bestia” ("Agila", 1996) ni “Jesucristo García” ("Extremaydura", 1994). Por si no tuvieran suficientes motivos de inquina contra él, últimamente, Robe solía buscar la compañía de unos indeseables, de filósofos como Nietzsche o Diógenes. Se dejaba ver con ellos, esos que les aguantan la mirada a los dioses y no apartan los ojos del sol aunque se les quemen. Una manada de perros callejeros no se separa de ellos, enseñando los dientes y sembrando el pánico entre la gente de orden. Los últimos discos del poeta extremeño rezumaban el veneno de la filosofía; en particular, “Lo que aletea en nuestras cabezas” y “Mayéutica”. Hay que escucharlos obligatoriamente al igual que “Pedrá”, “Extremaydura” y “¿Dónde están mis amigos?”, álbumes castúos, desinhibidos, antes de la etapa más exitosa y popular de Extremoduro. 

Ni en toda la eternidad, podréis componer, dioses envidiosos, “El poder del arte” (el tema prometeico de su último disco), que para los recién llegados supuso el descubrimiento de lo que era capaz Iniesta. No se habían enterado de los “movimientos” de Ley Innata, ni de “Stand By”, ¿tampoco tenían noticias de “Buscando una luna”, “So payaso” o “Salir”? Y es que Robe deja huérfanos, bastardos, por supuesto, a muchos adolescentes como mi propia hija o mis alumnas, que alucinan con sus canciones. Si pudiera, Robe os diría, “agila”, “¡espabila!” en castúo. No tengáis miedo a vivir, “A este matadero no hemos venido a mirar”, tal y como dice el cantante en “Guerrero”. 

Una última petición: por favor, no hagáis versiones de sus canciones, joder. No seáis payasos. Dejadle en paz, no estáis, no estaremos nunca más en la garganta doliente de Robe, dejadle que arda en el infierno rockero donde están los mejores, los que desafían a los dioses.

Abraham Boba: “Nunca me he sentido víctima del cuerpo que tengo”

 
Por: Javier Capapé.

“163 cm” es la estatura de Abraham Boba y también es el nombre de su más reciente criatura. Un libro pop, como a él le gusta definirlo, que gira en torno a esa premisa física para llevar a cabo una serie de reflexiones que se detienen en la infancia, los sueños, los recuerdos, el deporte, el cine, la imagen, la psique o la creación desde el punto de vista y las experiencias personales de un artista que nos comparte su visión del mundo a modo de ensayo, enfundado en sus botines Chelsea y rodeado de una serie de objetos y recuerdos personales que pueblan de imágenes complementarias sus adictivas líneas.

Organizado en breves capítulos, casi como si se tratase de canciones de un álbum, este ensayo se devora con rapidez y nos presenta la cara más personal del cantante de León Benavente, cuya andadura, curiosamente, ocupa muy poco espacio dentro de estas páginas. Es Abraham el que queda en el centro, narrando episodios familiares, presentándonos objetos que nos acercan más a él y definen sus recuerdos, o analizando aspectos de lo más interesante de personajes históricos, actores y músicos cuya característica común es su baja estatura. Porque sí, el libro pone de manifiesto el interés de este artista por reflexionar sobre el aspecto que le da título, sin victimismos, pero haciéndonos ver las múltiples capas en las que se refleja en nuestra sociedad.

Ante un libro más que interesante no cabía esperar otra cosa que una conversación de grandes vuelos con su autor. Entramos en detalle sobre algunos de los recovecos que narra en sus capítulos, pero también hablamos de sus motivaciones como artista y de la necesidad de plasmar en esta obra una reflexión de “altura” que conecte con nuestro yo más íntimo y, ante todo, que nos haga disfrutar tanto de su fondo como de su más que atractivo formato.

Estás de actualidad al margen de León Benavente. Esta vez como escritor. ¿Era una asignatura pendiente escribir un libro como éste? Porque tu debut literario fue un poemario.

Abraham Boba: Obviamente hay cosas que tienen puntos en común entre escribir canciones y libros de cualquier género, sea poesía o narrativa. Hay una línea fina que separa un mundo del otro y yo siempre había tenido bastante reparo para publicar cosas porque me parecía que no era mi oficio, que no era un mundo que me perteneciese. Respeto mucho a la gente que escribe y estoy en conexión con gente del mundo de la literatura por otras circunstancias, así que después de publicar el poemario, que fue una cosa a la que me animó una editora sin la que posiblemente ahora no estaría haciendo esta entrevista contigo, que fue Belén Bermejo, empecé a pensar en cuál sería el siguiente paso. Me apetecía explorar otro tipo de género que no fuera la poesía, aunque mi libro anterior tampoco era un poemario al uso, pero quería cambiar y hacer este tipo de ensayo. Tenía el tema en la cabeza desde hacía tiempo. Fui recopilando información durante tres años y me lancé finalmente a hacerlo.

Entiendo que escribir un ensayo sobre la estatura es porque ha sido una de tus obsesiones a lo largo de tu vida. Es algo que reflejas también en la contraportada al introducirnos en el libro. ¿Es así?

Abraham Boba: No es una obsesión y nunca lo ha sido. Para mí lo más importante de este libro era el tono que quería utilizar para escribirlo y en ningún momento quería caer en el victimismo porque nunca me he sentido víctima del cuerpo que tengo. Así que no lo veo como una obsesión, ni mucho menos. Lo que me obsesiona a mí es la creación y quería escribir un libro que fuese muy cercano a mí, muy íntimo. Me apetecía contar algunos aspectos de mi vida, pero también, como ocurre con las canciones, los discos, las películas o los libros que leo, lo que me interesa son las creaciones que tienen distintas capas. Quedarme en la temática no es lo que más me importa. Me gusta la forma de desarrollarla, ver que hay otras cosas que no se aprecian tan a simple vista, como ocurre en este caso. Sí, éste es un libro sobre la estatura, pero creo que habla de muchas más cosas. Eso es lo que me obsesionó en realidad. Cómo sintetizarlo para que se leyese rápido, pero a la vez que fuese reflexivo y profundo y poner en evidencia ciertas actuaciones de gente que no se da cuenta, a día de hoy, de una particularidad física que no está puesta encima de la mesa como otras.

Es verdad que no hay victimismos, como bien has dicho, pero sí que está presente esa forma de mostrar la temática sin dramas y a la vez reflejar ese trasfondo peyorativo que siempre ha tenido la baja estatura.

Abraham Boba: Sí, al fin y al cabo te estoy hablando de que me gusta que el libro tenga capas y por eso he pensado mucho en cómo hacerlo, pero no deja de ser un ensayo más o menos poético sobre la circunstancia de la estatura de las personas. Ni siquiera sobre ser alto o bajo, porque también se habla de la altura. Lo que me enseñó este libro, a medida que lo iba haciendo, es que reflejaba cosas que no me había dado cuenta antes ni yo, como que tengo una estatura por debajo de la media. No me siento víctima, pero rara es la noche que no me bajo de un escenario y alguien me dice algo relacionado con mi estatura.

El libro está estructurado en capítulos muy breves y dinámicos que hacen de su lectura una experiencia adictiva. Me atrevería a comparar su lectura con la escucha de un disco, porque los capítulos son casi como canciones. Su extensión es contenida. ¿Podría considerarse así?

Abraham Boba: No tanto como un disco, porque son mundos muy distintos, pero sí como un libro pop. Todo lo que tiene que ver con la estructura, el haberlo escrito siguiendo ese formato de párrafos cortos, de capítulos que en realidad contienen una misma idea bien delimitada, aunque todos ellos giren en torno a la estatura, y sobre todo por la utilización de imágenes. Creo que eso es lo que hace que se devore rápido. Algo muy bonito que está pasando durante el mes de vida que lleva es que gente que no está acostumbrada a leer me dice que lo ha devorado en dos días, y gente que sí que es lectora me dice que está muy bien hecho porque fluye y se lee muy, muy rápido, en dos o tres horas. Todo eso está un poco buscado. El libro podría ser muchísimo más largo, de hecho quité bastantes cosas, pero al final estoy muy contento con el formato.

Es verdad que el formato es fantástico. A mí me pasó un poco parecido a como lo cuentas. Lo devoré rapidísimo por la forma en la que está planteado. Y unido a ese formato de estructura, con capítulos cortos y párrafos breves, tienen un papel muy destacado la cantidad de imágenes que ayudan a entender el texto, incluso detalles como incluir el metro como accesorio o complemento, junto al tamaño del propio libro. Todo eso es como algo novedoso y atractivo.

Abraham Boba: Es que yo lo que quería era publicar un libro que me gustase. Llevo colaborando mucho tiempo, tres temporadas ya, en una sección del programa de Marta Echeverría de Radio 3 “Hoy empieza todo”. Es un espacio sobre poesía llamado “Verso Suelto” y me doy cuenta de que los libros que cada semana analizo son libros que se salen un poco de los márgenes. No suelen ser poemarios como tal, dicen algo más, son otro tipo de libros. Creo que eso es lo que me llevó, una vez desarrollado el texto, a incluir imágenes. Eso fue determinante y una muy buena decisión. Vi clarísimo que esas imágenes, que muchas son de mi archivo familiar y otras realizadas por Sara Condado, que me conoce desde hace muchos años y ha hecho los vídeos de León Benavente, iban a encajar a la perfección con todo lo narrado. Sabía que Sara sería la que mejor iba a retratar mi intimidad, metiéndose, por ejemplo, en casa de mis padres para hacer una foto a una estantería llena de recuerdos familiares. Esa intimidad solo podía retratarla ella por lo mucho que me conoce.

Vamos a hablar, si te parece, de algunos de los capítulos del libro. Curiosamente éste es un libro donde tu faceta de músico apenas sale a relucir, en cambio hablas de muchas de tus pasiones y te abres totalmente. Una de esas facetas, desconocida para muchos, es el baloncesto, siendo éste además un deporte siempre relacionado con gente “de altura”. ¿Es cierto que te hubiera gustado potenciar tu alma de “base” como deportista profesional?

Abraham Boba: No, ahora que me ha salido bien lo del arte casi prefiero esto, que se me da mejor (risas). Creo que el baloncesto es algo que marcó un momento de mi vida, justo antes de que me empezase a interesar realmente por la música, que fue como a los quince años. El baloncesto ocupaba mi tiempo antes de que me volviese un loco de la música. Me gustaba jugar y era bastante bueno. Sigo siendo bueno, de hecho, pero menos mal que no elegí ese camino porque seguro que no me habría ido tan bien. Yo sabía que tenía que hablar sobre esto en el libro porque en él hay también un repaso a mi biografía. Aunque no siga una línea temporal, sí que hablo de mi infancia y preadolescencia, y ahí el baloncesto estaba muy presente. Además, hablar de este deporte me venía muy bien para explicar ciertas cosas.

“Lo que yo tengo en mi estantería no vale nada, su valor es sentimental y espiritual”

En los primeros capítulos nos llevas a tu infancia, hablándonos de tu familia, tus sueños, las visitas al pediatra o el judo. Sin embargo, de todo ello, lo que más me ha gustado es tu descripción de lo que tienes en tu estantería, así como de esa fotografía de la estantería de tus padres a la que hacías alusión antes. ¿Crees que estamos demasiado aferrados a lo material como una manera de retrotraernos al pasado?

Abraham Boba: No, no lo creo. Ahora estaba leyendo uno de esos libros raros que tanto me gustan. Uno de esos libros pop que escribió Warren Ellis, el violinista de Nick Cave, su mano derecha. Él escribió uno sobre el chicle que una vez recogió de un piano después de un concierto de Nina Simone. Ella pegó el chicle en el piano y Warren saltó al escenario al acabar el concierto, cogió el chicle y lo estuvo guardando durante veinticinco años en una toalla. ¡Un chicle! Un periodista me preguntó si no lo había leído y la verdad es que es el típico libro que quería leer desde hacía tiempo porque soy muy fan de Warren Ellis y de Nina Simone, pero no lo había leído todavía. Ese periodista me dijo que había algunas cosas de mi libro que le recordaban a ese, así que me lo acabo de leer y sí, Warren, que es un poco diógenes, guarda de todo en maletines, tiene fotos antiguas, pasajes de avión… todo tipo de cosas, hay un momento en el que habla de lo que guarda no como algo nostálgico. Más bien viene a decir que los objetos que guardas se convierten en algo valioso y que, lejos de ser material, se convierten en lo contrario, en algo casi espiritual. En realidad lo que yo tengo en mi estantería no vale nada, su valor es sentimental y espiritual. Podría decir que a medida que va pasando el tiempo esas cosas pueden ser más importantes y por eso las describo y están en el libro. Seguro que se van añadiendo otros objetos a lo largo de los años mientras que algunos perderán ese valor y acabarán en la basura.

¿No se pierden esos recuerdos si los relacionamos con un objeto en concreto? ¿El objeto ayuda a mantenerlos?

Abraham Boba: Claro, el objeto a lo largo de los años tiene esa función de llenarse del poso del paso del tiempo, sí, aunque las cosas se terminan desgastando.

De nuevo a vueltas con los recuerdos y las fotografías, en éstas aparecen trofeos, miniaturas y varios objetos como un cuchillo o tu colección de botas. Imágenes muy potentes y curiosas, que entiendo sirven como complemento para entender las reflexiones que haces en estas páginas, ¿verdad?

Abraham Boba: Sí, totalmente. Forman parte de ese juego pop que te comento. Está claro que ves ahora ese trofeo que aparece en una página del libro y creo que es algo bonito. Cada vez que iba a casa de mis padres veía ese trofeo con su mármol y su placa, y con el paso del tiempo se ha convertido en algo que estéticamente, si lo encuadras dentro de determinado marco, se convierte en un objeto vintage. Eso es lo que tiene ir envejeciendo, que las cosas que van pasando por tu vida cada vez molan más estéticamente (risas). El tiempo añade a estos objetos algo estético que a mí personalmente me encanta.

También hay mucho cine, superhéroes, actores y películas que aparecen principalmente en el capítulo “Perspectiva forzada”, y nos muestras además que para ti no hay prejuicios. ¿Cuánto de inspiradores pueden llegar a ser Alfredo Landa o Peter Dinklage?

Abraham Boba: Inspiradores no demasiado, la verdad. Sinceramente yo no he visto “Juego de Tronos”, así que me he perdido prácticamente lo más importante que ha hecho en su carrera Peter Dinklage. Aparece como actor acondroplásico, lo que mal llamamos “enano”, y ya sabemos que él es un activista a favor de que a estos actores no se les encasille en ciertos papeles, lo que le ha traído unos cuantos problemas. En el caso de Alfredo Landa es un actor que resumen tan bien al español de clase media de cierta época… Además tiene como esas variantes tan bestias pasando del detective de “El crack”, como muy triste y oscuro, a la comedia más pura. Un referente para mí no es, porque tampoco es que yo tenga referentes actorales porque no me dedico al cine, pero Alfredo Landa me parece un grandísimo actor.

“Esta sociedad va hacia la maximización, así que supongo que el adjetivo grande se seguirá utilizando mucho más que pequeño”

También hay un capítulo dedicado a la música (“Gente pequeña y una montaña”), pero no a tu música, sino a canciones y músicos que te han marcado, desde su estatura a su grandeza escénica y artística. ¿Por qué crees que no podemos salir de esa manida forma de adjetivar a los músicos talentosos como “grandes”, algo que irremediablemente implica altura?

Abraham Boba: Es lo que hablamos siempre. Yo mismo lo he utilizado antes al decirte que Alfredo Landa es un “grande”. Para mí se ha convertido casi en un chiste porque cada vez que escucho eso pienso en lo que he descubierto con el tiempo al fijarme en el lenguaje. Hasta que empecé a escribir el libro no había pensado en esa relación entre lo que significa y conlleva el adjetivo “alto” y todo lo que trae consigo “bajo”. Como casi siempre, lo alto tiende a ser algo positivo y lo bajo negativo. No lo había pensado antes de empezar a escribir el libro, la verdad. Es lo mismo que usar el adjetivo “grande”. A mí me lo dicen mucho cuando bajo del escenario: “Parece mentira con lo bajito que eres y lo grande que te haces en el escenario”. Ya se ve que esta sociedad va hacia la maximización, así que supongo que el adjetivo grande se seguirá utilizando mucho más que pequeño, o alto más que bajo.

Una de las cosas que más me gusta de ese capítulo en cuestión es que aparece la figura de Prince como referente y además aparece también fotografiado jugando al baloncesto. Es como si todo cuadrase.

Abraham Boba: Sí, de hecho yo quería hablar de Prince por varias circunstancias sin entrar en lo musical, como algo más bien referido a lo que causó en mí descubrir su música o su vídeo de “Purple Rain” y este tipo de cosas. Sabía que tenía afición a los botines con tacón, como yo, pero no sabía que su sueño de adolescente era jugar al baloncesto. Lo descartó porque tenía muy baja estatura y no le quería ningún equipo, así que decidió dedicarse a la música y ya ves (risas).

En el capítulo “La tríada oscura” nos llevas hasta lo más profundo de ti. Se siente como el más personal y terapéutico de todos los capítulos. De hecho, nos hablas también de tus terapeutas y de tu acrofobia. ¿Cuánto de esa tríada de maquiavelismo, psicopatía y narcisismo que expones hay en ti?

Abraham Boba: ¡¡Uff!! Eso me lo guardo para mí. 

Aunque eso sí, nos dejas entrever en esas líneas la parte más profunda de ti mismo.

Abraham Boba: Sí, pero es un capítulo que hay que saber leerlo entre líneas. Podría haberme explayado más y no he querido porque se puede leer entre líneas y juega con todos los personajes que aparecen en el mismo. Empieza hablando de Napoleón y de Alejandro Magno, de Franco, Musolini, Lenin… son muchos los personajes que aparecen en ese capítulo que tiene que ver con los desórdenes mentales. Por eso creo que es para leerlo más de una vez y buscar bien en él.

“Los que se consideran personas por la mañana y artistas por la noche no van conmigo”

Precisamente en ese capítulo, cuentas un episodio que me ha encantado, en el que hablas del retrato que te hace Cristina Martínez. Incluso nos lo muestras en una foto. También le descubres a todo aquel que no lo sabe que te llamas David. ¿Han sido estos detalles en concreto una manera de dar a conocer más la persona que el personaje de Abraham Boba?

Abraham Boba: Nunca he considerado que Abraham Boba fuera un personaje, es solo un pseudónimo que empecé a utilizar porque mi nombre me daba pereza. Esto fue allá por el 2005. Hice una maqueta, me ficharon en Limbo Starr, saqué un disco y me quedé con ese nombre. ¡Para qué iba a cambiar! Para lo poco que me escuchaban, si me cambiaba el nombre se perdían los que ya me habían escuchado (risas). Y así he seguido desde entonces, pero nunca he considerado que fuera un personaje. Para mí todo es parte de lo mismo. Escribir este libro, subir a un escenario, hacer un programa en la radio, contestar una entrevista… todo es parte de lo mismo. Creo que de eso va esta vida de la creación. Levantarte por la mañana y ser esa persona que se dedica a crear. Yo lo hago las veinticuatro horas del día.

Es que en otros casos se habla siempre del artista diferenciado de la persona.

Abraham Boba: Los artistas que dicen eso no son grandes referentes para mí, la verdad. Los que se consideran personas por la mañana y artistas por la noche no van conmigo. Cada uno puede hacer lo que le dé la gana, pero yo entiendo que este curro implica un compromiso del cien por cien de mi tiempo.

Las redes aparecen en “Un drama”, ¿cuánto daño pueden hacernos potenciando nuestras diferencias en lugar de unirnos?

Abraham Boba: Prefiero no usar mucho las redes. Además, a medida que va pasando el tiempo, el salto generacional con las redes es enorme. Una persona de veinte años tiene un concepto totalmente distinto de las redes al mío, por eso es algo que veo que está ahí, que ha venido para quedarse, pero cada uno verá cómo tiene que usarlas. Yo las uso para exponer mi trabajo y darme a conocer porque ante tal aluvión de propuestas de todo tipo si no levantas la mano no te hacen caso, pero las relaciones no me interesa hacerlas a través de las redes sociales, sinceramente.

Sin embargo, en las redes se potencia mucho la imagen, que también aparece en el libro, debido a la importancia que le damos entre selfies, directos y demás muestras que tenemos a nuestro alrededor. ¿Cuál crees que es el punto de no retorno para darnos cuenta de que esa imagen está cobrando un protagonismo excesivo?

Abraham Boba: No lo sé, la verdad. Tendría que ser sociólogo para decírtelo. No sé cuál es el punto de no retorno. Como la historia de la humanidad es bastante cíclica llegará un momento en el que todo el mundo se harte de eso y aparezca otra cosa que tenga que ver con otro foco de atención y supondrá un punto de inflexión. No tengo ni idea. A mí, de momento, no es algo que me preocupe en exceso, como queda claro en el libro.

“Hacer reflexionar a la gente viene más de preguntar que de responder y afirmar”

Me estoy dando cuenta de que parece que al escribir un libro de este estilo puedas tener muchas más respuestas a nuestras preguntas, cuando en realidad lo que planteas al lector es lo contrario, más preguntas que respuestas.

Abraham Boba: Claro, eso es lo interesante también. Hacer reflexionar a la gente viene más de preguntar que de responder y afirmar.

En el epílogo haces referencia al canon de belleza marcado por el “David” de Miguel Angel, pero lo que más me llama la atención es la mención al ensayo revelador de Michael De Montaigne. ¿Es este libro testigo de ese ensayo? ¿Cuánto sirvió de inspiración?

Abraham Boba: Sin duda ha sido una inspiración. Si no has leído “Ensayos” de Michael De Montaigne te lo recomiendo. Él es el padre del ensayo moderno y habla desde mucho tiempo atrás de los mismos males del ser humano que nos acechan ahora. Es muy reflexivo y tiene partes muy valiosas. Me encontré ese pasaje que habla de su altura y sabía que tenía que incluir algo relacionado con eso porque fue un hallazgo.

Junto a ese pasaje aparece otro de los símbolos que más me ha gustado, que es tu playmobil personalizado junto a una miniatura del “David” de Miguel Ángel. Puede ser el mejor resumen para este libro, la imagen del “David” con tu miniatura de playmobil. ¿De dónde surge esta idea tan fantástica?

Abraham Boba: Sí, tengo las dos miniaturas en la estantería. Las vi juntas y pensé que tenían que ser una foto que, si no iba en la portada, tenía que estar en su interior. Explicaba muchas cosas y por eso está ahí.

Mencionas los comentarios en prensa que se refieren a ti como “pequeño gran hombre” cuando actúas con León Benavente y hablas del grupo casi únicamente al final, haciendo referencia a cuando bajas del escenario con comentarios como el que he mencionado. Sin embargo, este libro se puede leer totalmente al margen de ser seguidor de León Benavente. ¿Cuánto te han arrastrado tus compañeros o te han animado para lanzarte a esta aventura?

Abraham Boba: En el grupo nos apoyamos en todo lo que hacemos, tanto dentro como fuera del mismo. Desde el principio me apoyaron, se leyeron el libro y les encantó.

Ahora que conocemos a Abraham Boba como cantante, compositor, músico, poeta y ensayista, ¿qué nos queda por conocer de tu universo?

Abraham Boba: No lo sé. Ya veremos qué es lo próximo (risas). De momento voy a hacer un show sobre este libro. Lo estreno el 31 de enero en el Teatro Circo de Murcia. Va a ser como su puesta en escena. Se titulará igual, “163 cm”, y se basará en el contenido del libro.

Finalmente, ¿puede ser este “163 cm” un antídoto contra los complejos o sencillamente una forma de abrir las puertas para poner el foco en lo que verdaderamente importa del otro?

Abraham Boba: Creo que con que consiga lo que me provocan los libros que me gustan, que es disfrutar y aprender cosas que no sabía antes de leerlos, me doy por satisfecho.

Muchas gracias por tu tiempo. Esperemos que funcione a las mil maravillas el show que nos comentas alrededor del libro y que terminéis también por todo lo alto ese fin de gira de “Nueva Sinfonía sobre el Caos” en el Movistar Arena con León Benavente. 

Abraham Boba: Muchas gracias. Un abrazo.

MFC Chicken + The Hot Jivers: Al desencuentro por el reencuentro


Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Sábado, 6 de diciembre del 2025. 

Por: J.J. Caballero.
Fotografías MFC Chicken: Antonio E. Molina.

Un desencuentro suele incluir connotaciones negativas, por definición. Si al término le acompaña el adjetivo “enemigo”, que también podría ser sustantivo y sustancia en el caso que nos ocupa, se transforma en sinónimo de comunión, sinergia y/o felicidad transitoria. Desencuentro reencarnado en reencuentro, enemistad vestida de conexión. Cuando se juntan ambas palabras hemos de ceñirnos a su significado más que al concepto. Y a la definición, que podría revertir a la original en su hipotética entrada en cualquier diccionario de nuevo cuño: “1. Encuentro fructífero y edificante”; “2. Concordia”. Y todo ello habría nacido por obra y gracia de los padres, primos y padrinos del evento, con Antonio Corduba al frente (horas y horas de mails, llamadas, mensajes y quebraderos de cabeza lo han hecho “alcalde” por derecho propio), Migue Pérez y todos los que rodeamos de alguna manera a la entente bicéfala llamada El Colectivo, y las salas y bares que acogen toda esta bendita locura que después de década y media regresaba a uno de sus territorios de referencia. 

Los números y los corazones no mienten, aunque estos últimos no entiendan de cuadraturas ni matemáticas: Casi doscientas cincuenta personas dejándose la piel delante y detrás del escenario de la canónica sala Ambigú Axerquía, que el sábado se convertía en su epicentro geográfico y cronológico. Todavía faltaba la culminación y la entrega del felpudo –sí, así de originales son estos sujetos-, que finalmente viajará a Villarreal, junto a la costa del Azahar, donde dentro de un año esperamos estar para vivirlo y contarlo con la misma emoción. Pero vayamos al grano, porque aquí hay poca paja que descartar.

No es habitual, sobre todo para quienes se desencontraban por primera vez, encontrarte nada más entrar con unos señores de cierta edad vestidos como si acabaran de terminar una actuación con Frank Sinatra en alguna de aquellas noches mágicas del Rat Pack, o directamente salidos de un fotograma en color de una vieja y mediocre película protagonizada por Elvis Presley, en las que lo único que importaba era la música. Los Hot Jivers son una anomalía en una escena variopinta donde lo moderno y lo antiguo conviven sin dificultad y con riesgo de contaminación. Un talludito Jesús Jurado, bragado en mil y una batallas, empecinado en perpetuar el legado de sus ídolos a base de duro entrenamiento (es probablemente el frontman más espectacular del género en la actualidad), presenta a su banda con la misma pasión con la que luce traje y cimbrea cintura y micrófono en el trajín de un rock’n’boogie ejecutado con sabiduría y experiencia. Versionan a Celentano, Bobby Darin, el “Tequila” original de The Champs, la década de los sesenta ya les queda lejos y rebotan su sonido chisporroteante en cada rincón de la sala y entre todos y cada uno de los enemigos íntimos que los rodean, a la espera de un plato tal vez mejor condimentado pero dudosamente más sabroso. La pimienta la pusieron ellos; el curry venía desde unos cuantos miles de kilómetros para que al menú no le faltara ni un perejil.

Si seguimos los dictados del motor de búsqueda de Google o a la dictadura de la IA, MFC Chicken podría ser el leit motiv de un capítulo de South Park en el que la ley de marihuana medicinal de un estado norteamericano es llevada a la sátira, o bien el nombre de una cadena de comida rápida célebre en la Norteamérica de los sesenta. No se sabe si por una u otra razón la banda de la que hablamos decidió bautizarse con la misma denominación de origen. Nunca mejor dicho, porque fue en Londres, en una freiduría de pollos de uno de los barrios donde reina la comida basura por excelencia, donde germinaron las primeras ideas de un cuarteto que ya es referencia de un sonido y básicamente de una actitud con escaso parangón varios años después. Spencer Evoy, el hombre del saxo y los ademanes de orate escénico, vino de Canadá, y Ravi Low-Beer, el baterista más encantador del mundo, es fruto de la inmigración hindú que aún hoy sigue bastardeando las calles de la capital europea. Zig Criscuolo, el bajista (pluriempleado como miembro de los no menos graníticos The Fuzillis) tampoco es dueño de un apellido británico pero su acento demuestra lo contrario, al igual que el de su hijo Dan, la última incorporación a la empresa de las aves de corral y guitarrista prodigioso en camino. Juntos y revueltos, adueñándose del suelo propio y los aires ajenos, consiguieron que la noche del sábado 6 de diciembre quedase grabada a fuego en el recuerdo de todos y cada uno de los asistentes, y a la vez en la historia ya veinteañera del Desencuentro Enemigo. 

Nunca, y cuando decimos nunca es nunca hasta ahora, habíamos visto y escuchado a esta sala incendiada por el sudor, dispuesta a derrumbar paredes si hacía falta, hermanada por las voces de canciones que casi no conocían, alucinados con lo que estaba ocurriendo ante sus ojos. Los hombres de la pollería, un tropo recurrente en sus temas, se habían apoderado del espacio y nos habían empoderado a todos con un par de soplos y tres o cuatro rasgueos. Cuatro discos como cuatro soles. Arrebatos de be-bop, trazas de soul ignífugo, rockabilly al punto, garage rock vestido de domingo, dosis de boogie contemporáneo… Todo lo que podamos imaginar, imaginémoslo. O mejor, hagámoslo realidad recordando pildorazos de poco más de dos minutos como “(Ain’t nobody) meaner than my baby”, “KFC called the cops on me”, “Voodoo chicken”, “Spy wail”, “Love (is gonna fuck you up)” o “Lake bears”, donde hacen mofa del amor, se abonan al caos y apelan al baile como única salvación posible. Destrozan a la vez que abrazan las convenciones de los géneros a los que se arriman, y basándose en sus últimas ocurrencias –en el tramo central incorporan “Milk chicken”, “Jackpot”, “Bargain bucket”, “Ain’t no fun”, “Heebie Jeebies”, “Sit down mess around”, “Chicken shack” y “Bad news from the clinic”- nos ponen patas arriba y además nos dejamos tocar lo que haga falta, con perdón. Estos tipos se suben a tocar a la barra, se confunden entre la multitud, no le temen a las escaleras ni para improvisar “La cucaracha” mientras cambian de ampli y vuelven a empaparnos en el aceite caliente de su sonido para darnos la respuesta a ninguna pregunta en “Chicken is the answer”, instarnos a volver a la playa con “Beach party” e invitarnos a su última locura, “Goin’ chicken crazy”, haciendo la enésima conga antes de rendirnos para siempre al poder del dios pollo, y no va con segundas. Dos horas después, aún estábamos mirando vídeos y fotos al azar como recuerdo de algo que apenas acababa de ocurrir. Con muy poco margen de error afirmamos, porque así lo sentimos, que lo de estos señores superó las expectativas, cualesquiera que fueran, de devotos, admiradores y advenedizos. Algo que, tal y como están las cosas, no está al alcance de muchos.

Así, sin más y sin menos, quedamos emplazados a un epílogo que no fue sino la culminación de unos excelentes augurios. Desencontrémonos más a menudo, queridos enemigos, porque la unión probablemente ya no hace la fuerza, pero sí la puede convocar. Y cuando procede de tantos puntos, acaba derribando todo tipo de obstáculos para conseguir sus propósitos. Los nuestros, y de esto tampoco cabe la menor duda, quedaron ampliamente satisfechos. Ya lo dijo el Loco: El futuro es una ilusión cuando el rock and roll conquista tu corazón.

Javier Corcobado: “Solitud y Soledad”


Por: Javier González. 

Celebrar cuarenta años haciendo música en un país tan desagradecido con la cultura como España es una efeméride de tintes épicos, qué duda cabe. Si dicha cifra se cumple sacando adelante una carrera coherente, capaz de unir tradición y vanguardia, dejando tras de sí una estela de absoluta independencia, convirtiendo al sufrido artista en orgulloso “rara avis” y en el arquetipo de crooner underground hispano por excelencia, no queda otra opción que festejar la cifra llevando a cabo un trabajo de lo más especial.
 
Un artefacto con el que dejar claro que mientras la mayoría tratan de sacar adelante sus carreras siguiendo las huellas del rebaño musical, existen unos pocos románticos que han decidido volar alto y libres. Y entre selecto grupo de francotiradores sobresale por su carácter indómito el bueno de Javier Corcobado. Un ave fénix musical que lleva esquivando la desidia años y años, ajeno a las trampas del sistema, aquellas que acaban imponiendo componer con el piloto automático activado, haciendo de los márgenes, allá donde por otra parte florecen normalmente las carreras más interesantes, su paraíso creativo donde solo tiene cabida la libertad radical. 

Días atrás acaba de editar “Solitud y Soledad”, otro maravilloso compendio de grandes canciones, un total de veinte, empaquetadas en formato doble álbum, con dos partes bien diferenciadas que a continuación desgranaremos, claro está, pero que parecen encerrar un hilo conductor que une presente y pasado. Nosotros las llevamos disfrutando sin medida ni control un par de semanas, porque tratándose de las composiciones de éste alemán de nacimiento y vallecano por crianza, no entendemos otra forma de atacar su prosa y ruidismo existencial que con la “excesividad” con la que un día con total acierto le definió su buen amigo, Edi Clavo, el siempre mítico batería de Gabinete Caligari, quien conoce a Javier desde la cercanía que dan las distancias cortas y las madrugadas que se tornan amaneceres regados en licor de los que brotan la sana camaradería.

Como decimos, el primer disco lleva por nombre “Solitud”, contiene diez canciones redondas donde la prosa tensa de Corcobado alterna viejas sonoridades con crudeza y vanguardia en el marco de una producción muy lograda, hasta el punto que mucho nos tememos que podemos hablar de uno de los mejores álbumes que ha firmado en este ámbito a lo largo de toda su trayectoria. Arranca con la titular “Solitud y Soledad”, un crepuscular medio tiempo, repleto de belleza, que crece a cada segundo, para continuar con la crudeza de “Que maravilla sería”, insinuando un bolero fronterizo, oscuro y sensual donde se viste con las pieles del enorme crooner que es; lanzando un directo al mentón en el muy autobiográfico pasodoble punk “No tengo remedio”, donde uno siente brotar la sangre caliente de España en cada fraseo y un innegable homenaje al sonido Caño Roto, cambiando a un registro urbano en “Ansiedad del tiempo”, en la que su poesía se lanza a pie de calle para moldear una composición cuasi funk, repleta de ritmo vacilón. 

El punk-rock industrial y abrasivo de “En la sombra de una copa” nos invita casi a un akelarre alcohólico, mientras nos retrotrae a viejos himnos como “La navaja automática de tu voz” y se despide de los “Caballitos de anís”, “Devorar la vida” es una invitación a vivir el momento con un arranque totalmente techno, continuando con la mántrica “Ying Yang Jung Venus”, arropado por los coros que le brinda con total acierto Aintzane con G de Gloria, antes de sorprendernos cantando en euskera por primera vez en su carrera en la rockera “Errigoitin”, un claro homenaje al terruño que después de tantas tormentas le ha brindando la calma que el bueno de Corco tanto necesitaba. Cerrando esta primera parte con “Inundaciones de Amor”, otra composición marca de la casa que será recibida con jubilo por su público que también parece escrita en primerísima persona, y cerrando en falso con el minimalismo a piano y voz de “Escúpeme”, idónea para cerrar sus próximos conciertos antes de acometer los bises. 

La sorpresa llega cuando nos enfrentamos al segundo vinilo, “Soledad”, donde para regocijo de fieles y neófitos asistimos a la regrabación de viejas grandes canciones de su discografía, por supuesto que no están todas las que son, pero sí una pequeña y acertada representación, arrancando con la fenomenal “Desde tu herida”, grabada originalmente para “Agrio beso”, que ahora ve mejorado ostensiblemente su sonido con nuevos arreglos y una producción más contemporánea, pero no será la única joya oculta del álbum. Avanzando en el cancionero disfrutaremos de un conjunto de acertados duetos que arrancan con la presencia de Jorge Martí, vocalista de La Habitación Roja, quien le acompaña en “La cárcel”, en una nueva toma que te arrastra, emociona y transporta a otro polo de existencia con sus veleidades a cantautor electrificado. 

En “cruz de respiración” cuenta con la colaboración de Marc de Dorian, tirando de Nacho Vegas para recuperar “Cine de verano”, otro bombazo que sienta al asturiano como anillo al dedo, rescatando de “Corcobator”, aquel trabajo en el que afloró el yo femenino de Javier; en otro trallazo como “Dame un beso de Cianuro” está acompañado por Alaska, en una versión down tempo y repleta de languidez que vuelve a sonar una vez más oscura, decadente y peligrosa, con ese particular cierre que invita a la locura; dejando a su buen amigo Andrés Calamaro “Susurro”, original del álbum “Editor de sueños”, a la que esta nueva mano de pintura en fenomenal compañía sienta a las mil maravillas, cerrando, ahora sí de forma definitiva, el capítulo de colaboraciones con su cercana Aintzane con G de Gloria en “El mar es mi corazón”. Pero cuidado que hay más, porque intercaladas entre las ya mencionadas en este segundo disco incluye revisiones en solitario de hitazos como “Carta al cielo”, poco que añadir a una de las letras más bonitas y crudas de nuestro rock, “Secuestraré al amor” y “A nadie”, contando con que todavía podría haber sacado lustre a su discografía que incluye otros temones como “Caballitos de Anis”, “Coches de choque” o la ya mencionada “La navaja automática de tu voz”, entre otras muchas glorias ocultas, este disco habla muy a las claras de quién es Javier Corcobado en nuestra cultura alternativa y dentro de nuestro panorama de autores libres de ataduras. 

Corcobado vuelve a destapar el tarro de las esencias con “Solitud y Soledad”. Su música, siempre distinta, sinuosa y atrayente, como casi todo lo prohibido, sigue manteniendo el embrujo de lo que es auténtico, visceral y vital, aquello que desprende tanta energía como una tormenta basada en la crudeza de una existencia sin tregua, un abismo que él conoce como pocos en nuestro rock. Cada uno de los pasos de su carrera llevan la etiqueta de “no aptos para todos los públicos”, sus andanzas, excesivas y dramáticas, hablan de todo aquello que importa y lo hacen con la crudeza y sinceridad de aquel que tiene un compromiso con el arte. Si en este país hubiera un mínimo interés por la cultura y una dosis justa de coherencia, Corcobado sería un artista de masas, como no las hay, se trata de un artista de culto con una discografía a sus espaldas que haría caerse de bruces a más de uno moderno de tercera, carente de riesgo y que solo saben de trucos publicitarios para oídos fáciles. “Solitud y Soledad” simplemente refrenda lo que ya sabíamos, puesto que la grandeza de Javier Corcobado es infinita, como la estupidez de aquellos que a estas alturas de la película todavía no le escuchan. Más claro, el agua.