¿Todavía no te has enterado de que Rosalía ha publicado un nuevo disco, cuyo título es “LUX”? Merece la pena escucharlo


Por: Guillermo García Domingo. 

A estas alturas ni siquiera el “observador imparcial”, ese personaje imposible, capaz de juzgar sin estar condicionado, propuesto por el filósofo John Rawls, podría ignorar la cantidad abrumadora de comentarios que el último disco de Rosalía, titulado "LUX", ha generado en un período de tiempo demasiado breve. La inmediatez obligatoria y la prisa consiguiente son preocupantes, y amenazan con avasallar a la crítica cultural y musical, que no se rige por las cláusulas del consumo rápido. En cualquier caso, intentaremos ignorar el ruido, apartar lo accesorio, y alcanzar el núcleo musical de “LUX”. Se trata solamente de un disco que contiene canciones, nada más… y nada menos. 

LUX, como todo el mundo sabe, es la palabra latina que designa a partir de la Edad Media la Luz con mayúsculas: la Luz divina, si bien es cierto, que, para ser justos, la historia de la intangible luz ya fue determinante en la filosofía platónica, y sobre todo lo fue para el misterioso Plotino. Por lo tanto el poder simbólico de la luz tiene un origen precristiano, y también fue adoptado por la cultura islámica en el mismo período medieval. Junto con la Lux hay otro concepto importante en la Edad Media, es el de claritas, crucial para establecer el canon de belleza vigente en aquel período. El disco de Rosalía emite una luz intensa que suscita visiones extremadamente bellas. La mayoría de las canciones deslumbran, sin embargo, otras, las menos, carecen de claritas. 

Las canciones luminosas son aquellas que no sufren el peso añadido de la sobreproducción, si es que existe una palabra así. Aquellas en las que la voz, divina, eso es indiscutible, de Rosalía suena con una pureza sobrenatural. Qué manía tan dudosa la de invitar a artistas a intervenir en canciones ajenas, sin que haya un propósito “claro”. Es lo que le ocurre a “Berghain”, que dios ampare a sus clientes habituales porque ya no podrán acudir a este club musical berlinés por culpa de la avalancha de turistas. Este tema está compuesto de varias partes, tal vez recordando las partes de una sinfonía, que no están fusionadas adecuadamente. La primera parte, muy breve, se asemeja a la música que acompaña a un anuncio grandilocuente de perfume francés, después un remedo de la obra de Carl Orff, “Carmina Burana”, a partir de los cánticos medievales, unos segundos después la bendita Björk, fuera de lugar, lo mismo que le pasa a Yves Tumor

Ahora bien, los demás temas son “otro cantar”. Rosalía ha construido una torre de Babel musical. La alternancia de idiomas que utiliza tiene sentido en la mayor parte de los temas. Queda la duda de si esta decisión responde al cosmopolitismo del estrellato global que la cantante representa actualmente o a otras razones. La Rosalía sin patria es la protagonista de “Reliquia”: una canción pop melódicamente insuperable. También lo es en “La perla” que pertenece al mismo género que “Rata de dos patas” de la mexicana Paquita la del Barrio. No desmerece a otras canciones de desdén hacia hombres indeseables.

No obstante, las canciones más destacadas son de dos tipos: aquellas en las que los arreglos y la instrumentación (con predominio de las cuerdas) no ahogan la autenticidad de la voz de la catalana. Remitimos a las imprescindibles, “Mio Cristo Piange Diamanti” y “Memória”, en italiano y portugués respectivamente y “Magnolias”, demasiado bella para ser ignorada. Y aquellas otras en las que ella misma regresa a su patria musical, otorgando nueva vida a ciertos palos flamencos, muy antiguos y populares, y a la copla folklórica. La primera que cumple estas condiciones es “Sexo, violencia y llantas”, que, como si se tratara de una introducción musical pone las cosas en su sitio respecto a la temática del álbum: “quién pudiera vivir entre los dos mundos”, encontrar la puerta que comunica el mundo profano y el sagrado, es la “puerta” a la que se refiere Patti Smith en la entrevista que tuvo lugar en Estocolmo, que Rosalía ha incluido en “La Yugular”. Este último, por cierto, es un tema complejo que el equipo o el taller que ha compuesto las canciones, a tenor de los créditos, ha sabido resolver mucho mejor que en “Berghain”, hay que escucharla y disfrutarla con mucha atención.

La siguiente canción que recorre el camino contrario al de la globalización musical es la petenera “Mundo Nuevo”, aunque al principio recuerda a una saeta, y lo mismo ocurre con “De Madrugá” o “La Rumba del Perdón”. Si no fuera así no habría invitado a intervenir en este tema a Estrella Morente y Silvia Pérez Cruz, dos de los mejores ejemplos de la vitalidad y vigencia que disfrutan los cantes tradicionales, sin que por ello ninguna de ellas incurra en la intransigencia de la pureza. Rosalía tampoco es, por fortuna, una virgen musical: ella es la responsable de “El mal querer” (2018).

Por esta razón expresada más arriba y por otras, sería precipitado considerar a “LUX” un disco religioso, pese a las referencias que incluye a la iconografía cristiana. Todas ellas remiten a ese sentimiento religioso popular que el cristianismo institucionalizado, a partir del siglo V, adoptó como propio y domesticó en su propio interés. La sangre como elemento vivificador, en las lágrimas de Cristo, o las letanías y salmodias repetitivas del rosario ya estaban presentes en las culturas anteriores al cristianismo. Hay, por el contrario, una espiritualidad defendida unitariamente en todo el disco, particularmente heterodoxa, puesto que emerge de la carnalidad. En un principio, la luz se creyó que era incorpórea, tenía un carácter espiritual, y no fue otro que Newton el que reveló que la luz no es, en realidad, un fenómeno espiritual, sino físico, es decir, corpóreo. Un descubrimiento semejante ha hecho Rosalía, puesto que es en el mundo sensual donde residen las experiencias más extáticas e intensas, sagradas, a fin de cuentas, residen en los pliegues de la piel de los amantes cuando se encuentran, en el olor a sudor de los asistentes a un concierto inolvidable, en las lágrimas verdaderas, en las palabras de un haiku escritas sobre el papel, es ahí y no en otra parte donde se encuentra la entrada que comunica ambos mundos, “primero amaré el mundo y después amaré a Dios”, afirma en su particular credo la catalana, la Rosalía, que prefiere el “Cantar de los Cantares”, la recreación de San Juan de la Cruz y su erótica latente y divina.

Este disco supone un escalón más en el crecimiento musical de Rosalía. Para dar este paso ha cogido impulso en un escalón del pasado, el de su extraordinario disco, “El mal querer”. En este mismo curso varios músicos que han cumplido ochenta años o les falta poco para cumplirlos han grabado discos maravillosos. El viaje de Rosalía desde su pueblo natal en Barcelona no ha hecho más que comenzar, aunque haya recorrido el mundo entero y visitado más ciudades de las que cualquiera haya podido visitar. Dentro de unos meses, cuando nos dé la gana, y no cuándo los dicten los dueños del comercio musical, escucharemos de nuevo este hermoso conjunto de canciones, y auguro que lo disfrutaremos todavía más.

Joaquín Talismán: "No hay que tener miedo a donde te pueda llevar lo que tú eres"


Por: Kepa Arbizu.

Buscador impenitente de ese paraíso en forma de melodía, un anhelo perseguido a través de múltiples proyectos y firmas diversas, Joaquín Talismán persigue su rastro en esta ocasión, escoltado de su banda Los Chamanes, por medio de un trabajo donde afila su sonido eléctrico. Porque "Límites" es un álbum lleno de vigor y energía que, más allá de ser el resultado de reunir sobresalientes composiciones, bebe de la tradición del power pop enraizado a las guitarras para poner rumbo, con escalas en Bo Diddley, los Kinks, The Who o Nacha Pop, hacia ese paisaje que nace más allá de las lindes de nuestro espacio habitual. 

Y ya no estamos hablando en exclusividad de música y sus manifestaciones, sino también de un mensaje vital que llama por igual a desobedecer mandatos que no procedan exclusivamente de nuestra propia voz como a desoír el relato que de uno mismo intentar trazas desde fuera. Todo un ejercicio de liberación enunciado a través de un excelente trabajo del que hablamos con su autor. 

“Límites” es un disco que, sin descuidar en absoluto su carácter melódico, es especialmente eléctrico y roquero, ¿hay una relación entre el tipo de sonoridades escogidas para un disco y tu propio estado de ánimo o de qué depende esa elección?

Joaquín Talismán: Pues creo que, digamos, respecto a lo que es cada canción concreta sí que depende un poco del estado de ánimo, o más bien de qué es lo que la canción, y eso incluye también la letra, está pidiendo. Pero desde el punto de vista del álbum completo no me suele apetecer repetir el sonido del álbum anterior en el nuevo trabajo que tengo entre manos. Correría el riesgo de aburrirme y, con ello, aburrir a los demás. Pienso que uno de los objetivos deseables en un artista a nivel creativo es intentar ser identificable sin repetirse. A veces aciertas el tiro y otras no tanto, pero forma parte del proceso y es motivador. 

Igualmente es un trabajo muy dinámico, que esparce los “límites” de tu estilo, ¿ese eclecticismo se busca conscientemente o se encuentra de forma inesperada? 

Joaquín Talismán:  Lo que hago es sencillamente no autorestringirme, seguir una corazonada movido por la curiosidad de hacia dónde me puede llevar. La canción, y seguramente tu propia apetencia, a la larga te van guiando. Y es después, cuando ya tienes ese objetivo, cuando eliges si ese sonido te gusta, si te sientes “tú” en él o no. Eso también es necesario para no caer en la ausencia de criterio, pero antes debes haber logrado alcanzado esa meta.

Por otra parte, además de mi propio proyecto, he colaborado como guitarrista en otros muchos muy dispares, y creo que eso ha hecho encajar en mi cabeza estilos y sonidos, a priori algo distantes, de una forma natural. 

Toda esa participación en diversos proyectos, ¿es una consecuencia de una hiperactividad musical o una forma de dar salida a otras facetas que no encajarían bajo tu nombre? 

Joaquín Talismán:  Pues seguramente sea un poco de todo eso, sumado a que tengo amigos que necesitan un guitarrista y a mí me encanta desempeñar ese papel en sus proyectos. Aunque en mis discos grabo la mayoría de las guitarras, luego con el grupo, en directo, me centro en cantar y dejo a Pedro el peso de los arreglos, es un gran músico y me siento muy a gusto tocando con él. Ocurre que yo también soy guitarrista, y cuando toco en otros proyectos, tener la oportunidad de centrarme en ese papel mientras es otro quien canta es algo con lo que disfruto mucho. 

En varios temas compartes o cedes la autoría a otros miembros de la banda, ¿esa faceta más colaborativa ha ayudado también a ese aspecto variado del disco?

Joaquín Talismán: Totalmente. Las letras de Román llevan esas canciones a lugares a los que yo no las habría dirigido, y eso enriquece el álbum en su conjunto. Luego está “En un segundo”, que es una canción con música de Pedro Casanova y letra mía. La tocó en una cena con amigos, aún sin letra, y pensé inmediatamente que ese tema tenía que entrar en el nuevo disco. 

“En un segundo” me parece una maravilla, es mi preferida...

Joaquín Talismán: Tiene ese tono melancólico que fue lo que me enganchó desde el primer momento en que la escuché. Creo que es una de las que más redondas han quedado de todo el disco. A Carlos Campoy se le ocurrió ese arreglo de clavicordio con el que comienza y termina la canción y que le da todavía un rollo aún más sesentero. 

Intercalas discos firmados en solitario con otros en compañía de la banda, ¿a la hora de componer sabes de antemano para qué tipo de formato está encaminado o es una decisión que se toma después? 

Joaquín Talismán: A la hora de componer no, pero en el momento de elegir qué canciones de las que tengo preparadas van a entrar a formar parte de un disco, sí. Los Chamanes es un grupo de rock y tiene un sonido propio, por eso si las nuevas canciones que tengo tienen ese corte, o si simplemente me apetece hacer un disco que estilísticamente va en la dirección del grupo, lo hago con ellos. Mis discos en solitario habitualmente tal vez se dejan llevan por vientos más dispares. 

Un elemento común y protagonista del disco es el peso de los riffs, ¿lo sentiste así en el proceso de composición? 

Joaquín Talismán:  Seguramente sí... Después de un disco más liviano como fue “Brújula y sextante” cogí con ganas la eléctrica. 

Más allá de esa ausencia de límites musicales en el disco, su título alude también a los personales, ¿enfrentarse y superar las barreras conlleva una amplitud de miras también en lo creativo? 

Joaquín Talismán: Creo que no hay que tener miedo a donde te pueda llevar lo que tú eres, y lo que como artista puedas ofrecer como consecuencia de tu evolución personal. Seguramente será algo más tuyo, y más interesante para los demás. El error, en mi opinión, es encorsetarse

Los textos del disco parecen navegar en esa incertidumbre entre lo que se es, lo que se quiere ser y lo que se debería ser, ¿a la hora de escribir sentías que estabas trabajando sobre un contexto global común? 

Joaquín Talismán:  Al escribir la letra de “Límites” vi por dónde podía ir el tema central del disco y, aunque no estaba en mi cabeza constantemente, seguramente haya calado a la hora de realizar todas las canciones. A fin de cuentas, esas tres cuestiones que mencionas acompañan la existencia de todos a lo largo de nuestra vida, ¿no? Por otro lado, el empeño por no dejarte atrapar por la idea que otros se hayan hecho de ti, escapar de esa sensación, es algo que aparece también de una forma u otra a lo largo del álbum. 

Cada una a su manera, “Alguien como tú” y “Plan B” observan con recelo todo ese relato que induce a ser más que nadie, a la búsqueda de lo material por encima de todo, ¿este tipo de pensamientos produce monstruos? 

Joaquín Talismán: No sé si produce monstruos, pero intuyo que no conduce ni a tu felicidad ni a la de los que te rodean. Creo que una dosis de ambición es buena para tener el impulso que se necesita a la hora de abordar proyectos, o simplemente de afrontar la vida, pero si te pasas, seguramente te va a traer más disgustos que alegrías. 

En uno de los versos de “Caos particular” dices que “Hay que sortear tantos intereses, para no acabar entre zorros y serpientes”, ¿a lo largo de tu carrera has tenido que alejarte de ciertas aspiraciones para no acabar fagocitado por algo que no querías ser? 

Joaquín Talismán: Pues sí, pero seguro que es algo bastante común y le ha pasado a casi todos. Más de una y de dos personas se habrán sentido alguna vez empujadas en una dirección que en el fondo no desean, o simplemente invitadas a limitarse a un papel que a alguien le conviene o simplemente le resulta cómodo. Siempre puedes decir “Mira, no he venido a este mundo a hacer lo que esperas de mi”. Probablemente tendrá un precio, pero seguir tu propio camino vale más, al menos para mí. 

A lo largo del disco hay una capa de fina ironía, ¿a veces es el mejor recurso para enfrentarse a la vida? 

Joaquín Talismán: Si no se convierte en cinismo ni insensibilidad, creo un poco sí que puede ayudar. No se trata de tomarlo todo a broma, pero estar un poquito alerta, no dramatizar cualquier revés, y tomarte algunas cosas con cierto humor, allana el camino. 

Y el hecho de contar con tu propio sello, Perdición Records, ¿repercute positivamente a la hora de ponerse a trabajar en un disco sabiendo que no vas a tener que luchar para encontrar quién lo publique? 

Joaquín Talismán: Te da tranquilidad en ese sentido, pero también trae como acompañamiento algunos quebraderos de cabeza en otros aspectos. Tienes que pensar en financiarlo, en cómo lo vas a promocionar una vez hecho, etc… Lo cierto es que a mí, a estas alturas, me resultaría muy difícil ponerme a discutir con otros sobre qué tipo de disco hacer o no hacer, me he acostumbrado a hacer lo que me da la gana en cada momento, y es algo que valoro enormemente.

Lepanto + Sara Banda: La diversificación del pop


Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Viernes, 21 de noviembre del 2025.

Texto y fotografías: J.J. Caballero. 

Casi perdemos la cuenta de los eventos, propios o ajenos, en los que los miembros de El Colectivo, el frente abierto más activo e implicado de Córdoba, han participado de un modo u otro. Dejándose la piel siempre y apurando recursos más de una vez, su radar se reprograma a la búsqueda de los sonidos y conceptos adecuados para presentar a un público que se expande o encoge en función de fechas, meteorologías y logística. Era posiblemente la ocasión menos propicia para que en una tan desconcertante en cuanto a cultura musical coincidieran en tiempo y espacio dos proyectos tan dispares y tan tapados del oído común como los que a continuación se describen. ¿Resultado desigual u objetivo satisfecho? Ambos conceptos son válidos si aseguramos la diversión, y de eso saben –sabemos- quienes ya tienen más de una lección aprendida. Incluido el personal de la sala Ambigú, apoyo perenne e imprescindible en noches poco dadas a riesgos innecesarios.

Lepanto es el proyecto ideado por un gigantesco almeriense Manuel Carmona, anteriormente implicado en algunos de los grandes nombres de la escena local (Casino y Cables Cruzados), ahora vistos como especie de cantera para fraguar sus verdaderas inquietudes sonoras. Tras grabar y publicar un EP más que esperanzador en el mítico estudio de Paco Loco, un aval prestigioso del que partir, se lanzaron a la aventura discográfica a lo grande en 2021 como preámbulo a la actual apuesta, otro disco largo que está a punto de ver la luz y del que el trío completado por el granadino Juanrra Fernández (habitual de este escenario desde el otro lado, no en vano residió en Córdoba durante un buen período de tiempo) en la batería y Ángel Peñalver a la guitarra andan adelantando en directo temas de pop potente como “Siento” o “Yakuza”, alternando medios tiempos con algún que otra dentellada power pop, terreno en el que tal vez debieran brillar con más frecuencia. Es ahí, cuando la base rítmica eleva el tempo, donde el habitual lado amable de su sonido afila las garras y llega a picar. Estandarizan el sonido en “Lírica” sin salirse de claqueta y juguetean con una leve psicodelia en los vaivenes rítmicos de “San Martín” y una “Adicción” mucho más salvaje y levemente adictiva a la que nos dejan entregarnos después de atreverse a revisar el célebre “Yo soy aquel” sin pedir permiso, o eso parece, al mismísimo Raphael por tamaño afortunado atrevimiento.

Dice Sara Villafuerte que normalmente su estado de ánimo se sitúa “mu p’arriba” y que la música la ha salvado con frecuencia de todo tipo de amenazas emocionales. Esta profesora de secundaria y experta en guitarra clásica es además una gran activista en torno a la violencia de género (su canción “Mariposas” explica muchas cosas y desvela muchos de sus secretos) y habitual de escenarios y eventos donde la acción social sea el motor y la meta. El sonido de Sara Banda, el nombre de un proyecto que inició su andadura discográfica hace once años, se basa en su admiración por la música de Javier Ruibal, Luis Pastor, Pedro Guerra o el virtuosismo a las cuerdas del argentino Victor Pellegrini, entre otros nombres de referencia. Escucharla en directo acompañada de una banda mutante pero cómplice es una buena ocasión para comprobar por qué los amantes de ese buenrollismo musical que a algunos se nos atraganta la siguen teniendo en alta estima. No se despega salvo en contadas ocasiones de las enseñanzas de una Amparanoia encantada de conocerse y mira en diagonal a grandes voces latinas como la de la inmensa Lila Downs, salvando las distancias. Títulos como “Callejeando”, “Puesta a tierra” o “Sin destino” largamente guardados para el momento de insuflarles cierta electricidad, o invitaciones al baile no exento de conciencia como “Tambalean” definen la propuesta de una artista que no es más que lo que aparenta, aunque se reconozcan ciertas carreteras secundarias a una autovía principal por la que acecha la sombra de la monotonía. Una de ellas, la del blues aportado por la guitarra y un bajo de base funk que ojalá doten a las futuras composiciones del mordiente del que adolecen. 

Así, con la amabilidad por bandera y la accesibilidad como excusa, concluyó otra cita llena de concordia, complicidad y fe. La que tenemos pese a todo en el trabajo y el conocimiento de gente en la que creer sin condiciones ni condicionamientos. La próxima será mejor, o por lo menos diferente, y ahí es justo donde radica el (buen) gusto y la esperanza en un futuro que, en contra de lo que el cielo anunciaba, parece por momentos mucho menos oscuro.

Depresión Sonora: “Los Perros no entienden de Internet” (Y yo no entiendo de sentimientos)


Por: Javier González. 

¿De qué forma se puede empezar a escribir un amago de reseña cuando se siente absolutamente vencido tras la escucha de un magnífico disco? ¿Es necesario tratar de aportar el más mínimo matiz acerca de un conjunto de canciones que hablan por sí mismas de una manera tan elocuente? 

Y es que el segundo larga duración de Depresión Sonora, el alter ego tras el que se esconde Marcos Crespo, derrocha una extraña belleza repleta de espinas en su contenido que en pocos segundos se convierten en un torbellino incontenible que arrastra desde la primera nota, golpeando con su certera mezcla de crudeza y una crepuscular armonía solo apta para todos aquellos que nos sentimos como perros abandonados ante la insensibilidad de la gran ciudad. 

Es cierto que las expectativas sobre la música que factura el vallecano siempre son altas, algo a lo que ayuda el hecho de que hasta ahora no se le conozca una entrega fallida, pues ya sea en larga duración o Ep siempre atina con el disparo para hacer blanco en el centro de la diana; el tema es que en esta su segunda referencia en formato LP ha conseguido facturar un trabajo redondo, sin renunciar al sello personal que caracteriza su música, donde el post-punk marca el eje en un cancionero que va más allá, creciendo a nivel instrumental y regalando una vez más un puñado de fraseos memorables en los que deja claro su cansancio, desesperanza y nihilismo, atacando con ojo clínico a la realidad hiperconectada de nuestros días, mientras va poniendo sobre el tapete los males comunes que nos afectan con todo el alma, tripas y corazón posibles volcados en cada verso como si la vida le fuese en ello.

“La balada de los perros” te sumerge en un mar de dudas donde las certezas son quimeras acomodadas entre sintetizadores amables y un regusto a pop de alta escuela que hubieran firmado Family; el post-punk saltarín de “Sin volverme loco” invita a desaprender sin perder la cabeza, temazo en toda regla con un bajo matador y querencias que hubieran hecho suyas las mejores las bandas ochenteras de Mánchester; en una línea similar se mueve “La ley del pobre”, entre lo explícito y el romanticismo más exacerbado. Puro Morrissey, vamos. “Guárdame este secreto” conmueve en su totalidad, tanto en lo relativo a la musicalidad, un pop de tintes dark acertadamente arreglado, como por esa letra que se convierte en mil cristales pequeños haciendo clavados en el corazón, perfecto contraste con la inicialmente discotequera “Domingo químico”, que se va abriendo hasta romper en absoluto bombazo; cerrando la primera parte con “No te hables mal”, otro post-punk notable con estribillo intenso y pleno de oscuridad, donde Marcos nos susurra miserias al oído en una onda que le emparenta con The Cure en “A Forest”. 

“Éxodo 32: 15-28” es una sorprendente adaptación del versículo donde Moisés baja del monte con las tablas de la Ley, aquí parece dejar atrás las normas y establecidas, fantaseando con una nueva realidad, a la que sigue “Cómo será vivir en el campo”, un trallazo donde fantasea con dejar atrás las cadenas y por fin comenzar a vivir dejando de ser una “rata”; “Desordenarlo todo” es una historia en las que mira atrás sin miramientos, con dolor y la extrañeza de ver la realidad actual. Y así llegamos al momento más crudo, sincero y brillante del disco con la genial “Me va la vida en esto”, poesía existencial ante la que es imposible no romperse por dentro, aquí la pluma de Marcos se explaya con suma brillantez, demostrando que es un enorme escritor de canciones, algo que por supuesto ya sabíamos, pero es que en este caso es sobresaliente su desempeño y conviene recalcarlo.

Nos acercamos al final con la electrónica casi techno de la brillante “Vacaciones para siempre”, donde nos quedamos con su “revuelta de extrarradio”, cerrando capítulo con la tonada lo-fi “Que pena que nos vayamos a olvidar”, en la que ya, convertidos oficialmente en perros callejeros abandonados, nos damos cuenta de la grosera derrota de la que hemos sido participes en forma de vida miserable, mientras ciertas canciones como estas nos sirven de consuelo.

Al rematar la escucha no queda más remedio que pulsar de nuevo el “play” para volver a enfrentar a estas melodías y letras, embriagados por una maravillosa y agridulce sensación, cayendo con gusto en un doloroso bucle que nos acaricia con púas electrificadas en mitad de una calle vacía y oscura, pero que sin embargo nos calma y reconforta. Doce canciones fenomenales que vuelven a dejar claro lo que ya sabíamos: detrás de este proyecto hay un genio con un lenguaje propio que conecta a ras de calle con las nuevas generaciones, sin trucos publicitarios ni efectos millonarios. La esperanza contra la desesperanza habita en los barrios, donde el talento no lo marca ni el presupuesto ni las campañas de marketing. Bravo, Marcos.

Entre el desamor y la esperanza: El corazón de Chico Jorge


Por: Gemma Ruiz Ansó. 

Jordi Bastida no necesita presentación. Su guitarra ha sonado en algunos de los proyectos más destacados del indie nacional y su nombre lleva años ligado con el de bandas como Sidonie y Alizzz. Ahora, bajo su proyecto personal y ya conocido como Chico Jorge, desde que sacara su primer EP de debut de 2021, lanza su primer disco largo, "Uno de esos días", donde lejos de rechazar la tristeza, la abraza y se la explica a sí mismo. Desde el 24 de octubre podemos escuchar estas diez canciones de indie-pop ruidoso que hablan del amor en todas sus formas: del deseo y la distancia, del duelo y la paciencia, de perderse y volver a encontrarse. Un trabajo que, aunque melancólico, mantiene siempre viva la llama de la esperanza.

Y así se lo demuestra Jordi Bastida en "Uno de esos días", canción que da título a este disco y, donde lejos de huir en un día malo, “por favor venme a buscar que hoy he tenido uno de esos días que olvidar” busca ayuda, cuidado y salvación. Porque, ¿quién no necesita desahogarse con un buen amigo en un día gris?. Y así lo agradece en “hiperventilación”, donde no solo busca ayuda, si no que da las gracias al refugio de la amistad y a las risas como buena medicina “menos mal que hoy te voy a ver…en el bar para hablar y reírnos de la mierda que ha subido poco a poco…”.

En sus canciones, las guitarras dialogan con sus versos: pueden sonar frenéticas, rotas o afiladas, pero siempre al servicio de ese verso melancólico y romántico que define su voz. Diez canciones donde conviven emociones opuestas y donde nada es blanco o negro. Son de amor del tipo meteórico y cegador que ahora duele como el de “eres un sol”; o del que además de doler hace daño, “pronto voy a explotar si no reparto mi amor…” como explica en “cupido enamorado”.

Y si seguimos hablando de amor, Chico Jorge prefiere el de echar de menos a olvidar “quiero dejar de pensar en verte una vez más…” que expresa en los melancólicos acordes de “cigarrillos” o, la contradicción de no reconocer al ser que habitas en la antesala de un gran cambio que no termina de llegar, como en “lejos de la piel”: “pronto estaré bien lejos de mi piel que no quiere caer…”.

El corazón de Jordi Bastida late tan fuerte y con tanta sensibilidad que consigue entrelazar el desamor y el duelo en dos piezas tan diferentes como “¿dónde está mi corazón?” y “¿quién reinará en el Born?”. Dos canciones opuestas en tono pero unidas por la misma emoción, la de la pérdida; la primera deja soltar la rabia por un amor perdido “aún no sé dónde está mi corazón si lo ves, por favor: dime si te va bien que me pase a recogerlo, solo quiero despertar y no temblar.” La segunda, en tono más delicado, funciona como un canción de cuna que sirve como despedida para su gata Agustina “sigo el rastro de los mirlos que han dejado de cantar, sigo y sigo aturdido.”

Solo los dos temas que cierran este disco se entregan a emociones tan puras como el desprecio y la nostalgia, respectivamente. “Fantasma”, la primera, “apuntas y disparas para hacer diana en la puta cara sin sentir apenas nada” y “vacío querido”, la segunda, “veo la noche derretirse con el sol, a las seis tumbado en el suelo del comedor, con un vaso más de vino para ahogar el vacío que respiro cuando no estás”.

Con referentes estilísticos de la talla de Deerhunter, Wilco o The Strokes, Chico Jorge ha comenzado a defender en directo (su puesta de largo fue en Barcelona el jueves 13 de noviembre) su proyecto personal.

Dom Mariani: “Apple Of Life”


Por: Txema Mañeru. 

La verdad es que nos encanta, en general, la música australiana. Entre sus nombres más destacados siempre ha estado, para un servidor, el del gran Dom Mariani. Merecido icono del power-pop, entre otros estilos, como puedan serlo The Chevelles, Hoodoo Gurus o Paul Kelly. Pero Dom es mucho más aún. Sí, ha estado al frente de bandas tan imprescindibles como The Stems (desde aquí te recomendamos su espectacular y reciente disco en directo para Folc Records), DM3 o The Someloves., pero ha tocado también y tiene discos con Stonefish, The Majestic Help o Baggage Handler. Por si fuera poco lleva ya más de una década componiendo la mayoría de las canciones del estupendo combo de hard-rock psicodélico setentero Datura4. Con su último trabajo, “Neanderthal Jam” (Alive Records Natural Sound / Popstock!) estuvieron girando de nuevo entre nosotros y dejando un excelente sabor de boca, al igual que con el último regreso con los magníficos The Stems. Recordando el título de su obra maestra, “Al First Sight Violets Are Blue”, decir que a primera audición son más que recomendables todos y cada uno de los proyectos de Mariani. 

Igualmente lleva su firma algún disco, y algún amplio recopilatorio a su nombre, como el recomendable “Homespun Blues & Green”, con el que debutó en 2004 con la destacada producción de Mitch Easter (R.E.M., Let’s Active). Un gran disco de power-pop. Ya entonces le ayudó en muchas composiciones Jeff Baker, quien ahora sólo le ayuda en dos de los 11 nuevos y excelentes temas. También repiten músicos del calibre de Tony Italiano y Stu Loasby. Además, se unen a la fiesta dos de sus más importantes compañeros en los Datura4 como son Bob Patient, con el destacado Hammond y el piano, o Joe Grech al bajo. Luego están los numerosos detalles con la pedal steel de Luke Dux (Kill Devil Hills, The Floors), o Pete Busher (The Lone Rangers) y la importante guitarra acústica en muchos momentos y sus espléndidos coros. Coros a los que se suman otras cuantas voces en diferentes canciones. No falta algún teclista más en composiones sueltas o el gran solo de guitarra de Michael Menna en la estupenda apertura de la cara B, "Breaking Point". Un tema lleno de energía y en el que también destaca un guapo Moog ochentero al estilo de The Cars con la firma de James Newhouse.

Pero quién más brilla en el nuevo disco es el propio Dom con un montón de instrumentos, todas las composiciones y la brillante producción. Desde "Breakaway" hasta "Jangleland" estamos ante una gozada para los amantes del power-pop y con esos detalles vocales e instrumentales de los que ya te hemos adelantado algo. Este segundo disco en solitario arranca con los riffs poderosos repletos de garra que trae su "Breakaway", en la que brillan unos buenos coros femeninos. Luego llega el segundo single y tema titular del disco. Una preciosidad con triples guitarras que puede remitir a los Go-Betweens en los momentos más calmados, pero también a The Replacements en los más enérgicos. El estribillo a varias voces y los maravillosos coros ponen un gran colofón a una pequeña obra maestra. Hay más destacados estribillos. Es el caso de la también enérgica "World On Its Head", que antecede a un precioso lento, "Sad State Of Affairs". "Where Do Lovers Go" es una preciosa balada para enamorados con divina pedal steel y una de las dos composiciones en las que le ayuda Baker. Más de seis minutos que se hacen cortos.

La cara B ya te hemos dicho que arranca muy arriba con la citada "Breaking Point". Regresa al amor y a las baladas preciosas repletas de mágicos coros y guitarras con otra maravilla titulada "Jealous Love". "Oh Angeline" es una preciosidad sesentera como algunas de The Hollies, también por sus voces y de nuevo esos detalles con la divina pedal steel y con el piano de Anthony Fenner. "Take It All Back" es otra de esas baladas que se te clavan con sus estupendos coros y, de nuevo, esa sentida pedal steel de Luke Dux y la ayuda en la composición de Baker. 

Cierran por todo lo alto con el lógico primer single titulado "Jangleland". Una gozada soleada y muy jangle-pop con aires a la Costa Oeste y hasta ecos a The Byrds o The Turtles. Las armonías vocales vuelven a protagonizar el tema, así como su guitarra de 12 cuerdas. Mencionar también que "Day After Day" es la cara B de este destacado primer single. No está en el LP, pero es una joyita melódica con exquisito piano que puede gustar a los seguidores de los REM más melódicos y reposados. También soleados como esta maravilla. Ojalá pudiera acercarse también por estos lares para traernos las canciones de este celebrado regreso a su olvidada senda en solitario.

The Last Dinner Party: “From The Pyre”


Por: Nuria Pastor Navarro.

Es curioso cómo la hoguera es lugar de purificación, pero también de sacrificio. De regeneración, destrucción. Es cuna de multitud de historias, es simbiosis de luz y violencia. Es símbolo, alegoría, mito. Y también piedra angular del arte de las chicas de The Last Dinner Party.

Este grupo goza de una juventud literal y personal: las cinco componentes se mueven aún en la franja de los “veintialgo”, y comenzaron a tocar juntas hace apenas un lustro. Como otros muchos, se conocieron en la etapa universitaria alternando entre clases y pubs londinenses, y no mucho después agarraron sus instrumentos. La pandemia que marcó sus inicios no fue un impedimento demasiado grande: para 2022 ya estaban abriendo el concierto de los Rolling Stones en Hyde Park. Y así comenzó la hermandad de Abigail, Lizzie, Emily, Georgia y Aurora que, aunque con poco recorrido, ha conseguido cautivar a miles de oídos por todo el mundo. Su primer álbum, “Prelude To Ectasy” (2024), acierta de lleno con el título. Esta congregación de canciones hace de preludio al éxtasis, abriendo la puerta del maravilloso mundo de mitos que las chicas nos ofrecen.

Este trabajo dejó más que claro el estilo de las Last Dinner. Temas como “Burn Alive”, “Sinner”, “My Lady Of Mercy” o —uno de los más conocidos— “Nothing Matters” recurren a una simbología que pelea entre la religión y el paganismo. Con un pop retorcidamente tétrico consiguen calar la estética barroca en las partituras. En otras palabras, The Last Dinner Party son algo cercano a un aquelarre moderno.

La espera para otro álbum no ha sido muy larga. Un año y medio después llega “From The Pyre” —de nuevo, brillante título—, un disco que se mantiene en la línea temática y musical del grupo con claros paralelismos con el anterior, pero también con mucho más que ofrecer. Esta fiesta dionisiaca comienza con “Agnus Dei”, una canción de amor con un ritmo animado que, aun así, se vale de metáforas terroríficas como el apocalipsis o las tumbas. Y ahí radica la belleza de Last Dinner: coincidentia oppositorum. El tema amoroso prosigue con “Count The Ways”, que nos recuerda un curioso hábito de la banda: los rápidos cambios de ritmo. Y es que la profunda voz de Abigail a veces parece tener una personalidad en las estrofas y otra diferente en el estribillo, haciendo que las canciones parezcan coloridos mosaicos que mezclan luces y sombras. Cabe mencionar que esta no es una mala cualidad, ni hace que el resultado musical sea peor. Simplemente es una de las marcas de identidad del grupo, como podría ser una pieza de joyería, un peinado o esa chaqueta que tanto te pones porque te encanta.

La racha amorosa se rompe con uno de los singles: “Second Best”. Esta ruptura está ilustrada, de nuevo, a base de elementos a simple vista muy diferentes. Una intro coral, casi angelical, se junta a un estribillo rabioso, rockero, y todo ello es simplemente maravilloso. Como cabría esperar, la teatralidad es también un punto importante en la música de la banda. En su eterna creatividad, consiguen convertir un caso de “ghosting” en un baile de inspiración western. “This is the Killer Speaking” va seguida de otros temas igualmente cargados de alegorías como “Rifle”, “Woman is a Tree” o “I Hold Your Anger”, que valiéndose de lirismo, descaro y buen ingenio musical suenan casi como himnos. Temas como la violencia, la degradación de la naturaleza o la presión social sobre las mujeres protagonizan este pequeño manifiesto.

El final del álbum se va acercando con “Sail Away”, una delicada balada que desborda nostalgia y anhelo, y “The Scythe”, uno de los temas más populares. En él, las chicas se enfrentan a una despedida con un “te veré en la próxima vida”. Guadañas y fiestas discotequeras se entremezclan, resultando en una extrañamente optimista metáfora de la muerte. Y como colofón, podemos disfrutar de la canción “Inferno”, en la que las artistas se presentan como Jesucristo o Juana de Arco —que probablemente habría sido muy fan de Last Dinner de haber existido en el siglo XV—. El tema narra la lucha por sobrevivir al día a día mientras intentas encontrarte a ti mismo. El dantesco nombre ya lo anuncia: el álbum cierra con una nota algo agridulce, aunque eso no nos quita el maravilloso camino que se recorre a lo largo de las diez pistas.

Todo este viaje musical es marca de las influencias que The Last Dinner Party lleva dentro, y es que estas chicas parecen hijas de Lana Del Rey y Florence + The Machine, criadas por Fleetwood Mac a base de escuchar discos de David Bowie. Una mezcla extraña, ambigua, pero que casa sin problema alguno. Son artistas y, a la vez, arte en sí mismas. Muchachas que pisan fuerte y no temen en ningún momento sacarnos la lengua desde la pira.