Andrés Calamaro: "Bohemio"

Frente a las formas híbridas que siempre han caracterizado a los discos de Andrés Calamaro Bohemio (2013) abre una veta nueva en su carrera: poco más de media hora de puro y sencillo soft-rock, lleno de pespuntes de guitarras slide y suaves teclados. Aparentemente cocinado sin esfuerzo y listo para una engañosa digestión rápida. 
(contaminados por el rock stoniano, la cumbia, el tango o el reggae, entre otros muchos estilos), el flamante

Lejos quedan ya las interminables sesiones suicidas y tóxicas de Honestidad Brutal (1999) y El Salmón (2000), la experimentación sin red y los discos dobles, quíntuples. El porteño deja atrás también, al menos temporalmente, los álbumes consagrados a tributar el cancionero latinoamericano y un penúltimo álbum disperso, tan irregular como infravalorado, lleno de lujosos featurings (On The Rock, 2010). 


El nuevo plan de trabajo es rápido e indoloro: el músico convoca a una banda totalmente renovada, a excepción del guitarrista Julián Kanevsky, y juntos ensayan y graban en poco tiempo diez canciones nuevas. La mano derecha de Calamaro, Cachorro López, se convierte en el auténtico director musical de la obra, conduciendo y dando la forma definitiva al armazón musical. Andrés se limita a cantar (bien), y el resultado llega a nuestras manos en poco tiempo. Su autor lo define de inmediato, era de esperar, como “el que podría ser su mejor trabajo”. 

Puede que Bohemio no sea uno de los mejores discos de Andrés Calamaro. Cuenta con antecedentes demasiado heroicos, sombras aún muy alargadas. Pero sí es un álbum grato, con ráfagas de inspiración y mucha hondura, pese a que en las primeras escuchas parece traslucir ciertas trampas: sorprende el intenso reciclaje de versos ya fijados en el repertorio calamariano clásico, algunas estructuras acomodadizas y una sensación general de obra tan asequible como poco trabajada. Sin embargo, uno pronto se rinde a la evidencia: el fraseo y la destreza melódica de Calamaro mantienen intacto el don de la emoción, y el disco esconde sutiles hallazgos instrumentales. 

Bohemio pide oídos abiertos, y un rodaje incompatible con los veredictos apresurados que suelen acompañar a las actuales escuchas-relámpago. Además, debería ser la entrega que le rehabilitase ante el sector de su audiencia más injustamente beligerante con los últimos movimientos discográficos del autor de Alta Suciedad (1997). 

Belgrano. El arranque de Bohemio comparte la sangre y las tripas de “Con Abuelo” y “No Tiene Perdón”, viejas canciones en las que Calamaro eternizó su gratitud hacia dos amigos (músicos) caídos en combate: Miguel Abuelo y Pappo Napolitano. Belgrano es el barrio de Buenos Aires que vio crecer a Luis Alberto Spinetta (1950-2012), uno de los más insólitos y complejos poetas de la moderna música latinoamericana, y el punto de partida de esta nueva y emotiva carta de despedida. 

Rock arrastrado y solemne, con hermosos apuntes de steel guitar y armónica, “Belgrano” es en cierto modo la antítesis del largo vómito dylaniano que desbordaba en “Con Abuelo”. Una composición en la que el dolor se intuye más elaborado y se extirpa con las palabras justas, pese a su densa exposición de reflexiones ante la muerte. 

Cuando no estás. En éste primer single se concentran muchos de los ganchos y fórmulas de una típica canción de Andrés Calamaro: el desarrollo a golpe de anáforas y crecidas, los versos encajados in extremis, la ansiedad ante el amor perdido. El título tiene origen bolerístico y, como los mejores boleros, “Cuando no estás” funciona por su verdad desnuda y total transparencia: “Cuando no estás / la soledad me aconseja mal”. 

Tantas veces. Entre otras muchas cosas, Bohemio es una gran montaña de citas, directamente injertadas de obras propias o ajenas. No es la primera vez que Calamaro emplea estos trucos. Basta recordar los fragmentos de “El Día Que Me Quieras” (Carlos Gardel) o de “Martin Fierro” (el poema épico del argentino José Hernández) intercalados en las versiones en directo de “La Parte De Adelante” y “Estadio Azteca”. Los guiños a “La Balsa” (Los Gatos) y “Hoochie Coochie Man” (Muddy Waters) en “Pasodoble de los Amigos Ausentes”. O los versos de Leonardo Favio cosidos en la letra de “Las Oportunidades”. 

Tantas Veces” da un paso más allá, al estar casi completamente edificada a base de guiños: versos del bolero “Perdón” (Pedro Flores) en el estribillo, y una serie de alusiones explícitas a, de nuevo, “Martin Fierro”, Los Rodríguez, “Chicas” (canción del propio Calamaro), el tango “Naranjo En Flor” o la película “Love Story”, de donde se recicla aquella recordada frase promocional que nos aseguraba que “amar es no decir nunca lo siento”. 

En este caso, el collage es el medio para emprender la enésima vuelta de tuerca al asunto de la culpa y su reparación. Y funciona también como una especie de cartografía personal (musical, literaria) que cobra pleno sentido en un disco que tiene mucho de recapitulación, de inventario. 

Rehenes. Musicalmente, el modelo obvio de “Rehenes” parecen los Travelling Willburys, cuya sombra irán entrando y saliendo del disco con asiduidad. Pero hay al menos un indicio, en la letra, que permite intuir detrás un conjunto de retazos biográficos de la época brutal y camboyana. Los protagonistas se ocultan conscientemente tras el baile de personas gramaticales, pero la mención a los “rehenes atados al piano rojo” remite directamente a uno de los símbolos reconocibles de aquel período. 

El piano rojo presidió el madrileño apartamento / estudio de Andrés Calamaro, durante su etapa de composición y grabación ininterrumpida en el cambio de siglo. Sobrevivió, dicen, al episodio narcótico que terminó con el impacto de un bate de béisbol, y fue finalmente rescatado de lo que pudo acabar en naufragio. Siete años después, el instrumento sería subastado por trece mil pesos argentinos en una puja a beneficio de Unicef

La impresión se constata: éste permanente viaje de Calamaro alrededor de sí mismo está repleto de pistas, de curiosos hilos de los que tirar. 

Nacimos para correr. Puede que la alusión sea inequívoca, pero quizá hubo cierta premura a la hora de entender este tema como una revisión del mito rockero de la huída, tal como Bruce Springsteen lo entendió en “Born To Run”. Frente a la vehemencia y frustración adolescente que detonaba en el relato de Springsteen, la huída impuesta en “Nacimos Para Correr” nace atravesada por una herida más profunda: el paso de los años y la conciencia de la muerte. Éste es, por lo tanto, un ejemplo de estricto rock adulto. La única parcela del rock en la que un músico puede arrancarse un verso como “muchos amigos que ya no están / me recuerdan la fortuna de existir”. 

Bohemio. ¿De qué hablamos cuando hablamos de bohemia? La canción titular, un respiro mestizo de tango / bolero en un disco de rock ortodoxo, intenta explicarlo en un puñado de versos. De nuevo, Calamaro aspira a inscribir un conjunto de letra, canto y melodía en la tradición del cancionero clásico latinoamericano, ajustándose a sus mimbres y girando en torno a una de sus palabras sagradas: libertad. 

Plástico Fino. La referencia inmediata es, claro, “Veneno en la piel” de Radio Futura. Pero la deuda termina en el robo de un par de imágenes. 

Calamaro canta aquí como en los tiempos de Honestidad Brutal, arrimándose incluso al tono levemente pastoso y ronco de las grabaciones crudas de El Salmón. Como gran parte del repertorio salido de aquellas sesiones, estamos ante una canción de aceptación y resistencia frente a los dramas domésticos y la suerte torcida. Sobre la conquista de la libertad, y el precio a pagar por ella. O lo que es lo mismo, una canción sobre el amor a la vida. Tal vez, una de las mejores y más emocionantes que Andrés haya escrito nunca. 

Nota: los fans más observadores encontrarán un cierto parecido melódico entre esta composición y “Perdiendo el tiempo”, un fantástico descarte de “Alta Suciedad” que, finalmente, fue a parar a la torrencial caja recopilatoria Andrés (2009). 

Inexplicable. El noctambulismo y los vicios pueden hacer que el bohemio de postín flirtee con el desastre, pero siempre cabe la posibilidad de que le salve el poder redentor del amor…si no es ya demasiado tarde. Más o menos, esa es la enseñanza de una canción más escurridiza de lo que parece. “Inexplicable” es rock de estadios sin épica, tocado con la templanza que caracteriza a todo el disco. Las guitarras pesan lo justo, y el solo de eléctrica se aborta a tiempo. Apunta maneras de disco music, pero no hay rastro de nada parecido a un sintetizador: sólo un quinteto de rock con la precisión de un reloj en hora. El estribillo es tan cándido que hace arquear la ceja, pero respira tanta sinceridad que es imposible recibirlo con cinismo. Lo más inexplicable llega al final: ésta es la primera canción en años que acaba con…un fade-out. 

Dentro de una canción.No me gustan las canciones porque mientan / porque todo se resuelve en tres minutos / Son soldados de un ejército invisible / Partes rotas de un espejo nunca roto (…) Te dedico mis canciones porque sientes / Que la vida no está hecha de canciones”. En 1993, Calamaro rubricaba estos versos en “Mi Rock Perdido” (Los Rodríguez), su primer gran intento de responder a una pregunta que, con el tiempo, alcanzaría tintes obsesivos: ¿qué es lo que convierte a algo tan aparentemente volátil como una canción, en algo tan poderoso? 

Hay fragmentos de respuesta a lo largo de todo su repertorio, con numerosos versos que aluden al oficio y al sentido de echar nuevas canciones al mundo. La última de ellas, “Dentro de una canción”, bien podría ser el moby dick de esa corriente de temas autorreflexivos de Calamaro, la más monomaníaca e impetuosa. Es hermoso verla crecer y crecer, reiterativa con su colchón de guitarras eléctricas y teclado, aunque realmente todo en ella quepa en sus siete primeras palabras: “Dentro de una canción…está la vida”. 

Doce Pasos. El círculo de Bohemio se completa con una fórmula que los calamaristas reconocerán de inmediato: versos de Marcelo Scornik (el hombre detrás de “Estadio Azteca” o “Clonazepán Y Circo”) propulsada por un típico boogie stoniano. Al contrario de lo que sucede con otros textos de Scornik, a veces herméticos y llenos de comentarios privados, aquí apenas hay referencias encriptadas. La alusión a los “doce pasos” no admite dobles lecturas: es una letra sobre el reinicio que sigue a un programa de rehabilitación. La salida triunfal de un disco que se abre con una despedida y termina, burlón, con el objetivo de disfrutar de una gran prórroga. Y entre medias…la vida.

Por: Carlos Bouza.