The National: “Laugh Track”

 
Por: Àlex Guimerá

Hace medio año desde El Giradoscos reseñábamos el disco "First Two Pages Of Frankestein", de The National, y cómo éste llegaba tras las crisis de su vocalista Matt Berninger y bajo el retorno de su guitarrista, Aaron Dessner, tras sus exitosas producciones. Mucho se había especulado sobre la falta de inspiración o estancamiento de la banda, así como sobre la posibilidad de ruptura de la misma. Máxime cuando tras el notable debut de Matt, "Serpentine Prison" (2019), uno podría vislumbrar una interesante carrera en solitario.

Y es que quizás el principal problema del sexteto neoyorquino ha sido la falta de asunción de riesgos y la línea continuista que han seguido tras su explosión con "Boxer" (2007) y sobre todo con "High Violet" (2010), discos que les encumbraron en la primera división del indie y que les situaron en paradigma de la modernidad pop-rock. De sus continuaciones no podemos hablar de fracasos ni tampoco de bajones ya que ellos se mantuvieron en su zona de confort explotando y maximizando sus virtudes: La voz de barítono de Beringer, la batería redoblada, la épica y el dramatismo de las composiciones, las letras existencialistas, las guitarras afiladas y ese post-rock de nuevo milenio plagado de elegancia y madurez.

Bajo estos parámetros han ido avanzando, trabajando los matices instrumentales a través de unos cuidados arreglos, y en cierto modo rebajando la energía de antaño. Con ello, "First Two Pages of Frankenstein" se trataba de un buen disco que se dejaba escuchar, con el añadido de las colaboraciones de Sufjan Stevens, Phoebe Bridgers y una Taylor Swift que le debía gran parte del resultado de "Folklore" al propio Aaron. Habían cubierto el expediente para este 2023 y todo indicaba que tendríamos que esperar un tiempecito antes de poder vislumbrar su próximo movimiento discográfico.

Pero nada más lejos de la realidad, ya que en pocos meses llegaba la noticia de la publicación para este 2023 del décimo álbum de estudio de los "Nacionales", con el título "LaughTrack" y con una portada y arte parejo al "First Two Pages Of Frankestein", mostrando en niño con el busto y el letrero "Paul", ésta vez con el fondo de un salón y a todo color.

Al parecer muchos de los doce nuevos cortes de "Laugh Track" fueron compuestos e ideados en las mismas sesiones de estudio que "First Two Pages of Frankenstein", acabando de tomar forma en medio de la gira de conciertos de presentación de aquel álbum pero también a través de las Jam Sessions realizadas por la banda en los estudios de Portland, Flora Recording & Playback, un desarrollo que terminaron de completar en la sala de grabación con nuevos músicos invitados, del mismo modo que su predecesor. También igual que en aquel, la sombra de la depresión de Berninger planea a lo largo de todo el elepé, ya sea por su tonalidad como por unas letras que siguen corriendo íntegramente a cargo del vocalista y que, entre otros temas, hablan de desazón vital y de soledad.

En lo musical se repiten los samplers y las capas de bases o instrumentales. Es el caso de los dos singles extraídos: la tenebrosa "Alphabet City" y una "Space Invader" que nos regala un final atronador con una exhibición de batería. Más afables sin embargo resultan la pegadiza "Deep End (In Paul' s Pieces)" y "Dreaming", que viene cargada de tintes ochenteros. En "Weird Goodbyes", en cambio, el colorido lo aporta la particular voz de Justin Vernon (AKA Bon Iver).

Las mejores baladas del álbum son la que lo titula - en la que repite a las voces la insaciable Phoebe Bridgers, quien había aparecido ya en el disco "Frankestein"- y un "Crumble" donde se acompañan por Rosanna Cash, bonita mezcla de tonalidades recordando las similitudes del timbre grave de Matt con las del añorado padre de aquella, Johnny. Pero sobre todo destaca la solemnidad y el intimismo de una "Hornets" al piano que parece todo un ejercicio de sinceridad emocional del vocalista. Por su parte la  flipante "Smoke Detector" nos lleva hacia el New York más vanguardista y sucio. Digna pieza del más desatado Lou Reed, a lo largo de casi ocho minutos la narración de la lírica surfea entre una incesante base rítmica y una tormenta eléctrica que coquetea con el noise. ¿Eso no es salirse de la zona de confort? Pues aciertan.

No podemos valorar mal este disco, como tampoco lo hemos hecho antes con ninguno de los anteriores de la banda. Estos tipos saben lo que hacen y a lo que juegan, y lo hacen bastante bien, la verdad. Difícilmente nos arrojarán canciones que nos dejen con la boca abierta ni posiblemente a estas alturas ganarán nuevos seguidores o crearán nuevas corrientes artísticas con surgimiento de bandas que los imiten; pero estamos ante buenas canciones que entran muy bien y que las podemos gozar a las mil maravillas. De eso se trata ¿No?