Carnegie Hall, Nueva York. Jueves, 8 de mayo del 2025.
Texto y fotografías: Álex Fraile
Nueva York representa un territorio inescrutable repleto de oportunidades. Sin embargo, existen lugares irremediablemente unidos a la historia de cualquier ciudad. Nueva York no es ninguna excepción. Los tiempos de la contracultura, de la eclosión del punk rock quedan lejanos y el CBGB cerró. Mejor suerte corrió otro de los templos sagrados de la vida cultural neoyorquina. El Carnegie Hall abrió sus puertas allá por 1891 y desde entonces sigue impertérrito al paso del tiempo, brillando junto a Central Park.
Al salir del parque vislumbré en el horizonte el icónico edificio. Todavía aturdido por el viaje dudé un segundo. Una lona transparente cubría su fachada, pero los rótulos exteriores indicaban que no estaba equivocado: “La misión del Carnegie Hall es presentar música y músicos extraordinarios…”. El Carnegie respira historia. Desde que lo inaugurase Chaikovski por sus tablas han pasado artistas del calibre de Maria Callas, John Coltrane, Judy Garland, Billie Holiday, Sinatra, Nina Simone, Dylan, The Rolling Stones o The Beatles entre otros.
Una vez dentro, la imponente sala principal rodeada de butacas aterciopeladas, flotando sobre palcos iluminados por suaves luces blancas, me impactó. Leí el programa de la noche para cerciorarme de estar en el lugar adecuado. “Pilares de la música acústica moderna, Gillian Welch y David Rawlings traen en directo su disco "Woodland" después de ganar un Grammy al mejor álbum folk”. El icónico escenario Perelman impresionaba, decorado para la ocasión con una alfombra, dos taburetes, un par de micros, una mesita baja y un banjo. No se necesita más para llenar un espacio como el que tenía enfrente.
La voz entre bambalinas del mismísimo James Taylor dio la bienvenida a los auténticos protagonistas de la noche. Gillian Welch y David Rawlings. La pareja – artística y de vida – representa la verdadera realeza de la música americana. Dos músicos majestuosos que, entre otros calificativos, han sido definidos como maestros modernos o protectores del folk americano. Muy a su pesar – bastaba observar la humildad con la que salieron a escena – son leyendas de la música de raíces americana. Pocos pueden presumir de dos Grammy al mejor álbum Folk. Este año su último trabajo, "Woodlands" (2024), no ha cesado de cosechar éxitos, recibiendo galardones y llenando teatros emblemáticos como el Carnegie, donde por demanda popular tuvieron que añadir otra fecha. La fórmula parece sencilla pero no debe serlo. Ellos simplemente siguen su instinto y entregan canciones redondas como las de Woodland.
El disco que sirvió de excusa para esta noche mágica lleva el nombre de sus propios estudios de Nashville. Unos estudios que volaron por los aires en 2020 a causa de un tornado. Desde entonces se esmeraron para devolverle la vida. La propia Welch definía en su momento todo este proceso y el significado del disco: “Las canciones son un remolino de contradicciones, vacío, plenitud, alegría, dolor, destrucción y permanencia”.
Tras mostrarse ante el público con rubor y extrema gratitud arrancaron a lo grande, con "Orphan Girl". Una hermosa oda compuesta por Welch y que hizo suya otra reina, Emmylou Harris. Sin tiempo para asimilar lo que acontecía, apareció otro virtuoso: Paul Kowert, miembro de los Punch Brothers. Los tres juntos, en perfecta sintonía, versionaron el "Monkey and the Engineer" de Jesse Fuller. Los certeros solos acústicos de David – pertrechado de su querida Epiphone Olympic de 1935 – con esas melódicas notas sacudían el alma. Llegó el turno de las primeras piezas de su aclamado último trabajo: "Empty Trainload of Sky" y la fabulosa "Howdy Howdy" con Welch tocando con finura el banjo.
Disfrutaban del momento, alternando protagonismo como las parejas bien avenidas. "Cumberland Gap" con esos medios tiempos celestiales recordó a Neil Young, otro viejo asiduo del Carnegie quien grabó para la posteridad una de sus actuaciones. La armonía entre ellos era notoria, dialogando de forma cómplice con sus guitarras acústicas, con la ayuda siempre certera y sigilosa de Kowert al contrabajo. "Wayside / Back in Time" con Welch al banjo y a la armónica evocó a su querido Nashville con ese estremecedor estribillo que toda la sala tarareó en silencio, cuestión de no romper esa sensación de sobrecogimiento: “Back, baby, back in time / I wanna go back when you were mine/ Back, baby, back in time / I wanna go back when you were mine”.
Tras rescatar "Ruby", otra canción de Rawlings, tocarían una más para dejar al público hacer lo que tuviera que hacer. Así entre risas y miradas cómplices afrontaron "The Way It Goes" con la voz angelical de Welch elevándose hasta el cielo junto a los delicados acordes de David y Paul que sonaron a música de salón, a whisky añejo.
Los músicos abandonaron la sala bajo una atronadora ovación mientras de fondo sonaban algunos de sus maestros: The Band o Townes Van Zandt con la hipnótica "If I Needed You". Cada detalle parecía medido. Estiré las piernas y me dirigí al puesto de merchandising. Solo a mirar. Seguía en Nueva York. De camino visité el Rose Museum. Frente al legado de iconos como Pavarotti, Tony Bennett, James Cleveland, Joni Mitchell, Sarah Vaughan entendí mejor el valor cultural de este lugar.
“El espectáculo se reiniciará en cinco minutos”. Debía volver. Regresaron dispuestos a seguir hechizando. Arrancaron con otras dos perlas de "Woodland": "Lawman" y la ensoñadora "What We Had", uno de los momentos de la noche ya con los tres nuevamente sobre el escenario. Todo encajaba. Bromeaban de manera distendida con el público recordando el tropezón de Rawlings de la víspera donde casi se carga su propia guitarra. Al finalizar la canción Welch parecía pellizcarse honrada de tocar en un templo con semejante acústica. “El sonido incluso es mejor que ayer”, confesó. Ya lo dijo en su momento el propio Isaac Stern – quien da nombre al auditorio principal – y sus palabras cobraban sentido: “Se ha dicho que la sala por sí sola sea un instrumento. Toma lo que tú haces y lo convierte en algo inmortal".
Seguían alternando canciones, demostrando como sus voces combinadas operan más allá de la simple armonía sonora. Todo bajo un sutil manto de acordes y esa manera tan propia de Rawlings de tocar la guitarra. Así con el público extasiado, envuelto en un silencio sepulcral, era hora de pasar a otra dimensión. Lo hicieron con "Method Acting / Cortez the Killer". Una locura que combina el sosiego de Bright Eyes con la rabia de Young. Una canción que no dejó de crecer y evolucionar al ritmo marcado por un majestuoso Rawlings. Su delicada y aguda voz tornó en áspera y rabiosamente contenida cuando entonaba los versos de Young: “Llegó danzando sobre el agua / Con sus galeones y cañones / Buscando el nuevo mundo / En el palacio bajo el sol / En la orilla yacía Moctezuma / Con sus hojas de coca y perlas”. ¿Seguía despierto o estaba soñando? Nunca se sabe.
Tras la tempestad volvió la calma en forma de "I’ll Fly Away", una balada que transporta al Mississippi. Cantando a capela, compenetrados como una pareja de larga data, sonaron a puro góspel con el público dando palmas.
Querían seguir saboreando las mieles del Carnegie. Welch abrió el baúl de los recuerdos y rescató esa auténtica maravilla que es "Look at Miss Ohio" que puso los pelos de punta. Con el Carnegie entregado se arrancaron con "I Hear Them All / ‘This Land is Your Land". La memoria de Guthrie seguía viva cuando el teatro vitoreo al unísono el icónico mantra: “Esta tierra es tu tierra, y esta tierra es mi tierra / Desde California hasta la isla de Nueva York / Desde el Bosque de Secuoyas hasta las aguas de la Corriente del Golfo”
Los músicos se retiraron. El técnico de sonido ajustó otro micro que presagiaba una sorpresa. ¿Quién sería? Cada cual haría sus cábalas, pero desde luego – fruto del cansancio que empezaba a hacer mella y del torrente de emociones – no lo vi venir. ¡Norah Jones!
Parafraseando a Neruda. ¡Confieso que he llorado! Las pestañas se humedecieron al escuchar a la neoyorquina cantar junto a sus amigos "Loretta" del irrepetible Townes Van Zandt.
Continuaron a capela – con los cuatro músicos cantando a turnos – con "The Weight" de The Band. Cerré los ojos. Soñaba. No quería despertar. Cuando lo hice estaba en el metro camino de mi refugio en Brooklyn.
Un par de días después Norah Jones confesaría. “¡Nunca pensé que la primera vez que estuviera en el escenario del Carnegie Hall estaría usando botas de vaquero! ¡Gracias a mis amigos Gillian Welch y David Rawlings por este hermoso espectáculo y por dejarme subir allí al final!”
Yo también estaba agradecido por ese hermoso regalo.
No es habitual codearse con la realeza de la música americana. Una realeza que no entiende de privilegios y que se muestra humilde mientras cautiva a cada paso. Gracias a una música de hermosura incomparable y de una melancolía conmovedora.
Una música y unas canciones cristalinas que en directo trascienden el tiempo y el espacio. Mientras escribo ya no estoy en Nueva York ni en el Carnegie, ¿o sí? Nunca lo tendré claro.