Sala Oasis, Zaragoza. Viernes, 23 de mayo del 2025.
Texto y fotografías: Javier Capapé.
Pureza y autenticidad. La música como mecanismo de conexión. Una conexión real y tangible. Por fin en la Oasis, asistimos el viernes pasado a un nuevo concierto de Rufus T. Firefly. Hasta ahora habían pisado casi todos los escenarios de las salas de Zaragoza, pero les faltaba una de las imprescindibles. Asaltar la Oasis es un paso adelante. Un paso en firme. Como todos los que han dando la banda de Aranjuez con esta carrera intachable que cada vez conecta más con un público apasionado y más numeroso. El optimista "Todas las cosas buenas" les traía de gira hasta la que podría ser su casa, porque así parecieron sentirse en Zaragoza. Con sus miradas brillantes y agradecidos por la generosa acogida que está teniendo este disco.
Dispuestos todos frente al público, percusión y batería delante, en línea junto a los teclados de Víctor y Manola, casi sin espacio entre los instrumentos, y dejando detrás a bajo y guitarra, totalmente en contra de lo habitual, el sexteto se volcó con su público. Fuertemente consolidados como combo, más allá de ser la banda de Julia Martín-Maestro y Víctor Cabezuelo, los seis músicos mostraron una compenetración perfecta, todos a favor de la obra en conjunto, sin destacar uno sobre otro, como un ente unido que valora sus canciones por encima de virtuosismos innecesarios. Porque virtuosos con sus instrumentos lo son todos ellos, pero saben cuál es su sitio, el que piden sus canciones. En el centro del escenario, Víctor toma una actitud más recogida para presentar estas canciones, más agarrado al piano y al sintetizador que a su guitarra que araña. Julia, a su lado y también delante para que el público detenga su mirada en su forma de tocar tan hipnótica, comienza también más comedida y se guarda su característica explosividad para la recta final del concierto. Desde el fondo del escenario, Miguel de Lucas se muestra muy contundente con su bajo y Carlos Campos sorprende más que en otras ocasiones con una guitarra punzante muy protagonista. A la izquierda de Víctor encontramos a Manola, discreta y precisa, mientras que a la derecha de Julia está Juan Feo, que para esta ocasión se encarga más de la percusión electrónica que de las congas de las que se ocupaba en su anterior gira.
El disco que venían a presentar sonó casi al completo, otorgándole todo el protagonismo, ya que Rufus T. Firefly siempre han sido de defender la obra que tienen entre manos. No hacen muchas concesiones nostálgicas. Viven y disfrutan el presente. Para sus presentaciones en salas ya no disponemos de la experiencia sonora de los auriculares con los que escuchar cada detalle del concierto, como sí ocurrió en los primeros conciertos de la gira más especiales. Sin embargo, el enorme técnico y productor Ángel Luján se encarga de que la experiencia sonora no defraude ni un ápice. Pudimos apreciar todos los detalles e incluso contar con una voz en primer plano, nada emborronada, lejos de lo que muchas veces ocurre en esta sala. Muestra de lo decisiva que es la labor del técnico de sonido, que aquí estuvo más que acertado e hizo engrandecer la experiencia global. Una experiencia que comenzó con "El Coro del Amanecer" y "Camina a través del fuego". Julia portaba junto a su batería un micro para reforzar sus coros, pero la sorpresa que nos tenía reservada no tardó en llegar. Brilló con su voz en "Ceci n'est pas une pipe" donde se llevó todo el protagonismo mientras su mano derecha quedaba más discreto entre los sintes. La primera concesión a su pasado más reciente fue con la exquisita "Polvo de diamantes", pero rápidamente volvieron a su presente, más asentado en los ochenta, con "La Plaza". ¡Qué bien sonaron sus desarrollos cristalinos que nos llevan hasta los Smiths! Y es que una de las grandes bazas de los de Aranjuez es que en directo llegan a mostrarse todavía más efectivos que en sus discos. Son un volcán en erupción. Un portento.
Víctor tomó el micro para explicarnos que el germen de su último disco estaba en la canción "Reverso", aquella que hicieran por encargo para la exposición del Museo del Prado que se detenía en los reversos de los cuadros más prestigiosos del mismo, con sus bocetos tras el resultado final, sus imperfecciones y trazos. Esa canción les abrió una puerta que terminó materializada en este disco. Fue como la mecha que prendió el fuego, demostrando que las casualidades pueden ser grandes oportunidades para los creadores. Desde luego que es una canción brillante, que podría entenderse como el adelanto más coherente de "Todas las cosas buenas". Posee ya su espíritu. La semilla de lo que estaba por venir. Seguidamente siguieron saliéndose del guión previsto con una versión nada esperada, de nuevo de la mano de Julia a la voz (esta vez Víctor se atrevió a hacerse cargo de la batería con un temple nada desdeñable). Confesó que en su adolescencia estuvo obsesionada con sus canciones, y así transformó "Canta por mí" de El Último de la Fila con cierto aire espacial y ruidista que la hizo completamente nueva. Algunos podrán pensar que hay una jugada detrás o que se apuntan al carro de esta banda ahora que han anunciado su regreso a los escenarios, pero lo cierto es que cualquiera que les rastree verá que llevan cocinando esta versión mucho tiempo. No es flor de un día ni oportunismo, como nada en esta banda, lo más cerca que se puede estar de la autenticidad. Ellos responden a sus impulsos. Van donde el corazón les lleva, porque eso sí, en sus canciones hay mucho corazón, como en ese "Trueno Azul", que es el viejo Hyndai de Víctor en realidad, como muestra de la resistencia por encima de todo. De ahí que una de sus frases más personales o que nos llaman la atención sea la reveladora "hice tanto por el indie y el indie no hizo nada por mí". Un manual de resistencia y resiliencia más que de escape.
"Dron sobrevolando Castilla - La Mancha" se presentó como el experimento sensorial que es, con unos teclados protagonistas y meteóricos, tras la que destacaron el privilegio que todavía supone que queramos escuchar sus canciones nuevas tras ocho discos sin tener que recurrir a lo evidente. Y es que su público no sólo respeta su obra si no que la entiende con creces, por eso hay un estallido de euforia tanto si suena la más reciente y contenida "Canción de paz", que confesaron que ha sido con la que han recibido las más emocionantes reacciones esperadas, o su ya clásico "Nebulosa Jade", en la que predominaron las atmósferas más comedidas. "Lafayette" hizo que Víctor se colgara la eléctrica con más ganas que hasta el momento, para lucirse con ella, como ocurrió también con "El principio de todo" (combinándola con el sintetizador con el que se explayó al final), precedida de un intenso y genuino solo a la batería de Julia, mucho más potente que con el que arranca su versión original. "Lumbre" nos la presentaron como el último párrafo de una carta de amor, con una fantástica base repartida entre la caja de ritmos y el piano y una progresión en fases definiendo un tema con un pie en lo sinfónico. Ésta es la canción que mejor resume "Todas las cosas buenas", esas a las que aferrarse para seguir adelante. Su autor confesó que tiene predilección por las canciones finales de sus discos, que vienen a ser el cierre que da sentido a los mismos, de allí que sean siempre tan especiales.
La vuelta tras el paréntesis de los bises fue un derroche enérgico por culpa, en parte, de haber afrontado canciones tan decisivas en su carrera como la autoafirmativa "Sé dónde van los patos cuando se congela el lago", la definitoria y siempre necesaria "Río Wolf" (¿Qué serían sus conciertos sin esa euforia que desprenden siempre al final de su interpretación Víctor y Julia?), o su nuevo clásico cuyo título lleva el álbum al completo que, a buen seguro, se convertirá en imprescindible de aquí en adelante. Víctor se desató con su guitarra en esta recta final, apostando por la garra y la crudeza, mientras Julia estuvo más arrebatadora y el resto del grupo remó en la dirección adecuada, dando el todo por el todo. En su discurso, Cabezuelo se acordó de todo el equipo que les acompaña, así como de una pieza clave en este disco, Antonio Trapote, presente también en la sala, que le ayudó a escribir "El principio del todo", además de dar luz a otros detalles del disco. Nos habló de cómo conoció a Miguel de Lucas tras telonear a Sunday Drivers en esta sala, lo que hacía más especial todavía llegar a tocar aquí. Y, sobre todo, fue muy elegante al no meterse en discursos sobre la quiebra de Wegow, con la que gestionan la venta de sus entradas, pero sí que puso énfasis de forma emocionada con una frase que venía al hilo del asunto: "¡no veáis lo que hay detrás del mundo de la música!". Podría haber entrado en debates, dimes y diretes, pero dijo que prefería celebrar y que siguiera la música, algo que no iban a dejar que cesara a pesar de los reveses.
En la letra de "Todas las cosas buenas" escuchamos ese "compartimos el dolor como compartimos la fe", que podría reflejar la comunión con su público. Dolor, fe, esperanza y vida compartidas. El fruto recogido de la cosecha sembrada por Rufus T. Firefly. Palabras que definen sus discos y directos y que, como afortunados, hicimos nuestras celebrando el amor una vez más en un concierto sin límites de la banda de Aranjuez.