Por: J.J. Caballero
Cortar las cadenas. Romperlas para siempre, o por lo menos hasta la próxima vez. Y eso no se hace solo con las herramientas adecuadas o por los medios más a mano, sino con palabras, o con gritos si hace falta. Aporreando las teclas de un piano o partiendo de una prosa agresiva, sincera y brutalmente perturbadora. Fiona Apple, la mujer más fuerte de la música americana actual, sabe cómo liberarse y liberar a todo aquel que se acerque a escucharla con las orejas bien abiertas. No en vano llevaba ocho años pergeñando el nuevo mensaje, escrito de nuevo con letras abrasivas y rodeado de oscuridad, calma tensa y profundidad de campo. Una artista total, de pensamiento, obra y omisión. Una artista que no ha dejado de contar cosas importantísimas desde que decidió que este mundo no es el suyo, que ella pertenece a otra época, otro lugar mucho más remoto al que ningún confinamiento obligado puede afectar porque ya lleva confinada bastante tiempo por voluntad propia. En su casa, con la única ayuda puntual de su hermana a los coros y los esbozos de la guitarra de un amigo fiel como David Garza, nunca se cansa de proclamar que lo que es y lo que será está ahí, en sus canciones, y que no necesita premios ni plataformas ni altavoces masivos para que el mundo se entere de ello. Por eso tampoco tiene perfil alguno en redes y se permite el lujo de juzgar, sin importarle las consecuencias, a todos los que exhiben sus miserias en ellas. No son héroes ni pueden influenciar a nadie, solo darle otra razón más para alejarse de ellos. “Relay” se llama la canción que habla de todo eso, por dejarlo claro.
Uno se puede enamorar fácilmente de la canción que firmaba y daba paso a cada uno de los capítulos de la serie “The Affair” (aquí continuada y concluida en la magnífica “Heavy balloon”), pero a la vez ser consciente de que todos los discos de la neoyorquina se caracterizan por esa autenticidad, una verdad nada disimulada, que hace que a muchos hasta ahora nos resultara algo así como la portavoz de los incomprendidos, la dueña absoluta de la intensidad y los sentimientos al límite. La garganta de la desesperación, en resumen. No es fácil conectar con sus presupuestos sonoros, normalmente presididos por la austeridad y esa mezcla, a veces anárquica, a veces incomprensible, de jazz (género en el que podría desenvolverse como pez en el agua), soul y rock apaciguado tan a medida para un concepto musical en continuo riesgo y fluida experimentación. Con un ojo en los excesos de Laurie Anderson y el otro en el retorcido encanto de Kate Bush, le canta al alma propia en descomposición desde que fue violada a los doce años en la plegaria de “For her”, y hasta se permite mostrarse irónica sobre el mismo tema en “Under the table”. Las sobras de un rencor indisimulado pueden exhibirse con total impunidad y lucidez en “Newspaper” e incluso adornarse con un bellísimo mellotron en otros momentos desgarradores, como “Rack of his” o “I want you to love me”, un resumen perfecto de todo lo que ha sido, es y será como mujer, persona o artista. Es “Fetch the bolt cutters” un disco feminista en esencia y significado, pero ella prefiere no hacer más ruido del necesario. Detrás de todo este dispositivo que a veces podría sonar forzado por su propio impulso incontrolado de contar cosas tan serias, hay una mujer honesta, que siempre se ha guiado exclusivamente por sus principios y ha puesto a la industria, benévola casi siempre con su obra, en la picota de las dudas razonables. Es un disco lleno de poesías poco amables, arisco a un oído domesticado, reaccionario y desnudo, hecho por alguien que sufre trastornos obsesivo-compulsivos diagnosticados y que debe lidiar con ellos desde un retiro que le permite subrayar los sentimientos con la gravedad que estima oportuna. Como el órdago a la grande que le suelta a las ideas preconcebidas sobre el amor romántico y unidireccional, reflejadas en “Cosmonauts”, o el recuerdo a una infancia repleta de obstáculos en la persona de una vieja compañera llamada “Shemeika”. Delicadeza, rigor y conciencia del tiempo presente y pasado.
Después de meterte en las entrañas, o al menos intentarlo, de un álbum exhaustivo que también puede dejarte exhausto, lo menos que puedes preguntarte es por qué aún sigue habiendo gente que le ríe las gracias a la sosainas de Lana del Rey, cuyos aciertos se cuentan al mínimo, cuando existen francotiradoras de la talla de Joanna Newsom, por dar solo un nombre más, o la propia Fiona Apple que suelen contar y cantar más y mejor. Cuestión de gustos, sí, o más bien de promoción y clicks como medio de subsistencia, algo que por suerte la atormentada freak que pasó de ser la lolita del rock alternativo al grano en el culo de la música contemporánea. Y todo sin el menor asomo de culpa.